viernes, febrero 27, 2009

La noche del cantor

Una nota previa: Hasta ahora evité poner los cuentos que pueden considerarse largos para un blog, y creo que estuvo bien hacerlo porque cansan de sólo verlos. Al mismo tiempo van a cumplirse 3 años de la publicación del libro y, como una forma personal de celebración (o de resarcimiento, porque la culpa de que sean un poco largos no es de ellos sino mía), voy ir posteando cada tanto algunos de aquellos de los que hasta ahora sólo hubo un pequeño fragmento hace 3 años.


La noche del Cantor - Cuento

Lastima, bandoneón, mi corazón, tu ronca maldición maleva... Lo que lastima los corazones es la voz de Julio, desafinando parejo como todos los viernes, sábado dos funciones y domingo matinée, en El Palacio del Tango de Caseros. Los parroquianos se consuelan con el vino y con las excelentes achuras del Palacio, porciones abundantes, como está anunciado en los pueriles carteles del salón. Y también lo aguantan a Julio porque después vendrá la orquesta de Mauricio Flores para que se largue la milonga. Ya sé que me hace daño, yo sé que te lastimo, canta Julio y el público se siente identificado. El guitarrista que lo acompaña sufre también, se le nota en los ojos, que a veces cierra con fuerza como debe querer cerrar los oídos.
Pero Julio Carletti, nombre artístico Julio Del Puente, prosigue inmutable su marcha sin querellas por las noches de Pompeya. Dos temas más y el gran final con Los mareados, que la gente aplaude con entusiasmo y agradecimiento, porque sabe que es el último. Julio agradece a su vez conmovido y cuando baja del escenario se va directamente a su camarín sin pasar por la barra, no es cuestión de estropearse la garganta todavía.
Hace dos años que Julio consiguió la concesión del Palacio, que en realidad es un anexo del club Defensores. Lo encontró en franca decadencia y se jugó los últimos pesos en levantarlo. Al final los de SEGBA le hicieron un favor al indemnizarlo antes de tiempo. Se resiste Julio a llamar Edenor a la empresa privatizada, como se resiste a dejar de cantar. Por supuesto que sabe que desafina, y que últimamente hasta se olvida algunas letras. Pero lo que siente cuando sube al escenario es demasiado grande como para abandonarlo. Que la gente lo tome por un caradura, que lo soporte a duras penas, que sienta vergüenza ajena. Cualquier cosa, lo que quieran. Pero dejar de cantar, no. Es un derecho que se ha ganado en estos dos años.
Cuando se hizo cargo, apenas si subsistía una barra con borrachos incondicionales y una tarima desvencijada que había servido alguna vez como escenario. Los bailes se hacían con música grabada y lógicamente no convocaban a nadie. Por lo menos, no a la gente que Julio quería convocar: le apuntaba a los que sentían el Tango de verdad, a los que se emocionaban con aquello de que es un sentimiento que de baila. Julio quería convocar a los que entendían la Magia igual que él.

