jueves, diciembre 27, 2007

Licencia para matar

Como James Bond, pero no por deber ni por justicia, ni nada de eso: por cuestiones personales.
La presente es una especie de encuesta o juego de rol, aunque no espera ser contestada ni tampoco interpretada, porque ni yo he sido absolutamente sincero.
Lo que se propone es, más o menos:
¿A quién liquidarías si te garantizaran inmunidad absoluta?

De todas formas, y por poner algunas reglas que todo juego debe tener, el asunto tiene una condición sine qua non. Más allá de que el Comité Organizador (?) garantice la inmunidad del matador y la total indefensión de la víctima, es condición imprescindible que el acto sea realizado cabal y únicamente por el asesino.
O sea: nada de hacerlo desaparecer con la mente, ni de matarlo con la indiferencia, ni de mandar a otro, y mucho menos en patota. Hay que hacerse cargo de apretar el gatillo, o de suministrar el veneno, o de hundir la daga, o de empujar al vacío, o de tensar la soga, o lo que sea. Pero solito el victimario, y su alma. Téngase eso muy en cuenta, aunque se juegue sólo mentalmente y no se deje ni un mísero comentario por el divertimento proporcionado.
Nota: no es necesario explicar los motivos, aunque yo voy a hacerlo de puro exhibicionista que soy. Y por darle un poco de razón a la Packy en eso de que soy medio malo, porque algo debe haber influído Packy al recordarme aquel infausto abril…
Bien.

Puede hacerse una lista también, si usted se anima. Pero la condición arriba expresada es bastante limitante, por varios motivos. Primero por la carga psicológica (sólo se garantiza la inmunidad legal, o corporal: no la mental). Y segundo porque el Comité Organizador (???) no se encarga de los traslados, así que si usted quiere reventar a Bush, por ejemplo, averigue primero en los amistosos cielos de American Airlines cuánto le va a salir darse el gusto.

Por eso yo me he buscado una víctima de cabotaje, a la que puedo acercarme con un humilde colectivo.
Yo liquidaría a la pareja actual de mi ex novia (1).

Aunque haya aparecido hace 2 días, ese señor tiene mucho que ver con horas de dolor y de sufrimiento míos y, en contrapartida, con momentos de placer y alegría de mi ex…a mi costa.
Y digo que no importa que no se conocieran cuando ella me dejó: ya existía potencialmente en la loca cabecita de la que fue y ya no es.
Al contrario: sería más pura la venganza y más a mi medida que sea un recién arribado. Lo que quiero es que alguien la pague, ya que mi ex no va a hacerlo.
Y tampoco importa que yo lo haya superado felizmente, señores: estamos hablando de una oportunidad única de matar sin consecuencias. No lo olviden.

Y no solamente quiero que alguien pague con sangre. Quiero dejar de ser el último ex de mi ex. Quiero ponerle distancia a la distancia, no sé si me explico.
Y quiero, ya que estamos, evitarle a ese muchacho seguramente bueno como yo, la posibilidad de que una novia evidentemente abandónica lo perjudique cardíacamente (2).
Pero no quiero dispersarme, que acá lo importante es matar a alguien por motivos egoístas, y no por hacer el bien de ninguna forma.
Así que sólo me falta explicitar el modus operandi, y escuchar a mis amables lectores.

Yo lo esperaría justamente al final de un encuentro en casa de mi ex. Trataría, en lo posible, de ver cuando se despiden amorosamente, pero no lo miraría a él demasiado, no vaya a ser cosa que me resulte simpático o que justo mi ex haya enganchado a Martín Palermo y en lugar de despenarlo le termine pidiendo un autógrafo.
No.
Me concentraría en el rostro alegre de la pérfida, y calcularía a propósito que los besos que anda prodigando son más largos que los que escuetamente me daba a mí.
Acto seguido, quitaría la espoleta de una granada, contaría hasta 10, y el que no se escondió se embroma.

Es de suponer que ella ya se ha puesto a cobijo dentro de su casa. Que con mirada soñadora (pero ya dentro de su casa) se queda un instante pensando solamente en él, antes de ir hacia la cocina, por ejemplo. Y que la explosión la altera, pero al principio le suena distante.
Pero…si se demora mucho en entrar, si prefiere seguir besándolo aunque él ya esté dentro del auto en marcha, si no se pueden despegar, y las esquirlas…
Bueno, en ese caso, y por ser el que pone las reglas, digamos que se garantiza la inmunidad también por los daños colaterales, y buenas noches.




