miércoles, noviembre 29, 2006

Campaña al cuete

Ya estamos cerca de las fiestas; lo sé porque niñitos pequeños que secretamente admiran al Subcomandante Marcos ya han comenzado a romper los huevos con los cohetes. Vienen y me los tiran abajo del balcón de la oficina, y salen rajando. Me intriga saber a cuántas cuadras estarán de su casa, porque no son del barrio: los he observado en varias de sus incursiones (he llegado a gritarles) y no reconozco a ninguno de los que suelen entretenerme mientras los miro jugar a la pelota desde el balcón. Pero éstos no son de por acá y las razones son obvias: las madres los mandan lejos para poder escuchar tranquilas a Santo Biassatti. “Má, ¿puedo tirar cuetes?”, “Sí, pero andá abajo de la oficina de Muzzio….” Los dirigen hacia mí, que no tengo niños, y que si tuviera jamás les compraría pirotecnia, y si les comprara los supervisaría como corresponde. Los pibes vienen y ensayan para la próxima Guerra del Golfo: meten los cohetes en botellas, ponen mechas extras y juntan petardos en un latita de duraznos La Campagnola para que suene más fuerte: todo debajo de mi balcón.

A veces los cohetes fallan, para mi regocijo. Pero a veces parece que fallan, y después explotan. Los chicos espían, dudan en acercarse, a veces están a medio metro cuando los cohetes revientan. ¿A fuer de qué, señores míos, dejan que sus hijos jueguen con explosivos?
Cada año tenemos cientos de quemados, tuertos, con dedos de menos: todo por la pirotecnia. Sin contar los perros infartados, los gatos escapados y los canarios despeinados.
A mí me gustan bastante los fuegos artificiales (no las bombas), y cada vez los hacen más bonitos. Y me parecen menos peligrosos, y de última es casi seguro que esos sí los manejan los adultos (porque salen caros, porque son más lindos y ni en pedo se los van a dar a los pibes) y si se queman, que se jodan.

Por lo tanto desde este blog hacemos campaña para que se prohiba el uso de pirotecnia ruidosa y barata, y se fomente el de la visual, silenciosa y carísima.

Yo no pienso comprar nada: disfrutaré viendo, y pensando que por una vez los ricos me dan algo, y que en una de esas se queman un par de falanges y todo.

martes, noviembre 28, 2006

Hombre de la paz

Roma. El músico Peter Gabriel fue nombrado este viernes Hombre de la Paz 2006 por su “gran contribución y compromiso en favor de los derechos humanos y la paz”, en la apertura de la 7ª Cumbre de Premios Nobel de la Paz en Roma.

Tomo prestado el post de mi amiga Ross, celebro el premio de Gabriel y dejo un video de aquellos.


Peter Gabriel: Biko

viernes, noviembre 24, 2006

Tiempos difíciles

Más allá de la discusión casi filosófica de cuál es en verdad el tiempo presente, de la arbitrariedad de decidirle una duración de apenas unos segundos o cualquier otro valor según la escuela que se siga, me pregunto en qué tiempo vivimos en realidad, considerando también al pensamiento como parte si no esencial por lo menos importante de la vida, vaya con la novedad. Me lo pregunto ahora, que son las 11 y 25 del viernes aunque yo no viva plenamente este tiempo porque estoy pensando tal vez en el que lea ésto en un inexorable futuro. La hora del viernes no es mi único tiempo, pero dentro de un rato volveré al presente, necesitaré un café o un cigarrillo, las cosas reales.
Aunque también es real que seguramente recordaré cosas antiguas, y mientras lo haga será como estar viviendo en el pasado. Releo lo escrito y veo que dije que dentro de un rato, en el futuro, volveré al presente. Mirá vos. Otra que Michael Fox.
Y sin embargo es cierto, voy y vengo sin parar, me distraen las cosas ya vividas o me fugo hacia adelante con un cartel que anuncia Roger Waters-Marzo 2007; me golpeo la misma rodilla de aquella vez hace tantos años, y quisiera saber que fue del médico, cosas así. Vivo más en el túnel del tiempo que en el presente. El momento actual parece definirse mejor por las necesidades físicas: el ahora es más bien una cuestión fisiológica, parece; más del cuerpo que de la mente. Y además el presente mismo es tan escurridizo, con su duración de unos milisegundos que no pienso malgastar, porque lo innegable es que el tiempo transcurre y que ya son las 11 y 53. (*)


(*) A Pedrito Ardiles le gustó cuando me preguntó “¿Dónde vivís?” y le contesté algo parecido. Pero eso fue hace mucho y no quisiera perderme este presente de segundo y pico, aunque ya está, ya me acordé de Pedro y de la facultad. Es complicado esto.

jueves, noviembre 23, 2006

Cómo vencer la timidez

Consejos del Profesor E. Ramírez

Según nuestras estadísticas , algunos llegan hasta este blog por temas relacionados con la timidez. Y lo leen, aunque, claro, nunca comentan. Como Ramírez ha padecido lo que denomina “el flagelo” lo dejamos que escriba él.
Emmanuel Ramírez es Bioquímico y Profesor de danzas folclóricas Focalizadas (sólo la parte de la paisana). Ha escrito varios libros, pero después los borró porque no le dejaba leer lo que estaba abajo.


