Tragedia griega

Puede suceder en cualquier blog.

Imagino un artículo encendido y polémico, aunque viciado de errores. Los primeros comentaristas no los advierten, pero luego aparecen airadas quejas, indignadas protestas y amenazas veladas y no tanto.
El autor corrige avergonzado el texto, pero sin aclarar que lo hace; nuevos comentaristas llegan presurosos y encuentran otras inexactitudes. Y también se encolerizan con los opinadores originales, por encontrarlos del todo incoherentes y llenos de mala fe. El dueño del blog aporrea el teclado sin pausa.
Entretanto la voz ha corrido y legiones de exasperados se afanan por dejar aclarada su posición.
El aturdido autor modifica el texto a destajo, aunque ya casi nadie lo lee. Mientras escribe blanco donde decía negro y apoya lo que antes denostaba, entre bambalinas se desguazan las opiniones antagónicas. Jirones de comentarios ensangrentados salpican a los muchos que aún pugnan por decir lo suyo.
Con mano temblorosa, el autor borra todo el post y antes de descerrajarse un furibundo pistoletazo en la sien, escribe:
Váyanse a cagar, pelotudos.
Nunca se entera de que lo felicitan desde Oslo por haber escrito el post más comentado del mundo.