(1) No me consta, pero da lo mismo por lo que se aclara luego. Además (y atenti unas cuantas) hablo de cualquier ex que me haya hecho sufrir, no necesariamente la última, aunque es la que más recuerdo, lógicamente.

(2) Suponiendo, también, que mi ex no dejó también a éste. O a varios, qué sé yo…

jueves, diciembre 20, 2007

Sed


Alguna vida anterior en el desierto, o de esclavitud, aunque más seguro de esclavitud en el desierto, han hecho de mí una persona sedienta. No permanentemente, pero con extraordinaria urgencia luego de un viaje, por ejemplo. Mis amigos y mis novias (1) saben que en cuanto llego deben ofrecerme algo de tomar. Aclaro: no hablo de alcoholismo ni mucho menos. Agua es suficiente, aunque me he levantado muchas veces de madrugada para ir a comprar Coca-Cola. Con la Coca tengo, a veces, una necesidad parecida a la adicción, pero ese es otro tema.
Al margen del producto, soy alguien con el temor permanente de no disponer de líquido cuando la sed lo atormente.

El hambre no me preocupa ni remotamente como la sed. Y es curioso, porque he pasado hambre en algunas ocasiones, pero no recuerdo haber desfallecido de sed nunca. El miedo (¿la fobia?) es más bien a nivel genético, ancestral. Por eso, como si de verdad lo creyera, aventuro lo del desierto y la ración de agua siempre escasa.
Dice Borges que Averroes en España (o mejor: algo en la sangre de Averroes) agradecía la presencia cercana del Guadalquivir, y el rumor de un aljibe oculto entre el follaje de un patio casi selvático.
Lo mismo me ocurre cerca de un cauce de agua dulce. Me serena, me alegra, me deja respirar tranquilo. Es algo en la sangre, entonces.

De la misma forma, supongo que al viajero que llega hasta mi casa le pasa algo similar, e inmediatamente le ofrezco bebidas. Algunos dicen “más tarde” y los admiro.
Pero me generan ansiedad y tengo que servirme algo para mí mismo. Más tarde, para mí, puede significar demasiado tarde. Imaginar la muerte por falta de líquido es una tortura recurrente.

Me veo perdido en un desierto infinito, y cuando la locura me alcanza, trago desesperadamente la arena que he juntado en el cuenco de unas manos destrozadas.
Y no es el peor final que se me ocurre: a veces, en el último instante, recupero la razón y ya es demasiado tarde, ya tengo la boca llena de piedras, abrasada más allá de mis límites, y mi garganta abierta de par en par, preparada para un festín que nunca llegará.
No muero por asfixia: ese don no me es otorgado. Todavía estoy plenamente consciente cuando el último estertor de la sed se está preparando. Mi mente, inevitablemente, lanza imágenes de cascadas, de altos cócteles, de jugos de colores; fragancias y perfumes de bebidas que he probado con deleite.
Las imágenes de mi vida, esas que se supone que desfilan ante los ojos en los últimos momentos, tienen que ver con el goce por los líquidos que me salvaron hasta ahora.
Supongo que moriré cuando llegue al último tinto descubierto; es decir, si me tocara hoy, pasaría a mejor vida mirando una copa de Alamos de Catena Zapata.

Realmente no envidio a los que por última visión tienen un juego de Rasti, o una muñeca Pepona.


(1) Cada una en su época, se entiende.