Debe ser por eso que contrató al mago. Ese día había sido especialmente malo para Julio. Andaba resfriado y con la voz tomada y estaba como desconcentrado. Le había dolido la cabeza todo el día y eso se había notado. Por suerte el espectáculo que había preparado Mauricio era contundente. Trajo un pibe nuevito que había arrancado muy bien con la gente, porque era un vecino de Santos Lugares y eso tenía un plus con el público de Caseros. Julio escuchaba el show desde su camarín, que en la semana le servía de oficina y en todo momento era el depósito del material de fútbol. El pibe lo estaba logrando. Con un repertorio elegido a la perfección y el acompañamiento sin fisuras de la orquesta de Mauricio Flores, el éxito estaba asegurado. Y además tenía una voz impecable, que a Julio le recordaba un poco la suya cuando tenía esa edad.
Lo sacó del ensueño el llamado a la puerta. Cuando abrió se encontró con el viejo, que le sonreía desde su metro cuarenta.
- Señor Carletti, buenas noches...
- Del Puente.
- Del Puente, claro. Me dijeron los muchachos que lo podía encontrar acá. Quería felicitarlo, señor Del Puente.
- Bueno, muchas gracias – dijo Julio, y en ese momento se percató del aliento alcohólico del viejo. Con razón, pensó Julio, taqueloparió.
- Realmente me gustó. Mu... chísimo.
- Le agradezco, señor...
- Pero también quería verlo por otra cosa. No sé si tiene tiempo ahora...
- La verdad es que tengo que volver...
-¿A usted le gusta la magia?
Al final, se había quedado hablando un largo rato. A pesar del etílico, el viejo era agradable y saltaba de un tema a otro con la gracia de un prestidigitador. Hablaron del pibe que estaba cantando (quién pudiera todavía, dijo Julio) y de viejas orquestas famosas, que el petiso conocía a la perfección. Pero lo mío es la magia, señor Del Puente, decía el viejito antes de saltar a otro tema. ¿A usté no le parece que podría gustar?
Finalmente arreglaron para hacer una prueba cuando finalizara el baile. Carletti había propuesto que volviera por la mañana, pero el viejo le dijo que de día su magia no tenía efecto. Lo que debe tener efecto a la mañana, pensaba Julio, es todo lo que chupaste, cretinazo. Sin embargo, el cantor se sentía mucho mejor de la gripe y lo de Mauricio era para disfrutar. Julio se emocionaba con los aplausos que llegaban al final de cada tango. Había gritos de aprobación para el pibe, pedidos de temas y las voces de las mujeres se escuchaban nítidas por sobre las de los hombres. El de Santos Lugares definitivamente lo había logrado. Podía perder un rato con el viejo, después de todo.


Era bueno. Contra todo lo que podía suponerse, el mago era bueno. A eso de las cuatro de la mañana, cuando las parejas que quedaban ya no bailaban sino que permanecían ensimismadas en sus mesas, otra vez apareció el mago. Julio estaba solo en su mesa de siempre, tomando un té muy caliente para terminar de componerse la garganta y fumando un cigarrillo tras otro para compensar el tratamiento. Pensaba rematarlo con un whisky doble, pero sin hielo.
- Estoy listo – dijo una voz atrás de él y Julio soltó el cigarrillo sobre sus pantalones.
- Eh, viejo, no me haga eso...
- Disculpe, señor Carletti.
- Del Puente. Y no se lo digo más. Acá me trata de señor Del Puente, ¿estamos?
- Perfectamente entendido, señor Del Puente.
- Usté mejor que nadie debería saber que la magia tiene que conservarse siempre. Los artistas alimentan la fantasía de la gente, qué joder. Si usté me dice Carletti, ¿adónde va a parar mi imagen? ¿Me comprende?
- Cristalinamente, señor Del Puente. No volverá a ocurrir. ¿Quiere que empiece?
- Dele.
Durante los siguientes quince minutos, Julio se había sorprendido con los trucos del petiso. Le causó gracia que, a falta de música para el acto, el enano silbara entre dientes viejos tangos del ’30.


Debía haberlo supuesto. El otro estaría durmiendo la mona o simplemente se había olvidado. La cuestión es que el sábado no apareció. Por suerte no había habido tiempo para anunciarlo de ninguna forma. Ni carteles, ni un aviso por la FM Apuntes, nada. Mejor así. El maldito enano había desaparecido igual que como había aparecido, sin un rastro.
Era el día del Concurso y eso acaparaba completamente a la gente, así que tal vez fuera lo mejor. Los cantores andaban nerviosos y pendientes del Concurso, demasiado preocupados, por otra parte, como para prestar atención a un viejo ilusionista con debilidad por el trago. La intención de Julio había sido que la actuación del maguito atenuara un poco tensión, pero si no se presentaba, nadie lo extrañaría.
Excepto Julio.
Le había tomado una especie de afecto al viejo, totalmente inexplicable. Era verdad que el mago tenía un aire de abuelo bonachón, una especie de duende tanguero y lenguaraz, con el agregado de que le gustaba la bebida. Mientras charlaron en el camarín de Julio, le había contado algunas historias que valían la pena.
Pero Julio tenía la responsabilidad por el buen funcionamiento del Palacio y no estaba dispuesto a arriesgarse con las informalidades del viejo. Si aparecía alguna otra vez, sería como espectador. Para artistas malos ya estaba él mismo.