La timidez no es buena, mi amor.
Es la hija boba de la humildad, la sobrina tonta de la mesura y la nieta pelotuda de la seriedad. Es la que te hace elegir siempre la pollera larga marrón y el saquito cerrado; la que te hace permanecer callada en las escasas reuniones a las que vas; la que te hace ocultar las manos bajo la mesa y ruborizarte si él te mira.
A la mierda con todo eso. Vamos a revisar algunos puntos para que la timidez deje de ser tu problema.
Antes que nada tenemos que saber por qué sos tímida. Muchas pacientes me dicen que es porque se sienten feas, o porque se comen las eses, porque se flatean o porque no saben bailar, o porque no les da la maraca y temen quedar mal si hablan solamente de Luis Miguel.
Y la enorme mayoría tiene razón, son unos bagartos insoportables, pero no importa: todos tienen derecho a una vida digna y a un poco de dunga-dunga de vez en cuando. Yo mismo era muy tímido en Santa Fe, así que sé de lo que hablo. Mi escasa habilidad para los deportes, mi físico esmirriado, mis mini-shorts rosados, todo contribuía para que fuera el blanco predilecto de las bromas. Los chicos me golpeaban en los recreos. Y ahora me adoran, así que prestá atención:

Para las feas
¿Muy fea sos? Digo, ¿no zafamos de arriba, de atrás? ¿Nada?
Okay, vas a hacer lo siguiente:
Me comprás, y te los estudiás de memoria, 3 cassettes de “Lo mejor de Jorge Corona”. Y a la primera de cambio, decís: “Eso me hace acordar…” y arrancás con los chistes. Vas a ser la mimada de los varones, te van a invitar incluso a las reuniones de hombres solos. No garantizo que alguno te quiera dar, pero por lo menos dejás de ser una momia.

Para las estúpidas
No queremos que permanezcas muda, pero ojo con lo que decís. Mejor dejá correr la conversación y poné caritas. Usáme mucho “Puede ser”, “Hmm”, “Y…”, esas cosas que por lo menos dejan la duda de si sos misteriosa o te hicieron una lobotomía. Vos poné caritas y mechá esas frases todo lo que puedas. La gente no sólo va a creer que participaste lúcidamente en la charla sino que va a estar encantada de que siempre coincidan.
Y hasta vos podés creer que participaste, imbécil.


Para las aburridas
Usá siempre ropa interior Victoria’s Secrets. Lo que vas a hacer a partir de ahora es empedarte a conciencia y practicar el baile en el caño. Pero mucho alcohol, mamita, mucha ginebra Bols, mucho tetra antes del evento. Aunque sea una misa aniversario, vos te llevás una petaca llena de Legui y un walkman con la música de “Nueve semanas y media” y me la vas escuchando en el 41. Vas a llegar a la fiesta ya con calor, con ganas de revolear la ropa. Ojo: no te desates con los primeros temas, pero tampoco esperes mucho porque corrés el riesgo de terminar sola, en pedo y en bolas, abrazada a los mozos. A mí me ha pasado. Y éstos son consejos para la timidez, no para mejorar tu récord de penetraciones simultáneas.

Para las feas, estúpidas y aburridas
No, nada. Un 38 y a la mierda.

Para todas y todos en general (*)
El flagelo de la timidez se comporta como la maleza de tu jardín: si no la combates no permanecerá igual, sino que irá creciendo hasta invadir tu vida por completo. Atácala cuanto antes y de todas las formas posibles. Relájate: recuerda que todos tenemos miedos, debilidades y sobre todo espantosos secretos inconfesables. Disfruta y expande tu personalidad sensible y discreta, saca provecho de tu imagen desvalida, no dejes de divertirte aunque se te traben los pies al bailar. Intenta alumbrar con brillo propio: no copies modelos de personas audaces, ni te inventes un personaje que no eres y que no podrás sostener. Ríete de tus defectos, exagéralos. Devuelve las ironías siempre un grado más alto de lo que las recibes, pero procura hacerlo con buen humor. Ruborizarse es signo de que aún conservas la vergüenza; en ningún caso eso puede estar mal. Si no tienes nada que decir, no te sientas en la obligación de hacerlo. Pero si quieres dar tu opinión, hazlo en forma clara y nunca bajes la voz: si lo que dices les parece tonto o inapropiado, te lo harán saber aunque hables bajo. Si no te gustas en el espejo, haz algo para cambiar o cambia de espejo, pero sal a la calle con el testuz enhiesto. Y al que te ofrezca un 38 le dices que se lo pierda en el ojete.

