martes, octubre 30, 2007

Siestero

Me gusta hacer el amor por la tarde. Es decir: cualquier hora es buena si hay ganas y compañía apropiada, pero la tarde es mi hora preferida.
La noche, por supuesto, tiene sus componentes propios de sensualidad y misterio; de bebidas, de escotes y de perfumes; de sombras cómplices y música especial.
Y la mañana tiene la ternura de la sábana tibia y el pelo revuelto, del despertar entre caricias y con la promesa cercana de café dulce y, tal vez, de una apresurada vuelta a la cama.
Pero la tarde está hecha para travesuras infantiles, para escaparse de la siesta obligatoria e irse a pescar al río, o a robar zapallos del terreno de a la vuelta. La tarde es para jugar a las escondidas sin adultos a la vista, o para meterse en la casa abandonada y no ser nunca el primero en salir disparando.
Agregarle, a la aventura menuda y siempre recordada de esa hora, el elemento sexual es convertirla en una experiencia que, a mí gusto, combina lo que ofrecen la mañana y la noche, y lo supera ampliamente.
La tarde es un punto de inflexión en el día, que puede comenzar con sol y terminar con las primeras sombras. La travesura, en parte, es esa: robarle al día y a la noche un pedacito.
Pero sin premeditación. No vale estipular que los sábados a la tarde se dedicarán a la famosa travesura, porque eso no es travesura. Para ese caso da lo mismo preacordar con el otro los viernes a las 23, que los chicos ya se durmieron y mañana no hay oficina.
Lo mejor es cualquier día de la semana, y si están los nenes habrá que hacer tan poco ruido como cuando uno mismo era el nene y se colaba por la ventana para reunirse con los amigos; alargar de improviso la sobremesa del martes ante la mirada entre preocupada y ya sabiamente divertida del otro; esperar a que se despeje el área de las escaleras y escaparse al revés, encerrarse en la habitación y olvidarse del mundo, de los padres y de los hijos. Y por una rato (largo, si es posible) no tener muy claro si se es otra vez un chico que juega al adulto o un adulto que juega como un chico. Y que no importe tenerlo claro, por supuesto.

domingo, octubre 28, 2007

Salió la Luna





Otra vez mi amiga la Luna se va de viaje y me deja el blog para que se lo cuide. Y a mí, que se me secan los malvones que me dejan en custodia, me genera como una carga de responsabilidad. Y para descargarla un poco le meto en el blog dibujos que acá no me animo y canciones pasadas de moda, o cuentos dedicados de la forma más cursi.

La última vez no salió tan mal el experimento...así que ahora iremos más lejos, seremos más pornográficos en los dibujos y pondremos peores canciones. Total, a la vuelta nos amigamos y listo.


domingo, octubre 21, 2007

Feliz día de las madres


Y gracias, vieja. Por hacerme escuchar desde la cuna cosas como ésta, y haberlas cantado a dúo y a los gritos hoy, entre besos y vinos.



("La niña de Guatemala", poema de José Martí, por 'Los Olimareños')

domingo, octubre 14, 2007

Muzzio Presidente


Urbi et Orbi
Coterráneos:



Se postula cada almóndiga para dirigir el país, que yo en alguna me quiero prender. No digo Presidente, porque eso de andar siempre de traje y besando criaturas con mocos no me gusta nada. Pero de algo voy en alguna lista, si ustedes me apoyan como suelen hacerlo en el 140 y ni me piden disculpas.
Es más: ahora no quiero nada ser Presidente, quiero dirigir el Ministerio de Cosas Pequeñas Pero Que Valen La Pena.
Todavía no tengo la plataforma terminada, porque el zapatero se me cayó de una escalera y en el Durán no tienen yeso hasta diciembre, pero algunos de los temas que abordaré en forma inmediata, tengan ustedes la total seguridad, son los aquí exponidos (esto es para competir con Saá, que escribió “petrolio” y fue Presidente, y dijo que No pagamos más nada, chupala Bush, y lo aplaudieron de pieses) y otros que se sirvan ustedes sugerirme por acá mismo, o me esperan a que sea Ministro y me mandan mail a AquellasPequeñasCosas@MuzzioTeQueremos.gov.ar:

1. Le sacaría un poquito de gas a la Coca Cola, para no tener que andar batiéndola y abriendo despacito la tapita un par de veces.

2. Decretaría que todos los tiros libres contra Chile los ejecutara únicamente el Romy, hasta que tenga setenta años o hasta que Tévez cante bien, lo que ocurra primero.

3. Prohibiría que los mensajes de texto a un teléfono fijo te los vocalice siempre el mismo venezolano: es horripilante que un tipo te diga a la una de la mañana “Sos-el-amor-de-mi-vida” como un Terminator chavista, y encima puto.

4. Castigaría con la pena máxima que me autorice el Congreso al que siga diciendo “quinela”, “diarero”, “crosta” y etc. O sea, no son neologismos: es un castigo justo por necedad, aunque mi madre sufra las consecuencias por éstas y otras que no menciono porque la madre es lo primero y si es de madera qué querés que le haga.

