jueves, agosto 30, 2007

Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat


La calidad de imagen y sonido (y el público a destiempo) no son de lo mejor. Pero resistí la tentación de ver otros: prefiero sorprenderme el 14 de diciembre en la Bombonera.

Igual, va a ser difícil escuchar en silencio, me parece.

sábado, agosto 25, 2007

Putas


Por pasar el rato o andá a saber por qué, se me ocurrió intentar el recuento de las mujeres de mi vida (sexual), sin contar a las prostitutas.
Sobre la magra cifra de las no profesionales no abundaré en detalles: básteme decir que he ganado y perdido parejamente, y que no está tan mal si se lo mira con cierta esperanza de futuro venturoso.

Pero el revival pasó rápida y astutamente por los amores finiquitados y me dejó, en cambio, regocijarme justamente con algunos efímeros pero intensos contactos con chicas de la vida. Casos un tanto fuera de lo común.

Recordé, por ejemplo, a Betania, una puta que ejercía (y espero que lo siga haciendo) en el barrio Pelourinho de Bahía: hablo de muchos años atrás, cuando no estaba lleno de policías, ni arregladito a expensas del patrimonio de la Humanidad, y a Michael Jackson no se le hubiera ocurrido jamás poner uno de sus delicados pies en esa especie de Babilonia morena. Hablo de cuando había que ser guapos para pernoctar en el hotel Colón y convivir con las ratas de la habitación, y dejar la puerta abierta para que las artesanas francesas o los suecos que hacían música afro (¿en Suecia?) y se drogaban mucho, entraran cuando quisieran. En realidad, creo que nadie cerraba las puertas de las habitaciones: le teníamos mucha más desconfianza al gordo y negro conserje que todo el día cambiaba dinero o compraba oro a personajes más atemorizantes que él, lo cual era decir bastante.
Pero volviendo a Betania: el Peló era en sí un mercado. Apenas pisabas el empedrado te ofrecían artesanías, droga, cambio, amuletos de Iemanjá, acarajés con langostinos…y sexo. Nosotros éramos cuatro, en dos habitaciones, y una noche llevamos a Jacqueline y Betania, con la sana intención de compartir entre amigos. No recuerdo exactamente qué suerte corrió Jacqueline, pero Betania y yo fuimos inseparables. Cuando terminamos mi cajita de tres profilácticos (insisto: hablo de muchos años atrás, y además no hay nada más excitante que una puta excitada), ella sacó otra cajita, y seguimos hasta el amanecer y rehusé la idea de Betania de volver a enrollar alguno de los forros porque estaba exhausto, no porque me faltaran ganas.
Cuando tuve que pagarle ella no tenía cambio, y se ofreció a traérmelo más tarde.

Y esta es realmente la parte interesante del relato: no sólo volvió como a las 10 de la mañana con el vuelto, que yo daba lógicamente por perdido, sino que lo hizo acompañada de varias colegas. Me invitaron a desayunar (recuerdo que aún desconfiaba y que pensé: “Ah…ya sé quién va a pagar el desayuno de todos…”) y fuimos a la Cantina da Lua en alegre grupo, total el cambio me favorecía y las chicas parecían buenas.
Y allí, en el centro mismo de Pelourinho, en la parte exterior de la Cantina da Lua, desayuné con siete u ocho putas, ante la mirada entre atónita y temerosa de turistas y lugareños, porque las chicas resultaron buenas pero un tanto escandalosas.
Y pagaron todo ellas, y no me permitieron que las invitara ni que las tocara ni un poco, aunque creo que esto último era por respeto a Betania, que me tenía dulcemente tomado de la mano.

El otro caso digno de mención es el de Gimena, de la época en que vivía solo en Belgrano y estas chicas, para mi mal, aceptaban Visa y así me sumergí en una deuda con la tarjeta con Veraz incluído de la que salí años después, cuando senté definitivamente cabeza o cuando mi ex esposa directamente me obligó a hacerlo, no recuerdo bien.

Gimena era una muñequita preciosa, bajita, morocha y delgada, de unos 20 años, con los mejores senos que he visto en mi vida, y también el primer tatuaje al final de la espina dorsal que vi, y no usaba bombacha. Lo primero que dijo fue: “¡Qué bueno que sos joven!”, dado que yo no llegaba a los 30 y las chicas eran Nivel Ejecutivo y debían estar acostumbradas a carcamanes adinerados bastante mayores. Claro: después vino el quilombo con Visa, etc., pero Gimena no tenía por qué saberlo.
El primer encuentro fue muy bueno, pero el segundo fue mejor.

Juro que había alegría en la carita de Gimena cuando bajé a abrirle por segunda vez, y que empezamos en el ascensor, y que entramos a mi departamento rodando por el piso, y que es mentira que las putas no dan besos de verdad.
Esa noche Gimena se olvidó del reloj, y hasta aceptó un whisky (ninguna tomó jamás nada que yo le ofreciera, ni agua de la canilla) y tomó un poco, pero terminó tirándoselo encima con hielo y todo, y alguien debiera decir alguna vez que el blend exacto no se obtiene de maltas escocesas, sino de una dura y enhiesta cola veinteañera.

