miércoles, noviembre 19, 2008

Azul un ala...creo


Antes de que asome el sol del 27 de febrero de 1812, el General Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano abandona su tienda de campaña y se dirige hacia las orillas del río Paraná, donde las dos baterías de artillería recién creadas, Libertad e Independencia, lo esperan en solemne formación.
Ha dormido muy mal: la inminencia de ponerse en contra al Triunvirato por la creación de una bandera lo mantiene nervioso y preocupado desde hace días. Sumado a un principio de conjuntivitis que afecta a gran parte de la tropa, Belgrano ve poco y nada. Camina apoyado en el antebrazo del capitán Francisco Villanueva, quien le murmura que se ha lavado la bandera conforme a sus órdenes de la víspera.

Sale el sol, hiriendo aún más los ojos del General.
Belgrano da la orden para que se ize por primera vez la enseña patria, pero mantiene la mirada en el suelo, a salvo de los rayos del sol de febrero.
Sobre el final del estruendo de la salva de honor, Belgrano alza la vista para ver ondear por fin la bandera, y le parece que no son los colores que ha elegido. Pero seguramente lo engañan los ojos.

- Ahora marcharemos siempre con los colores del cielo al frente – dice Francisco Villanueva después del juramento de los soldados, y al General Belgrano se le detiene el corazón.
- Pancho - dice Belgrano -, ¿el azul quedó bien?
- Es más bien celeste, mi General.
Hay terror en la voz de Belgrano cuando pregunta:
- ¿De qué color es la franja del medio?


Nota del diario "La Nación"
Los orígenes de la enseña patria son, aún hoy, una fuente de misterios y controversias
No se conocen con exactitud las características de la original, izada en 1812.
Tampoco, pese a las hipótesis, el significado de los colores.
Ver nota completa


De regreso en su tienda, un Belgrano pálido y desencajado despacha a sus colaboradores y a solas relee la nota que enviara doña María Catalina Echevarría, quien confeccionó la divisa patria según órdenes expresas (y secretas) de Belgrano. Antes no ha tenido tiempo de leer más que las primera líneas (ni se lo ha permitido la conjuntivitis), que dicen así:
"Estimadísimo General:
He concluído a tiempo la Bandera que me encomendó, a pesar de la premura de su pedido, y aquí se la envío con un patriótico abrazo. Eso sí: debe lavarla, porque yo no he tenido tiempo y la tela azul oscuro se ensucia muy fácilmente.".

"Azul oscuro", piensa Belgrano.
El color de la tela capturada a los ingleses durante las invasiones. La misma tela que se usó para confeccionar los primeros uniformes de los nuevos regimientos coloniales en 1807. Azul noche, casi. Tal cual lo recuerda Belgrano, tal cual lo confirma doña Catalina, y tan distinto del celeste que cree haber vislumbrado, y que le confirmó el capitán Villanueva.
"Aquí se ha producido una traición", reflexiona Belgrano. La Insignia Patria, recién nacida y ya mancillada…
Con profundo dolor en el alma, continúa leyendo.

"Permítame felicitarlo, Manuel José Joaquín, por el hermoso diseño que ha creado y del que tuvo a bien confiarme los significados. El azul (azur o blao en el arte heráldico, según recuerdo que me contó Usted) simbolizando los ideales de justicia, verdad y fraternidad. El azul de sus amados incas, también. El color predilecto en los ornamentos de los Incas del Perú que usted tanto respeta. De modo que las dos alas exteriores debían ser azules".

"Como si yo no supiera lo que significa", murmura Belgrano. Y sin embargo, tiene que reconocer que la razón fundamental es que la única tela disponible en cantidad es la azul capturada a los ingleses años antes.