5. Prohibiría el curro fácil de agregarle más hojas a las maquinitas de afeitar descartables. Tiene mucha razón la propaganda esa que muestra una “nueva y mejor” afeitada con una máquina de quince hojas. O inventan algo en serio o por lo menos no hacen publicidad como si hubieran descubierto algo piola.

6.Una medida que tal vez exceda al Ministerio, pero que avalaría con ahínco:Prohibiría la escandalosa unión civil entre gays. Y entre heteros también. Bueno: prohibiría el matrimonio, digamos. Establecería el sistema del serviñaco practicado por nuestros ancestros indígenas para que la mujer demuestre qué tal es durante un año, y si no se la devuelve a la familia y aquí no ha pasado nada, pero no te me llevás ni un DVD o cobrás (el plazo puede modificarse; en todo caso me escriben y vemos).

7. Y cosas así. Por ahora no se me ocurre nada más, aunque ya estoy pensando en enmendar el punto 2, y que Riquelme patee siempre contra cualquier selección, y no sólo los córners y tiros libres, sino hasta el saque de arco y la pelota afuera cuando hay uno moribundo.

Coterráneos: Participen y llévenme al Congreso, o por lo menos me acercan hasta Palermo. Muchísimas gracias.

sábado, octubre 13, 2007

Lluvia en Alchagualasto (*)


Una gota. Otra. Ahora un trueno, pero todavía no se decide a llover. Me dicen los paisanos que no me haga muchas ilusiones, de todas formas. En Alchagualasto la lluvia es más bien un deseo permanente, que pocas veces llega a concretarse. Y la tierra partida y reseca les da toda la razón a los que dudan. Los escasos animales son puros huesos pegados a cuero tirante. En los tres meses que llevo aquí, es la primera vez que cae una gota. Me siento culpable por irme en unos días a lo que ya se me representa como el Paraíso. Vuelvo a Tucumán, para una revisión en Los Menhires.
Pero ahora es Alchagualasto y su aridez acobardante. Y los preparativos de una lluvia que acaso nunca se produzca. Si lloviera, sería una despedida ideal. Me iría dejando a Beatriz Montes un poco más contenta. A esa Beatriz un poco inconciente, vendedora de pan casero y flores secas, que me ha querido a su modo silvestre y asombrado.
Vaya uno a saber qué fue lo que pensó cuando le dije que era espeleólogo: Beatriz toda ojos negros y sonrisa por las dudas; Beatriz tímida al principio y después Beatriz estrenando amores furtivos con espeleólogo viejo y cansado.

Reseco sería una adjetivación fácil. Diría que me he dejado absorber por el entorno y entonces no. Viejo y cansado, pero todavía húmedo y permeable. Acechando adolescentes lluvias bienvenidas, pero sin tragarlas con avidez, sino dejándolas hacer su labor vivificante de a poco. Que vayan regando los viejos canales siempre sedientos, pero sin apuro.

Yo soy, entonces, como Alchagualasto, pero no enteramente reseco. Y ella es la lluvia.
Tucumán sería entonces mi esposa, adonde tengo que volver siempre.

Si lloviera, se abrirían otras posibilidades. Significaría que a veces las amenazas se cumplen y que las nubes pueden desviar su camino y hacerle perder la apuesta a Don Sixto, tan porfiado como para jugarme un porrón de ginebra a mano de la sequía.
Si lloviera, yo también podría desviarme del Tucumán, tal vez para salir de nuevo en Alchagualasto, como aquella vez en la Cueva del León: 3 horas de camino a cuatro manos para desembocar en la misma galería imponente. Solo que aquella vez fue una frustración y ahora sería como una fiesta.

Tal vez, ni siquiera haga falta que me vaya.
Tucumán es una vieja caverna conocida. Es cierto que uno anda cómodo por sus túneles, seguro de cada pisada y sin nada de riesgo. Las viejas esperanzas de aventura y descubrimiento se fueron reemplazando por terreno sin fisuras, tranquilo. Uno se siente a gusto haciendo inventario en lugar de descubriendo. Renombrando lugares indefinidamente, con la sensación de sentirse a salvo.

Hasta que uno se topa con Beatriz. Y las ansias de exploración afloran sin estorbos. Y uno se da cuenta de que ha estado engañándose otra vez, demorándose en tareas de bibliotecario. Entonces se ve claro que sentirse a salvo era lo más parecido a estar muerto. Reseco (acá sí) como Alchagualasto en enero.

Ahora veo caer otras gotas. Pero parece que son las últimas. De repente la llovizna cesa por completo. Habrá que ver si mañana se decide, o a la noche.

...

