El plan era bastante simple, según el Rengo. Y así no le hinchaban las bolas con que los funcionarios son simplemente un producto de la sociedad, y como la sociedad está enferma etcétera, porque así no vamos a ningún lado. Eso lo apoyó el tano Citracca y le agregó que también los que empezaban quejándose de la pesada herencia recibida, mejor se iban a la casa: si no tiene idea de cómo resolver los quilombos, señor, mejor se queda mirando la televisión y Anita dijo eso, eso, y no viene a seguir postergándonos a los que queremos etcétera, que del potencial ya estamos hasta acá, a ver si hacemos algo, che, dijo la Cordobesa.
El Rengo explicó que a la población de funcionarios (entendiendo por funcionarios a todos los que de alguna forma trabajaran para el estado; quien más quien menos, toda la caterva de aspirantes a puestos intermedios no necesariamente políticos, tipos llenos de buenas intenciones y con un potencial pero cuando dijo un potencial la Cordobesa abrió la boca y entonces dijo ideas, ganas, che, lo que en definitiva hace falta para que empecemos a cambiar en serio. Bueno, todos esos y los políticos, claro, aunque el plan del Rengo prescindía de los últimos: los políticos de carrera iban a decantar solos un poco más adelante, siempre según el Rengo, que tenía la palabra por un rato, antes de que Citracca se aburriera y empezara a joder con la revolución), a la población de funcionarios sin aspiraciones a diputados y por ende potables para el Plan no le hacía ni fu ni fa lo que pasaba en la sociedad, porque los tipos entraban para quedarse, duraban un montón de años, toda la vida a veces. El problema era que, si bien se desintoxicaban de los vicios que pudieran traer de la sociedad y mantenían las ganas de hacer, empezaban a caer en las redes de los políticos más o menos de la siguiente manera (Citracca bostezó, y el Rengo supo que tenía que apurarse): se convencían unos a otros de que “para hacer” era necesario el aparato político, que incluía a los sindicatos y los gremios, y (entiéndase) al peronismo sí o sí porque de esos no zafás. Anita la peronista amagó a decir algo, pero Julio el carnicero puteó a Perón como hacía siempre que podía y entonces Anita se quedó en el molde, y el Rengo pudo seguir.
Por la ventana rota de la verdulería empezaba a colarse un viento frío y entonces el chico de Citracca se trepó a dos cajones de manzanas para acomodar una tabla.
- Porque si no caemos siempre en la misma trampa, la “huella mental” como dice Sábato: hay que pensarlo distinto porque esta sociedad así no va a cambiar ni en tres siglos, ya lo sabemos, no somos de participar, nos gusta un papá para después quejarnos, o nos adaptamos al “Roba, pero hace”, en fin… Y los políticos que ya están adentro, menos. Yo ni contaría con esos, por lo menos por ahora. Ese pibe se va a matar, Tano…
- Bajate de ahí, pelotudo – le dijo Citracca al hijo, que se descolgó en el acto dejando la tablita más o menos funcional pero torcida.
- Entonces – siguió el Rengo – olvidate de los políticos de cartón y de la sociedad indiferente: lo que te quedan son los potables, los que por ahora no saben cómo canalizar las inquietudes sin que los chupe el aparato.
- ¿Hago mate? – dijo la Cordobesa en voz baja y Anita dijo sí con la cabeza y le pasó todos los elementos.
- Y por supuesto que trabajaríamos sin presupuesto, lo que importa es que no se apague esa llamita y que no se la fagociten los piolas de siempre. Hablo de las ciento de Secretarías y botonerías intermedias, de las Direcciones llenas de pibes profesionales o no, pero con la cabecita bien puesta por un tiempo, y pensando en la sociedad, pensando tanto en la sociedad que al rato la tienen que poner en una hojita cuadriculada para los políticos parásitos y ahí dejan de entenderla, y entonces tienen que recurrir a los políticos hijos de mil putas para que se la expliquen. Hay que agarrarlos antes de que les pase eso, los que hacemos política desde afuera, desde esta verdulería, desde cualquier lado, tenemos que juntarnos de alguna forma con los potables, porque nosotros somos la otra pata de los potables.
- Tomá el mate, Rengo -dijo el pibe de Citracca.
- ¿Cómo “Rengo”, che?
- Dejalo, este pibe me encanta – el Rengo le acarició la cabeza a Carlitos – Hablo, ustedes saben, de los que entendemos que todo acto del hombre es político, y entonces que se metan los Ateneos y las Marchitas en el orto, que no me vengan a afiliar para salvarse en esta vida cortita, si yo ya entendí que al país hay que pensarlo a la larga, ni siquiera para Carlitos, para los nietos de Carlitos puede ser…
- Eh, che, a mí me gustaría verlo también.
