sábado, marzo 31, 2007

Encuentro imaginario

entre Giuseppe Baldini y Antoine Pélissier, perfumistas


Ejercicio autoimpuesto de imitación creativa (?), no recomendado por ningún taller y sin otro objetivo que el entretenimiento propio, y tal vez ajeno.
Los citados son personajes de la novela “El perfume” de Patrick Süskind.


Dice el autor:
“En aquella época vivían en París una docena de perfumistas. Seis de ellos vivían en la orilla derecha, seis en la izquierda y uno justo en el medio (1), en el Pont au Change, que unía la orilla derecha con la Íle de la Cité…”
“…Baldini se quitaría la levita impregnada de agua de franchipán, se sentaría ante su escritorio y esperaría una inspiración. Esta inspiración no llegaría. Entonces se dirigiría a toda prisa al armario donde guardaba centenares de frascos de ensayo y haría una mezcla al azar. Esta mezcla no daría el resultado apetecido. Con una maldición, abriría de par en par la ventana y tiraría el frasco al río. Haría otra prueba, que también fracasaría, y entonces empezaría a gritar y vociferar y acabaría hecho un mar de lágrimas en la habitación de ambiente casi irrespirable. Hacia las siete de la tarde bajaría desconsolado, temblando y llorando, y confesaría: ‘Chénier, ya no tengo olfato, no puedo crear el perfume…”
“…y entonces Chénier le propondría enviar a alguien por un frasco de ´Amor y Psique´de Pélissier, y Baldini accedería con la condición de que nadie se enterase de semejante vergüenza; Chénier lo juraría y por la noche perfumarían el cuero del conde Verhamont con la fragancia ajena…”
“…¡Ah, qué triste resultaba para un hombre cabal verse obligado a seguir caminos tan sinuosos! ¡Qué triste manchar de aquel modo lo más valioso que el hombre posee, su propio honor! Pero, ¿qué hacer, si no? El conde de Verhamont era un cliente que no podía perder. Ya casi no le quedaba ninguno…”
“…Y si Baldini, finalmente, experimentando durante noches enteras averiguaba la composición de ‘Amor y Psique’, Pélissier creaba ‘Noches turcas’ o ‘Fragancia de Lisboa’ o ´Bouquet de la corte’ o el diablo sabía qué más. Aquel hombre era, en todo caso, con su irrefrenable creatividad, un peligro para todo el gremio.”

(1) A mí me da 13, pero así dice.

El dilema de Baldini, en la novela, se ve resuelto con la aparición de Jean-Baptiste Grenouille, el asesino del olfato más fino del mundo. Pero supongamos que no fue así, y que tampoco envió a otro a conseguir el perfume del odiado Pélissier.
Acá voy:

Baldini desembocó finalmente en la Rue Saint-André-des-Arts y se detuvo frente al toldo esmaltado de Pélissier. Echó una rápida mirada al mostrador distante y vio que se hallaba vacío. Si sus cálculos eran correctos, Pélissier no se rebajaría a atenderlo en persona. Hasta él mismo, el arruinado Baldini, conservaba aún las formas y mantenía en el mostrador a Chénier, y sólo bajaba de su estudio cuando se trataba de un cliente demasiado importante.
Vio su reflejo en el oscuro vidrio del escaparate y le pareció que el bigote falso se había despegado un poco del lado derecho. Lo apretó firmemente, contuvo la respiración y entró en el local.
Cuando volvió a respirar, lo asaltó un remolino de olores más vertiginoso aún que el de su propia perfumería, que de inmediato le llenó los ojos de lágrimas e hizo que su nariz, congestionada por los intentos fallidos de imitar el “Amor y Psique”, comenzara a gotear. A su paso un carillón anunció la entrada y automáticamente se puso en funcionamiento un dispositivo mediante el cual un ángel de oro comenzó a verter desde su cántaro una famosa creación de Pélissier llamada “Fuego español” en una enorme fuente en forma de concha, también de oro macizo. Baldini lo comparó con sus tristes garzas de latón que escupían la vieja agua de violetas cuando (cada vez más espaciadamente) un cliente trasponía las puertas de su negocio, y no pudo evitar sentirse descorazonado.
Más aún cuando vio que el propio Antoine Pélissier bajaba pomposamente las escaleras de ébano para atender el llamado.
- Sea usted bienvenido, monsieur… - dijo Pélissier ubicándose detrás del mostrador. Había hecho la pausa justa para que su interlocutor se presentase, pero Baldini no había previsto eso y dijo lo primero que acudió a su mente.
- Frangipani…Giuseppe Frangipani, maître Pélissier…
- ¡Caramba! ¿Acaso sois descendiente del famoso Mauritius Frangipani, el descubridor de la solubilidad en alcohol de…?
- No – cortó Baldini -, me temo que no. Soy apenas un comerciante de sedas de paso por vuestra ciudad, monsieur.
- Vaya. Frangipani es el inventor del perfume tal cual lo conocemos hoy, de ahí mi…
- Conozco la historia, gracias. Pero os repito que sólo es una coincidencia.
- Estimado señor Frangipani…¿en qué puedo serviros? Mi local está enteramente a vuestra disposición.
- Muchas gracias. Bien, desde que llegué a París no he escuchado hablar más que del “Amor y Psique” de Pélissier.
- Es lo último que he creado, claro.
- Lo he sabido también.
- Y naturalmente lo queréis - dijo Pélissier con un brillo de triunfo en los ojos. La seguridad del hombre joven y la displicencia con que Baldini percibía que lo atendía hizo que se sintiera súbitamente enojado.
- En realidad no, maître Pélissier.
- ¿No?
- Verá (2): no ha terminado de gustarme. Lo hallo un tanto tosco y vulgar. - dijo Baldini mientras volvía a secarse la nariz.
- Ahá…- dijo Pélisier fingiendo interesarse y controlando a duras penas su deseo de tomar al otro por las solapas.
- En efecto. Tuve ocasión de experimentarlo y me pareció una fragancia común. ¿Por qué París se rinde frente a esto?, me pregunté.
Baldini se escuchaba a sí mismo como en distintos planos. En uno estaba simplemente siendo Baldini, diciendo lo que en verdad le parecía y olvidando el motivo de su visita al negocio de Pélisser. En otro (pero este era un plano más alejado, casi un susurro inaudible) se preguntaba adónde quería llegar y se imploraba abandonar esta tontería.
- ¿Y qué habéis descubierto, maître Frangipani? – preguntó a su vez Pélissier, cambiado con sorna el “monsieur” por el “maître”, cosa que a Baldini le pasó inadvertida.
- Pues no lo sé, francamente. Supongo que son los tiempos que corren, mi estimado Pélissier, donde la novedad tiene más predicamento que las cosas verdaderamente buenas. Pero no he venido a deciros eso…
- Espero que no – dijo Pélissier mirando al otro directo a los ojos – Ahora, si quisiérais ser más espécifico…
- No os he dicho toda la verdad, antes.
- Señor – dijo Péllisier irguiéndose en toda su elevada estatura -, hace apenas dos minutos que habéis ingresado a mi local. Y ya habéis insultado una de mis fragancias y ahora confesáis que también sois un mentiroso. Debo pediros que…
- En realidad sí soy descendiente de Mauritius Frangipani.
- Pues…
- Aunque no me he dedicado al arte de la perfumería…
- Entonces no sois quién para…
- Pero conozco todo lo que es menester, maître Pélissier…
- Lo dudo bastante…
- Y tengo una inmensa fortuna. Escuchad: hay en esta ciudad alguien que sí mantiene las sagradas tradiciones de vuestro arte, alguien a quien mi ancestro elegiría sin dudar como su digno sucesor…
- ¿A quién os referís?
- Sin embargo es un hombre viejo y enfermo, y además está en bancarrota y pronto se verá obligado a cerrar sus puertas.
- ¿Baldini?
- Alguien que en otros tiempos creó verdaderas obras de arte como la “Rosa del Sur”.
- ¡Baldini! ¡Estáis hablando del decrépito Baldini!
- Esta es mi propuesta: deberéis conseguir las fórmulas de Baldini, de cualquier manera. Luego, en secreto, os financiaré para producirlas a gran escala.
- ¡Salid inmediatamente de mi negocio!
- El esplendor de las grandes fragancias de Baldini será nuestro…
- Maldito loco…¿por qué no vais directamente a ver al viejo Baldini…?
- Ya os he explicado que agoniza: mejor vos, mejor alguien joven aunque sin talento…
- ¡Fuera de aquí!