Otras investigaciones del Profesor:
Termodinamia Asimétrica Nocturna
El agua para el mate, esa yegua indomable

(*) Ignoramos por qué Ramírez pasa abruptamente del coloquial al científico, del argentino al venezolano o lo que sea. Pero ignoramos tantas cosas de él, que no nos vamos a andar preocupando justamente por esa.
.
.
.
La timidez y otras cosas
Este es el cuento que le dio nombre al libro y al blog, y la razón de que incautos timidones se ensartaran viniendo a pispear acá. Va, pues, en versión completa, y por el mismo precio.
Me parece que fue ahí cuando empezó a llover.
Usted todavía no había contestado. Tal vez no escuchó lo que le pregunté porque había mucho ruido en la calle y además a usted le preocupaba que lloviera. Yo me imagino que lo que la inquietaba era la posibilidad de que la lluvia la despeinara o le corriera el maquillaje. Es tan coqueta, usted. A mí no me importaba si llovía o no. En realidad me maltrataban los nervios porque tenía que hacer la pregunta. Lo que pasa es que entre la timidez y el ruido de la calle y como usted parece que no me escuchó, ahora hasta dudo si al final le hablé o no.
A mí me parece que también tengo un poco de mala suerte. Ojo: no digo que siempre, pero muchas veces me pasa algo a último momento y me arruina los asuntos. No es que tenga muchos asuntos, tampoco. Quiero decir, en general. Póngale que quiero organizar una reunión en casa y empiezo a invitar amigas, compañeros del trabajo y hasta familiares. Y siempre me pasa que todos están comprometidos o al final les pasa algo a los que me habían dicho que sí, un dolor de estómago y ese tipo de cosas.
Volviendo a ese día: yo le pregunté y justo se largó la lluvia, dígame si no es mala suerte, Alicia. Más vale, usted se preocupó por el mal tiempo y tuvo que apurarse, no se podía hacer otra cosa. O a lo mejor sí, pero no hubiera sido lo mismo. A lo mejor, justamente por la lluvia, usted hubiera aceptado ir a tomar algo, probablemente al café más cercano. Pero esa no era mi idea, Alicia.
A lo mejor usted no se dio cuenta todavía, pero yo le di algunas pistas. No digo algo muy concreto, pero pistas le di. Yo no sé disimular y entonces a usted tiene que haberle llamado la atención que tartamudee un poco cuando hablo y además me ruborizo tan fácil...
¿A usted no le sorprende que siempre nos encontremos en la puerta de salida? La verdad es que me le estoy insinuando, Alicia. Comprenda, no es fácil para alguien como yo encarar a alguien como usted. Es más: antes de llegar a invitarla, alguien podría analizar por qué me atrae alguien como usted. Usted es joven, tiene personalidad, tiene palabras. Y es tan linda, Alicia. Me duele el pecho cuando la veo, sin exagerarle. Ahora que lo pienso, no hay que analizar mucho por qué usted me atrae, en todo caso por qué me ilusiono inútilmente.
Yo no soy como usted. Pero siento que hay algo que nos une en su interior, Alicia, y a eso le apunto. Es decir, por supuesto que me gusta su melena rubia, y sus piernas son hermosas. Sus piernas son hermosas, Alicia, tuve que tomar aire para seguir pensando. Digo, usted me gusta mucho, no tiene sentido que lo neguemos. Y seguramente no tengo la exclusividad, deben sobrarle festejantes mejores que yo. Pero cómo evitarlo, Alicia, cómo evitarlo. Pienso constantemente en usted, su perfume me persigue, lo percibo hasta en mi café con leche de las mañanas. No que usted huela a café con leche, sino al revés, no sé si me comprende.
Sueño con usted, Alicia, y en mis sueños soy audaz y a usted le gusta.
Por eso ayer había decidido que iba a invitarla a tomar algo.