"Y en el medio del azul, como símbolo del victorioso y cálido Nacimiento de la Patria,…"

Manuel Belgrano se retuerce de ira. Llama a los gritos a Villanueva aunque no sabe muy bien qué va a decirle. La bandera ha sido izada, ha sido jurada por todos los soldados de los Libertad e Independencia más todos los que anduvieron cerca y pudieron llegar. Es imposible dar marcha atrás.
- ¿Me llamó, mi General? – dice el capitán Villanueva entrando.
- Pancho…hay algo que no está bien.
- Usted dirá, mi General…
- Verá, capitán…los colores de la bandera…
- Estaba bien limpia, ¿verdad?
- Sí – dice Belgrano pensativamente -. A propósito, ¿quién la lavó?
- Yo mismo, mi General. Con más ahínco y más lejía que nun…
- ¿Lejía…?
- Es lo que uso para lavar mi propia ropa de combate, mi General. Y le aseguro que hasta la mugre más indómita y resistente…
- Sí, conozco el poder de la lejía, capitán. Pero dígame… - casi implora Belgrano - ¿No notó que antes de lavarla los colores eran un poco distintos, más intensos?
- La verdad, General, con la conjuntivitis…
- ¿Usted también?
- Y sí.

Consternado, Belgrano baja la vista. La nota de doña María Catalina Echevarría se le clava en los ojos y le duele mil veces más que la conjuntivitis.
"Y en el medio del azul, como símbolo del victorioso y cálido Nacimiento de la Patria, como el mismísimo Sol Naciente, ese amarillo dorado que usted sabiamente ha elegido, conformando desde aquí hasta la Eternidad el glorioso Auriazul de la Patria.".

Belgrano acerca decididamente la nota a la llama de una vela, y todavía alcanza a leer:
"Postdata: es una tela delicada, ni se le ocurra lavarla con lejía.
..........................................................................M.C. Echevarría"





Mentira Histórica relacionada:
El caballo de San Martín

martes, noviembre 18, 2008

Próximas primeras veces

Hay que aclarar que esto se escribe un lunes, casi a las doce de la noche, y que fue un día complicado.
Hay que aclarar, además, que a la densidad habitual de los lunes se suma haber dormido muy poco y una derrota de Boca Juniors que, de haberse resuelto favorablemente, hubiera colocado al equipo en la cima solitaria. En fin, hay que aclarar que el autor tal vez se dejó atrapar por la melancolía, y que quizás mañana vea las cosas un poco distintas, pero que, en definitiva, no le salió algo divertido.
Quedan avisados desde el vamos.




Todo comenzó después del mediodía, cuando la digestión y el solcito en los ojos acaso también contribuyeron al malestar general. Más o menos a esa hora estaba pensando en las próximas vacaciones, y eso me llevó a las últimas, y a los viajes en avión, y recordé que hasta escribí algo sobre eso, y sobre la primera vez que volé.
En realidad, ahí empezó todo: en el recuerdo de la primera vez, y en la certeza de que no habría nunca más una primera vez para volar, ni para otras cosas. Muchísimas cosas.
Alejandro Dolina dice algo así: “Le he dado mucho besos a Laura, pero ninguno será como el primero que le di”. Algo de ese espíritu hay en el artículo.

Yo recuerdo el primer beso en la boca que di. Mejor dicho: recuerdo muchos primeros besos, pero si bien todos tuvieron algo de mágicos, el primero fue mágico. Yo tenía 11 años, y aunque no era demasiada edad, hacía como un año que venía pensando en eso y preguntándome qué se sentiría.
Ella se llamaba Gladys, era una compañera de escuela, y era bastante más alta que yo. Hubo un asalto, hubieron lentos, y recuerdo que primero la besé en la base del cuello (que era hasta donde llegaba, digamos, cómodo), temblando y mareado por el perfume y la tibieza de la piel. Después levanté la cara y ella la bajó. Recuerdo que cerré los ojos en cuanto se tocaron los labios y sentí inmediatamente que se me iba la cabeza.
Recuerdo también que, entre el delirio del momento, me asombró la cercanía de sus dientes. Yo me había imaginado sólo labios, hasta ahí había llegado, algo completamente blando e insípido, y los dientes y la saliva me sirvieron para confirmar que todo era real y que estaba dando mi primer beso de amor.

No lo sabía en ese momento, pero también estaba dando el último beso asombrado de mi vida: nunca más me sorprendería la presencia inminente de dientes y lengua y sabores y seguramente otras sensaciones que ahora son para siempre irrecuperables.

