Según nuestras estadísticas , algunos llegan hasta este blog por temas relacionados con la timidez. Y lo leen, aunque, claro, nunca comentan. Como Ramírez ha padecido lo que denomina “el flagelo” lo dejamos que escriba él.
Emmanuel Ramírez es Bioquímico y Profesor de danzas folclóricas Focalizadas (sólo la parte de la paisana). Ha escrito varios libros, pero después los borró porque no le dejaba leer lo que estaba abajo.
La timidez no es buena, mi amor.
Es la hija boba de la humildad, la sobrina tonta de la mesura y la nieta pelotuda de la seriedad. Es la que te hace elegir siempre la pollera larga marrón y el saquito cerrado; la que te hace permanecer callada en las escasas reuniones a las que vas; la que te hace ocultar las manos bajo la mesa y ruborizarte si él te mira.
A la mierda con todo eso. Vamos a revisar algunos puntos para que la timidez deje de ser tu problema.
Antes que nada tenemos que saber por qué sos tímida. Muchas pacientes me dicen que es porque se sienten feas, o porque se comen las eses, porque se flatean o porque no saben bailar, o porque no les da la maraca y temen quedar mal si hablan solamente de Luis Miguel.
Y la enorme mayoría tiene razón, son unos bagartos insoportables, pero no importa: todos tienen derecho a una vida digna y a un poco de dunga-dunga de vez en cuando. Yo mismo era muy tímido en Santa Fe, así que sé de lo que hablo. Mi escasa habilidad para los deportes, mi físico esmirriado, mis mini-shorts rosados, todo contribuía para que fuera el blanco predilecto de las bromas. Los chicos me golpeaban en los recreos. Y ahora me adoran, así que prestá atención:
Para las feas
¿Muy fea sos? Digo, ¿no zafamos de arriba, de atrás? ¿Nada?
Okay, vas a hacer lo siguiente:
Me comprás, y te los estudiás de memoria, 3 cassettes de “Lo mejor de Jorge Corona”. Y a la primera de cambio, decís: “Eso me hace acordar…” y arrancás con los chistes. Vas a ser la mimada de los varones, te van a invitar incluso a las reuniones de hombres solos. No garantizo que alguno te quiera dar, pero por lo menos dejás de ser una momia.
Para las estúpidas
No queremos que permanezcas muda, pero ojo con lo que decís. Mejor dejá correr la conversación y poné caritas. Usáme mucho “Puede ser”, “Hmm”, “Y…”, esas cosas que por lo menos dejan la duda de si sos misteriosa o te hicieron una lobotomía. Vos poné caritas y mechá esas frases todo lo que puedas. La gente no sólo va a creer que participaste lúcidamente en la charla sino que va a estar encantada de que siempre coincidan.
Y hasta vos podés creer que participaste, imbécil.
Para las aburridas
Usá siempre ropa interior Victoria’s Secrets. Lo que vas a hacer a partir de ahora es empedarte a conciencia y practicar el baile en el caño. Pero mucho alcohol, mamita, mucha ginebra Bols, mucho tetra antes del evento. Aunque sea una misa aniversario, vos te llevás una petaca llena de Legui y un walkman con la música de “Nueve semanas y media” y me la vas escuchando en el 41. Vas a llegar a la fiesta ya con calor, con ganas de revolear la ropa. Ojo: no te desates con los primeros temas, pero tampoco esperes mucho porque corrés el riesgo de terminar sola, en pedo y en bolas, abrazada a los mozos. A mí me ha pasado. Y éstos son consejos para la timidez, no para mejorar tu récord de penetraciones simultáneas.
Para las feas, estúpidas y aburridas
No, nada. Un 38 y a la mierda.
Para todas y todos en general (*)
El flagelo de la timidez se comporta como la maleza de tu jardín: si no la combates no permanecerá igual, sino que irá creciendo hasta invadir tu vida por completo. Atácala cuanto antes y de todas las formas posibles. Relájate: recuerda que todos tenemos miedos, debilidades y sobre todo espantosos secretos inconfesables. Disfruta y expande tu personalidad sensible y discreta, saca provecho de tu imagen desvalida, no dejes de divertirte aunque se te traben los pies al bailar. Intenta alumbrar con brillo propio: no copies modelos de personas audaces, ni te inventes un personaje que no eres y que no podrás sostener. Ríete de tus defectos, exagéralos. Devuelve las ironías siempre un grado más alto de lo que las recibes, pero procura hacerlo con buen humor. Ruborizarse es signo de que aún conservas la vergüenza; en ningún caso eso puede estar mal. Si no tienes nada que decir, no te sientas en la obligación de hacerlo. Pero si quieres dar tu opinión, hazlo en forma clara y nunca bajes la voz: si lo que dices les parece tonto o inapropiado, te lo harán saber aunque hables bajo. Si no te gustas en el espejo, haz algo para cambiar o cambia de espejo, pero sal a la calle con el testuz enhiesto. Y al que te ofrezca un 38 le dices que se lo pierda en el ojete.