martes, diciembre 04, 2007

Historia con liendres

Algunos, muy pocos, imaginan algo distinto. La mayoría supone lo más lógico: que los pelos se tiran a la basura. Otros pueden, tal vez, llegar a pensar que van a parar a oscuros fabricantes de pelucas o de tapados, o cosas así, ridículas.
Incluso preguntan. Cuando ven sus propios cabellos esparcidos por el suelo, y sobre todo si ha comenzado la deplorable calvicie, a veces se animan y preguntan si una peluca, un tónico, un implante… Lo dicen medio en broma, pero lo dicen.
Entonces actúa, primero, la mirada que hemos desarrollado hace mucho: ante cualquier referencia a los pelos recién cortados (a nuestros pelos), primero los miramos, y sólo después de que la mirada los ha calado íntimamente, les decimos algo.
Les hablamos de tratamientos, de lociones casi milagrosas, de nuevos métodos. Llevamos su atención al cabello que aún les queda, y que nos interesa que conserven en buenas condiciones, y logramos que olviden el que recién les cortamos, que es nuestro.
Hemos observado que una forma de que olviden más fácilmente los mechones del suelo es hacerlos desaparecer lo más pronto posible de sus vistas, y adiestramos a nuestras mujeres para ese menester; de hecho, lo recogen apenas toca el piso: cuatro o más acólitas recorren silenciosamente el amplio salón y mantienen el azulejado casi libre de cabellos. Los clientes aprecian esa pulcritud, esa esmerada atención, y nos recomiendan a sus amigos.
La clientela crece, y con ello nuestro regocijo.
Pero a otros los sorprende el empeño de las hermanitas, y sabemos de alguno que hizo comentarios. La mirada, y la navaja en alto, como ritualmente detenida, hicieron palidecer al indiscreto. Y luego vino la respuesta breve que no admite réplica: reglas de la casa, y la navaja que desciende velozmente, y el ruidoso trago de saliva del cliente que no volverá a preguntar.
Hay pelo que no nos sirve. La pelambre desnutrida de un viejo, o el epitelio maltratado por sucesivas tinturas, son descartados inmediatamente.
Por supuesto, mantenemos las apariencias, y los atendemos disimulando la molestia que nos causan.
Estos pellejos tienen además una útil finalidad, y también son retirados inmediatamente, pero no van al cuarto carmesí.
Pasan directamente a las bolsas de plástico semitransparente, con nuestro logo, que diariamente depositamos para el basurero, y que son nuestra prueba, y así nadie sospecha nada, nunca.
Cada tanto nos envían algún novato, y son épocas de mucha tensión: son jóvenes y hambrientos, y cortan con avidez, provocan clientes indignados y llegan incluso a lastimarlos.
A pesar de las severas recomendaciones que les hacemos en cuanto llegan, a pesar del duro entrenamiento que han recibido, a veces el instinto los traiciona. Tenemos que observarlos constantemente, y sobre todo mantenerlos alejados del cuarto carmesí.
Excepcionalmente hemos expulsado a alguno, previa consulta con los líderes.
No fue agradable lo que le hicimos, pero no podemos exponernos por un hermanito demasiado voraz.
No: los cabellos deben seguir cayendo con gracia, lentamente; deben seguir formando curiosos arabescos negros, amarillos, rojos…sobre el piso invariablemente blanco.
Así ha sido y así será: una ceremonia lenta, convenida, una víctima ilesa, una indolora mutilación cíclica, y las hermanitas guardando lo que nos sirve, clasificándolo, entregándolo con gozosa devoción al que custodia el cuarto carmesí.

lunes, diciembre 03, 2007

Habemus novela


Mi amiga Laura Beilin presenta (¡Por fin!) su novela diciembre-diciembre, y hasta la saca en diciembre y con presentadores de lujo.
Tuve ocasión de leer los borradores y es realmente muy buena.
El primer capítulo puede leerse acá.
Más allá de la novela, dice que habrá buen vino en cantidad ilimitada, y que estamos todos invitados.
Es este jueves en La Boutique del libro, en Thames 1762, Palermo.

Allí estaremos, para hacer ruidos extraños y escatológicos, y hablar en voz altísima cuando no corresponde.
Para eso son los amigos.

