martes, agosto 29, 2006

Por única vez

Por ésta vez, como excepción y atento a los fiacas y despistados, voy a poner acá el primero de los cuentos que van a aparecer en el otro blog (en ESTE).
La idea es que sea una serie temática, en este caso acerca de una funeraria, tema en el que tengo una larga experiencia que contaré únicamente si me pagan para hacerlo.

A continuación, El vendedor:



Una vez, de chico, fui a comprar una camisa y el tipo terminó vendiéndome además un pantalón, dos pulóveres, un pañuelo carísimo y una rifa del colegio de la hija. Cuando salí me sentí estafado, pero también maravillado con la habilidad del tipo. Volví al día siguiente y se lo dije. El tipo, un tal Fernando Milotti, me agradeció medio halagado y, un poco para compensarme, se ofreció a enseñarme parte del yeite. Fui casi todas las tardes durante 3 meses.
Era un león, un águila entrenada que al instante sabía para dónde llevar al cliente. Mucha psicología y mucha calle también. Verso fácil, presencia, actitud ganadora pero no agresiva. De a poquito fui copiándolo y me di cuenta de que yo tenía el ingrediente imprescindible: era tan hijo de puta como Milotti.

Porque en el fondo, todo vendedor es un sorete que si puede venderte el obelisco te lo vende, aunque sepa que te está cagando como de arriba de un puente. Y en éste laburo la cosa es igual, no hay ninguna diferencia. Los que vienen a contratar un servicio fúnebre, por más hechos mierda que estén, son clientes, ¿entendés? Y los agarrás en un momento bárbaro, con la guardia baja. Algunos vienen tan atontados que ni se dan cuenta de que están firmando cosas que después van a tener que garpar. Y los que creen que vienen preparados son los más fáciles: te tapan un palo y se la mandás a guardar por el otro, te dejan el arco desguarnecido. Por ejemplo, a alguno le batieron que tenga cuidado con el precio del jonca. Okey, yo ya sé que por ahí ni lo toco. Por mí ese tipo puede meter al muerto en un cajón de mandarinas, ni me caliento. En alguna lo voy a agarrar; a uno lo convencí de que pusiera más autos de acompañamiento y se los cobré como si viajaran a Dinamarca, más o menos, que se vaya a la puta que lo parió. Si es el último gasto que le hacen al finado, ¿no?
Un punto importante es quién es el muerto y quién viene a contratar. Si viene el hijo a arreglar el entierro de la madre, estás de fiesta: sacá la lista y empezá a tachar. Porque le vas a vender hasta lo que no hay. Cuando el tipo en algún rubro no te elija el producto más caro, te lo quedás mirando un ratito, así… Por ahí es un turro y la deja pasar, pero casi seguro que elije todo de primera. Como les dice Marcelo: “Para mamita lo mejor”. Otro hijo de puta ese Marcelo.
Eso sí: tenés que saber esperar. Decía Milotti: paciencia de pescador. No podés demostrar que lo querés asesinar, ahí perdiste y no le vendés nada aunque sea el hijo de la Fortabat, báh, aunque los millonarios tampoco son joyas, no te creas. Por ahí, te digo que es más fácil que hagas una buena venta con un clase media que con un culorroto de esos. Y claro: por algo tienen guita, son más águilas que vos. Y mucho amor no hay en ese ambiente, creeme. Puede ser que para figurar hagan algo como la gente, pero te aseguro que si pudieran, llevan al cajón a las patadas hasta el cementerio.
Yo prefiero un profesional clase media, ese va como trompada. Imaginate, el tipo está en carrera, no puede quedar como un miserable con la familia y con los del laburo, tiene que demostrar cierta sensibilidad y solvencia.
O los obreros que son muchos de familia: ahí también tenés un filón. Los familiones de negros que hacen la vaquita y se mandan unos servicios de la gran puta. Aunque ahí, después, podés tener quilombo para cobrar, pero de eso se encarga Cobranzas. Yo vendo. Y muy bien. Mirá, me animo a decirte que soy excelente vendiendo. Cualquier cosa, ¿eh? Yo antes he vendido otras cosas: electrodomésticos, casas, hasta pianos he vendido.
Pero en éste negocio es donde me siento más cómodo. De movida nomás, me di cuenta de que yo había nacido para ésto. Yo llegué acá por el servicio de un tío mío, vine como cliente. Y sí, en éste curro todos somos clientes alguna vez, no se salva nadie. Mi primo contrataba el servicio de mi tío y yo carpeteaba a la vendedora. Boluda, tibiecita, no servía. Las minas son más tiernas, ¿viste? Y me pasó eso, me imaginé que era yo el que estaba vendiéndole a mi primo. Y me encantó. Encima a mi primo le tenía jurada una cuantas de cuando éramos pendejos. En mi cabeza lo maté con lo que le vendí, y a cada rato me decía “ésta va por la vez que no me prestaste el Scalectrix”, cosas así.
Eso lo uso mucho, ahora. Eso de pensar que el cliente me hizo alguna cagada. Porque capaz que me pongo sensible yo también y sería un desastre, no le vendo a nadie.
La cuestión es que volví un par de días después del velorio de mi tío y me contrataron. ¿Sabés lo que hice? Les mostré cómo lo hubiera vendido yo. Me contrataron enseguida y al rato, nomás, me cayó un servicio, una vieja. Vino el marido y justo era un amarrete, no sabés cómo me hizo laburar el hijo de puta. Después me di cuenta de que son los peores clientes, los viejos que vienen de una enfermedad larga y ya se gastaron la guita y el alma en los tratamientos. O no se gastaron la guita y es peor, porque piensan “No la gasté antes, no la voy a poner ahora”, ¿entendés? Gente de mierda.
A lo único que le escapo es a los pibes, no quiero ni hablar. Yo soy padre, nene, ahí ni me meto. Si puedo, paso. Que lo atienda otro. Y… todos tenemos algún punto débil, el mío es ese. Te la regalo, eso es mierda pura, no te entra en la cabeza. Pero bueno, si no puedo zafar, lo hago…
Mirá vos, me acuerdo que Milotti tenía debilidad por las embarazadas. Una cosa de locos, el tipo más canchero del mundo y se le caían las medias por las embarazadas, se ponía hecho un flan, pobre. Me parece que en esa época que te cuento, tenía la jermu embarazada, por eso. Y calculá que él vendía ropa de hombre, una mina embarazada está a punto caramelo para venderle ropa de hombre, ¿no? Anda toda enamorada del marido, podría haber hecho desastres este Milotti. Pero es lo que te digo, algún punto débil siempre hay. Y te digo más: es necesario tenerlo, es como un cable a tierra porque si no te podés pasar de rosca. A la final somos seres humanos, che. Si de todas formas te desquitás con el que venga atrás, ¿no? Esto es como el fútbol, pibe: siempre te da revancha.
¿Viste lo que te decía de pensar que el cliente te hizo alguna macana? A veces se da en serio. Una vuelta cae un zumbo de Campo de Mayo por el servicio del padre. Y lo reconocí enseguida: el sargento Benítez, un guanaco que me había tenido cagando en la Escuela de Caballería. Ocho meses me tuvo a los saltos, me metía preso, me garcaba los francos. Un reverendo sorete. Él no me reconoció. Yo estuve a punto de decirle, si total lo iba a boletear igual. Pero no le dije nada, y mientras lo atendía pensaba alguna maldad para hacerle. A ese no me interesaba sacarle guita, quería hacerlo sentir mal, ¿me entendés? Por forro.
Al final el milico me pide una corona, y ahí se me prendió la lamparita. Me dice que le ponga “Tu hijo el soldado”. Y yo le mandé una que decía“Tu hijo el soldador”, andá a la reputa que te parió. “El soldado”…pero mirá qué pelotudo…
Después le dije que se equivocaron en la florería.