Seguramente también, en una escala del 1 al 10, el beso fue un 1, pero eso no tiene ninguna importancia. Daría un año de mi vida por recuperar la virginidad en todas las sensaciones de ese primer beso.

Recuerdo claramente otras primeras veces en otros rubros, y hasta podría decir que recuerdo parte de las sensaciones. Pero solamente una parte.
La mejor parte, la de la novedad y la magia, se ha perdido casi toda, sobre todo a fuerza de repeticiones. Se puede volver, claro, a la escala del 1 al 10, y es cierto que casi todo (besar, sin in más lejos) ha mejorado con la práctica. Pero hacer mejor las cosas no tiene la misma gracia que hacerlas por primera vez, con la torpeza incluida y todo. La gracia, el misterio, la magia, la expectativa verificada contra la realización, el sueño hecho realidad y en general mejorado.
Como con los aviones: yo soy bastante imaginativo, pero ni en cien años de mis fantasías más elaboradas me hubiera imaginado lo que se siente cuando un boeing despega.
Lo que se siente la primera vez, claro.
Las demás, en comparación, son bien inferiores.

Cabe aclarar en este punto que la belleza intrínseca de la primera vez no es aplicable a todos los rubros. Nadie atesora la primera vez que le sacó punta a un lápiz, digamos, o si lo hace es por algún otro motivo. Por haberlo logrado, por ejemplo, si el que sacaba puntas era un nene muy chico.
Justito acá debe llamarse la atención sobre un hecho obvio: cuanto menos edad se tiene, son mucho mayores las posibilidades de que casi todo se haga por primera vez, y tal vez en ese simple hecho estriba que la niñez esté tan preñada de magia.
Y uno, de chico, a medida que va captando el mundo, cae en la cuenta de que aún le faltan años para ir accediendo a algunas cosas que parecen buenas. Hay impaciencia por llegar a esos momentos, ganas de que los años se apuren.

Después uno llega más o menos a mi edad, donde más o menos se ha hecho lo que más o menos han hecho todos los de la misma edad. Con toda certeza, no hay ningunas ganas de que los años aceleren, al contrario. Y es una edad jodida en una época jodida, porque a pesar de no ser tan así, tenemos la sensación de que cualquier misterio es cosa de otra época (otra época del mundo, y otra época nuestra)
Y un día se empieza a pensar que hace mucho que no se hace algo verdaderamente importante o movilizador por primera vez, o se llega a algo verdaderamente misterioso por primera vez. Algo que además sea deseable, digo.

Porque es una edad en la que por algún lado nos ha llegado ya el resplandor sombrío de la muerte, y nos ha hecho volver a pensar en la propia (como cuando éramos chicos, y la muerte era un misterio más sobre el que se podía especular alegremente en los fogones, amparados en una inmortalidad de 40 o 50 años por delante * y ninguna baja ostensible. Pero con la diferencia, ahora, de que ya le hemos visto el gesto ladino y los dientes torcidos, y a la hora de los fogones preferimos otros temas)
Es una edad en la que uno hace rápidamente una lista de próximas primeras veces que parece una lista de ideas de Stephen King para una novela de terror: primera vez de un infarto, primera vez de una bancarrota, primera vez que debe considerarse seriamente la impotencia…
Y al final, cómoda e inexorablemente instalada, la del resplandor sombrío. Primera y última vez con esa señora. Y fin de la lista para siempre.

No es de extrañar que algunos opten por otras primeras veces un poco más simpáticas. Es un momento ideal para experimentar por primera vez con otras religiones, o quizás por primera vez con una religión, cualquiera. Incluso han salido varias religiones nuevas, y bastante fashions además.

O primera vez para cometer un asesinato. Esa es bastante buena para un jubilado, porque si ya se sabe que el final es la muerte y la corrupción, ¿por qué permitir que alguno te haga aún más insoportable el último tramo?
Primera vez para matar.
Primera vez para enloquecer casi del todo.
Suena, por lo menos, tentador.