La timidez no es buena, mi amor.
Es la hija boba de la humildad, la sobrina tonta de la mesura y la nieta pelotuda de la seriedad. Es la que te hace elegir siempre la pollera larga marrón y el saquito cerrado; la que te hace permanecer callada en las escasas reuniones a las que vas; la que te hace ocultar las manos bajo la mesa y ruborizarte si él te mira.
A la mierda con todo eso. Vamos a revisar algunos puntos para que la timidez deje de ser tu problema.
Antes que nada tenemos que saber por qué sos tímida. Muchas pacientes me dicen que es porque se sienten feas, o porque se comen las eses, porque se flatean o porque no saben bailar, o porque no les da la maraca y temen quedar mal si hablan solamente de Luis Miguel.
Y la enorme mayoría tiene razón, son unos bagartos insoportables, pero no importa: todos tienen derecho a una vida digna y a un poco de dunga-dunga de vez en cuando. Yo mismo era muy tímido en Santa Fe, así que sé de lo que hablo. Mi escasa habilidad para los deportes, mi físico esmirriado, mis mini-shorts rosados, todo contribuía para que fuera el blanco predilecto de las bromas. Los chicos me golpeaban en los recreos. Y ahora me adoran, así que prestá atención:
Para las feas
¿Muy fea sos? Digo, ¿no zafamos de arriba, de atrás? ¿Nada?
Okay, vas a hacer lo siguiente:
Me comprás, y te los estudiás de memoria, 3 cassettes de “Lo mejor de Jorge Corona”. Y a la primera de cambio, decís: “Eso me hace acordar…” y arrancás con los chistes. Vas a ser la mimada de los varones, te van a invitar incluso a las reuniones de hombres solos. No garantizo que alguno te quiera dar, pero por lo menos dejás de ser una momia.
Para las estúpidas
No queremos que permanezcas muda, pero ojo con lo que decís. Mejor dejá correr la conversación y poné caritas. Usáme mucho “Puede ser”, “Hmm”, “Y…”, esas cosas que por lo menos dejan la duda de si sos misteriosa o te hicieron una lobotomía. Vos poné caritas y mechá esas frases todo lo que puedas. La gente no sólo va a creer que participaste lúcidamente en la charla sino que va a estar encantada de que siempre coincidan.
Y hasta vos podés creer que participaste, imbécil.
Para las aburridas
Usá siempre ropa interior Victoria’s Secrets. Lo que vas a hacer a partir de ahora es empedarte a conciencia y practicar el baile en el caño. Pero mucho alcohol, mamita, mucha ginebra Bols, mucho tetra antes del evento. Aunque sea una misa aniversario, vos te llevás una petaca llena de Legui y un walkman con la música de “Nueve semanas y media” y me la vas escuchando en el 41. Vas a llegar a la fiesta ya con calor, con ganas de revolear la ropa. Ojo: no te desates con los primeros temas, pero tampoco esperes mucho porque corrés el riesgo de terminar sola, en pedo y en bolas, abrazada a los mozos. A mí me ha pasado. Y éstos son consejos para la timidez, no para mejorar tu récord de penetraciones simultáneas.
Para las feas, estúpidas y aburridas
No, nada. Un 38 y a la mierda.