Y así sucesivamente. Pélissier terminaría echando al atrevido y Baldini se quedaría sin el perfume, pero con la satisfacción de haberle dicho unas cuantas cosas al rival, y encima tentándolo por saberlo ambicioso. Y si Pélissier no lo echara y aceptara robarle las fórmulas al “otro”, aunque después todo quede en nada, ¿no sería fantástico para el viejo Baldini?


(2) ¿Verá? ¿Veréis? No importa mucho, y supongo que me equivoqué en varios.


jueves, marzo 29, 2007

Dueño de un apéndice solitario

Desde que el primer mentiroso con diploma inventó lo de los virus, el gremio de los médicos y afines no ha cesado de burlarse de nosotros. Todos los días descubren alguna cosa importantísima (según ellos) y que casualmente se da de patadas con lo que predicaron hasta hace dos semanas. Semejantes contradicciones, que en otro rubro harían rodar cabezas, en medicina se aplauden como un logro, como un nuevo avance de la ciencia, y a toda velocidad se difunden por cadena nacional.
Por ejemplo: hasta hace un mes el apéndice no servía para nada, te lo sacaban incluso a la pasada de otra operación. Muchos marineros se lo extirpaban por las dudas antes de irse a pescar el calamar, para evitar el riesgo de que les reventara en alta mar que, según los tránsfugas de guardapolvos, era lo único que podía esperarse del apéndice.
Y ahora resulta que no, que viene a ser casi el órgano principal. Es el colmo.

Nadie duda de que hay una ciencia seria y formal, y que incluso es refrescante que de vez en cuando los Doctores se saquen el corsé con alguna noticia simpática y estrafalaria (es como el aggionarmiento de la religión, como un acercamiento de la ciencia dura a los legos), pero esto del apéndice suena más a pavada de Hollywood, a estupidez mediática para la mayoría mononeuronal.
Es que ellos saben que tienen impunidad: si algunos protestamos demasiado, dentro de un mes dirán que una nueva investigación invalida todo lo antedicho y demuestra que en realidad el apéndice sólo sirve para juntar los hollejos que te tragás sin querer.

El artículo, publicado el mes pasado por la National Academy of Medicine and Medical Research decía casi textualmente:
Un estudio realizado en la Universidad de Massachussetts demuestra que el apéndice es un órgano directamente relacionado con las emociones y los afectos, incluso el amor.
Según la Dra. Susan Leigh, coordinadora del equipo de investigadores “Sex, drugs and rocknroll” , el hipotálamo del cerebro está íntimamente relacionado con el apéndice a través de la vena cava superior (1) y tal relación es bidireccional (y no unidireccional desde el cerebro, como se suponía), siendo el apéndice el sitio donde se originan los Sentimientos Humanos Altos (HHF por sus siglas en inglés), como la piedad, la amistad y el amor a la camiseta .
El resultado es francamente revolucionario, por varios motivos: se comprueba que no estaban tan errados los que antaño le atribuían esa particularidad a un órgano (N. De la A: el corazón) y se establece por primera vez la función específica del apéndice humano.
Entre los testimonios recogidos se destaca el caso de apendicitis aguda sufrida por el cantante melódico Lou Dennis mientras veía a su novia flirteando con otro en el reality “Big Brother”.