miércoles, noviembre 28, 2007

Festejos 2.012


Antes era un lío combinar para las reuniones de fin de año. Entre ponerse de acuerdo con el lugar, con la fecha, y conseguir algo que no esté reservado ni te mate con los precios, era un lío.
Además de que nunca es una sola reunión: entre la gente del laburo, los amigos, los compañeros de cerámica fría, los del fútbol, etc., se te hacen como 6 o 7 reuniones. Andá a combinar todo eso…
Hasta el 2.009, más o menos, nos arreglábamos adelantando las reuniones para noviembre, a veces octubre derecho. Y claro: esa tendencia creció. Empezamos a hacer las reuniones de fin de año a partir de abril…Cualquier época del año es buena para reunirse, pero es medio bizarro andar deseándonos suerte para el año que viene cuando faltan como 7 meses para que termine éste.
Pero las modas tienen eso de no respetar lógicas, y entonces la gente adelanta también la Navidad en familia para, por ejemplo, no quedarse sin lechón, y andan (una familia de mi barrio, sin ir más lejos) a los cuetazos en julio. Estos son bien molestos, porque no se conforman con hacer la Nochebuena en su propio patio y dejarse de joder, sino que después les da por ir a saludar a los vecinos, y no les podés decir que son las dos de la mañana de un martes de agosto y vos tenés que levantarte a las cinco para ir a laburar.
En el barrio ya los conocemos, y cuando vemos que andan colgando guirnaldas de papel y poniéndole lucecitas al pino del jardín, llamamos al laburo para avisar que andamos con síntomas gripales. Si se van temprano, vamos a trabajar. Pero si los adelantados se tomaron la molestia de comprarte un regalo y además traen Fresita, hasta las 5 no los podés echar: al contrario, les tenés que alabar la ocurrencia y la previsión.

Navidad zafa bastante bien. Es una fiesta más bien invernal, y las garrapiñadas, los piononos, los budines, los turrones y todo eso que tan mal nos caía en diciembre ahora nos fortifica para el duro invierno. Pero la onda trascendió las fiestas, y ahora es común que la gente adelante los cumpleaños, los bar mitzavs y hasta el viaje de egresados: mi prima Vanesa se fue a Bariloche en cuarto grado de la primaria, una cosa de locos considerando que el viaje incluía entradas a Cerebro, Grisú y show de strippers en las habitaciones… Allá ellos.
También están los piolas que pretenden, en una sola fiesta de cumpleaños, celebrar los 35, 36, 37 y 38. Y te exigen 4 regalos para entrar…
Hay gente que adelanta el matrimonio, reserva la Iglesia, contrata al del órgano y el salón para la fiesta, y después se dedica a buscar consorte por Internet.
La cuestión es no dormirse con los festejos, ser más vivos que los demás, y agarrar los descuentos de adornos para el arbolito de marzo/abril.

Este 2.012 me tocó organizar la de fin de año del trabajo a mí. Y se me pasó, no me lo agendé, etc. Con resignación empecé a averiguar recién el 18 de diciembre…y resulta que está todo libre, podés ir incluso sin reserva hasta el 24 a la noche y tenés canilla libre gratis de lo que quieras…cosa que no voy a decir en el laburo ni en pedo: ya avisé que ese día, por ser el organizador, también festejo desde mis 32 hasta los 40 inclusive (con los regalos pertinentes o no entrás).
Pero que pongo la bebida, dije.

viernes, noviembre 16, 2007

Mejor se ponen sombrero

Ayer Fernando Peña estaba indispuesto o algo así, y preguntaba bueno y qué hacemos, qué harías vos para que no esté más De Vido y dejen de afanar, cómo cambiamos ésto, querés cambiar algo o te conformás con comer carne 2 veces a la semana...
Todo había que explicarlo en dos minutos, porque quería sacar 15 oyentes al aire.
Andá a cagar, Fernando.


Si en el programa "Pulsaciones" u otro parecido lo llamaste a Aníbal Fernandez para preguntarle cuánto salía el subte y ninguno de los 2 tenía la más puta idea. Incluso, creo que lo hiciste para que se sepa a qué nivel te manejás.
Ah, también siguen los Fernández, Peña...
Pero de tus amigos no preguntaste nada, ningún oyente tuvo el tupé de marcarte esa cercanía con el poder, cosa extraña en un tipo que viene del under y se da el lujo de cortar a los que no dicen lo que él quiere escuchar.
¿Qué querías escuchar, Fernando? ¿Que vamos a ir a gritar "Que se vayan todos" y después votar a De la Rúa? ¿Que seremos como el Che?
Andá a cagar, Fernando.