Lo tenía bastante bien planeado, Alicia. Usted, como siempre o casi siempre (porque a veces usted trabaja hasta muy tarde), iba a tomar el ascensor después que yo. La verdad es que me apuro a bajar. Siempre tengo todo listo a las seis menos diez y entonces consigo bajar en el primer o segundo lugar. Entonces bajo y espero a verla salir. No crea que la espío, lo que hago es esperarla: tengo desde hace rato la intención de poder hablarle sin distracciones, algo imposible de hacer en el trabajo. Además que no me gustaría hablarle y que escuche alguien, imaginesé. Más allá de la falta a nuestras obligaciones la gente podría hablar cosas de usted. Aunque es más seguro que yo salga peor. La gente suele ensañarse conmigo, Alicia.
Me gustaría tanto contarle cosas de mí. Usted seguramente me las sabrá comprender y viceversa; si hay una virtud que tengo es la de saber escuchar. Y sus historias deben ser hermosas como usted, Alicia. Hablamos tanto en mis sueños. Yo encuentro siempre la palabra justa que la reconforta y usted me lo agradece tiernamente.
Así que hace unos días me permití seguirle el recorrido. Usted toma siempre por Corrientes hacia el bajo y en Acevedo toma el subte. A veces mira algunas vidrieras, sobre todo las de ropa, pero nunca se queda demasiado. Lo que no pude saber es si tiene a alguien, Alicia. No me animé a preguntarlo y los comentarios que escuché sobre usted se referían exclusivamente a su aspecto físico. Esto del aspecto físico es una forma suave de decirlo, Alicia, un eufemismo. Los muchachos a veces son bastantes vulgares. Yo creo que por eso me cuesta relacionarme. Ojo: no es que yo me crea superior ni nada de eso. Pero no me gustan las groserías y hoy en día eso es casi un defecto. Y las chicas son peores, Alicia. ¿Escuchó las cosas que dicen? No es que yo tenga demasiados años, tengo cuarenta y siete y sé que las cosas han cambiado; en mi juventud hubieran sido inadmisibles muchas de las expresiones que hoy usan hasta los escolares.
No quiero irme por las ramas. La cuestión era que yo iba a esperarla a la salida y la iba a invitar a tomar un café. No tendría nada de malo, al fin y al cabo somos colegas aunque trabajemos en distintas áreas. Y yo también (aquí le mentiría, pero sólo un poco) iba a tomar por Corrientes. Lo fundamental era no espantarla, Alicia. No quería asustarla, por supuesto, sino que sonara como casual. En realidad, quería que pareciera la cosa más normal del mundo. A lo mejor usted se daría cuenta de que yo estaba estrenando traje, Alicia. Pero para eso tendría que haberse fijado antes en mí y con cierto cuidado y no creo que sea así. A lo mejor me equivoco, me gustaría equivocarme, pero no creo que usted sepa muy bien cómo me visto. Si usted hubiera aceptado, Alicia, yo la hubiera llevado a un bar que encontré en el camino que usted suele tomar. Es un lugar que me parece apropiado para tener una charla que vendría a ser como la primera. Ahora no tiene mucho sentido que le cuente las cosas que había pensado decirle, pero tenía como cinco o seis comienzos de diálogo y después, bueno, una cosa lleva a la otra, cómo quien dice.
Pero ya lo ve, la lluvia complicó todo. Usted no me escuchó o entendió mal y se apuró a llegar al primer refugio. Se detuvo apenas unos instantes y cuando se decidió a salir la perdí entre la gente y los autos. Me pareció que la veía todavía un segundo, antes de que se la llevara definitivamente la lluvia. Me pareció que usted se había dado vuelta para mirarme y tenía una expresión que ya he visto antes, Alicia.
Por eso me quedé un rato en la puerta, mojándome, tratando de adivinar si usted se había ofendido. Me quedé como otras veces, pensando en las cosas que hubiera debido decirle para que usted no se vaya así, Alicia, Para que no me mirara de esa manera. Me quedé sola y triste y descartada, con mi traje nuevo y mis frases que seguramente usted ya no va a poder escuchar, Alicia, porque la próxima vez tendrá compromiso o le dolerá el estómago.