(1) Esquema altamente lisérgico presentado por los investigadores:



Después el artículo se divaga hacia consideraciones mucho más técnicas, seguramente incluidas con el objetivo de confundir y rellenar. Lo importante era dar esa noticia, anunciar que es el apéndice el que se te inflama cuando la ves pasar a Gabriela en minifalda o cuando Goyeneche canta “Naranjo en flor”.

Hablando de artistas, la noticia causó más bien indiferencia. Ya se habían ne fregado cuando la ciencia destituyó al corazón y de todas formas nadie, ni cantautor ni plomero, dejó de usarlo metafóricamente (y no tanto) como el centro vital de los sentimientos.
Mucho menos se harán fanáticos del apéndice, que es una cosa antiestética con forma de ají en vinagre, y que ni siquiera late.
De todas formas, algunos que se la dan de transgresores y de modernos, ya han cometido desatinos como Owner of a lonely apén, una cosa espantosa que, aunque mantiene la fonética, remite más a tenia saginata que a algo romántico (ver post siguiente).

De todas formas, la última pavada de la Medicina tiene poco futuro: está a punto de colapsar el sistema jurídico entre las demandas de mala praxis y los pedidos de habeas corpus.
A ninguno le pasó desapercibido que la oportunidad era increíble: entre los que protestan por haber sido privados del órgano y los que se amparan justamente en eso, a la Doctora Susan Leigh la deben tener escondida para que no la fajen.

Efectivamante: ministros corruptos, asesinos despiadados, violadores de cuises, incluso menemistas…todos pueden alegar ser inimputables, siempre y cuando demuestren que carecen del apéndice. Porque ¿cómo podrían ser culpables, si les robaron quirúrgicamente la posibilidad de ser altruistas y piadosos?
- ¿Cómo pudiste, Bush? ¿Acaso no tienes corazón?
- Corazón sí, lo que no tengo…
Y casi con orgullo el sátrapa mostrará la lívida cicatriz del costado.
La otra cara de la misma moneda son los apáticos operados, que también reclaman aunque con menos efusividad (tal vez lo hacen a propósito, justamente para reforzar su caso).
Dice Fernando de la Rua, extirpado en 1951:
- Yo antes era un cascabel, un canto a la vida y un miura en celo. Ahora ni siquiera fantaseo con mi nuera.

El lado positivo es la esperanza que se les brinda a muchos con lo del transplante de apéndice o el Apéndice Artificial que ya sacó la Fundación Favaloro, que es mucho menos riesgoso y más barato que un corazón.
Aunque sea psicológicamente, el impacto es fuerte y seguramente traerá secuelas. Legiones de recién injertados llenarán las calles recitando a Becquer y ayudando a cruzar la calle a cieguitos y ancianos.
Matrimonios desapasionados dejarán el Viagra y los disfraces de Gatúbela, y optarán por un apéndice joven, preferentemente latino, y un chequeo a tiempo evitará las recaídas y también los crímenes pasionales por exceso de irrigación.Por lo menos hasta la primavera, cuando los farsantes del estetoscopio nos distraigan confirmando las propiedades adivinatorias ubicadas en el ojete, y entonces acierten con los horóscopos, como siempre, los astrólogos que lo tengan más desarrollado.

Dueño de un apéndice solitario

Yes!

viernes, marzo 23, 2007

"Mientras escribo"

Estoy leyendo el libro de Stephen King (gracias CHAOSTAR) acerca de su formación como escritor y algunos tips del oficio. No leí mucho todavía, voy por la adolescencia, aunque ya se ve que realmente es muy ameno e instructivo, y además tiene la virtud de hacerme recordar (salvando las enormes distancias siderales) mis propias experiencias con el tema. Y gratamente descubrí, por ejemplo, que la pulsión por escribir (y por dibujar, en mi caso) es tan antigua como la de King, aunque en mi caso permaneciera luego en estado embrionario hasta hace unos poquitos años.
De una forma bastante particular también me di cabal cuenta de por qué padecí tanto con la elección de una carrera (pasé por Bioquímica, hice 2 años de Diseño Gráfico y finalmente me recibí de analista de sistemas ya grandecito): tantas vueltas para poder decir que lo que me gusta es escribir.
Claro que no puedo dar consejos, y ni siquiera me considero un escritor todavía, pero eso no impide que, a la sombra de lo que cuenta SK, señale algunos hechos que a la distancia me parecen significativos:

I
Yo pasaba los libros que leía o las películas que veía a historietas que dibujaba a birome en papel oficio. Y si no me acordaba de algo, lo inventaba. Al final acabé por inventar todo y hacer mis propias historietas, que les gustaban a mis parientes grandes y que destrozaban las críticas de mis primos chicos. Yo hubiera preferido que fuera al revés, que les gustaran a mis primos y a los otros chicos de mi edad, porque las opiniones de los mayores no me interesaban ni me parecían muy objetivas. Ahora pienso que las opiniones de los chicos tampoco eran muy sinceras, por cuestiones de maldad propia de la edad. Lo cierto es que me desanimaron bastante.
Recuerdo haber hecho a los 8 o 9 años un comic sobre cowboys en el que alguien en un Saloon pedía “un vaso de whisky”. Mi primo Fabio, un año menor que yo, execró la historia de movida y me enloqueció repitiendo esa frase, con la (supuesta) entonación de un vaquero y cambiando de bebida: un vaso de Toddy, un vaso de Coca, un vaso de moscato… Terminamos a las piñas, por supuesto.

II
Un poco más grande empecé a copiar a Ricardo Villagrán, el genial dibujante de historietas como el “Mark” de Robin Wood. Incluso le copié un efecto que usaba Villagrán para sombrear, seguramente con un sello: yo también me hice uno con una goma de borrar a la que le practiqué canaletas atravesadas. O sea que suplía la falta de materiales con cualquier cosa: lo que quería era dibujar.
Ese entusiasmo no me duró mucho tiempo, y a los 14 o 15 dejé de dibujar durante años.
A veces me pasa que no escribo porque me digo que no cuento con el tiempo, o con los elementos necesarios (incluso las ideas). Tendría que acordarme de la gomita “Dos Banderas” y escribir aunque sea en papel higiénico, y con cualquier cosa que sea capaz de manchar ese papel.