No escuché QUE HARIAS VOS, que tenés un medio a tu disposición y talento de sobra para hacer lo que quieras. ¿QUE HARIAS VOS, FERNANDO? ¿Qué harías que no ponga en juego tu amistad con los poderosos?
Se acaba, Fernando, a la larga esto se acaba. Cuando no quede nadie que jamás haya escuchado en vivo a Perón, y se haya cansado de la violencia y el patorerismo, cuando dejen de mentirnos con lo de que es ESTO o nada, cuando le expliquen a la gente por qué no tiene que votar en blanco, cuando dejen de hacer clientelismo y de quemar villas (Y VAN A TENER QUE TERMINAR ALGUN DIA: mirá cómo le fue a Rodríguez Sáa, mirá donde terminó el sorete de Menem), cuando dejen de mandar a liquidar al único socialista que aportaba en serio, cuando le saquen (o le saquemos) los fierros a Moyano, AHI SI QUERES HACE DE NUEVO LA ENCUESTA, FERNANDO.
Entonces te diremos, parafraseando a algún sabio griego, que todo acto de un hombre cabal es político, que ponerle (de mentira, de jugando) el cascabel al gato HOY es meterse en política, que Artaza y Blumberg pueden haber tenido una buena intención, más allá de su indiscutible pobreza moral, pero que HOY los Fernández y otros amigos tuyos hacen que el sistema te chupe.
Que la dictadura (y todavía quedan invalorables colaboradores de aquella en roles de poder) se encargó, entre otras cosas, de aniquilar una generación de dirigentes con ideas de cambio, y sin nada que ver con la guerrilla.



Pero mejor se ponen sombrero, Fernando, q
ue el aire viene de gloria: si no los despeina el viento, los va a despeinar la historia.

Belleza Brasileña

"ENCUESTA:
  • MARADONA ES MEJOR QUE PELE
  • PELE ES PEOR QUE MARADONA"

Esto es parte de lo que puede encontrarse en http://belleza8.blogspot.com/, el blog de mi hermano Claudio (Taty), el que vive en Brasil. Es ingeniero agrónomo, paisajista, ha sido conductor de bus escolar y de un tiempo a esta parte está dando clases de español, merced a un proyecto que presentó y que fue bien acogido por las autoridades del Joan Miró, un instituto que se las da de ir a la cabeza en cuanto a novedades pedagógicas.

Mi hermano imparte sus clases de acuerdo a su propio criterio (supervisado por un profesor de verdad) y ha vuelto a la facultad para convertirse en un profesor completo.

El título del blog es "BELLEZA! Finalmente vas a poder entender lo que Claudio dice en clase", y entre las actividades que ha desarrollado para los chicos mayores, ha incluído la lectura de "La timidez y otras cosas", hecho que me llena de orgullo y además me da la pauta de que Taty está escogiendo buen material para sus chicos... Un post imperdible, con video y todo, es "Cantá con la 12"... Por supuesto hay un link hacia acá y hay proyectos de que yo escriba (o escribamos, porque veo que mi hermano se ha largado a escribir también) cosas para los pequeños brasileros (simpatiquísimos hasta que se calzan la verde-amarela)

Me escribe en un mail: "Además hago una campaña "ES VERDAD: EXISTEN ARGENTINOS MACANUDOS".
Los estoy convirtiendo en mis discípulos para que lleven esta nueva buena por el Brasil.
El otro día varios aparecieron con la camisa argentina o azul, diciendo que ya habian adherido a la campaña.
Con los pibes tengo una relación MUY MUY BUENA, ellos se divierten bastante y yo tambien y aprenden, por ejemplo consiguen leer y comprender "LA TIMIDEZ" y descifrar canciones como DIEGUITOS Y MAFALDAS, claro que algunas cosas (ej. bostera, Gonzales Catan ) les tengo que dar una pista, pero consiguen agarrar el "sentido" principal.
Te mando copia de algunas de las ultimas actividades realizadas con la 8 serie, donde es fácil de percibir mis influencias, que claro que son mucho mejores y mas entretenidas que las de un libro didáctico.
Una de las proximas actividades con la 8 será un texto sobre el "mate" y los voy a hacer tomar mate a todos... si se portan bien , con azúcar.
Espero tus comentários."

Entre las películas sugeridas, les pone "Diarios de motocicleta".