- Nosotros apenas si vamos a ver el comienzo. Tenemos que juntarnos con gente como Silvana, que está fresca, tenemos que juntarnos y sacarle la hojita cuadriculada antes de que vaya a preguntarle a un diputado. Tenemos que darle aire y que ella nos dé aire también, que lleve las cosas que pensamos y se las plante en los escritorios de los que laburan con ella. Que los pibes que están dudando entre aceptar lo que les ofrece el mafia del Sindicato o seguir en el llano, se queden en el llano. Que se queden porque vean que puede haber otro camino, que le muestren los dientes a los mafiosos, que se salgan de la huella mental.
- Bueno, ahora sí largá el mate.
- Yo creo – dijo la Cordobesa – que lo más probable es que te digan que entres a un partido político o que hagas una oenegé, o que a gatas nos tomen alguna idea si les parece buena y se la terminen presentando a una diput…
- No, pero no lo pienses así. No te olvides que el objet…
- ¿Y no será – dijo Anita – que vos lo que querés es salvar a la tal Silvana del escarnio a que la someteremos cuando final e inexorablemente se termine postulando a senadora?
- Acá las chicas – intervino el Tano – ya lo están haciendo muy personal. Yo entiendo la idea del Rengo, que tiene que ver con la grandeza, con Nietzsche, con…
- Con la pija, tiene que ver – dijo la Cordobesa y la abrazó a Anita y hasta Julio se rió, aunque enseguida miraron a Carlitos - . Vos no escuches, nene.
- Esto no es nada definitivo, apenas son ideas sueltas, pero la gente no participa porque invariablemente le meten el dedo en el orto.
- Che, está Carlitos…
- Pero si yo te entiendo – dijo Anita – : vos querés usar la fuerza y los recursos de los potables de adentro como disparador social, para que los potables de afuera se enganchen y entre todos le hagan pito catalán al aparato político inmundo y a la sociedad inerte.
- Qué claridad, linda – dijo Julio
- Gracias, mi amor.
- Mejor que siga exponiendo Ana, ¿no? – dijo la Cordobesa.
- Che, qué frío está haciendo.
- Lo verdaderamente complicado – dijo el Rengo – es armar el nexo, el canal que nos permita llegar a los potables sin interferencias. Y eso no es fácil, porque nadie sabe quiénes son en definitiva.
- Los políticos sí saben…
- Claro que lo saben. Ellos sí, y andan a la pesca de los mejores.
- Yo me acuerdo – dijo Julio – cuando andaba en las marchas de los Deudores, por el quilombo del 2001. Andábamos por el Congreso, por el Anexo, todos los miércoles durante dos meses. Apenas dos meses y apareció entre nosotros el secretario de no sé qué diputado por Tucumán, y enseguida nos metió en el Anexo. Hacíamos las reuniones en el despacho del diputado, y el secretario éste nos conseguía al toque reuniones con Gioja, con Zamora. Un llamado telefónico y estábamos con los tipos. Y enseguida aprendimos el chamuyo que nos convenía…
- ¿Qué tiene que ver…?
- Perá: les decíamos a los políticos que teníamos 7000, 10000 tipos atrás, que se los estábamos conteniendo para que no los caguen a trompadas. Y nos daban bola, Rengo, nos atendían, fuimos a la tele. Yo entraba con uno que se llamaba Alcides y otro Pettinaro. Empezamos a ir casi todos los días, no sólo los miércoles. A la semana ya nos saludaban en el Anexo, algunos.
- Mate.
- Dale con el mate.
- Lo que quiero decir es que nos gustaba eso de ir y decir “Nos espera el diputado”, y esas cosas. Alcides enseguida se la creyó, empezó a hablar en la jerga, “la mesa chica” y todo eso. Y Pettinaro se enganchó con el diputado de Tucumán. Nos deglutieron en un mes.
- Sí, y a la salida del Congreso ya te sentías un poco más que tus compañeros de marcha, ¿no?
- Exacto. Los miraba y pensaba “es que no entienden cómo son las cosas”. Lo que quiero decir en definitiva es que puedo entender la cornisa por la que caminan los potables. Y no se dan cuenta, van mimetizándose tan sutilmente que no se dan cuenta. Y cuando se quieren acordar, o cuando en la propia familia los putean, se encuentran pensando también que los otros son los que no entienden.
- Que claridad, mi amor.
- Gracias, Anita, cosita peronista.
- ¿Quieren pasar al reservado, che?
- Yo tengo una idea muchísimo mejor – dijo el tano Citracca.