sábado, noviembre 18, 2006

La noche de Tu Sam (cuento)

Después vino lo peor. Ojalá no lo hubiera hecho subir al escenario porque de esa forma, si el otro no hubiera subido, el asunto no hubiera pasado de una situación algo tensa pero manejable, un desubicado solo entre una cantidad, digamos digna, de público interesado. Si el otro no hubiera subido, nosotros mismos, alguno de entre el público que formábamos, le hubiera pegado un grito al maleducado y es seguro que después otros se hubieran plegado, porque la gente en general es así, uno tiene que hacer punta y, si tiene un poco de razón, el resto se anima y lo apoya. Pero fue todo muy rápido, Tu Sam reaccionó en seguida y lo encaró al que le gritaba y después se fue todo al demonio.
Yo, pensándolo ahora, creo que fue lógico lo de Tu Sam, si el otro lo estaba cuestionando y acusando de mentiroso delante de todos. No era precisamente una noche brillante del mentalista, estaba como nervioso y eso, para los que lo seguimos hace rato, era evidente y extraño. Un tipo que tiene un dominio sobre su cuerpo como el que tiene él, un poder de concentración y de sugestión tan grandes, era rarísimo que anduviera como a destiempo, acelerado. Pero tampoco había tenido errores importantes hasta ese momento; el otro era un idiota de los que nunca faltan, de esos que van a ver a un mago para tratar de descubrirle los trucos. Puede fallar, eso lo dice siempre Tu Sam. Lo que hizo que el otro empezara a los gritos se produjo durante el acto de levitación o de equilibrio suspendido. Pero no pasó nada que lo justificara, yo había visto algo parecido otras veces. Creo que se debe a una distracción momentánea de Sam o a que el sujeto escogido no está bien relajado; cabe preguntarse para que se ofrecen a colaborar si no se sienten seguros. La cuestión es que el show venía con detalles anteriores, algunos se habían reído cuando la paloma que hipnotizó o “fascinó” como dice Tu Sam (o decía, no sé, yo no sé lo que va a pasar ahora) salió volando en cuanto le sacó la mano de encima y el clima era de expectativa, porque si no levantaba con algo el espectáculo se le podía complicar. Es que lo de él es difícil, no es un actor que sigue un libreto con otros actores y si tiene una mala noche se deja llevar por los otros y listo. Él depende (o dependía) de una serie de factores bastante imponderables y yo siempre lo había visto salir airoso y hasta grandioso. Tiene esa presencia, esa mirada, en fin, esas cosas que faltaron aquella noche. Cuando se le voló la paloma me parece que también el personaje debió decir algo, porque los que estaban cerca chistaron como para callar a alguien.
El acto siguiente fue el del equilibrio, donde Tu Sam hace dormir a una persona sobre dos sillas; en realidad sólo apoya la nuca y los talones en la parte superior del respaldo de las sillas, y el resto del cuerpo queda en el aire y perfectamente horizontal. A veces Tu Sam o la chica que hace de asistente se suben encima de la persona, yo lo he visto, y a veces le sacan una de las sillas y el cuerpo sigue rígidamente extendido. Por lo menos la mayoría de las veces, porque esa noche salió un poco desprolijo y el otro empezó a los gritos y ni llegaron a esa parte, apenas la pusieron en las sillas.
La que subió para la prueba era una señora delgada y alta, y estaba tan contenta de estar ahí que la sonrisa no se le fue ni siquiera cuando Tu Sam terminó de adormecerla. Para mí eso era un signo de que no estaba bien relajada, pero Sam siguió adelante; me parece que él percibía que el show venía flojo y debió preferir soslayar el inconveniente y seguir adelante.
Les costó, a él y a la asistente, acomodarla en las sillas, a pesar de que era una señora flaquita. Pero medio se les iba de costado y casi se cae, y la tuvieron que atajar un par de veces. Y ahí fue cuando llegó, nítido, el grito de ese tipo. Andate, mamarracho, le gritó. Ladrón, sos un ladrón. Tu Sam miró un segundo hacia el público, pero se le notó que hacía un esfuerzo para volver a la señora que tenía casi en el aire. Otra vez alguien chistó para callar al guarango, pero era evidente que el tipo se sentía con derecho a protestar porque le siguió diciendo cosas, le dijo farsante y que devolviera la plata, mientras Tu Sam hacía descender rápidamente de las sillas y del escenario a la señora flaquita y algunos (pocos) aplaudían. Luego vino un nervioso y brevísimo discurso de Tu Sam dedicado al tipo, una especie de reseña de su trayectoria y se notaba que estaba enojadísimo cuando decía que no iba a permitir, que él podía demostrarnos, que de ninguna manera, y finalmente invitó al otro a subir y a sacarse las dudas que tuviera.
Los aplausos que arrancó el discurso deben haberlo convencido al tipo, o realmente quería comprobar algo o estaba decidido a hacer fracasar el espectáculo, porque enseguida un reflector lo siguió mientras se dirigía al escenario. Era bastante gordo, bajo y de anteojos y subió con aire sobrador, pero se dieron la mano y tu Sam le preguntó si alguna vez lo habían hipnotizado. El gordo dijo que no y entonces Tu Sam le puso la mano derecha abierta tapándole la cara.
Me llamó la atención que no le preguntara nada más, si se animaba a probar o algo. Es decir, me hubiera parecido más simpático que creara un poco de suspenso y que el público se fuera imaginando lo que iba a hacerle y se pusiera enseguida de su parte, al fin y al cabo habíamos pagado por verlo brillar a él. No sé: que lo atacara tan abruptamente al gordo me sonó a eso, a un ataque sorpresivo y creo que desde ese momento algo no me gustó. Cuando le sacó la mano de la cara, el gordo todavía sonreía pero ya había cerrado los ojos y entonces Tu Sam le dijo algunas de las frases típicas, que iba a sentir los párpados pesados, que se relajara y escuchara sólo su voz, y volvió a ponerle la mano, pero esta vez sólo en la frente.

