martes, enero 16, 2007

Artistas callejeros

Para Fontanarrosa, humildemente


De los artistas de la calle Florida, pocos han gozado de la popularidad de Juan Carlos Pacheco, “El hombre del pene de acero”, y ninguno ha tenido un final tan trágico.
Artista dotado, Pacheco ejecutaba un acto de alto voltaje erótico realizando pruebas increíbles con su órgano viril. El espectáculo se anunciaba como no apto para menores de 18 años con reservas, aunque era tal el virtuosismo de Juan Carlos que muchos padres llevaban gustosos a sus hijos pequeños, y hasta a sus hijas educadas en colegios como el Sagrado Corazón, a que contemplaran las acrobacias fálicas del artista de San Fernando.
Hijo del cantor de tangos Eusebio Pacheco y de la artista circense Miriam Ayala, Juan Carlos mamó desde chico, además de la lactosa tradicional, el gusto por las pruebas riesgosas y la actuación en vivo. En algún momento del destape fue que decidió experimentar con su pilín, y rápidamente saltó a la fama.
Originalmente intentó realizar su acto totalmente a la vista del público, cubriendo apenas su falo con un delicado tul amarillo. Pero diversas Asociaciones primero, y la policía después, lo convencieron de trabajar detrás de una sábana iluminada, de modo que sólo su sombra era visible para el público que, cada vez en mayor número, se amontonaba para presenciar su show.
Tras un comienzo algo dubitativo, Juan Carlos fue agregando pruebas cada vez más asombrosas, obteniendo lo mejor de su pequeño instrumento, como un músico que extrayera las mejores notas de un violín ordinario. Porque en aquella primera época, y por lo que podía apreciarse al contraluz de la sábana, Pacheco no contaba con un miembro superdotado; en realidad se lo veía concentrarse tenazmente antes de la función, y en ocasiones hojear una revista supuestamente erótica, para que su disoluto partenaire cobrara un tamaño tal que le permitiera ejecutar la rutina.
Con el correr de los meses, sin embargo, fue notorio para los habitués que el miembro de Pacheco había crecido y era capaz de realizar pruebas donde se le exigía una fuerza y destreza muy considerables. Por ejemplo: había comenzando haciendo jueguito con una pelotita de tenis, y ahora ya andaba por una de vóleibol La explicación más aceptada era la que adjudicaba el crecimiento al ejercicio constante a que lo sometía el artista, aunque se comentaba también acerca del uso de cierta pomada china, y de un brebaje correntino con propiedades casi milagrosas.
Es decir, que al público tradicional que iba a ver el acto de Juan Carlos, pronto se le sumó otra especie, conformada por hombres y mujeres que aspiraban sobre todo a descubrirle el secreto del desarrollo peneano. Cada acto empezó a convocar una multitud, y Pacheco redujo las presentaciones a una función diaria más dos de los sábados, y desestimó los pedidos de shows particulares, bar mitzavs y festejos de divorciadas que le llegaban a montones, aunque aceptó el auspicio del Boston Medical Group.

Para la gente de los comercios aledaños al lugar donde actuaba, se hizo notoria la presencia diaria de cierto caballero de edad, un arreglado evidente pero carismático que a veces usaba anteojos y a veces tenía barba o bigotes, pero que siempre llevaba la voz cantante en las expresiones admirativas hacia Juan Carlos, y era el primero en poner plata cuando Pacheco pasaba la gorra. Algunos hablaban también de cierta dama que solía acompañarlo hasta unas cuadras antes del “escenario”, aunque nunca se la veía durante el show. El misterio crecía en torno a la figura del artista, casi en la misma proporción que su pito.

Durante la etapa final de su corta carrera, el acto duraba una media hora, y ya tenía una producción considerable: la humilde linterna original que remarcaba su figura sobre la tela había sido reemplazada por un reflector de cuatro colores; había una máquina de humo y un minicomponente Aiwa que reproducía lo mejor de Vangelis. De una gran caja a sus pies, Pacheco iba extrayendo la pelota de vóleibol, un pequeño hula-hula, ladrillos que luego eran partidos con su miembro, un oso de peluche para hacer equilibrio y un gong bastante considerable.