El Rengo explicó que a la población de funcionarios (entendiendo por funcionarios a todos los que de alguna forma trabajaran para el estado; quien más quien menos, toda la caterva de aspirantes a puestos intermedios no necesariamente políticos, tipos llenos de buenas intenciones y con un potencial pero cuando dijo un potencial la Cordobesa abrió la boca y entonces dijo ideas, ganas, che, lo que en definitiva hace falta para que empecemos a cambiar en serio. Bueno, todos esos y los políticos, claro, aunque el plan del Rengo prescindía de los últimos: los políticos de carrera iban a decantar solos un poco más adelante, siempre según el Rengo, que tenía la palabra por un rato, antes de que Citracca se aburriera y empezara a joder con la revolución), a la población de funcionarios sin aspiraciones a diputados y por ende potables para el Plan no le hacía ni fu ni fa lo que pasaba en la sociedad, porque los tipos entraban para quedarse, duraban un montón de años, toda la vida a veces. El problema era que, si bien se desintoxicaban de los vicios que pudieran traer de la sociedad y mantenían las ganas de hacer, empezaban a caer en las redes de los políticos más o menos de la siguiente manera (Citracca bostezó, y el Rengo supo que tenía que apurarse): se convencían unos a otros de que “para hacer” era necesario el aparato político, que incluía a los sindicatos y los gremios, y (entiéndase) al peronismo sí o sí porque de esos no zafás. Anita la peronista amagó a decir algo, pero Julio el carnicero puteó a Perón como hacía siempre que podía y entonces Anita se quedó en el molde, y el Rengo pudo seguir.
Por la ventana rota de la verdulería empezaba a colarse un viento frío y entonces el chico de Citracca se trepó a dos cajones de manzanas para acomodar una tabla.
- Porque si no caemos siempre en la misma trampa, la “huella mental” como dice Sábato: hay que pensarlo distinto porque esta sociedad así no va a cambiar ni en tres siglos, ya lo sabemos, no somos de participar, nos gusta un papá para después quejarnos, o nos adaptamos al “Roba, pero hace”, en fin… Y los políticos que ya están adentro, menos. Yo ni contaría con esos, por lo menos por ahora. Ese pibe se va a matar, Tano…
- Bajate de ahí, pelotudo – le dijo Citracca al hijo, que se descolgó en el acto dejando la tablita más o menos funcional pero torcida.
- Entonces – siguió el Rengo – olvidate de los políticos de cartón y de la sociedad indiferente: lo que te quedan son los potables, los que por ahora no saben cómo canalizar las inquietudes sin que los chupe el aparato.
- ¿Hago mate? – dijo la Cordobesa en voz baja y Anita dijo sí con la cabeza y le pasó todos los elementos.
- Y por supuesto que trabajaríamos sin presupuesto, lo que importa es que no se apague esa llamita y que no se la fagociten los piolas de siempre. Hablo de las ciento de Secretarías y botonerías intermedias, de las Direcciones llenas de pibes profesionales o no, pero con la cabecita bien puesta por un tiempo, y pensando en la sociedad, pensando tanto en la sociedad que al rato la tienen que poner en una hojita cuadriculada para los políticos parásitos y ahí dejan de entenderla, y entonces tienen que recurrir a los políticos hijos de mil putas para que se la expliquen. Hay que agarrarlos antes de que les pase eso, los que hacemos política desde afuera, desde esta verdulería, desde cualquier lado, tenemos que juntarnos de alguna forma con los potables, porque nosotros somos la otra pata de los potables.
- Tomá el mate, Rengo -dijo el pibe de Citracca.
- ¿Cómo “Rengo”, che?
- Dejalo, este pibe me encanta – el Rengo le acarició la cabeza a Carlitos – Hablo, ustedes saben, de los que entendemos que todo acto del hombre es político, y entonces que se metan los Ateneos y las Marchitas en el orto, que no me vengan a afiliar para salvarse en esta vida cortita, si yo ya entendí que al país hay que pensarlo a la larga, ni siquiera para Carlitos, para los nietos de Carlitos puede ser…
- Eh, che, a mí me gustaría verlo también.
- Nosotros apenas si vamos a ver el comienzo. Tenemos que juntarnos con gente como Silvana, que está fresca, tenemos que juntarnos y sacarle la hojita cuadriculada antes de que vaya a preguntarle a un diputado. Tenemos que darle aire y que ella nos dé aire también, que lleve las cosas que pensamos y se las plante en los escritorios de los que laburan con ella. Que los pibes que están dudando entre aceptar lo que les ofrece el mafia del Sindicato o seguir en el llano, se queden en el llano. Que se queden porque vean que puede haber otro camino, que le muestren los dientes a los mafiosos, que se salgan de la huella mental.
- Bueno, ahora sí largá el mate.
- Yo creo – dijo la Cordobesa – que lo más probable es que te digan que entres a un partido político o que hagas una oenegé, o que a gatas nos tomen alguna idea si les parece buena y se la terminen presentando a una diput…
- No, pero no lo pienses así. No te olvides que el objet…
- ¿Y no será – dijo Anita – que vos lo que querés es salvar a la tal Silvana del escarnio a que la someteremos cuando final e inexorablemente se termine postulando a senadora?