Vean el blog...antes de que lo echen...

martes, noviembre 13, 2007

C. y su “Manual Espantanovios”

5 de Noviembre de 2007


Hace menos de un mes que conozco a C.
Como suele decirse: nos estamos conociendo.
Ante esa circunstancia, uno puede optar por dos caminos: o ir de a poco viendo qué pasa o tratar de que el otro lo conozca en dos horas y compre o se retire del local inmediatamente. Los que optan por el camino rápido suelen tener preparada una lista de Condiciones Imprescindibles que la otra persona debe reunir, aceptar, cumplir, solucionar, bancar, esforzarse por entender y/o acatar a la fuerza.
O no, claro.
En general, aunque optemos por el paso a paso, todos los mayorcitos tenemos de alguna forma la necesaria lista siempre presente: yo no saldría con una menemista acérrima, por ejemplo. ¿Para qué? Seguramente tendremos gustos y formas de vida diametralmente opuestas, y perderíamos el tiempo estúpidamente.
Pero por lo demás, ciertos puntos no son ni tan blancos ni tan negros, y hay ciertas tonalidades de gris que me pueden ir muy bien, aunque yo ni lo sospeche.
Apegarse demasiado a una lista es tan malo como no tener ninguna.

Pero C. les gana a todas.
No tiene una lista: tiene un manual con índice y glosario (Ejemplo: D.U., el tipo tiene que ser D.U., Disponible y Ubicable) para que uno sepa de antemano a lo que se expone. Y, por las dudas, todo está un poquitín exagerado. Es como el prospecto de la mayoría de los remedios: si uno lo leyera con mala leche no lo tomaría ni aunque el S.W.A.T. le esté apuntando a la cabeza.
C. tiene, además, una forma particular de ir presentando el manual, que consiste en tirar 3 o 4 puntos sine qua non rápidamente, repensarlos en voz alta (y en presencia del acusado, digamos), gemir amargamente ante lo inexorable, y después mirarlo a uno con una enorme sonrisa y los enormes ojazos negros enormemente abiertos, con lo cual queda enormemente simpática y además lo que empezó como verdad absoluta termina siendo un asunto salvable, discutible, solucionable con un poco de buena voluntad, o destreza, o imaginación, o experiencia, o dinero en el peor de los casos.

Pero C. no se deja convencer fácilmente. Vuelve sobre puntos que ya estaban medianamente resueltos, insiste en que uno acabará hartándose porque, eso sí, reconoce que es complicada (”hinchapelotas” sería una definición muy justa; aunque no, mejor aún es “Hinchapelotas Redimible”, HR para futuras notas).

C. tiene, también, una especie de Club de Amigas (como yo mismo tengo a “Los Singanis”, fraternidad etílica a la que me honra pertenecer *), y el Club colabora en sostener y refinar las CUALIDADES IMPORTANTISIMAS QUE DEBE REUNIR UN TIPO.
A modo de ejemplo ficticio (o no, porque no estoy al tanto de todas las resoluciones, y sospecho que son muchas, muchas, muchas...), digamos que el Club le asigna un alto valor a la educación del varón, basándose, supongo, en el título universitario que posea. No digo que esté mal, pero lo cierto es que conozco médicos absolutamente incultos (y por ende, plomazos mal para cualquier evento fuera de un consultorio) y qiosqueros con los cuales es posible cuadrificar el círculo durante horas y apelando a fuentes de lo más interesantes, y que además bailan bien el rock.
Sospecho que el Club, puertas adentro, alienta a las integrantes a defender estoicamente los preceptos del Manual, a fin de que ninguna de las socias caiga en la deshonra de, por ejemplo, viajar en colectivo.
Y sospecho también que algunas felices traidoras se toman 3 bondis y un tren para atardecer en la pensión de un abnegado maestro de escuela que la trata como una diosa etrusca y además le ceba mate calentito.

Volviendo a C.: me encanta.
Me encanta que cada vez resulte más fácil encontrarle la vuelta a los TERRIBLES INCONVENIENTES y de que ya los presente con una sonrisa que terminará en beso, y que desde ese punto deriven consecuencias insospechadas, absolutamente placenteras, y seguramente envidiadas por más de una miembro fundadora del Club.

Y futura arpía, si no se cruza a tiempo con un valiente como el que esto escribe.