Indiecita linda, cuevita nueva, refugio calentito para una noche lluviosa. Pero sigue sin llover. Nos dedicamos afanosamente a la exploración, Beatriz Montes y yo. A conciencia investigamos pliegues y elevaciones curiosas, sin apurar la vuelta a la superficie.
-¿Y cómo es tu esposa?, pregunta por fin.
Me he quedado un rato mudo, no porque me haya sorprendido sino porque me obligo a contestarle la pura verdad.
- Es mi compañera de viaje. Es distinta a mí, más serena. Nos conocemos y respetamos... Los dos sabemos qué le quedó pendiente al otro, adónde quiso y no pudo llegar. Y no jodemos con eso.
- Ah, ya veo –dice Beatriz -. Parece una buena mujer para vos.
La miro directo a los ojos para ver si hay doble intención o algo por el estilo. Pero por supuesto que no hay. La indiecita pregunta desde su rincón de inocencia y dice lo que le parece.
-¿Pero la amas o qué?, dice después de un rato.
Y entonces decidido que ya estuvo bien de interrogatorio. Y que las cuevitas jóvenes no deberían hacer tantas preguntas, sobre todo a los hombres grandes que no quieren contestar algunas cosas. Así que vuelvo a la exploración un poco bruscamente, y ella se resiste apenas pero quiere saber y es una pregunta insidiosa que hoy no tendrá respuesta.

...

- Si no cambia el viento, difícil que llueva, doctor.
Eso me pasa por preguntarle a Don Sixto. Estoy seguro de que me diría que no va a llover aunque el cielo esté por venirse abajo. Lo miro y él sonríe porque me adivina el pensamiento.
- Pero, a lo mejor... quién sabe – agrega condescendiente.
Se termina el trabajo en Alchagualasto para mí. Apenas una recorrida por las casas de los amigos y ya comenzaré a preparar el equipaje y cargarlo en la camioneta.

Dejo para el final la casa de Beatriz. He preferido que no venga ella a la posada, supongo que para empezar a poner las cosas en su lugar. Ella en el suyo y yo en el mío. Que no es ni puede ser Alchagualasto. Haberlo siquiera pensado es irrisorio. ¿Qué vida haría en un lugar así? Me consumiría indefectiblemente, arrinconado por la aridez de la montaña y de la vida monótona en un pueblo abandonado del mundo. Y mi confort y la seguridad al lado de mi esposa...

Beatriz me espera con su carita arrobada en la que hoy aparecen nubes de tristeza. Iguales las nubes en el cielo y en la cara de mi indiecita.
-¿Sabés? Pensé y pensé, y estoy un poco triste por vos. Porque no pudiste contestar lo que te pregunté. A mí me parece que no vas a estar más contento allá. Acá...

Beatriz hace un gesto hermoso en el acá, que incluye al pueblo y a ella misma, y yo le agrego lo que Beatriz no puede saber: cadáveres de sueños que nunca terminaron de inhumarse, mi vida dilapidada por elegir siempre volver a mi caverna conocida.
Pero no es eso. El problema no es mi mujer. El problema es el tiempo que se ha gastado mientras tanto. Los infinitos renunciamientos a lo que me hacía ser en definitiva. El problema es haberse hecho miles de boicots con tal de que los vecinos nos acepten, de que mi mujer me quiera a su manera. Imposible explicarle eso a Beatriz, ahora.
Mejor besarla largamente. Acariciarle el pelo azabache y secarle la única lágrima que derramará Beatriz, porque no se derrochan los líquidos en Alchagualasto.

...

Cómo pude olvidarme de la apuesta de Don Sixto. Demasiado tarde ahora, ya hay treinta kilómetros entre la camioneta y el pueblo. Nunca es tarde, pienso, y me río de la vieja frase absurda mientras tiro la Dodge a la banquina y me preparo a pegar la vuelta. Y además que no me sentiría bien dejando una deuda sin pagar. Demasiadas tengo, como para que una más se haga un peso insoportable.

En cuanto consigo frenar, el primer goterón se hace pedazos contra el parabrisas. Y otro, una docena más. Toda una tormenta entera, que gana fuerza como la Dodge gana velocidad y como gana cuerpo en mí la idea. Un vendaval que se saca las ganas mientras me acerco al pueblo, pasando los cien kilómetros.

Y comprendo que en realidad le gané la apuesta al viejo taimado. Tal vez algún día vuelva a cobrársela, me digo mientras paso de largo el pueblito a ciento cincuenta y sigo, por ahora sin rumbo, pero seguro que no a Tucumán y eso es también como tener un rumbo. O algo como eso, y que se siente muy bien, pienso mientras voy dejando atrás las últimas casitas y me siento feliz por Beatriz, que debe estar mirando como llueve, por fin llueve, sobre Alchagualasto.




(*) No es que estemos refritando ni faltos de ideas. Pero de este cuento ya casi viejo sólo había posteado un pedacito, y volvió
insidiosamente (como dice él mismo) hace unos días, y no me ando autoleyendo cuando hay tantas cosas mejores para leer. Pero volvió y se ganó su espacio completo, si quieren mi opinión.

jueves, octubre 04, 2007

Exclusivamente para el YAYA



"La inspiración es una prostituta que coquetea conmigo, pero se acuesta con Serrat" (Joaquín Sabina)