El 7 de julio de 1986 tuvo una tarde por demás ventosa y marcó el fin del mito de Juan Carlos Pacheco. En un alarde de superación constante, el artista callejero se hallaba haciendo malabares con una Tango número 5, cuando un ventarrón violentísimo voló la sábana que lo cubría y dejó el fraude en evidencia: escondida en la gran caja, Miriam Ayala, la madre de Pacheco, manipulaba entre las piernas de su hijo una especie de títere con inequívoca forma de pene. Resultó evidente que el viejo de la voz melodiosa no era otro que Eusebio el cantor, y la gente arrinconó a los 3 en cuestión de segundos.
La policía consiguió evitar milagrosamente el linchamiento que quisieron hacerle los admiradores estafados, las esposas desencantadas y la gente del Boston Medical Group.

13 comentarios:

  1. Que tremendo! Uno más, de tantos genios de la ilusión, incomprendidos en estas tierras.

    Saludos!

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  2. Es lo que yo pensé! Si el tipo los entretenía, los divertía, ¿qué importa si no era con...con...bueno? Pero hay gente jodida, que no quiere que la ilusiones con que te cortás al medio, sino contar los litros de sangre. Beso!

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  3. Crónica TV!!!!!
    Lindo cuento, señor.

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  4. Muchas gracias, señorita. Cuando yo era chico, un tío hacía un "acto" en el que tocaba el violín con el pito (que era el dedo, en realidad). Se ve que quedé traumado...

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  5. En serio????? Es de un absurdo, digno de película de Buñuel, lo de su tío, digo...

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  6. Oiga, yo no le mentiría. Y mi familia es un buñuelo, sí.

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  7. A estos parece que les fue mejor que a Pacheco, pero no era un tema de tamaño, sino de ductilidad. Tiene un poco menos de mérito ¿no?
    "monólogos del pene"
    –¿En qué consistió el adiestramiento que vino a ofrecer Simon Morley, uno de los creadores del espectáculo?
    M.P.: –Nada muy complicado. Nos juntó a todos en una ronda, nos pusimos en pelotas y empezó a hacer figuras, que nosotros imitábamos como nos salieran. Y él nos iba corrigiendo: “el dedo ponelo así”, “el escroto estiralo para allá”... Pero lo más gracioso era que estábamos como diez hombres tocándonos la pija con una seriedad asombrosa en relación con la situación, sin risas ni chistes de doble sentido. Fue una clase técnica.
    –¿Antes de salir al escenario se necesita una preparación especial?
    M.P.: –Hay un precalentamiento con el pene, que no consiste en mirar pornos ni fotos de minas en bolas... (risas). El precalentamiento consiste en estirar el pene, el escroto y los testículos para que el músculo se desentumezca, logrando la flexión y el calor necesario para no lesionarte.

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  8. Hola Sergio
    ¡Qué cuento más encantador! Usted es un poco como Pacheco...¿Se lo mandaste a Fontanarrosa?

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  9. LAURA: No vi la obra, ¿se ponían en bolas? Caramba...cuando repitan los Monólogos de la Vagina me saco fila 0...Ahora, entre ésto y lo que me mandaste por mail, diría que lo tuyo más que investigación ya es obsesión, Lau...

    APALABRADA: Muchas gracias, aunque me gustaría que se explaye. No sé adónde mandárselo, entré en la página de él, pero no encontré contacto. De todas formas, se que es un asiduo lector de este blog, así que...

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  10. Pobres, se les cayo el teatrito!!.
    Muy bueno Sergio, seguro se sentirá muy honrado el Sr. Fontanarrosa.
    Besos!

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  11. ja-ja ¡Genial! pienso que más que la estafa les dolía la "ilusión" perdida..

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