Sacando lo de hoy, te diría que mi mejor venta la hice hace unos años. No hablo de guita, aunque también curré bien. Pero mirá lo que pasó. Viene a contratar el servicio la viuda, sola. Un hembrón, nene. Una yegua divina, unos 32 años, un pelo negro, unas tetas, divina. Empiezo a tomar los datos y resulta que el muerto era un capo de la Ford de 67 años. Cuando me dice la edad del tipo, medio que la miré. Y me sonríe, como diciendo “Sí, soy una trola hermosa”. Así que le empiezo a mirar las gambas, las tetas. Alevoso. Y la llevo al salón, para que elija el ataúd. Yo siempre cierro la puerta para que no venga nadie a hinchar las bolas. Es un momento jodido para la gente, porque van eligiendo el féretro y saben que ahí adentro van a meter al familiar. Bueno, yo cierro siempre, pero ésta vez le metí llave y todo. A la mierda.
La mina se dio cuenta de que teníamos privacidad y empieza a mirar los cajones, ¿no? Movía el culo, nene…no te puedo explicar. Y claro, el viejo no la debía atender mucho, estaba recontenta la mina. Se para así y me dice “¿Y usted cuál me recomienda, Héctor?”, y se reía, nene. Así que le muestro el redondo más caro y le digo “Yo te recomiendo éste”, así, poniéndole énfasis al éste y tuteándola. Si era una turra…
En fin, le vendí como 10 lucas y le di ahí mismo en el salón, nene. Eso no me había pasado nunca. Y encima estaba alucinante. Fui un par de veces a la casa, una mansión por ahí por Olivos. Increíble.