El domingo prometía ser memorable. Harían su número los ganadores del Concurso y cerraría el pibe de Santos Lugares, todos acompañados por la orquesta de Mauricio. Cartón lleno, pensaba Julio mientras daba las últimas indicaciones a los mozos antes de retirarse a su camarín. Faltaba más de una hora para el primer compás y el Palacio ya estaba lleno a medias. Julio Carletti había decidido no cantar esa noche. Quería que todo fuera perfecto.
Pero cómo le gustaría, piensa Julio mientras se arregla la corbata. Daría lo que no tiene por ser él el encargado de cerrar la función otra vez. Como le ocurrió en algunas ocasiones en los festivales de SEGBA. Ahí si que lo conocieron en un buen momento. Nunca fue un elegido para la canción, eso hay que admitirlo. Pero tenía algo que le llegaba a los que lo oían. Angel, carisma, presencia. Lo que tiene el pendejo que va a cerrar hoy.
Julio termina de acomodarse y se va a controlar que todo esté en orden en el vestuario de los ganadores del Concurso, en diez minutos los presento, muchachos, salgan tranquilos y rompanlán, que hoy hay algo especial en el ambiente.


Julio adivinó que era él antes de abrir la puerta. Ahora se daba cuenta de que lo había estado esperando desde la tarde, cuando acomodaba las cosas en el escenario. Un verdadero caradura, el viejito.
- Usté me debe estar cachando, ¿no?
- Señor Del Puente, lo siento muchísimo, me sentía mal.
- Yo lo sentí muchísimo ayer, señor mío, cuando usté me dejó garpando como un otario. Además que me mintió, viejo. Me dijo que había hablando con los muchachos y era verso.
El petiso ponía cara de aflicción, retorcía las manos nerviosamente y rogaba por otra oportunidad.
- Imposible. Y menos hoy.
Desde el salón llegaban los compases precisos, era el momento del dúo de los ganadores y parecía que se conocieran de toda la vida. Y lo de Mauricio no tenía desperdicios. La orquesta estaba tocando como nunca y la gente lo agradecía. Tal vez fuera una de esas noches que hacen historia, pensaba Julio.
- Entonces... – dijo el viejo.
- Entonces, se queda escuchando por ahí, invitado de la casa. Pero hoy nadie va a arruinar el espectáculo, palabra de Julio Carletti.
- Del Puente.
- Del Puente, gracias.
- Señor Del Puente, yo ya estoy viejo y además soy un flojo. Pero usté fue muy bondadoso conmigo el otro día y yo quisiera hacerle...
- Momento.
Alguien golpeaba la puerta con urgencia.
- Malas noticias, Julio. Estábamos preocupados porque el pibe no llegaba y llamamos a la casa. La mujer dice que chocó y está en el hospital, qué hacemos.
- Qué barbaridá, dijo Julio.


Y por qué no.
A fin de cuentas, un accidente lo tiene cualquiera. Y si no era una noche especial, bueno, el principal desencantado sería el mismo. Julio evalúa la situación mientras los músicos se prestan a los bises. Sabe que en diez minutos debería subir el muchacho de Santos Lugares. Le explicará a la gente lo que ocurrió y para que los que quieran escucharlo, hará él mismo uno o dos temas. Le pedirá a Mauricio que haga un poco del show bailable después, aunque hoy el público ha venido a escuchar. Pero no es tan grave.
O quizás sí. Si la gente no se decide a bailar, el final será mediocre. Y si él tiene una mala noche cantando, el final será malo directamente. En un rato se puede borrar todo lo bueno que han hecho los muchachos antes. Julio se debate entre sus ganas de cantar y la alternativa más lógica, que sería pedirles a los ganadores del Concurso que hagan algunos temas más. Bueno, también podría actuar el mago, aunque se escurrió cuando trajeron la noticia del accidente. Ya andará reclamándoles a los mozos la invitación de la casa con bastante hielo.
Cuando terminan los cantores, la gente comienza a aplaudir por lo que han hecho y por lo que se viene. Julio se aclara la garganta y va para el escenario del Palacio.