Pero uno puede inclinar la balanza hacia el Lado Oscuro (sobre todo un lunes después de que Boca perdió la punta de manera increíble) o intentar un tono más pastel y no cerrar este texto tan abajo.
Pareciera surgir de lo escrito que lo deseable no es seguir develando misterios a lo pavote, sino todo lo contrario: agregar un toque de colorido misterio al gris de nuestras vidas, convencernos de que Don Juan Matus tenía razón, y de que este será para siempre un mundo misterioso y fantástico, lleno hasta el borde de cosas increíblemente maravillosas y sobre todo inexplicables (con lo cual, el misterio seguirá sin develarse). Y que es posible transformar en mágico nuestro tiempo ordinario sobre él.
El misterio está ligado a algo de miedo y ansiedad, claro. Sin esas cosas sería un misterio bastante aburrido. Sería como saber de antemano que en un buen beso en la boca va a haber algo más que sólo labios tiernos sin sabor.
Y recordar que a veces el misterio puede estar en cualquier cosa que se haga por primera vez. Al fin y al cabo, volar en un avión no es una fantasía inalcanzable de Tolkien: es un medio de transporte muy común. Menos, claro, para el que lo hace por primera vez.



* Un pedacito de esa frase es de Cortázar, pero no me acuerdo exactamente cuál pedacito.

miércoles, noviembre 05, 2008

The Wall

Hace poco Rossana Vanadía., blogger amiga y periodista de La Voz del Interior, me mandó un cuestionario por los 25 años del estreno de The Wall. Entre otras cosas, le dije a Ross que cada tanto veía la película, porque hay cosas que no están en el álbum.

¿Ves, Ross? Esto, por ejemplo, no está...


La nota de Ross, puede leerse acá (yo soy Sergio M., el que se peleó con la novia)

lunes, noviembre 03, 2008

E.T. go home!

Desde mi más tierna infancia sentí asombro y curiosidad por las cuestiones espaciales, incluidas, por supuesto, las relacionadas a la existencia de vida en otros planetas y a la posibilidad de contacto. Cómo serían, qué pensarían, qué maravillas habrían encontrado o creado, y cuál sería su filosofía, su religión…; esas cosas me intrigaban y yo seguía bastante de cerca las novedades del tema.
Como Clarke, como Sagan, yo también suponía que relacionarnos con una civilización mucho más avanzada debería producirnos inmensos beneficios y rogaba que el encuentro cercano se realizara cuanto antes.
Hace unos días reventé una hormiga de un pisotón, y ahora ya no quiero saber más nada con los extraterrestres.

Yo estaba fumando un cigarrillo en el jardín de la casa de mi novia, pasó una hormiga, y sin pensarlo le puse el pie encima y la aplasté. Casi en el mismo instante me acordé de Clemente y del poder que sentía por sobre las hormiguitas. Yo podría ser un Dios para estos bichos, pensaba Clemente. Esta línea de pensamiento me llevó a Les Luthiers ("¡Esa polillita, hermanos, está viva!…Hay que matarla…"), y entonces me pregunté por qué la había pisado, si no me molestaba, si ni siquiera eran muchas, si no amenazaba los malvones. Era una hormiguita sola, cosa curiosa porque en general van en manada.
Una hormiguita sola, haciendo quién sabe qué cosa importante para ella y para su sociedad. Importante según sus parámetros, claro.
A lo mejor, para la organización del hormiguero, esa hormiga era un científico explorando un nuevo territorio, o recolectando sustancias para una nueva medicina. O un artista buscando inspiración. Incluso se parecía un poco a Calamaro.

La miré de nuevo, y seguía siendo una hormiga (ahora muerta), y nadie iba a pedirme nunca que hiciera el esfuerzo de verla como algo más. Pero yo me había puesto filosófico, de la rama más bien especulativo-catastrófica, partiendo de algo tan simple como la vieja pregunta: "¿Te gustaría que te hagan lo mismo?"
Lo siguiente que pensé fue que por suerte yo estaba en otro escalón de la evolución zoológica. En el más alto, precisamente. Nadie podía eliminarme tan eficaz e impunemente, no había en la Tierra un ser con semejante poder como para…Acá me corrió un frío por la espalda, realmente. La siguiente imagen que me vino es la de "La guerra de los mundos", cuando usan sangre de humanos para regar las plantas o algo así.