Yo creo que el público se dividió en dos: los que de alguna forma querían que Tu Sam se vengara del tipo y lo pusiera en ridículo y los que temimos justamente eso. Yo tenía como un nudo en el estómago porque he visto gente hipnotizada por Sam en estado de total indefensión, gente que cacarea como una gallina o le hace creer que anda en moto o que vienen los indios, y es bastante patético.
El hombrecito entró en trance con una rapidez asombrosa, más teniendo en cuenta que seguramente se estaba resistiendo. Incluso por un momento pensé que estaba todo arreglado, que Tu Sam se había mostrado errático durante el show para impresionarnos con éste último acto. Le hizo decir al tipo el nombre y la edad, y después lo hizo retroceder hasta los seis años con facilidad y elegancia: era de nuevo el Tu Sam magistral y dueño de la situación. Y no se abusó del gordo ni lo humilló, lo contuvo sobriamente cuando el otro quiso sollozar porque creía estar en un cumpleaños y que otro nene le había robado un juguete o algo así. Después lo hizo volver al presente, hasta esa misma noche, lo sentó en una silla y le hizo creer que estaba manejando un auto por una avenida transitada. Le hizo hacer el recorrido desde su casa hasta el teatro, y lo hizo imaginar que volvía ver el acto de la paloma. El gordo comenzó a reírse en un momento, groseramente, y le daba codazos imaginarios al que estaba sentado al lado. El mentalista le preguntó qué sucedía, y respondió que la paloma se había volado. Eso arrancó risas de toda la platea, pero Tu Sam se veía muy serio y reconcentrado. “Grite”, le dijo al gordo. “Infeliz”, dijo el tipo y tuvo un acceso de tos por la risa, creo. Después le dijo que se pusiera de pie para, supuestamente, ver mejor. Y lo hizo sentar y parar media docena de veces, y mientras la gente aplaudía a rabiar, yo vi que le hablaba rápidamente al oído y le tocaba velozmente la garganta, y lo hizo sentar otra vez.
Lo fue despertando de a poco y lo miraba fijamente y a pesar de la sonrisa de Tu Sam a mí no me gustó cómo lo miraba. Casi le escupía las palabras, y eran palabras amables y el hombrecito parpadeó un par de veces y lo felicitó a Tu Sam, tuvo que felicitarlo y el teatro aplaudía como nunca. Tu Sam comenzó a despedirse mientras el gordo volvía a su butaca y había gritos y bravos entre los aplausos y en algún momento nos dimos cuenta de que pedían ayuda cerca del hombre gordo y se encendieron las luces y vimos que se tomaba la garganta y no podía hablar y muchos salieron sin enterarse y algunos seguían gritando que se moría cuando nos desalojaron y se oyó la sirena de la ambulancia y un tipo de gris se llevó a Tu Sam casi a la rastra del escenario y él lo miraba al gordo muy serio y después pasó lo que todos sabemos.

miércoles, noviembre 15, 2006

Casi como Greenpeace


Hoy a la mañana encontré una cucaracha en el piso del baño, a la que creí muerta dada la típica posición decúbito dorsal en que se hallaba. Pero vi que movía las patitas así que decidí darle un rato antes de retirarla, cuestión de que la bestia tuviera tiempo de poner en orden sus asuntos del alma y pudiera fenecer en paz. Hasta le dejé la luz prendida, y me fui a tomar mate y a leer el diario.
Una media hora más tarde y siguiendo con mis ritos matinales, me dispuse a hacer uso del inodoro y para mi mortificación descubrí que decenas de hormigas rojas molestaban a mi cucaracha, que seguía con vida: le caminaban por las antenas y ella las movía con desesperación como para desembarazarse de las atacantes. No me molestaba la presencia de insectos en casa (ha venido hasta jmslayer), pero que semejante drama se desarrollara a mis pies era demasiado, y me quitaba concentración. Así que le metí un pisotón a la cucaracha, pero no demasiado fuerte porque no quería llevarla luego en mis pantuflas. Y nuevamente comprobé que su obstinación por perdurar era fuerte, porque siguió moviendo una pata, aunque un tanto espasmódicamente.
Me resigné a ser sólo un testigo de la obra depredadora de las hormigas; me senté y prendí un cigarrillo. Me decía para consolarme que la Naturaleza era así y que no debía intervenir. Pero Kafka ha calado hondo en mi espíritu y la idea de que un Gregorio Samsa criollo estuviera siendo devorado vivo ante mis ojos me atormentaba. "¿Y usted que hacía mientras tanto?", "Yo, Señor Juez, estaba cagando".
No, no podía ser.
De manera que me dediqué a lanzarles la ceniza de mi cigarro a las hormigas, como un B-52 justiciero, y logré mantenerlas alejadas durante un tiempo.
Pero se me hacía tarde para el laburo y la cucaracha no se moría, así que le apliqué dos pisotones más y ahí sí, ahí hubo ruido a caparazón quebrado, tripas en el aire y todos contentos.
Y salí con la frente un poco más alta que de costumbre.