III
Mi materia favorita en la secundaria era Lengua (o como se llamara entonces). Pero todas mis redacciones eran demasiado serias y rebuscadas. Supongo que tenían algo que ver con mi personalidad de entonces, que era bastante introvertida y atormentada. Me divertía bastante poco en realidad, incluso escribiendo.
Hace unos años la empresa donde trabajaba sacó una publicación interna muy mala, y con algunos compañeros decidimos hacer la versión no oficial de la revista. La “dirección” del pasquín recayó en mí.
Sacamos algo bastante bien hecho, y era irónico, mordaz y despiadado, pero sobre todo muy divertido. No dejábamos títere con cabeza, retocábamos fotos, criticábamos a la empresa y también a los compañeros y la mayoría lo tomó muy bien (algunos no, y decidimos cortarla en defensa propia), y me hizo darme cuenta de que el humor, para algunos temas, me permitía ir más profundo que lo puramente formal y correcto.
Hoy en día continúo buscando un equilibrio en lo que escribo, que me permita divertirme sin ser solamente liviano y también, ocasionalmente, ser serio sin que la gente crea que estoy hablando en broma.
Guardo 3 ejemplares de la revista pirata, en donde aparecieron publicados algunos de mis cuentos antes de que decidiera ponerlos en un libro.

IV
Además de aprender cosas, me divertí mucho en los talleres que hice con Alejandro *, y creo que eso es fundamentalmente lo que me da ganas de seguir haciéndolos. Creo que transmite una alternativa de mucho estudio, mucho trabajo y mucha caída de mitos, como el de emparentar la seriedad con el gesto adusto y el examen perentorio. Si él lo hiciera así, le saldría forzado. Y yo también lo haría forzado, y todo sería como estar haciendo una carrera forzada de las que mencionaba al principio.
Ahora, mientras escribo, sospecho que en el estilo literario de cada uno habrá algo de lo que quiere para su vida. Y yo trato de divertirme un poco más que cuando estaba en la secundaria y escribía redacciones.



* Posteado originalmente en este blog, que regentea este señor.

miércoles, marzo 21, 2007

Ferrero, el adelantado

La rica historia del fútbol abunda en prodigios de habilidad y de inventiva. Harto menos frecuentes son los casos de estrategas fenomenales, de jugadores dotados con la capacidad de imaginar movimientos alternativos, o de prever el desarrollo de la jugada con exactitud. Se dice que Pelé era capaz de mantener tres dibujos mentales posibles, y de elegir siempre el más conveniente; Maradona, según el mismo estudio, llegaba a los cuatro aunque no siempre discernía cuál era el mejor y, por ejemplo, dejaba en posición de gol a Blas Giunta e inexorablemente la pelota iba a parar a la tercera bandeja.

Curiosidades, fenómenos que deslumbran al simple aficionado e intrigan a los investigadores científicos. Como el caso de Enzo Ferrero, el pibe de Campana, que jugó en Boca Juniors a partir de 1971 y que durante varias temporadas hizo una sociedad magnífica con el Patota Potente.
Ferrero era zurdo, era habilidoso y era rápido, y después de una intervención quirúrgica fue también un adelantado: durante algún tiempo al menos, Ferrero pareció tener un sexto sentido que le anticipaba con precisión dónde debía ubicarse y dónde se encontraría el resto de los jugadores. Después se tornó incomprensible hasta el absurdo y se diluyó en el olvido como tantos otros.

Reseñando la historia de Ferrero, los investigadores hablan de un punto de inflexión acaecido luego de la operación de ligamentos cruzados que le practicaron en abril de 1972.
En efecto, grabaciones de la época anterior a la operación muestran a un Ferrero hábil pero sin visión, un puntero izquierdo con desborde pero no completamente integrado al resto del ataque.
Y luego de pasar por el quirófano se ve al Ferrero deslumbrante, al jugador que de espaldas habilitaba a los compañeros o que iba a buscar un rebote que todavía no se había producido, y siempre con una exactitud asombrosa.
Dice Carlos María García Cambón, compañero del wing de Campana: “Enzo salió muy cambiado de la operación…Hablaba de un túnel, de una luz, de gente que decía su nombre… Pero eso es lo que siente cualquier jugador cuando va saliendo a la cancha, ¿no?…”

Los partidos inmediatamente posteriores a la cirugía convirtieron a Ferrero en el jugador estrella: comenzó a manejar todos los balones con una clara anticipación de la jugada por venir, que en algunos casos parecía mágica y en otros pura suerte. Es famoso el gol que le hizo al Pepé Santoro, arquero de Independiente, al que Ferrero le pateó desde su propio campo un balón que parecía llegar débilmente a las manos del golero, cuando éste sufrió un desmayo sorpresivo y la pelota entró como en cámara lenta, rozando la aletargada mano derecha de Santoro.

Pases increíbles, captura de todos los rebotes, casualidades extrañas, visión privilegiada y la habilidad de siempre, hicieron que Ferrero se volviera indescifrable para los adversarios. Pero en poco tiempo también se hizo incomprensible para sus propios compañeros.
Rememora el Muñeco Madurga: “Al principio iba todo bárbaro, él sabía quién se iba a mover para quebrar el orsai, y se la dejaba justa. O te hacía esos pases de espaldas como si tuviera ojos en la nuca. Pero después algo le pasó, perdió precisión o intuición, o dejamos de entenderlo. Fue muy triste, pobre Enzo…”

Dos testimonios de la época en que los compañeros de Ferrero ya estaban francamente indignados con su desempeño, les dieron la pista a los investigadores de “Angola Today Sports”.
En un pequeño artículo del Gráfico de 1972 Potente relata lo siguiente: “En el vestuario casi nos agarramos con el Enzo, porque me recriminó que se la había pedido en un lugar y la fui a buscar a otro…pero yo ni siquiera se la había pedido”.
En el mismo artítulo, el Chapa Suñé, tratando de ser irónico, agrega algo fundamental: “La semana pasada Ferrero se la pasó tirándola afuera y me decía que yo me corría a propósito, que le estábamos haciendo el boicot. Hoy, que jugué de 8 en lugar de 5, me di cuenta de que acá hubiera agarrado todas las que mandó a los caños la semana pasada…já.”