Son las cosas extras que te pueden pasar en este laburo. Pasa cada cosa acá, te lo tenés que tomar con un poco de humor, y es un laburo más. Un poco de humor y filosofía, qué sé yo. Laburando acá te das cuenta de las vueltas de la vida y de lo poco que somos, nene. Las vueltas de la vida; el mismo redondo que le vendí a la viuda, lo vendí hoy. Pero hoy te juro que no le puse maldad a la venta, fue hasta emocionante. Me salió bien, lo hice con oficio, pero lo de hoy fue casi un homenaje, nene. Me esforcé para dar lo mejor de mí mismo, me parece que correspondía. Por cada mango que le arrancaba a la familia, yo sentía que Milotti me aprobaba. Si él me lo enseñó, yo le debo mucho a él. Bueno, ahora la que me debe a mí es la familia de Milotti, mirá dónde nos volvemos a encontrar. Pero yo sentía que Milotti me aprobaba con orgullo. Desde el cielo, Milotti me aprobaba. Un fenómeno el viejo.

miércoles, agosto 23, 2006

Este blog es de sexo,

sólo sexo y nada más que sexo!!!

Bueno, no realmente. Pero analizando las estadísticas, parece que eso es lo que buscan los que finalmente caen por acá:



Sacando al del ventilador de techo, el resto quiere jodita. Así que me calenté (me enojé, quiero decir) y escribí un cuentito hot pensando sobre todo en el que puso "sexo con mi hermana" (con la tuya). Al mismo tiempo, es un ejercicio de taller y cumple con la consigna de elegir un punto de vista y continuar el relato.
Agarrate.


Sergio Muzzio – 23/08/2006

(1º persona)
Cuando me vi libre del peligro de ser descubierto, no recuerdo haber sentido ningún remordimiento por lo que respecta a mi hermana. Pero apreciaba a Juan, y al pensar en él no me resultaba fácil sosegar mi conciencia. La idea de que tenía que confesarle la verdad me torturaba continuamente.

(2º - el narrador le habla al personaje, o el personaje se habla a sí mismo)
Cuando te viste a salvo de que alguien te descubriera, se te pasó cualquier remordimiento con respecto a tu hermana. Pero apreciabas a Juan, y al pensar en él no te resultaba fácil sosegar tu conciencia. La idea de tener que confesarle la verdad te torturaba continuamente.

(3º - el narrador no participa ni se involucra. Puede ser omnisc, no omnisc, Focalizada, donde al narrador se identifica)
Cuando se vio libre del peligro de ser descubierto, no sintió ningún remordimiento con respecto a su hermana. Pero apreciaba a Juan, y al pensar en él no le resultaba fácil sosegar su conciencia. La idea de que debía confesarle la verdad lo torturaba continuamente.


Puntos de vista

Y pensar que no querían comprarte el celular con cámara incluida. Como si lo hubieran adivinado, pendejo. Pero insististe, te pusiste cargoso y hasta extorsionaste con lo del fallido regalo de Navidad. Hacerle eso a tu vieja, refregarle lo del regalo, fue una guachada mayor. Pero te dio resultado, tu vieja se sintió culpable por haberse equivocado de muñeco en Diciembre y te compró el celular. Ahora, a los 8 años, estabas a la par de tu hermana de 16, con ese celular brillante que le mostraste a los chicos del barrio tratando de disimular un poco tu alegría desbordante.

