Le sucedió que su mano derecha tocaba el futuro. Se la había pasado al despertar descuidadamente por la cara, y con espanto la había sentido llena de arrugas, de protuberancias, fláccida y como hundida, desagradable al tacto. Había corrido a verse en el espejo del baño y entonces respiró aliviado, porque todo estaba igual. Había probado a tocarse con la mano izquierda y todo había resultado normal. Después, con cautela, había probado otra vez con la derecha, y la retiró enseguida con asco y con miedo: era como tocarle la cara a un viejo, lo cual no le desagradaría tan locamente si no fuera su propia cara de veintidós años, con muy poca sombra de barba que enseguida eliminaría hasta que no quedara ningún rastro. Todavía no se reponía de la sorpresa cuando apoyó la mano derecha por un segundo en la pared y en lugar de azulejos tocó metal helado. Hasta ahí, sabía que algo raro le pasaba al tacto de su mano, pero ni siquiera intuía de qué se trataba. Lo que podía afirmar era que lo que fallaba era solamente el tacto. Por lo demás su mano se veía enteramente normal y respondía como siempre hasta a sus mínimas órdenes. No había rastros de golpes ni coloración distinta, ni recordaba ningún suceso especial con su mano. Orinó cuidadosamente, sosteniéndoselo con la mano izquierda.
Con cautela se preparó el desayuno como si fuera zurdo, con torpeza, sabiendo que llegaría tarde al trabajo en el bar, pero firmemente decidido a no usar la derecha. Después le ocurrieron otras cosas y entendió lo que le pasaba.
No pudo ni siquiera sentir el papel del boleto en el colectivo: hubo como cenizas que se evaporaron inmediatamente entre sus dedos y después nada. Viajó sentado, y durante el trayecto hizo descansar el antebrazo en el muslo, de manera que su mano derecha colgara en el vacío entre sus piernas, sin posibilidad de tocar nada. De vez en cuando la miraba, y entendía lo difícil que le iba a resultar fingirse manco por el resto del día.
Ya en el bar, la primera cosa que le hizo pensar en el futuro fue una caja de hamburguesas. La extrajo de la heladera con la izquierda y sin querer se la pasó a la mano maldita. Sintió inmediatamente el bloque de carne caliente quemándole la mano aún a través del cartón. Lo pensó durante un rato, y después comprobó lo siguiente: las tabletas de chocolate, en la mano derecha eran líquidas y calientes. Las naranjas igual, pero muy frías, como si le hubieran agregado hielo. Había como un adelantamiento en el tiempo de su mano derecha. Pero totalmente arbitrario, porque su cara aparecía como la de un viejo de ochenta años, en tanto que al chocolate y a las naranjas en un rato nomás iba a pasarle lo que su mano ya sentía.
Con cautela se preparó el desayuno como si fuera zurdo, con torpeza, sabiendo que llegaría tarde al trabajo en el bar, pero firmemente decidido a no usar la derecha. Después le ocurrieron otras cosas y entendió lo que le pasaba.
No pudo ni siquiera sentir el papel del boleto en el colectivo: hubo como cenizas que se evaporaron inmediatamente entre sus dedos y después nada. Viajó sentado, y durante el trayecto hizo descansar el antebrazo en el muslo, de manera que su mano derecha colgara en el vacío entre sus piernas, sin posibilidad de tocar nada. De vez en cuando la miraba, y entendía lo difícil que le iba a resultar fingirse manco por el resto del día.
Ya en el bar, la primera cosa que le hizo pensar en el futuro fue una caja de hamburguesas. La extrajo de la heladera con la izquierda y sin querer se la pasó a la mano maldita. Sintió inmediatamente el bloque de carne caliente quemándole la mano aún a través del cartón. Lo pensó durante un rato, y después comprobó lo siguiente: las tabletas de chocolate, en la mano derecha eran líquidas y calientes. Las naranjas igual, pero muy frías, como si le hubieran agregado hielo. Había como un adelantamiento en el tiempo de su mano derecha. Pero totalmente arbitrario, porque su cara aparecía como la de un viejo de ochenta años, en tanto que al chocolate y a las naranjas en un rato nomás iba a pasarle lo que su mano ya sentía.
Confundido, pero ahora sabiendo a qué atenerse, siguió trabajando. Era casi divertido notar la transformación de las cosas de una mano a otra, era un antes y después instantáneo: tenía que tener cuidado porque los huevos se freían en el pase mágico de la zurda a la derecha, y alguno se le rompió al soltarlo. Se le ocurrió que si leyera Braille, con la derecha se enteraría inmediatamente del final del escrito y lo absurdo del pensamiento le arrancó la primera y única sonrisa de ese día de locos.
Hacia las once comenzó a renovarse la clientela, el bar se llenó y el trabajo se puso frenético, pero ya casi no preparaba comida. Eran puros cafés, a lo sumo con una medialuna o dos, y notó que con la derecha le era imposible manejar la máquina de café. Los hierros estaban como retorcidos al tacto de su mano rara y lo quemaban invariablemente.
Hacia las once comenzó a renovarse la clientela, el bar se llenó y el trabajo se puso frenético, pero ya casi no preparaba comida. Eran puros cafés, a lo sumo con una medialuna o dos, y notó que con la derecha le era imposible manejar la máquina de café. Los hierros estaban como retorcidos al tacto de su mano rara y lo quemaban invariablemente.
Si no hubiera estado tan atareado, tal vez hubiera previsto que algo funcionaba mal, que la presión se había disparado, y que increíblemente eso podía rajarse como se rajó, casi en su cara de veintidós años, desparramando agua hirviendo y vapor a presión por todos lados, sobre todo en el costado derecho de su cara.
Hola, de paseo por La timidez y otras cosas finalmente! muy bueno lo de las imágenes en los links (luego entendí!), y más que muy bueno este cuento!
ResponderBorrarbesos
Anto
HEY! ayer te dejé algo acá. ¿se fue?
ResponderBorrarANTO: Muchas gracias! ¿Sigue de paseo?
ResponderBorrarLAURA: No sé qué decirle. Me dejó dos iguales en el otro, ¿tomó la pastilla azul?
Muy bueno, definitivamente me encantan los finales abruptos y contundentes.
ResponderBorrarBesos
...la azul...la azul...? .... no me acuerdo....
ResponderBorrarPor ahí usted se manda unos cuentos realmente excelentes, Muzzio.
ResponderBorrarEl de hoy tiene un final tan imprevisto (pero preciso a la hora de la relectura) que es un gusto.
Muchísimas gracias!
ResponderBorrarMe encantó.
ResponderBorrarLa verdad? Lo disfruté mucho.
Besos.
Era un mozo de La Curva, Lulet...
ResponderBorrarQue buen relato y que sorpresa el final. Muzzio se ve que estar de vacaciones en Ballester lo inspira no???
ResponderBorrarMe alegro por nos, los lectores.
Saludos
caracolitalaburando.com
Estar de vacaciones inspira, en cualquier lado. Ballester no es exactamente Mykonos, pero tiene lo suyo. Ahora me voy al mar en serio, pero calculo que revisaré los mensajes cada 53 minutos, más o menos.
ResponderBorrarAguante Caracola, que Marzo está ahí nomás y las hordas de PAMI mueren por descontrolarse.
Besos!