Para todas y todos en general (*)
El flagelo de la timidez se comporta como la maleza de tu jardín: si no la combates no permanecerá igual, sino que irá creciendo hasta invadir tu vida por completo. Atácala cuanto antes y de todas las formas posibles. Relájate: recuerda que todos tenemos miedos, debilidades y sobre todo espantosos secretos inconfesables. Disfruta y expande tu personalidad sensible y discreta, saca provecho de tu imagen desvalida, no dejes de divertirte aunque se te traben los pies al bailar. Intenta alumbrar con brillo propio: no copies modelos de personas audaces, ni te inventes un personaje que no eres y que no podrás sostener. Ríete de tus defectos, exagéralos. Devuelve las ironías siempre un grado más alto de lo que las recibes, pero procura hacerlo con buen humor. Ruborizarse es signo de que aún conservas la vergüenza; en ningún caso eso puede estar mal. Si no tienes nada que decir, no te sientas en la obligación de hacerlo. Pero si quieres dar tu opinión, hazlo en forma clara y nunca bajes la voz: si lo que dices les parece tonto o inapropiado, te lo harán saber aunque hables bajo. Si no te gustas en el espejo, haz algo para cambiar o cambia de espejo, pero sal a la calle con el testuz enhiesto. Y al que te ofrezca un 38 le dices que se lo pierda en el ojete.
Otras investigaciones del Profesor:
Termodinamia Asimétrica Nocturna
El agua para el mate, esa yegua indomable
(*) Ignoramos por qué Ramírez pasa abruptamente del coloquial al científico, del argentino al venezolano o lo que sea. Pero ignoramos tantas cosas de él, que no nos vamos a andar preocupando justamente por esa.
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La timidez y otras cosas
Este es el cuento que le dio nombre al libro y al blog, y la razón de que incautos timidones se ensartaran viniendo a pispear acá. Va, pues, en versión completa, y por el mismo precio.
Me parece que fue ahí cuando empezó a llover.
Usted todavía no había contestado. Tal vez no escuchó lo que le pregunté porque había mucho ruido en la calle y además a usted le preocupaba que lloviera. Yo me imagino que lo que la inquietaba era la posibilidad de que la lluvia la despeinara o le corriera el maquillaje. Es tan coqueta, usted. A mí no me importaba si llovía o no. En realidad me maltrataban los nervios porque tenía que hacer la pregunta. Lo que pasa es que entre la timidez y el ruido de la calle y como usted parece que no me escuchó, ahora hasta dudo si al final le hablé o no.
A mí me parece que también tengo un poco de mala suerte. Ojo: no digo que siempre, pero muchas veces me pasa algo a último momento y me arruina los asuntos. No es que tenga muchos asuntos, tampoco. Quiero decir, en general. Póngale que quiero organizar una reunión en casa y empiezo a invitar amigas, compañeros del trabajo y hasta familiares. Y siempre me pasa que todos están comprometidos o al final les pasa algo a los que me habían dicho que sí, un dolor de estómago y ese tipo de cosas.
Volviendo a ese día: yo le pregunté y justo se largó la lluvia, dígame si no es mala suerte, Alicia. Más vale, usted se preocupó por el mal tiempo y tuvo que apurarse, no se podía hacer otra cosa. O a lo mejor sí, pero no hubiera sido lo mismo. A lo mejor, justamente por la lluvia, usted hubiera aceptado ir a tomar algo, probablemente al café más cercano. Pero esa no era mi idea, Alicia.
A lo mejor usted no se dio cuenta todavía, pero yo le di algunas pistas. No digo algo muy concreto, pero pistas le di. Yo no sé disimular y entonces a usted tiene que haberle llamado la atención que tartamudee un poco cuando hablo y además me ruborizo tan fácil...
A mí me parece que también tengo un poco de mala suerte. Ojo: no digo que siempre, pero muchas veces me pasa algo a último momento y me arruina los asuntos. No es que tenga muchos asuntos, tampoco. Quiero decir, en general. Póngale que quiero organizar una reunión en casa y empiezo a invitar amigas, compañeros del trabajo y hasta familiares. Y siempre me pasa que todos están comprometidos o al final les pasa algo a los que me habían dicho que sí, un dolor de estómago y ese tipo de cosas.
Volviendo a ese día: yo le pregunté y justo se largó la lluvia, dígame si no es mala suerte, Alicia. Más vale, usted se preocupó por el mal tiempo y tuvo que apurarse, no se podía hacer otra cosa. O a lo mejor sí, pero no hubiera sido lo mismo. A lo mejor, justamente por la lluvia, usted hubiera aceptado ir a tomar algo, probablemente al café más cercano. Pero esa no era mi idea, Alicia.
A lo mejor usted no se dio cuenta todavía, pero yo le di algunas pistas. No digo algo muy concreto, pero pistas le di. Yo no sé disimular y entonces a usted tiene que haberle llamado la atención que tartamudee un poco cuando hablo y además me ruborizo tan fácil...