Lo de fotografiar a tu hermana se te ocurrió un poco después.
Hacía poco que la espiabas cuando se vestía y una vez te habías animado a treparte desde el jardín a la ventana del baño mientras se bañaba. Pero era un riesgo demasiado grande, incluso alguna vez estuviste casi seguro de que te había visto, y la cosa no te daba mayores satisfacciones, ni siquiera entendías bien por qué lo hacías. Tenía el encanto de lo prohibido, pero más allá de eso era una aventura intrascendente que te dejaba con la sensación de arriesgarte por nada. Sé que eso cambió cuando lo dijiste sin querer en un cumpleaños. Alguien había hecho la pregunta, y vos dijiste que sí, que habías visto a una mujer desnuda. Cuando te apretaron para que digas a quién, dudaste. Pero al mismo tiempo te diste cuenta de que no tenías salida, nadie iba a creerte otra cosa, las opciones eran tu mamá o tu hermana. Y dijiste la verdad, porque no te hubieras animado a mentir con semejante cosa metiendo a tu vieja en el medio. Así que tiraste la respuesta y viste cómo el grupo se te subordinaba de inmediato: incluso chicos mayores te miraron con admiración. Claro que sabías que tu hermana era linda, aunque nunca lo admitieras. Para vos la belleza todavía tenía que ver únicamente con ojos celestes y cabellos rubios. Sólo recientemente habías empezado a fijarte en el resto del cuerpo, en los pechos en general y en las tetas de tu hermana, grandotas y paradas, en particular.
Cuando los chicos te pidieron detalles, una prueba, sentiste que pisabas arenas movedizas. Porque la prueba la tenías ahí mismo, en tu celular. Pero mostrar las fotos podía ser igual a pasar de ídolo a degenerado, y además iba a ser imposible que ninguno hablara y que el asunto no llegara incluso a oídos de tu familia. Te decidió la apuesta con Hernán, el líder natural del grupito. Porque él también había percibido tu respuesta como una amenaza, y quiso recuperar terreno. Entonces te había desafiado, se te había reído en la cara tratándote de mentiroso, de pendejo mentiroso. Tuviste la lucidez de no darles el gusto demasiado pronto; de repente te diste cuenta de que el resto asistía mudo al diálogo entre Hernán y vos y te gustó ese poder repentino. Y además, ya tenías la prueba que te pedía Hernán, ese grandote Hernán de 12 años que de repente parecía asustado y en el fondo se le advertía que ya te estaba admirando también.
Así que te quedaste callado y con una sonrisa, y los dejaste que se agrandaran, que te cargaran entre todos hasta que apareció la apuesta. Primero escuchaste lo que querías oír, que había varios que se morirían si veían una foto de tu hermana en bolas, que darían no se qué por verla.
Por fin le dijiste a Hernán, mirándolo sólo a él, fijamente:
- ¿Qué apostamos?

Me dijo Juan que le hizo gracia cuando le contaste esta parte. Más allá de la indignación y las ganas de cagarte a trompadas, esta parte le había dado risa a Juan. Porque te imaginó inflando el pechito contra el del otro nene, con apenas 8 años y haciendo apuestas que incluyen minas en pelotas. Claro que Juan nunca iba a decirte ésto. Pero sigamos.


El tiempo que te demoraste hasta hacer la apuesta, te dio la posibilidad de ver todo en pespectiva: ibas a mostrar una prueba, una sola, pero no en ese momento y no a todos. Ibas a mostrarle una foto a Hernán, pero no directamente del celular sino impresa. Eso iba a dejar por lo menos dudas acerca de cómo la habías conseguido. En caso de que a Hernán le importara eso, claro. En caso de que a Hernán le importara más eso que ver a tu hermana completamente desnuda, en la cama y con las piernas abiertas, como posando.
Así que habías ganado la apuesta, 10 pesos y un juego original para la computadora. Pero por sobre todo habías ganado prestigio, el propio Hernán se encargó de ponerte por las nubes. A vos y a tu hermanita, claro.
Después de eso no hubo más apuestas. Pero sí hubo más fotos y muchos pedidos para ver “la” foto, y a algunos se la mostraste a cambio de algo. Nadie supo que tenías más de cincuenta fotos. Ni siquiera Juan.
Hablando de él, nunca entendimos qué fue lo que realmente te pasó, por qué de repente tuviste un cargo de conciencia insoportable con Juan. No tenías ningún remordimiento con tu hermana, pero con Juan sí. Te torturó la culpa hasta que se lo contaste. Debe haber sido muy difícil para vos, porque apreciabas mucho a Juan, y él a vos, era el novio de tu hermana desde hacía años y siempre te trató como si fueras especial, a pesar de la diferencia de edad. Así que un día lo llamaste y le dijiste que querías verlo, solo. Hacía meses que andabas con el celular y casi no podías creer las fotos que habías conseguido de tu hermana. Juan se preocupó, porque te notó angustiado de veras. Y cuando le contaste lo lastimaste mucho, porque le parecía terrible lo que estabas haciendo, pero vos te quebraste en un llanto desgarrado y entonces Juan se dio cuenta de que se te había ido de las manos, que el juego perverso se te había vuelto en contra de repente, que te mezclaste en cosas demasiado jodidas para tu edad. Y Juan tuvo que calmarte, apenas pudo retarte un poco y decirte que bueno, que él mismo iba a encargase de arreglar todo con tu hermana, porque tu hermana tenía que saberlo, era mejor eso a que se enterara por otro lado. En cuanto pudo apaciguarte un poco te hizo prometer que todo se terminaba ahí, incluso borraste las fotos delante de Juan. Fue lo mejor, viéndolo ahora a la distancia.
Porque a mí también el asunto se me había ido de las manos, y ahora estaba Juan. Pero desde la primera vez que te pesqué fotografiándome supe que jugábamos con fuego. Yo también me sentía estremecida cuando sabía que me estabas espiando, y adivinaba que mis fotos andaban torturando a tus amiguitos, esos mismos nenes que me miraban y enrojecían cuando venían a casa, y a mi me gustaba.