- Acá las chicas – intervino el Tano – ya lo están haciendo muy personal. Yo entiendo la idea del Rengo, que tiene que ver con la grandeza, con Nietzsche, con…
- Con la pija, tiene que ver – dijo la Cordobesa y la abrazó a Anita y hasta Julio se rió, aunque enseguida miraron a Carlitos - . Vos no escuches, nene.
- Esto no es nada definitivo, apenas son ideas sueltas, pero la gente no participa porque invariablemente le meten el dedo en el orto.
- Che, está Carlitos…
- Pero si yo te entiendo – dijo Anita – : vos querés usar la fuerza y los recursos de los potables de adentro como disparador social, para que los potables de afuera se enganchen y entre todos le hagan pito catalán al aparato político inmundo y a la sociedad inerte.
- Qué claridad, linda – dijo Julio
- Gracias, mi amor.
- Mejor que siga exponiendo Ana, ¿no? – dijo la Cordobesa.
- Che, qué frío está haciendo.
- Lo verdaderamente complicado – dijo el Rengo – es armar el nexo, el canal que nos permita llegar a los potables sin interferencias. Y eso no es fácil, porque nadie sabe quiénes son en definitiva.
- Los políticos sí saben…
- Claro que lo saben. Ellos sí, y andan a la pesca de los mejores.
- Yo me acuerdo – dijo Julio – cuando andaba en las marchas de los Deudores, por el quilombo del 2001. Andábamos por el Congreso, por el Anexo, todos los miércoles durante dos meses. Apenas dos meses y apareció entre nosotros el secretario de no sé qué diputado por Tucumán, y enseguida nos metió en el Anexo. Hacíamos las reuniones en el despacho del diputado, y el secretario éste nos conseguía al toque reuniones con Gioja, con Zamora. Un llamado telefónico y estábamos con los tipos. Y enseguida aprendimos el chamuyo que nos convenía…
- ¿Qué tiene que ver…?
- Perá: les decíamos a los políticos que teníamos 7000, 10000 tipos atrás, que se los estábamos conteniendo para que no los caguen a trompadas. Y nos daban bola, Rengo, nos atendían, fuimos a la tele. Yo entraba con uno que se llamaba Alcides y otro Pettinaro. Empezamos a ir casi todos los días, no sólo los miércoles. A la semana ya nos saludaban en el Anexo, algunos.
- Mate.
- Dale con el mate.
- Lo que quiero decir es que nos gustaba eso de ir y decir “Nos espera el diputado”, y esas cosas. Alcides enseguida se la creyó, empezó a hablar en la jerga, “la mesa chica” y todo eso. Y Pettinaro se enganchó con el diputado de Tucumán. Nos deglutieron en un mes.
- Sí, y a la salida del Congreso ya te sentías un poco más que tus compañeros de marcha, ¿no?
- Exacto. Los miraba y pensaba “es que no entienden cómo son las cosas”. Lo que quiero decir en definitiva es que puedo entender la cornisa por la que caminan los potables. Y no se dan cuenta, van mimetizándose tan sutilmente que no se dan cuenta. Y cuando se quieren acordar, o cuando en la propia familia los putean, se encuentran pensando también que los otros son los que no entienden.
- Que claridad, mi amor.
- Gracias, Anita, cosita peronista.
- ¿Quieren pasar al reservado, che?
- Yo tengo una idea muchísimo mejor – dijo el tano Citracca.
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Salga de ahí salamero!
ResponderBorrarBasta de decirme cosita peronista, no ve que nos están mirando y yo hay cosas a las que no me resisto
jajajajaaaja
besoooooooo
Uuuh, no fue mi intención, Anita. Aunque, si la motiva...
ResponderBorrarBesos!
Se da cuenta compañero!
ResponderBorrarHoy en día ser peronista ya no tiene tanto rating.
Me parece que le conviene seguir hablando de turismo, y esas cosas que puso ahí abajo.
Digo como para que vuelvan los comentarios, jaja
O será la foto de román????
lo dejo pensando.......
Es cierto, éste probablemente quedará como el post menos comentado. Pero sospecho que se debe a que es un fragmento, y a nadie le gusta leer y no saber cómo termina. En fin, lo bueno del blog es que se pueden medir estas cosas un poco, analizar qué quieren los lectores...y seguir escribiendo lo que a uno se le cante.
ResponderBorrarUn abrazo peronista, che.
la foto de román tiene un interesante mensaje ideológico, compañero.
ResponderBorrares como mezclar el culo con la llovizna, con el perdón de los que comen.
pero le quedó bueno, eh?
buenas noches.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
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