En reciente charla telefónica con el doctor Ruiz, el cirujano que operó al jugador, manifestó: “Ferrero tuvo un paro y se nos fue por un minuto mas o menos...”
¿Pudo estar Ferrero adelantado a su tiempo, en virtud de quién sabe qué don adquirido en aquel episodio? Los hechos parecen indicarlo así.

En efecto, estudiando los tapes los investigadores han concluido lo siguiente: Ferrero “volvió” con la capacidad de prever el futuro.
Y esa capacidad se fue incrementando: al principio fue de apenas un segundo y después llegó a mas de una semana.
Superponiendo las imágenes, los estudiosos comprobaron estupefactos que las pelotas que una semana terminaban en el lateral coincidían exactamente con la posición que ocupaba Suñé la semana siguiente.
El problema era que Ferrero no podía discernir entre lo real y las visiones, y enseguida quedó afuera del equipo.

En el último partido que jugó hizo un fantástico gol en contra (para Ferrero se lo hizo a River Plate, equipo al que enfrentarían siete días después) y lo festejó enloquecido hasta que fue detenido y golpeado por sus compañeros, por el masajista, por tres hinchas y por dos policías con sus correspondientes perros.

Algunos rumores aseveran que finalizó su carrera en el “Unione e Benevolenza” de Campana, pero no como jugador sino como ayudante de campo, y que su principal virtud era darle al técnico un informe detallado y preciso de lo que harían los rivales quince días antes de enfrentarlos.





martes, marzo 20, 2007

Caricias antes de dormir


Es el ritual de los besos antes de dormir, con sus caricias de cobertor y sus sábanas fragantes, sus deseos de dulces sueños y sus plegarias bostezadas, y un último pedido de agua ya abrazando al osito, para que madre se divierta adivinando que lo que pide en realidad es un momento más de luz, y entonces se demore acomodando una manta un poco despareja, aunque después del agua haya que volver a arroparlo, a besarlo casi dormido y a pasarle la mano por el pelo, y todo mientras se revisa ante la mirada infantil que la ventana esté bien cerrada y se abre grande la puerta del ropero para que ya con un sólo ojo él espíe y se tranquilice y después con los dos ojos en los de madre hay todavía una milésima de duda antes de que ambos sonrían, porque madre ya no se acuerda o no se quiere acordar de que, en cuanto se quede solo, eso que anda en las sombras saldrá del ropero cojeando o lo tocará desde abajo de la cama con una uña sucia y torcida, y habrá que gritar hasta que alguien encienda la luz o hasta que crezca y se consiga con quien dormir y nunca hablen de eso, o las pastillas.



jueves, marzo 15, 2007

Casas embrujadas


En mi barrio hay un local que es yeta. Ahí ya se fundieron una bulonera, una agencia de Prode, una carnicería y ahora una librería. Y eso desde que nosotros nos acordamos.
El lugar no es malo (aparentemente), está muy bien ubicado, tiene las dimensiones apropiadas y no debe ser caro el alquiler, porque cada tanto lo ocupan.
Pero ningún negocio prospera: en un par de meses bajan la cortina, sean del rubro que sean.
Los que alquilan son de otros barrios: ninguno de nosotros lo alquilaría jamás porque conocemos los antecedentes y en estas cosas somos supersticiosos. Nosotros esperamos con interés a que aparezca un negocio nuevo y secretamente apostamos cuánto va a durar.
Si me preguntaran a mí, a los que alquilen yo les recomendaría que hagan limpiar el local, y no me refiero a mugre común. Hablo de yeta, de mala suerte, de estigmas, de brujerías y de maldiciones. Y si no creen en esas cosas, que lo hagan igual y que digan que están fumigando.

Yo, como Stephen King, creo que algunos lugares pueden atraer esas cosas. Que algunos lugares actúan como la casa Marsten y propician cosas malas; lugares donde ha pasado algo muy grave y que quedaron como impregnados de eso. Y que no se liberan tan fácil, al contrario: en determinadas circunstancias (con un habitante malo, por ejemplo) vuelven a activarse, a veces incluso con mayor fuerza. Como si fueran catalizadores de cosas negativas.
Lo que no sé es hasta qué punto también pueden contagiar, porque hace una semana se fundió la mercería que hace años está al lado del local maldito. Y anteayer cerró la pinturería que estaba del otro lado.

El dato no es menor: sólo tuvieron problemas los negocios adyacentes, el resto de la cuadra por ahora resiste. Y otro dato: nadie murió, ni tuvo otro accidente: la debacle fue económica, exactamente igual a nuestra casa Marsten propia.

Ya confirmamos con amigos de otros barrios, y casi todos tienen historias de locales parecidas a la nuestra. Nos preguntamos consternados hasta dónde se habrá extendido la peste a esta altura.
Decimos que tal vez la clase de vampirismo que nos tocó y que nos viene desangrando, no nos convierta en muertos vivos literalmente, sino en algo parecido. En una especie de Rey Midas al revés, y entonces todo lo que tocamos va a parar a la lona.
Si el fenómeno se repite en el país, entonces es alarmante. Si la peste se propaga, aunque sea lentamente, entonces estamos todos condenados.
Pero también, si hubiéramos encontrado la causa de nuestros males podríamos intentar la solución.