Nota: Los que encuentren similitudes entre este cuento y el "Hernán" de Abelardo Castillo, me halagan profundamente.

domingo, agosto 20, 2006

Pesadilla

Lo tengo merecido, por supuesto.
Resulta que ayer fuimos a cenar a la salida del teatro* y, claro, tomamos vino. Después teníamos que pasar a saludar por su cumpleaños al flaco Silvio que nos esperaba en Mitos. Y ahí dale con el clericó, la cerveza, sidra para el brindis, algunos rocanrroles, más vino y así hasta las 6 de la mañana…
La pesadilla fue muy fulera.

Yo iba hasta la barra de Mitos y me la encontraba a Verónica Lozano vestida como en la foto y en la misma posición, incluso en ese banquito.



- ¿Qué te sirvo? – decía la Vero.
- Verónica…, ¿qué hacés? Estás más buena que el agua…
- Ay, Sergio (se ve que me conocía, hasta ahí era un sueño), justamente…
- Dame un whisky
- No, jaja, qué tontito…
- Jaja, qué boludita, Vero. Dame un whisky.
- No, pelotudito…
- Epa.
- Esto es Mitos Argentinos, un Bar de Aguas, el primer bar temático de estas características abierto en la Argentina, que ofrece más de 50 aguas de todo el mundo. Con su inauguración el año pasado, SER trajo al país una tendencia mundial que está ganando adeptos en el mundo gourmet y sibarita…
- No entiendo…
- ¡Es la nueva tendencia! Entre los bares de agua famosos se encuentra el Water Bar de Colette de París -nacido en 1999 de una idea americana en los años 80- que propone a sus clientes 80 tipos de aguas minerales de varios países. O el Aqua Store de Roma, donde el público, desde fines de 1999, obtiene un panorama con información detallada de las distintas aguas que están en venta en el mundo. En otros países, como Australia, Japón y Estados Unidos también se encuentran estos espacios que se imponen como una tendencia.
- Hablás como en una propaganda…
- ¿Qué te sirvo, che? Tengo mucha gente que atender…
- ¿¿¿¿Lo único que hay es agua???? ¿La gente viene a tomar agua?
- Obbbvio. Y mirá cómo se bambolea frenéticamente después de tomarse una saborizada de kiwi…
- No me la creo…
- Observá el ritmo del Silvio, que se incorporó un litro entero de “Finamente Gasificada”

Por suerte me desperté inmediatamente, aullando. El terror había ido en aumento, pero verlo a Silvio consumiendo agua me hubiera producido un infarto de miocardio.
Sin embargo me quedé un rato reflexionando en que la pesadilla contenía una verdad indiscutible: la gente se juntaba en sitios que llamaba “Bares” a tomar agua. Y encima pagaba y hacía como que se divertía.

Para reflexionar mejor, coloqué el agua en la pava, que es donde corresponde, y mientras se calentaba me terminé un Latitud 33 que todavía tenía 2 vasitos.
Creo sinceramente que mi asunto con Verónica Lozano no va a prosperar, por lo menos hasta que abandone esos vicios espantosos.

* En cualquier momento me pongo a recomendar comederos, porque la vengo pegando como si supiera.

Nota: al final terminé "Ella", por si alguno todavía le interesa. Está acá: http://latimidezyotrascosas.blogspot.com/2006/08/ella.html

sábado, agosto 19, 2006

Mens sana

Uno sesenta y siete y no hay arreglo.
Por más que me estire, andamos en eso.
Setenta y dos, setenta y cuatro kilos pero, si me descuido, acá sí que puede haber novedades. El tobillo derecho medio delicado a fuerza de haberlo abusado, yo, y un par de ellos de los otros equipos. Tres dedos de la mano derecha fracturados, también por el fútbol, aunque sin secuelas graves.
Poco pelo, pero aunque me resigné hace rato pareciera que no avanza. Me rapo y es como si fuera pelado por opción, quevacér.
Fumo, y eso hace muy mal.
Contractura permanente en el hombro derecho, creo que por el mouse. Cuarenta y uno de zapatos, cuarenta y dos de edad. Y me va pareciendo que algunos ítems ya no cambiarán demasiado, la altura y esas cosas. Pero lógicamente habrá envejecimiento.
Desde los treinta vengo mirando de reojo ciertos deterioros y puteando bajito. Cerca de los cuarenta me agarró como una desesperación de que la degradación se acelerara de pronto. Algunas arrugas pasaron a ser permanentes y me parecía haber perdido tono muscular en las piernas. En algún momento sentí que mi cuerpo me estaba traicionando de la peor manera. Y yo que lo quería tanto.