Así que, a juzgar por cómo se manejó mi memoria, me veo en la necesidad de hacer un nuevo recuento y de incluir con alegría algunas verdaderas artistas del viejo oficio, aunque mi corazón vuelva a sangrar copiosamente al acordarme de Visa, otra puta pero de las malas.

martes, agosto 21, 2007

Colectividades

Es cierto que somos un grupo más de acción que de reflexión (1), algo que nos ha valido hasta la artera clasificación de delincuentes, o por lo menos de hinchapelotas. Pero a varios de nosotros nos gusta leer en los colectivos, o por lo menos nos gustaba cuando lo colectivos tenían luces en el interior.
De un tiempo a esta parte, las empresas han optado por encender sólo algunas (o ninguna, como el 430, aunque en este caso es para que no se pueda comprobar el calamitoso estado de las unidades de 1947), en muchos casos mortecinos fanales de color azul o rojo, y tampoco todas las lámparas: más bien una sí, dos no. Lo que confiere al colectivo un aspecto de disco mal iluminada y peor musicalizada: el método que utilizan los micros de larga distancia para que te duermas y, si es posible, ni te pasan la película de Jean Claude Van Damme.
“Dormite, que el viaje se te pasa más rápido”, parece ser la consigna.
A mí se me pasa más rápido si puedo leer, y si me duermo puedo terminar en Claypole, y para los estudiantes puede ser fundamental para un último repaso al examen que van a dar en un rato, pero eso no lo tienen en cuenta.

Ponele que en los micros esté bien, y que seguramente vas a despertarte en la Terminal (en todas las terminales, en realidad) y que a lo mejor ni querías ver la película, y que en las largas distancias puede justificarse o priorizarse el descanso.

Pero hoy por hoy por, a la noche, resulta prácticamente imposible leer en los colectivos. Aficionados a la lectura descartan tenebrosos asientos vacios y se mantienen de pie junto al único asiento sobre el que pende una lamparita de 20 watts cagada por las moscas, lo que genera miradas desconfiadas por parte de la vieja ocupante del mismo, y apresuras agarradas de carteras y otros enseres.
Los aficionados a la lectura colectivesca hemos pasado a ser sospechosos, y además nuestras posibilidades de viajar sentados se han reducido un 75 porciento por esto de buscar los escasos asientos apenas iluminados. Esto afecta también a la vieja si el asiento es doble, porque si se desocupa el de al lado e, inmediatamente al acomodarnos, rebuscamos algo en el portafolios, es probable que la señora se asuste y cambie de asiento o por lo menos contemple con terror nuestros movimientos hasta que vea aparecer un simple libro, por ejemplo Sexus de Henry Miller (bueno, no es el mejor ejemplo: ahí seguro que se muda de asiento a toda velocidad)

En la última reunión del grupo (1), se trató el tema de la falta de luz, y de la casi exclusividad de Ricardo Montaner en un sitio que solía ser como un anexo de biblioteca popular. Estelita la Bomba Formoseña no es de leer mucho, pero se ofreció a darle charla y a convidar con mate dulce al conductor, en tanto el resto de los muchachos subiremos munidos de libros y pequeños faroles de noche, que en época invernal, se ocultan fácilmente bajo los abrigos.
Estelita (estamos seguros) convencerá rápidamente al chofer de que baje la musiquita, cuestión de poder hablarle de cosas más interesantes. En ese momento, casi simbólicamente, el autotransporte se verá invadido de luz, doblemente iluminado por los farolitos y por ejemplares de Borges, de Unamuno, algo de Ray Bradbury a exigencias del Pollo, y sonará brevemente en la voz del Guille una frase de los “Twist” que dice “Estudiantes, estudiantes a estudiar”, con lo que se alentará a los jóvenes a que saquen sus apuntes bajo la radiante iluminación de los 16 farolitos. Convertiremos a ese colectivo en un pozo de luz y sabiduría, incluso se armarán charlas debate en los asientos del medio a cargo de Miguelito Lezama, se analizará “Rayuela” de punta a punta, y los estudiantes deberán dejar sus conclusiones antes de que se les permita bajarse.
Es probable que la movida nos tome varias vueltas del mismo colectivo, pero Estelita ha estado practicando el arte de la oratoria y el baile del caño de colectivo, así que no prevemos un problema con el chofer, que seguirá vendiendo boletos, pero solamente al que porte al menos un diario. De lo contrario, que el despreciable sujeto espere el próximo bondi en tinieblas y no joda.

Sobre el final, entonaremos todos juntos “Dónde iremos a parar si se apaga Valderrama” y bajaremos con los faroles aún encendidos, y tal vez el Guille declame algo de Bécquer mientras el colectivo se aleja, ahora sí con todas las luces encendidas, e inexorablemente ganado para la causa.
Sobre este punto, Estelita ha sido explícita y aclaró que si le va la bocha, ella sigue con el colectivero hasta la terminal y no se baja nada.




(1) Ver otros asuntos candentes sobre el particular cliqueando en la etiqueta pertinente.