viernes, noviembre 10, 2006

Cuento a medida (*)

"Joven carismático pisó caca y ahora lo miran feo"

Agustín imaginaba sin dificultad el titular de Crónica; sólo que el jueguito que siempre le resultaba divertido ahora le hacía doler la cabeza. Estaba llegando tarde a la reunión y para colmo había pisado caca de perro. En realidad se había embadurnado los zapatos y parte de la botamanga en una torta impresionante; le había costado sacar el pie del montón inconmensurable de porquería, había tironeado con fuerza para escapar de la succión de la montaña de bosta; y no quería seguir regodeándose en la miseria, porque en realidad parte de la mierda había sobrepasado el cuello del zapato y se había metido adentro. O sea que los esfuerzos para limpiarse no habían servido para eliminar el olor que ahora venía de las medias. Las medias que sentía húmedas y que hacían que su pie derecho se deslizara un poco con cada paso.
Joven ejecutivo es despedido porque piensan que se cagó en una reunión. ¡Ampliaremos!, pensó Agustín.
Una cuadra antes de llegar al edificio, vio la zapatería. Entró pidiendo disculpas:
- Perdoname – le dijo a la empleada - , tuve un accidente…
- Uy, sí, quedate quieto ahí, no me manches la alfombra.
- Disculpame, me lo voy a sacar y lo tiro.
- ¿No querés limpiarlo?
- Um, no sé, no tengo tiempo. Traeme alguno parecido, cuarenta y dos. ¿Tenés medias?
- No, sólo las de prueba, pero si te sirven…
- Sí, gracias, cualquier cosa.
- Ya vengo.
- Gracias, muchas gracias.
- Dicen que trae suerte…

Consultó el reloj y vio que ya habían pasado quince minutos de la hora estipulada para presentar el sistema. Sentía la cabeza del doble del tamaño habitual y le latían las sienes. Lo único que esperaba era que su jefe también se hubiera retrasado. Le daba lástima tener que sacrificar los zapatos, eran buenos y caros, pero no le veía otra solución. Aunque si los metía en la caja de los nuevos, y en la bolsa…
- Tengo éstos que son casi iguales, pero marrones, en negro no me quedan.
- Um… pero no me combinan para nada, dame alguno en negro, cualquiera, rapidísimo…
- Sí, te traje éstos.
- Ah, perfecto, perfecto…
- Negritos, te hacen juego con los ojos – dijo la chica.
Agustín la miró y vio que ella le sonreía divertida. Era linda, muy linda. Tal vez cuando terminara la reunión…
- Me llevo éstos.
- Buenísimo.
- Y las medias.
Se iba sintiendo un poco mejor; llegaría tarde a la reunión, un poco, pero ahora su ánimo estaba bien. Los zapatos nuevos y la sonrisa de la rubia le habían devuelto la confianza.
Caminó muy rápido la cuadra que le faltaba y entró en el edificio, consultó en la cartelera el piso de “Anto-Iceberg S.A.” y subió. Antes de entrar al salón de reuniones se dio cuenta de que había dejado los zapatos sucios en el negocio de la rubia.