Crucé la barrera de los cuarenta como un toro y me pasaron cosas, incluso en el cuerpo.
A dos años y pico de ese momento, tengo que rendirle homenaje a cada puta célula que me acompaña.
Porque sigo descubriendo sensaciones, porque tomo y me la banco mejor que nunca, porque creo que recién ahora estoy aprendiendo a acariciar, porque por suerte de vez en cuando hay fiesta en la cocina y ningún participante se queja, al contrario.

A veces, como reconocimiento a los buenos servicios prestados, me siento tentado de empezar a cuidarme en serio, dejar de fumar y anotarme en un coso de gimnasia. No investigué mucho, no me pareció necesario, pero creo que debe haber alguna conexión entre lo que pienso, lo que siento, lo que hago y cómo responde mi cuerpo. Así que no voy a hacer nada de eso.
Porque no quisiera entrar en conflicto con mi cuerpo justo ahora, que nos queremos tanto.

martes, agosto 15, 2006

Otro taller

Al sólo efecto de que Miranda se sienta amenazada y me rebaje la cuota, me anoté también en otro taller con Alejandro Rozitchner, que viene a ser la continuación del que hice en Noviembre. La novedad es que los chicos de aquel taller abrieron un blog para consultas y para despuntar el vicio.
Así que andaremos por allá también, viendo la mejor forma de molestar a los nuevos compañeros y hacerle burla al profesor cuando escribe en el pizarrón.
La dirección es http://tallerdeproyectosdeescritura.blogspot.com
Pasen y vean.

viernes, agosto 11, 2006

Tango



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EL CHOCLO (Villoldo-Discépolo) , estrenado en 1903 y originalmente pensando para bailar, tuvo 4 letras: 2 del propio Villoldo, otra de Marambio Catán casi 30 años después, y la de Discépolo en 1947.
Por eso lo de “Con éste tango nació el tango” no es una fanfarronada ni nada por el estilo.
El propio Enrique Santos confesaría que no se atrevía a cambiarlo: “Era como ponerle letra al himno nacional del tango”.
Años después habría otra confesión de Tania: “No me pregunten que significa carancanfunfa, porque no sabría qué contestar…pero me maravillo del misterio y del ritmo de esa palabra inventada por Enrique”.
Aquí, la versión de Baglietto-Vitale con la guitarra de Lucho González (mudos y mancos, los pibes)

miércoles, agosto 09, 2006

Apología de la violencia

No es la primera vez que me sucede.
Me pasa, por ejemplo, cuando me pongo guantes y siento los puños ajustados y protegidos. O cuando me vendo y me pongo las canilleras para el fulbito.
Aclaro que soy más manso y dulce que Tinky Winky, pero…

Resulta que ayer a la mañana compré un barral de 2 metros para una cortina que voy a colgar (algún día) porque hace 2 meses que la tengo sostenida por clavos. El hecho de transportar esa vara de madera me hizo sentir peligroso y con ganas de usarla. Jugaba a caminar de otra forma y miraba a la gente con cierto desafío.
La dejé apoyada en una pared de mi oficina hasta la hora de irme a casa y la tomaba de vez en cuando para sopesarla o para molestar a alguno, hasta que se la encajé en el mate a mi compañero, 2 veces *. Él no se sorprendió demasiado, pero se levantó como para trompearme y vi que era en serio. Le pedí disculpas y pude calmarlo.
Aclaro que él es más manso y dulce que Floricienta, pero…

A la hora de la salida me crucé con el contador P, un tipo muy serio, a punto de jubilarse y más pachorriento que los solos de Gilmour en su último CD **. Cuando vio el barral se le iluminaron los ojitos y no pudo evitar contarme que era cinturón negro de koburo y que la maderita le recordaba al bo. Y por supuesto que me hizo una demostración ahí mismo y por supuesto que casi se la incrusta a la recepcionista.
Repito que es un tipo muy serio, pero…