De repente, la teoría de que seres mucho más avanzados serían a la vez benévolos con los inferiores fue a parar a la papelera de reciclaje.
Me pareció que la hormiguita movía una de las patitas, incluso me pareció (pero esto seguramente fue producto de mi imaginación) que escribía en la tierrita la fórmula química del agua, como para que yo comprendiera que había atacado a un ser inteligente (igual, la letra era muy chiquita)

No pude evitar especular acerca de un encuentro con extraterrestres ya con esta nueva visión obtenida por la muerte de la hormiga.
Realmente no tenía muchos motivos para suponer que el encuentro con una civilización superior resultara beneficioso: nuestra propia historia demuestra que de tales encuentros siempre han salido muy, pero muy mal los inferiores.

Las cursivas, precisamente, indican que la valoración puede estar totalmente equivocada, y que más bien se refiere a una tecnología superior, por lo menos a nivel armamento.
Pongamos por ejemplo a españoles e indios americanos, y se entenderá de qué hablo.

Claro, los alienígenas podrían hacer el esfuerzo de entendernos, aunque también, para ellos, eso requeriría mucho empeño.
Me imaginé a mí como un ser extraterrestre hiperinteligente y con tecnología ultra avanzada, ante la disyuntiva de intentar comprender a Guido Suller o reventarlo de una piña.
Casi con seguridad me duraría menos que la hormiguita...

Un consuelo que me sirvió diez segundos fue pensar que nosotros mismos no tratamos a todos los animales tan mal como a las hormigas. A algunos no los pisoteamos ni les echamos veneno: son los que nos comemos.
De todas formas, entre que me den un pisotón o que me sirvan glaceado y con enebro, no me quedo con ninguna.

Otros diez segundos me alivió la teoría de que no a todos los animales los envenenamos o los comemos. Y en algunos reconocemos y hasta fomentamos su inteligencia. Los monos, por ejemplo.
Aunque algunas pruebas son un tanto crueles. Les abren la cabeza y los conectan a electrodos y porquerías similares; o les inyectan vacunas antes de hacerlo con humanos; o van a parar al circo de Carlitos Scazziotta lisa y llanamente. Todo por culpa de ser inteligentes.

El panorama no era muy alentador a nivel especie, así que intenté por el de la división política y/o racial, y contemplando los rubros obvios.

Para Alimento, un eficiente relevamiento hecho por los E.T. debería indicarles que los franceses a la fuerza tienen que ser los más sabrosos, al fin y al cabo, dicen que uno es lo que come y Francia tiene fama en ese sentido.
Pero ha de haber paladares distintos, y no va a faltar el marciano botón que sepa algo de la carne argentina. A lo sumo, calculé, estaríamos segundos en el menú.
Para Experimentos, bueno, se supone que tomarían los especímenes más inteligentes, y en ese rubro debe haber como 50 países que califiquen mejor que nosotros. Pero…a nivel país.
Me imagino al mismo botonazo del asado haciendo lobbie para que no dejen de capturarse ejemplares argentinos, con la precaución de mantenerlos alejados de cualquier tipo de alambre…
Mascotas es un rubro, digamos, no tan peligroso, si uno está dispuesto a aprender a traer el diario en la boca o a ronronear en las rodillas (¿?) de una medusa intergaláctica. Para esos menesteres, ¿quiénes más graciosos, hábiles y simpáticos que los brasileros? ¿A quién no le gustaría invitar a los amigos y, en lugar de mostrar como el Boby trae un palito, tenerlo a Ronaldinho haciendo jueguito en el jardín?
"Ah, pero…", diría el ya insufrible garca extraterrestre, "¿y alguna mascota argentina? ¿Un Messi, un Riquelme, el viejo Diegote? Los brasileros son buenos, pero no tienen el mismo aguante, che…"

Y así sucesivamente, en casi todos los rubros me enfrenté a la terrible verdad de que los argentinos no pasaríamos desapercibidos para los invasores.
No pude consolarme ni siquiera con la idea de que aún existen animales en estado salvaje, sin un gobierno organizado, entregados a su habilidad para la supervivencia y con plena vigencia de la ley del más fuerte: eso me recordaba demasiado la situación actual.