Nosotros desde ayer nos estamos preparando, porque mi zapatería es el negocio que sigue y hace dos días que no entra un solo cliente ni a preguntar.
Esta noche vamos a colarnos en la ex librería, en el sitio desde donde el Mal se extiende por nuestra cuadra.

Vamos bien provistos, aunque no de estacas. Nos hemos pertrechado convenientemente con elefantitos que tienen un billete anudado en la trompa, estampitas de San Cayetano y varios platos de ñoquis que distribuiremos con algún papel moneda debajo. Es de esperar que esto funcione, y en ese caso iremos local por local, silenciosamente, barrio por barrio hasta encontrar los negocios de tristes cortinas bajas que nuestros amigos habrán marcado con una X, y los redimiremos.
Y cuando el país comience a reactivarse y la ministra de Economía se adjudique el mérito, nosotros sonreiremos tranquilos, y seguiremos vigilando hasta que desaparezcan todas las casas Marsten de Argentina.

viernes, marzo 09, 2007

Maradonia

Ahora a casi nadie le parece tan buena idea, pero ya no hay vuelta atrás. Ahora ya se ha invertido mucho tiempo y dinero en ésto, mucha consulta popular y erudita, muchos discursos por cadenas nacionales (mucha demagogia también), como para que se termine lo de los cambios de nombres.
Aparentemente el origen de esta movida puede encontrarse en cierta protesta de cierto grupo brasileño para que cierta propaganda gráfica en inglés dijera “Brasil” en lugar de “Brazil”, argumentando que el nombre de un país es como el alma misma de ese país, y que pretender adaptarlo es no entender el alma del otro, o no hacer el esfuerzo de entenderla, aceptarla y por qué no, amarla. Al principio los argumentos parecieron justos e inflamados de patriotismo, pero luego el mismo grupo de brasileños los encontró pueriles, y se les despertó entonces un salvaje encono hacia el nombre de su país, que no les permitía inventar mejores argumentos y por ende indemnizaciones más jugosas.

De modo que (dicen) el núcleo de aquel grupo cambió el objetivo de sus protestas y desató una campaña a toda orquesta, casi festiva, para cambiarle el nombre a Brasil. Sabido es que los brasileños son muy nacionalistas, pero no menos sabido es que les gusta llamar la atención…e irrefutable resulta el hecho de que les encanta la joda. Así que al son de la batucada y del samba, anunciaron al mundo con bombos y platillos (literalmente) que Brasil planeaba cambiar de nombre, y que se declaraban en autoconvocatoria nacional, permanente y sobre todo no laborable, hasta que eligieran un nuevo nombre con el que la mayoría estuviese de acuerdo.

No menos predispuestos para el jolgorio, pero sí más culposos y por ende más necesitados de justificación, los argentinos analizamos el fenómeno del vecino país organizando mesas redondas en la tele, panelistas especializados en las facultades y foros en Yahoo. La enorme mayoría se mostraba encantada con la idea de que Brasil deje de existir, por lo menos en los papeles.

Algo similar ocurrió en el resto del mundo. También lo que siguió como una lógica consecuencia de estos planteos: las gentes de todo el planeta querían elegir el nombre de los lugares donde vivían. La fiebre revisionista se expandió como reguero de pólvora (nota: esta expresión también debería revisarse algún día) y el resultado fue mas o menos el esperado: hubo países que lo resolvieron en tres días, ordenadamente y a conciencia, y hubo (hay) otros que todavía están en veremos.

Nosotros empezamos mas o menos al revés que los otros: el Poder Ejecutivo dictó un decreto de Necesidad y Urgencia por el que dejábamos de llamarnos Argentina para convertirnos en Argentinia, cosa de que no cambiara nada y de que toda la papelería ya impresa se arreglara fácilmente haciéndole una rayita con la Bic.
A raíz de ese mamarracho fue que hasta los sectores más conservadores pusieron el grito en el cielo e impulsaron movimientos para que sus certeras opiniones fueran escuchadas. Finalmente otro decreto anuló el anterior e informó que mudaríamos de nombre, aunque aún no se definía el método a emplear.

Es bastante entendible la maniobra fallida del gobierno: quisieron ser expeditivos, salir rápido del paso y dar la imagen de que algo había cambiado: en resumen, quisieron sacarse el problema de encima, como casi siempre.
Sólo que esta vez el asunto había tocado nuestras fibras más íntimas de sentido histórico, y todos sabíamos que lo que decidiéramos sería un legado directo para nuestra posteridad: nosotros seríamos para siempre la generación que le dio el nombre definitivo al país.
De la misma forma en que los pueblos antiguos otorgaban dos nombres a sus individuos, uno con el nacimiento y otro adquirido por mérito, así se nos antojaba nuestra actuación. La Nación tenía su nombre de nacimiento, lo que equivalía a los dientes de leche. Pero había transitado un largo camino, se metía de lleno en el tercer milenio y era necesario que le aparecieran las muelas de juicio (digamos, para continuar con la analogía odontológica). Un nuevo nombre debía distinguirla de las demás naciones del orbe, un nombre que inmediatamente la representara sin ambigüedades y que hiciera patente su eterna Gloria.

Los demás estados se hallaban febrilmente abocados a la misma tarea, de modo que nuestra misión sería mucho más difícil que si sólo a nosotros se nos hubiera ocurrido cambiar de nombre. Por ejemplo: la pequeña isla-nación de Tuvalu, la nación independiente con menor número de habitantes (once mil) fue la primera en anunciar que en adelante se llamaría United States of America.
Fue un golpe astuto: los ojos del mundo se posaron en Tuvalu. Y además, durante algún tiempo, inevitablemente, la costumbre haría que se siguiera llamando a los países por su nombre antiguo, y cada vez que alguien nombrara a los Estados Unidos y descubriera su error, recordaría a la diminuta ex Tuvalu, asociada para siempre y gratuitamente a la primera potencia mundial.