Algo nos pasa a los hombres en cuanto tenemos un arma o un elemento no habitual que nos remita al fragor de la batalla. Pueden ser los mismísimos botines de fútbol con esos tapones tan incitantes o un simple barral para la cortinita de mi habitación. Cualquier cosa que nos aumente físicamente y nos otorgue cierto poder que, inmediatamente, es menester comprobar por ejemplo surtiendo al primero que se cruce. Y es difícil que el golpeado responda diplomáticamente y nos haga ver nuestra inconducta; más bien reaccionará visceralmente y tratará de partirnos la jeta en 4. Aclaro que todo lo dicho lo concibo únicamente entre hombres, ni se me ocurre este tipo de intercambio físico con una mujer. Imagino que tal vez una chica en esa situación llore o se ponga histérica. O la supere la sorpresa y no atine a nada, no lo sé.
Pero los tipos tenemos la violencia subcutánea, basta con rascar un poquito y aflorará inexorablemente. Ni siquiera hace falta una situación de peligro real para que saltemos; hay mucho de oreja mojada, mucho de macho argentino dando vueltas todavía. ***
Lo que intento decir es que no me disgusta sentirme violento de vez en cuando, comprobar que los instintos funcionan bien y están aceitados. No me molesta en absoluto, aunque no me agarro a piñas desde los 17. Creo que debo estar canalizándolo vaya a saber por dónde, pero el universitario pseudo intelectual se manda mudar con presteza cuando el aire huele a sangre. Gracias a Marte por eso; a veces me siento demasiado domesticado y no termina de convencerme.

Y si a jmslayer le molesta cómo suena “mucho de macho” que me espere a la salida y lo arreglamos. ****



* Sí, así trabajo yo, señora. Y muy bien, gracias.
** On an island, sin clasificación definitiva todavía pero no me gustó.
*** Repito repito repito repito que es solamente entre hombres

**** Al margen: ¿En qué pensaba el gil ese cuando gritó "No me peguen, soy Giordano"? Yo, al reconocerlo, le hubiera puesto más énfasis a la golpiza. Y me hubiera sentido plenamente justificado.

miércoles, agosto 02, 2006

Ella



A riesgo de no aprobar este semestre (?) , cometo una infidencia con éste ejercicio de taller. La de la foto es mi profe Patricia Miranda (a esta altura una mas de la banda) y el que está al lado es Guti, pero la Irma no autorizó que apareciera, aunque eso no viene al caso. La cuestión es que la consigna era armar un personaje y después pasárselo al de al lado para que hiciera el cuentito. Ese día jmslayer estaba indispuesto, de manera que su lugar lo ocupó la profe y el personaje que armó vino a parar a mis inhábiles manos. Hete aquí que al releer los personajes, a Patricia se le escapó que el personaje era casi ella misma. Mejor no lo hubiera dicho, no sabe con los bueyes que ara...



Personaje
Sexo: Femenino
Edad: 40 años
Un pensamiento: Mañana empiezo
Nombre: Ella
Una costumbre: Mirarse en todos los espejos que encuentra
Un detalle que lo caracteriza: Jeans ajustados
Época: Actual
Contexto: Supermercado
Nacionalidad: Argentina
Una frase recurrente: Te lo dije
Un tic: acomodarse el pelo detrás de las orejas
Entorno: Es parte de una familia tipo

Cuento:
(2/8, 19 horas. En preparación, estoy acomodando la foto, che.)

Ella
(3/8, 14:30. Hmmm...ando atrasado con la tarea y ya hay comentarios, pero va un pedacito de lo que ya está tomando forma definitiva)

Paradita en la góndola de los dietéticos que nunca va a comprar, ella les dedica una larga mirada a los productos antes de decidirse a continuar. Hace unos meses que está pensando en ponerse a dieta, aunque todavía llena fantásticamente los jeans y los entusiastas bocinazos que recibe la hacen seguir postergando la idea. En el metal de la heladera se refleja el perfil con la curva pronunciada de sus caderas de cuarentona a punto caramelo como (dice Gutiérrez, el de contaduría, y a ella le gusta). El pantalón ajustadísimo le levanta la grupa espléndidamente y la mantiene con una sonrisa constante, que se transforma en risa abierta cuando se dice la mentira de siempre: “Mañana empiezo”. Abandona el martirio de los lights y enfila directo a la sección perfumería, donde se detendrá varias veces en los espejos a comprobar que todo sigue en su sitio y a acomodarse el pelo detrás de las orejas.
Un tipo que no es su tipo la mira descaradamente y ella le hace un giro en redondo exagerado que es un borbotón de melena roja y culo parado pero no dispuesto. Sin embargo le ofrece una estirada lenta hasta el último estante para tomar una crema exfoliante nutritiva que no va a comprar necesita, cuestión de martirizarlo un poco por su atrevimiento. El fulano debe tener la edad de ella, (la edad de su documento), pero ella anda en busca de algo más joven fresco, más vital, más acorde a su verdadera la edad (la que le muestran todos los espejos y la que siente en el cosquilleo del estómago cuando Crespo festeja un gol levantándose la camisetita) *


to be continuará más later...
* 4/8. Algunas correcciones después del taller de anoche. En rojo lo que NO VA, en verde lo modificado. Sacamos los paréntesis y alguna cacofonía que le molesta al rompebolas de Slayer.