¿A usted no le sorprende que siempre nos encontremos en la puerta de salida? La verdad es que me le estoy insinuando, Alicia. Comprenda, no es fácil para alguien como yo encarar a alguien como usted. Es más: antes de llegar a invitarla, alguien podría analizar por qué me atrae alguien como usted. Usted es joven, tiene personalidad, tiene palabras. Y es tan linda, Alicia. Me duele el pecho cuando la veo, sin exagerarle. Ahora que lo pienso, no hay que analizar mucho por qué usted me atrae, en todo caso por qué me ilusiono inútilmente.
Yo no soy como usted. Pero siento que hay algo que nos une en su interior, Alicia, y a eso le apunto. Es decir, por supuesto que me gusta su melena rubia, y sus piernas son hermosas. Sus piernas son hermosas, Alicia, tuve que tomar aire para seguir pensando. Digo, usted me gusta mucho, no tiene sentido que lo neguemos. Y seguramente no tengo la exclusividad, deben sobrarle festejantes mejores que yo. Pero cómo evitarlo, Alicia, cómo evitarlo. Pienso constantemente en usted, su perfume me persigue, lo percibo hasta en mi café con leche de las mañanas. No que usted huela a café con leche, sino al revés, no sé si me comprende.
Sueño con usted, Alicia, y en mis sueños soy audaz y a usted le gusta.
Por eso ayer había decidido que iba a invitarla a tomar algo.
Yo no soy como usted. Pero siento que hay algo que nos une en su interior, Alicia, y a eso le apunto. Es decir, por supuesto que me gusta su melena rubia, y sus piernas son hermosas. Sus piernas son hermosas, Alicia, tuve que tomar aire para seguir pensando. Digo, usted me gusta mucho, no tiene sentido que lo neguemos. Y seguramente no tengo la exclusividad, deben sobrarle festejantes mejores que yo. Pero cómo evitarlo, Alicia, cómo evitarlo. Pienso constantemente en usted, su perfume me persigue, lo percibo hasta en mi café con leche de las mañanas. No que usted huela a café con leche, sino al revés, no sé si me comprende.
Sueño con usted, Alicia, y en mis sueños soy audaz y a usted le gusta.
Por eso ayer había decidido que iba a invitarla a tomar algo.
Lo tenía bastante bien planeado, Alicia. Usted, como siempre o casi siempre (porque a veces usted trabaja hasta muy tarde), iba a tomar el ascensor después que yo. La verdad es que me apuro a bajar. Siempre tengo todo listo a las seis menos diez y entonces consigo bajar en el primer o segundo lugar. Entonces bajo y espero a verla salir. No crea que la espío, lo que hago es esperarla: tengo desde hace rato la intención de poder hablarle sin distracciones, algo imposible de hacer en el trabajo. Además que no me gustaría hablarle y que escuche alguien, imaginesé. Más allá de la falta a nuestras obligaciones la gente podría hablar cosas de usted. Aunque es más seguro que yo salga peor. La gente suele ensañarse conmigo, Alicia.
Me gustaría tanto contarle cosas de mí. Usted seguramente me las sabrá comprender y viceversa; si hay una virtud que tengo es la de saber escuchar. Y sus historias deben ser hermosas como usted, Alicia. Hablamos tanto en mis sueños. Yo encuentro siempre la palabra justa que la reconforta y usted me lo agradece tiernamente.
Así que hace unos días me permití seguirle el recorrido. Usted toma siempre por Corrientes hacia el bajo y en Acevedo toma el subte. A veces mira algunas vidrieras, sobre todo las de ropa, pero nunca se queda demasiado. Lo que no pude saber es si tiene a alguien, Alicia. No me animé a preguntarlo y los comentarios que escuché sobre usted se referían exclusivamente a su aspecto físico. Esto del aspecto físico es una forma suave de decirlo, Alicia, un eufemismo. Los muchachos a veces son bastantes vulgares. Yo creo que por eso me cuesta relacionarme. Ojo: no es que yo me crea superior ni nada de eso. Pero no me gustan las groserías y hoy en día eso es casi un defecto. Y las chicas son peores, Alicia. ¿Escuchó las cosas que dicen? No es que yo tenga demasiados años, tengo cuarenta y siete y sé que las cosas han cambiado; en mi juventud hubieran sido inadmisibles muchas de las expresiones que hoy usan hasta los escolares.