Algo le dice que va bien, a Julio.
Lo notó en las primeras notas, la voz le viene profunda y segura, desde alguna parte desconocida del pecho. Y afina sin esfuerzo. Mauricio Flores asiente con la cabeza, mientras alza las cejas y tuerce la boca. Mirá vos, pero qué sorpresa.
Julio prueba a alargar las frases y ponerle más aire. La voz lo obliga a abrir más la boca y Julio siente la vibración portentosa de sus cuerdas vocales. Lanza una nota imposible y comienza el estribillo conmovido con su propia voz, que no es su propia voz. A través de las primeras lágrimas, mira al público por primera vez y nota el asombro y la admiración. Alguno participa del llanto, también.
Julio se deja llevar por la magia del momento y encara el final del tango agregándole una distorsión virtuosa al último verso. Cuando gira la cabeza se encuentra con el viejo duende que le guiña el ojo un momento antes de escabullirse de nuevo y el cantor comprende cual es el regalo que le ha hecho, usté fue bondadoso y yo quisiera hacerle, dijo el enanito antes de desaparecer, pero qué me iba a imaginar que al final convoqué a la magia nomás, piensa Julio cuando empieza a recibir la primera ovación.

12 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encantó!, un placer leerlo siempre Sergio.
Por cierto, cuénteme entre sus seguidores, no tengo blog, pero lo leo diariamente.
Un beso

G dijo...

Pues sí, confieso que yo lo de leer en pantalla lo llevo muy mal, así que me daba pereza, pero luego lo intenté y... Me encantó; muy bonito y con mucha magia ;>
Besos!

Sergio Muzzio dijo...

LUZ MARIA: Bien! Ya está contada y en breve le llegará el carnet pertinente. Muchas gracias!

G: Es totalmente insoportable leer algo extenso por acá, mejor cómprese el libro...
(Muchas gracias!)

El Profe dijo...

¡Qué buen cuento, Sergio! Pleno de evocadoras imágenes, felices momentos y además, con la magia de lo enigmático ¡Una joyita! Gracias, amigo. Un abrazo.

Sergio Muzzio dijo...

Muchas gracias, Profesor! Es un cuento querido, entre otras cosas porque después (pero mucho después) de escribirlo me di cuenta de que era para el viejo Carlitos (¿Carletti?) Vivas, ex empleado de Segba, ex novio de mi vieja y asiduo concurrente a las milongas de Tigre y San Fernando.
Gracias de nuevo y abrazo.

Cintia Fritz dijo...

¿Hay más?

Sergio Muzzio dijo...

Cintia: ¿Hay más qué? ¿Cuentos? Sí, hay una etiqueta por ahí, y abajo de todo a la derecha estoy armando el índice del libro.
Ahora, si la pregunta es si hay más de este cuento, la respuesta es no...termina ahí. ¿A qué se refiere, Fritz?

Cintia Fritz dijo...

Me refería a que quiero más cosas para leer. Y después de publicar el comentario, me di cuenta de las etiquetitas.


No se ponga de malhumor, que le va a hacer mal a la salú.

Sergio Muzzio dijo...

Ah, no, pero no es malhumor, Fritz. Es ganas de ayudarla!
Lea tranquila, y después me dice.
Beso!

G dijo...

Pues lo cierto es que ya había buscado su libro por por estos mundos cibernéticos, pero no lo encontré y, no sé, no creo que hay llegado a las librerías de acá (¿o sí?).
Si me dice dónde comprarlo, por supuesto que lo haré.
Besos!

Sergio Muzzio dijo...

G: Por curiosear, nomás, entré a la página de la editorial
(http://www.dunken.com.ar/web2/libreria_detalle.php?id=6449)

y le sale 6 dólares el libro...y 24 el envío.

Tengo amigos (jefes, báh) que van a cada rato a España, mande un mail más o menos indicatorio de su ubicación y lo resolvemos.
Muchas gracias!

Anónimo dijo...

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