De modo que no se trataba solamente de elegir un nombre distintivo, sino de darle al país una espada afilada, capaz de abrirle paso en el complicado mundo de los mercados globalizados. Tuvalu con su ejemplo, agudizó aún más la sensación de que enfrentábamos un hecho trascendental.
Nos equivocamos, por supuesto: ahora cambian de nombre a cada rato.

Finalmente, acá se decidió que las propuestas de nombres se canalizaran a través de los partidos políticos y que estos las recibieran y contabilizaran, y que luego las presentaran a una elección general. El 10 de Octubre concurrimos, pues, a las urnas, sabiendo que estaríamos entre los primeros 20 países en ser renombrados, y fuimos felices por un rato.

Resultó electo con absoluta justicia el nombre de Maradonia, en homenaje al hombre más famoso del mundo, al verdadero Gran Capitán, a nuestro Hacedor de Milagros, Dador de Alegrías y que ya contaba con su propia religión. Y además sonaba a Macedonia y quedaba muy lindo.

Hubo países que prefirieron volver a denominaciones antiguas (Germania) y otros que pecaron de modernosos (New Kasajistán On Line). Hubo países que homenajearon a sus dirigentes de turno (Evolivia), a sus músicos (Beatleland), y hasta a sus animales típicos (Canguria). Algunos prefirieron destacar sus bellezas naturales (República Popular de los Alpes) y otros su habilidad para el retruque (República Más Popular Que Todas). Algunos pusieron el acento en su situación económica (Costa Pobre *) y otros fueron grandilocuentes como siempre (Verdadeira Terra Santa E Pentacampeao por Agora).

Verbigracia: los impulsores del cambio, los que propugnaban elegir el nombre más adecuado, se inclinaron por uno que forzosamente deberán cambiar algún día, por lo menos mientras exista el fútbol. La clara señal de esto es que los nombres no son tan importantes, o por lo menos que su importancia es relativa, y que deben aggiornarse si pierden vigencia. Todos los países del mundo aceitaron sus reglamentaciones para que los futuros cambios se hagan con facilidad.

El problema es que el asunto crea adicción.

Ahora los países cambian de nombre todos los meses, en muchos la gente emite su voto en la factura de la luz y es raro que un nombre gane más de una vez. Los habitantes de cada país, por supuesto, se adaptan con facilidad y felicidad, pues es lo que han elegido y durante todo el mes (entre factura y factura, digamos) se van haciendo a la idea. Pero las relaciones internacionales se han resentido, y también los fabricantes de mapas Kapeluz, que no dan abasto.

A nosotros nos gusta Maradonia y somos bastante reacios a los cambios, así que hace 7 meses que nos llamamos así. Pero, desordenados para archivar y de memoria frágil, estamos teniendo problemas con las relaciones exteriores. Le vendimos trigo a un país y ahora no sabemos cuál era, y de los que sospechamos se hacen los ofendidos. Nos llegan cartas-documentos de países llamados “Abbaland”, “Negros Altos”, etc., y nos declaró la guerra una tal “República de los Andes del Pacífico y si podemos del Atlántico También”.

Estamos confundidos, así que ante la duda nosotros sin demora le declaramos la guerra a Abbaland, a Canguria y también a Zorbacia, que siempre quisimos conocer.

Con los de Negros Altos por ahora no nos quisimos meter, por lo menos hasta que cambien de nombre.


* "Costa Pobre" es del Negro Olmedo, claro. Y todo el post no es más que una excusa para inventarles otros nombres a los países.

lunes, marzo 05, 2007

Orientales

Las investigaciones de Ramírez
Por el Prof. Emanuel Ramírez
bioquímico, investigador, docente universitario y reina de Gualeguaychú 1998




De entre los varios mitos que circulan con respecto a los orientales, uno de los que encierran parte de verdad y que se puede comprobar con relativa facilidad es aquel que postula la dificultad para calcularles la edad, sobre todo cuando pasan de los 40. Tomemos por ejemplo al japonés de la tintorería “Mi Okinawa querido”, de Villa Ballester: personaje entrañable, buen anfitrión y pésimo tintorero, cuya apariencia nos hace dudar entre los 50 y los 90 años, o más. Con el propósito de dilucidar la cuestión, y de paso retirar un ambo cruzado, fui al encuentro de Chow Fan Nakamara y confieso que obtuve más respuestas de las que esperaba.
Reproduzco parte del inquietante diálogo:

- Sí, muchos años en Argentina, desde época de Perón – dice Nakamara sin nada de acento.
- ¿Y siempre con la tintorería?
- Siempre – y sonríe mientras me alcanza un té de amapolas bien cargadito.
- ¿No hay demasiado vapor acá? – pregunto, aunque ya huelo a tela chamuscada. El tintorero, hierático, retira de la plancha un vestido de dama blanco con una evidente quemadura, y sin inmutarse lo pone en un canasto etiquetado, obviamente, en japonés, probablemente katakana, cantonés o mandarín antiguo: no puedo distinguirlo porque no sé absolutamente nada de japonés.

- Vapor en Argentina malo – dice Chow Fan, serio -. Muy malo.
- Acá tengo la boleta del ambo que le traje la semana pasada.
- Ah…otro. Vapor malo, muy caliente. – dice, y yo prefiero volver al tema de la edad de Nakamara, por lo menos al intento de averiguarla:
- O sea que usted se vino de joven para acá, en la época de Perón.
- Año ’45…pero no joven ya – dice terminando su té y sirviéndose un vaso de cerveza Quilmes Cristal.
- ¿No era joven? – digo agarrando un vaso diminuto en el que Nakamara me ha servido sake. Me estremezco un poco, porque puede ser la confirmación de mis sospechas.