No quiero irme por las ramas. La cuestión era que yo iba a esperarla a la salida y la iba a invitar a tomar un café. No tendría nada de malo, al fin y al cabo somos colegas aunque trabajemos en distintas áreas. Y yo también (aquí le mentiría, pero sólo un poco) iba a tomar por Corrientes. Lo fundamental era no espantarla, Alicia. No quería asustarla, por supuesto, sino que sonara como casual. En realidad, quería que pareciera la cosa más normal del mundo. A lo mejor usted se daría cuenta de que yo estaba estrenando traje, Alicia. Pero para eso tendría que haberse fijado antes en mí y con cierto cuidado y no creo que sea así. A lo mejor me equivoco, me gustaría equivocarme, pero no creo que usted sepa muy bien cómo me visto. Si usted hubiera aceptado, Alicia, yo la hubiera llevado a un bar que encontré en el camino que usted suele tomar. Es un lugar que me parece apropiado para tener una charla que vendría a ser como la primera. Ahora no tiene mucho sentido que le cuente las cosas que había pensado decirle, pero tenía como cinco o seis comienzos de diálogo y después, bueno, una cosa lleva a la otra, cómo quien dice.
Pero ya lo ve, la lluvia complicó todo. Usted no me escuchó o entendió mal y se apuró a llegar al primer refugio. Se detuvo apenas unos instantes y cuando se decidió a salir la perdí entre la gente y los autos. Me pareció que la veía todavía un segundo, antes de que se la llevara definitivamente la lluvia. Me pareció que usted se había dado vuelta para mirarme y tenía una expresión que ya he visto antes, Alicia.
Me gustaría tanto contarle cosas de mí. Usted seguramente me las sabrá comprender y viceversa; si hay una virtud que tengo es la de saber escuchar. Y sus historias deben ser hermosas como usted, Alicia. Hablamos tanto en mis sueños. Yo encuentro siempre la palabra justa que la reconforta y usted me lo agradece tiernamente.
Así que hace unos días me permití seguirle el recorrido. Usted toma siempre por Corrientes hacia el bajo y en Acevedo toma el subte. A veces mira algunas vidrieras, sobre todo las de ropa, pero nunca se queda demasiado. Lo que no pude saber es si tiene a alguien, Alicia. No me animé a preguntarlo y los comentarios que escuché sobre usted se referían exclusivamente a su aspecto físico. Esto del aspecto físico es una forma suave de decirlo, Alicia, un eufemismo. Los muchachos a veces son bastantes vulgares. Yo creo que por eso me cuesta relacionarme. Ojo: no es que yo me crea superior ni nada de eso. Pero no me gustan las groserías y hoy en día eso es casi un defecto. Y las chicas son peores, Alicia. ¿Escuchó las cosas que dicen? No es que yo tenga demasiados años, tengo cuarenta y siete y sé que las cosas han cambiado; en mi juventud hubieran sido inadmisibles muchas de las expresiones que hoy usan hasta los escolares.
No quiero irme por las ramas. La cuestión era que yo iba a esperarla a la salida y la iba a invitar a tomar un café. No tendría nada de malo, al fin y al cabo somos colegas aunque trabajemos en distintas áreas. Y yo también (aquí le mentiría, pero sólo un poco) iba a tomar por Corrientes. Lo fundamental era no espantarla, Alicia. No quería asustarla, por supuesto, sino que sonara como casual. En realidad, quería que pareciera la cosa más normal del mundo. A lo mejor usted se daría cuenta de que yo estaba estrenando traje, Alicia. Pero para eso tendría que haberse fijado antes en mí y con cierto cuidado y no creo que sea así. A lo mejor me equivoco, me gustaría equivocarme, pero no creo que usted sepa muy bien cómo me visto. Si usted hubiera aceptado, Alicia, yo la hubiera llevado a un bar que encontré en el camino que usted suele tomar. Es un lugar que me parece apropiado para tener una charla que vendría a ser como la primera. Ahora no tiene mucho sentido que le cuente las cosas que había pensado decirle, pero tenía como cinco o seis comienzos de diálogo y después, bueno, una cosa lleva a la otra, cómo quien dice.
Pero ya lo ve, la lluvia complicó todo. Usted no me escuchó o entendió mal y se apuró a llegar al primer refugio. Se detuvo apenas unos instantes y cuando se decidió a salir la perdí entre la gente y los autos. Me pareció que la veía todavía un segundo, antes de que se la llevara definitivamente la lluvia. Me pareció que usted se había dado vuelta para mirarme y tenía una expresión que ya he visto antes, Alicia.