Lo primero que notó al entrar fue que su jefe no estaba. Pidió disculpas por la demora y nombró a su jefe para que todos supusieran que había estado esperándolo:
- En cuanto al señor Klein, no sé si…
- Sí, ya nos avisó que se encontraba retrasado.
- Ah, bien. – “Me hubiera avisado a mí…”, pensó Agustín. Pero no importaba, se sentía completamente relajado - No sé si quieren esperarlo.
- No, comencemos, por favor.
“Trae suerte”, pensó Agustín. Acomodó sus cosas y comenzó a hablar del proyecto, sin mostrar todavía los programas que había traído. Divagaba un poco: exageraba inconvenientes que en realidad estaban resueltos de antemano por el lenguaje de programación. Pero era lo que hacían con todos los clientes, y a Klein le encantaba. Siempre le decía a Agustín que exagerara con las cosas que ya estaban resueltas, para que tuviera menos efecto negativo cuando hablaran de las que aún no tenían solución. El tema de la conectividad de las sucursales remotas, por ejemplo…
- Disculpe, Agustín… ¿Hay olor feo acá?
- ¿Qué? – dijo Agustín y sintió una puntada en la cabeza.
- Sí, hay – dijo otro de los socios. Y olfateó en dirección a Agustín.
En ese momento entró Klein, saludó a todos y luego le pidieron a Agustín que continuara. Pero había perdido el hilo, transpiraba, y le parecía percibir un tufo insoportable a caca de perro. El gordo que lo había olfateado alejó ostensiblemente la silla de la mesa de reuniones y lo miraba con asco. Agustín tartamudeaba y el jefe tuvo que hacerse cargo del resto de la charla. Agustín apenas si pudo mostrar parte de los programas, porque se acercaron todos a la notebook, rodeándolo, y el olor era muy evidente. Klein parecía no sentirlo y algunos seguramente intentaban no darle importancia, pero el gordo puteó como para que todos oyeran y volvió a sentarse. Agustín dijo que se sentía mal y al levantarse envolvió a todos en una nube apestosa. Se quedaron en silencio, mirándose, y entonces hasta Klein debió percibirlo, porque le dijo que se fuera tranquilo, que él concluiría la presentación.
Agustín salió del edificio con náuseas y caminó aturdido unos metros. Después se acordó de los zapatos y tuvo que desandar una cuadra. La rubia lo miró compasivamente cuando entró, y le entregó la bolsa con la caja de los zapatos sucios.
- ¿Las medias…? - dijo Agustín.
- Las medias te las llevaste – dijo la rubia – Me llamó la atención, pero… Te las pusiste en el bolsillo del saco, ¿no estaban sucias?
.
.
.
(*) A pedido de ANTO y dedicado a mi amigo Agustín, que increíblemente se vio a cargo del "Problema del año 2.000" y fue amenazado vilmente por la gente de Sistemas. Y se cagó, claro.

Consejos de Doña Petrona

Buscando material para un cuento, en la biblioteca de Parrilla encontramos la edición de 1.962 del "Libro de Doña Petrona", obra que perteneció a la abuela de jm. Yo creía que Doña Petrona C. de Gandulfo se limitaba a las recetas, pero no, se despacha con consejos de decoración para el ama de casa moderna (de 1.962) y con algo que nos viene quitando el sueño a Parrila, a Guti y a mí: el personal doméstico que cada vez viene peor *. La verdad es que no son consejos muy útiles que digamos, pero son de Doña Petrona y eso es como santa palabra.Leemos en la página 14:
"El arreglo convencional de la mucama de comedor es: traje de corte camisero de poplin o tela brillante en color negro, cuello y puños altos; delantal pequeño en hilo, organdí o piqué blanco. Muchas dueñas de casa, durante el verano, las prefieren con el uniforme armonizando con el tono del comedor; los colores que se ven con más frecuencia son: gris, heliotropo y el color bordeaux, muy paquete y moderno".

Y en la página 17: "Ante las dificultades que ha creado la escasez o desaparición del servicio doméstico, he creído de interés para todas las dueñas de casa tocar el tema. Quiero aconsejarles y programar una relativa solución al problema. No hay duda que a primera vista parece sin solución, pero no es tal si se encara con ánimo resuelto y decidido. Este problema, que recién se empieza a sentir entre nosotros, hace tiempo que ya existe en Europa y Norteamérica. La situación se ha resuelto utilizando sus sercicios lo menos posible (!)"
"Para organizar el trabajo de la casa con personal por horas se tendrá muy en cuenta nuestro régimen de vida, necesidades y obligaciones. Para familias que inician sus tareas desde temprano lo más indicado sería hacer venir a la persona de servicio desde las primeras horas de la mañana. (!!!) En caso de tener invitados, se habrá convenido el cambio de hora según convenga (!!!!!!)"
Y en la página 19 hay más consejos, para los que se reían de Boluda Total: "...debemos complementar las diversas tareas y trabajos. Esto es: si se pone agua a hervir, no es necesario esperar parada a su lado (!!!!!!!!!!!!!), pues con ello no se adelanta nada. Mientras un asado está en el horno se puede preparar el puré, la ensalada, etc. Mientras se remojan las servilletas y mantelitos, se puede hablar por teléfono o se contestará una carta. Mientras se seca el barniz de las uñas podemos leer algo de lo bueno e interesante que se publica"
En fin, después de un par de consejos más (por ejemplo, para lavar los platos en caso de que no se consiga una negra: "Pueden dejarse en un fuentón con una cucharada de amoníaco") ya se larga con las recetas. Estoy esperando a que Parrilla me mande las fotos digitales (no quiso prestarme el libro) de algunas, sobre todo de una que me llamó poderosamente la atención y que se llama "Chupé a la peruana". Aunque, por el tono general del libro, no creo que se refiera a algo sexual, sino más bien al secuestro y tortura de la mencionada peruana del orto. Lo único que podemos pedir es:
Aparición con vida de Juanita


* Guti ya tiene computadora. Cuando aprenda cómo encenderla por ahí hasta abre un blog.