- Boleta dice “No pagó”.
- No, se lo pago ahora cuando me lo dé.
- Antes no era tintorero – dice él, y por un momento se queda con la mirada perdida en el vacío -. Antes poderoso Samurai – culmina Nakamara. Y se llena su propio vasito de sake.
- ¿El ambo está bien, no? – digo, y enseguida me arrepiento y espero que él no pierda el hilo de lo que estaba diciendo - ¿Usted fue samurai, Nakamara?
El japonés asiente imperceptiblemente con la cabeza, pero se aleja unos pasos y para mi desgracia lo veo hurgar en el canasto donde puso el vestido quemado. Sin darse vuelta, lo oigo murmurar:
- Servicio secreto del Emperador N’sun Tue – escucho mientras lo veo liar un cigarrito de opio.

- ¿En qué año fue eso? – me tiro a fondo.
- Hmm…22 o 23. Mil setecientos. – creo escuchar. Pero Nakamara ha tosido sobre su última frase, y sobre una camisa blanca. Queda horrible la escupida de opio sobre la camisa blanca, y el tintorero la mete también en el canasto del cartelito extraño, y se sirve otro sake pero en el vaso grande de cerveza. Siento que el corazón me late desbocado, aunque trato de mantener la calma.
- Si debo creer su versión entonces usted debe andar por los 300 años más o menos.
- Mil setecientos hombres: yo tenía 22 o 23 años .
- Ah...
- Me quería mucho Kirchner...
- ¿¿¿Quién???

- El Emperador – dice Nakamara con un eructo, y por un momento parece confundido. Pero sigue -: los del servicio le decíamos “kirchner”…, que en japonés quiere decir “bizco”, así nadie sabía de qué hablábamos… Porque el Emperador tenía un problemita en el ojo...
- ¿Cuántos años tenés, japonés?
- No debe nada del ambo – me dice Chow Fan y me alarga un buen cigarro de opio y otra taza de té de amapola. Lo veo ir hacia otra de las planchas y retirar un pantalón intacto. Nakamara lo mira de un lado y del otro, casi con incredulidad, y luego lo cuelga con aire triunfal. A esta altura el vapor en la tintorería es denso y hay estrías rojas en los ojos del tintorero cuando se da vuelta. Aunque puede ser el vapor, el humo de la ropa quemada, el sake, el té de amapolas o el opio. O la cerveza Quilmes , a la que Nakamara se ha hecho tan afecto que parece argentino, y que ahora bebe directamente del pico.
- ¿Le hago una pregunta? Ese canasto, donde pone esa ropa…
- ¿Sí?
- ¿Qué dice en el cartelito?
- Dice: “Ropa quemada: Hablar del Emperador o cualquier otra boludez

Y se duerme sobre la plancha. Me retiro en silencio, y definitivamente compruebo que es muy difícil averiguar la edad de los orientales.

viernes, marzo 02, 2007

El padre de mi madre que no es mi abuelo

A raíz de un post de Ana surgieron algunos conceptos más o menos comunes en cuanto a las expectativas para con la crianza de los propios hijos, y se derivaron otros.
Aquí alargo todavía un poco más la lista, aunque casi me voy del tema:

Todos tenemos errores que marcarles a nuestros padres, y esperamos no cometer esos mismos errores con nuestros hijos, pero seguramente cometeremos otros, incluso algunos serán directamente causados por el celo que pondremos en no cometer aquellos errores. Es probable que al principio nos vaya bien (chicos chicos, problemas chicos) y que eso nos haga devaluar aún más lo actuado por nuestros viejos.

Justamente, los viejos. Les decimos así desde que tenían 30 o 35, pero resulta que ahora, cuando aparecen nuestros propios hijos, ahora se están poniendo viejos de verdad, y tenemos que cuidarlos como si fueran chicos. Pero nuestros hijos no hacen más que darnos satisfacciones, son tan inteligentes, vienen tan rápidos, entienden todo al toque. Y los viejos, no. Cada vez son más torpes y paranoicos. Caprichosos, demandantes, crueles. Enfermizos, locos, indigentes. Nosotros no queremos (nuestra intención es ser buenos padres, no lo olviden), pero nos ponen en la situación del que hace diferencia entre su progenie. Entonces premiamos a los favoritos (y que a lo sumo se rompen un huesito casi cartílago que sanará enseguida) y de alguna forma castigamos a los que nos resultan problemáticos (y se fracturan una cadera que ya nunca volverá a soldarse como es debido) . Estos viejos, che. Se creen que porque la muerte les acomoda las cobijas cada noche pueden extorsionarnos con miserias en los mejores años de nuestra vida.

Bueno, es que la frase se complementa con "chicos grandes, problemas grandes". El asunto es que nunca incluímos a los viejos en la categoría "chicos muy grandes", lo cual es lógico y supongo que sicológicamente correcto, pero que nos hace tenerles bastante poca paciencia. Sim embargo, si lo hiciéramos, si les diéramos esa categoría aunque sea tácitamente, caería de maduro el segundo término: "problemas muy grandes". No lo sé, muchas madres dicen que es mejor que los chicos sean "seguiditos, porque se crían juntos" y uno hace el laburo de una vez y listo. Los recién clasificados chicos muy grandes , por si quieren ir armando la lista, no suelen traer malas notas del colegio, sino del hospital. Les salen cánceres, rengueras, Alzheimers, y terminan muriéndose siempre siempre siempre. Son los hijos menos gratificantes que tendremos, nunca los veremos recibirse de abogados ni de wing derecho de la selección. Encima son la peor influencia para los menores: son maleducados, hacen quilombo en la mesa, no tienen horario para irse a la cama, etc.

Si tenemos suerte, los viejos todavía estarán cuando nuestros propios hijos empiecen a criticarnos por la crianza que les dimos. Será un buen momento para volver a revisar toda la milonga y tal vez darles las gracias. O por lo menos replantear el castigo que mencionaba antes y que seguramente les estamos imponiendo. Acordate que siempre siempre siempre, como todo hijo, acabarán por irse.