Por eso me quedé un rato en la puerta, mojándome, tratando de adivinar si usted se había ofendido. Me quedé como otras veces, pensando en las cosas que hubiera debido decirle para que usted no se vaya así, Alicia, Para que no me mirara de esa manera. Me quedé sola y triste y descartada, con mi traje nuevo y mis frases que seguramente usted ya no va a poder escuchar, Alicia, porque la próxima vez tendrá compromiso o le dolerá el estómago.
Ser: no tengo más que admiración para vos.
ResponderBorrarUn beso
Sergiolín:
ResponderBorrarMe gustó muchísimo el último párrafo. Si bien todo el texto me hizo reir, hay un tono que para mí resulta medio agresivo, quizá yo soy suavecita demás, pero no puedo evitar decírtelo.
Igual quería pasar, comentar y saludar!
PARENTESIS: Sos muy amable, muchísimas gracias. Te leo permanentemente aunque a veces me da fiaca comentar!
ResponderBorrarFROGA: Estoy totalmente de acuerdo en lo del tono agresivo. Ya lo hemos hablado alguna vez y, aunque sé positivamente que sos mucho más suave que yo, en éste caso coincido. Pero también me gustó el último párrafo y digamos que compensa.
Bienvenida de vuelta!
FROG 2: Lo estaba por escribir, me arrepentí, y me volví a arrepentir: No olvides que el que escribe la nota es Ramírez, y es homosexual (por si no se nota). He notado en algunos de ellos (Fernando Peña, por ejemplo) un tono marcadamente agresivo, y muy explícito. Fue escrito según ese parámetro, ahora que lo analizo un poco.
ResponderBorrar¿Qué pensás?
genial, como siempre.
ResponderBorrarMe gustó mucho el estilo agresivo, a parte da para dirigirse a una persona tímida, o mejor dicho una mujer tímida, tal vez sea porque en parte me identifico.
y creo que este escrito del profesor Ramirez será enviado a un par de tímidas que conozco.
Besos!
ANTO: Pero muchas gracias. Viniendo de parte, digamos, de una interesada directa, me da mucha alegría que no te haya caído mal.
ResponderBorrarAtención: Con el agregado del sobrecito que le hice a los post, puede mandarlos por mail directo desde acá. Si le parece que vale la pena, gracias por eso también.
Besos!
Sergio, me quito el sombrero! Realmente genial!!!, me gustó muchísimo, como siempre.
ResponderBorrarUn abrazo!
yo no soy la tímida, yo soy la que para dar consejos tira el tacto al tacho de la basura, a flor de piel la honestidad brutal, agresividad etcétera etcétera. Peeero cuando estoy del otro lado del mostrador prefiero que las cosas las digan así al pan pan y al vino vino, si no uno lo toma por donde más le conviene.
ResponderBorrarah y tendré en cuenta el sobrecito! beso
LUZ: Epa, y es un sombrero mejicano, no es poca cosa. Muchas gracias!
ResponderBorrarANTO: Ah, pensé que era usted la tímida. Bueno, espere a que vea su cuento y le de mis "consejos" para ver lo que es brutalidad...
"Para las feas, estúpidas y aburridas
ResponderBorrarNo, nada. Un 38 y a la mierda."
ajajajaja
eCCelente!!!
Muy gracioso querido! Me gusta además que defienda a sus personajes, "pá que naides quede atrás..." ;)
Gracias, querido.
ResponderBorrarHace rato que no paso, y la verdad al leerte me enojo por no poder pasar más seguido.
ResponderBorrarMe gusto mucho, sobre todo el cuento que le da nombre al blog.
besos
ANA: Es uno de los comentarios más lindos que me han hecho. ¡No se enoje, pase más seguido!
ResponderBorrarBesos!!
me pasa el guinche pa' levantar la autoestima que me quedo en cuarto subsuelo?
ResponderBorrarMuuuuuuuuuuyyyyyy buenooooooooo!!
me diverti leyendote.
Saludos al profesor ese.
Beso.
Ro. (la pipi)
RO: ¿Y eso por qué? ¿Es tímida???
ResponderBorrarEl profesor dice que gracias.
es un cuento tan redondito!
ResponderBorrarlo leo y releo, sabe?
buenas noches.
LA LUNA: Me alegra que te guste! Muchas gracias!!!
ResponderBorrarBesos