(6/8, 21:15. Ultima parada antes del relato completo, que vendrá mañana)
Elige un perfume nuevo que le parece apropiado para cuando empiece la cacería; es una fragancia embriagadora, con reminiscencias orientales que a ella la transportan inmediatamente al olor del sexo reciente y la hacen marear un poco. Cierra los ojos y es peor, el mareo se transforma casi en vértigo y hasta hay imágenes de un hombre muy joven y moreno con la cabeza hundida en su melena roja. Siente un peligroso calor que empieza justo debajo del ombligo que quedó al aire con la estirada anterior y que ahora ella mira con satisfacción. Su estómago es plano, tonificado, no existen estrías ni flojedades, y ella está definitivamente caliente. Hace una analogía entre la dieta postergada y la cacería inminente y dice en voz muy baja: “Empiezo hoy”
Coloca el frasco de perfume en el carrito de compras y siente que el pensamiento le hizo acelerar los latidos. Tiene que inspirar profundamente al salir de la perfumería y su andar es más felino que nunca, y ella no puede evitarlo. “Va a aparecer en cualquier momento”, piensa, y un estremecimiento de excitación le moja un poco la ropa interior.
Mira hacia la derecha y un chico joven y moreno la está observando con una semisonrisa deleitada. Está un poco lejos, pero es indudable que la mira a ella. "Te lo dije".

Baja un poco la cabeza sin dejar de mirarlo, se acomoda el mechón detrás de la oreja y da el primer paso hacia él.

Él desvía la mirada y por un momento parece que abandona el lance, pero enseguida lo retoma y ahora achica un poco los ojos para enfocarla con más precisión. Ella decide hacerse perseguir y se mete por un pasillo, aunque se detiene enseguida para que él pueda observarla a gusto. Está muy tentada con darse vuelta y dedicarle una pequeña mirada que lo aliente, pero en lugar de eso cambia de posición alternando el pie de apoyo, una vez, dos veces, tres. Como al descuido se pasa una mano por la parte superior de las nalgas y finalmente gira la cabeza y lo busca.
Él tarda un momento en levantar la vista que apuntaba al centro de ella. Ahora la mira directo a los ojos y parece terriblemente serio. Ella advierte con satisfacción que la seriedad de él se corresponde con ciertos pensamientos que pueden adivinarse. Ella vuelve a mirar hacia delante y comienza a alejarse. Camina sin detenerse hasta que terminan los escaparates y al llegar allí se queda como decidiendo hacia dónde continuar. Por el rabillo del ojo ve el abrigo azul de él aproximándose. Se da vuelta por completo.

- Hola-, dice él, -¿Cómo estás?
- Bien- , dice ella y él la besa con naturalidad en la mejilla
- Casi no te reconozco- , dice él y ella se sobresalta. Lo aparta un poco y le examina la cara
- Pará…¿Juan Pablo…?
- Sí, tánto tiempo, ¿no?
- Juan Pablo…estás enorme ¿Cuántos años tenés?

Él es o era amigo de su hija, aunque no se ven hace años. Y en algún tiempo ella fue amiga de su madre. A ella se le juntan 2 sentimientos: por un lado la decepción del romance y por otro un enorme alivio de que así sea. Sin darse cuenta afloja un poco la posición erguida y se coloca una sonrisa convencional e inofensiva.

- Cumplí 19 la semana pasada
- ¡19! Qué barbaridad…¿Y tu madre, en qué anda?
- Igual que siempre, pero más loca…
- Je, sí, me imagino…¿Y qué andás haciendo por acá?

Él se toma un tiempo para responder, y ella se da cuenta de que ya no domina la situación; él tiene un brillo helado en los ojos y ahora se acentúa su sonrisa. La voz de él es baja y ronca cuando dice:
- Te miraba. Desde hace un rato.
- Ah…
- Estás muy linda, Patricia.
- Gracias…¿y vos…estudiás? ¿Qué hacés?
- No tengo novia, me aburren las pendejas. Estudio arquitectura.
- Qué bien…lo del estudio, digo.
- ¿Estás con alguien? ¿Ya te vas?
- No. Sí. Si querés nos vamos, estoy sola. Hace rato.
- Te invito a tomar algo. ¿Tenés tiempo?
- Sí, pero… Mirá, Juan Pablo…
- ¿Qué? -, dice él.
Y es joven y moreno y se nota que quiere desordenarle el pelo toda la tarde. Ella siente una punzada de deseo que le humedece los labios y se yergue en todo su rojo fulgor para decirle que nada, que acepta, que cuando lleguen al bar va a tener que ir a acomodarse el pelo que ya siente enmarañado. De todas formas será sólo un café, aunque él la siga despeinando con la mirada.
Salen del supermercado muy juntos y ella se mira en el reflejo de la puerta automática y está mejor que nunca, con los jeans tan ajustados y con esa sonrisa.