* Por supuesto, los Singanis también hablan de minas y se analizan casos, para caer siempre en la conclusión de que están todas locas, pero son divinas, y pasar, acto seguido, a la última fecha del torneo de la A.F.A.

martes, octubre 30, 2007

Siestero

Me gusta hacer el amor por la tarde. Es decir: cualquier hora es buena si hay ganas y compañía apropiada, pero la tarde es mi hora preferida.
La noche, por supuesto, tiene sus componentes propios de sensualidad y misterio; de bebidas, de escotes y de perfumes; de sombras cómplices y música especial.
Y la mañana tiene la ternura de la sábana tibia y el pelo revuelto, del despertar entre caricias y con la promesa cercana de café dulce y, tal vez, de una apresurada vuelta a la cama.
Pero la tarde está hecha para travesuras infantiles, para escaparse de la siesta obligatoria e irse a pescar al río, o a robar zapallos del terreno de a la vuelta. La tarde es para jugar a las escondidas sin adultos a la vista, o para meterse en la casa abandonada y no ser nunca el primero en salir disparando.
Agregarle, a la aventura menuda y siempre recordada de esa hora, el elemento sexual es convertirla en una experiencia que, a mí gusto, combina lo que ofrecen la mañana y la noche, y lo supera ampliamente.
La tarde es un punto de inflexión en el día, que puede comenzar con sol y terminar con las primeras sombras. La travesura, en parte, es esa: robarle al día y a la noche un pedacito.
Pero sin premeditación. No vale estipular que los sábados a la tarde se dedicarán a la famosa travesura, porque eso no es travesura. Para ese caso da lo mismo preacordar con el otro los viernes a las 23, que los chicos ya se durmieron y mañana no hay oficina.
Lo mejor es cualquier día de la semana, y si están los nenes habrá que hacer tan poco ruido como cuando uno mismo era el nene y se colaba por la ventana para reunirse con los amigos; alargar de improviso la sobremesa del martes ante la mirada entre preocupada y ya sabiamente divertida del otro; esperar a que se despeje el área de las escaleras y escaparse al revés, encerrarse en la habitación y olvidarse del mundo, de los padres y de los hijos. Y por una rato (largo, si es posible) no tener muy claro si se es otra vez un chico que juega al adulto o un adulto que juega como un chico. Y que no importe tenerlo claro, por supuesto.

domingo, octubre 28, 2007

Salió la Luna





Otra vez mi amiga la Luna se va de viaje y me deja el blog para que se lo cuide. Y a mí, que se me secan los malvones que me dejan en custodia, me genera como una carga de responsabilidad. Y para descargarla un poco le meto en el blog dibujos que acá no me animo y canciones pasadas de moda, o cuentos dedicados de la forma más cursi.

La última vez no salió tan mal el experimento...así que ahora iremos más lejos, seremos más pornográficos en los dibujos y pondremos peores canciones. Total, a la vuelta nos amigamos y listo.


domingo, octubre 21, 2007

Feliz día de las madres


Y gracias, vieja. Por hacerme escuchar desde la cuna cosas como ésta, y haberlas cantado a dúo y a los gritos hoy, entre besos y vinos.



("La niña de Guatemala", poema de José Martí, por 'Los Olimareños')

domingo, octubre 14, 2007

Muzzio Presidente


Urbi et Orbi
Coterráneos:



Se postula cada almóndiga para dirigir el país, que yo en alguna me quiero prender. No digo Presidente, porque eso de andar siempre de traje y besando criaturas con mocos no me gusta nada. Pero de algo voy en alguna lista, si ustedes me apoyan como suelen hacerlo en el 140 y ni me piden disculpas.
Es más: ahora no quiero nada ser Presidente, quiero dirigir el Ministerio de Cosas Pequeñas Pero Que Valen La Pena.
Todavía no tengo la plataforma terminada, porque el zapatero se me cayó de una escalera y en el Durán no tienen yeso hasta diciembre, pero algunos de los temas que abordaré en forma inmediata, tengan ustedes la total seguridad, son los aquí exponidos (esto es para competir con Saá, que escribió “petrolio” y fue Presidente, y dijo que No pagamos más nada, chupala Bush, y lo aplaudieron de pieses) y otros que se sirvan ustedes sugerirme por acá mismo, o me esperan a que sea Ministro y me mandan mail a AquellasPequeñasCosas@MuzzioTeQueremos.gov.ar:

1. Le sacaría un poquito de gas a la Coca Cola, para no tener que andar batiéndola y abriendo despacito la tapita un par de veces.

2. Decretaría que todos los tiros libres contra Chile los ejecutara únicamente el Romy, hasta que tenga setenta años o hasta que Tévez cante bien, lo que ocurra primero.

3. Prohibiría que los mensajes de texto a un teléfono fijo te los vocalice siempre el mismo venezolano: es horripilante que un tipo te diga a la una de la mañana “Sos-el-amor-de-mi-vida” como un Terminator chavista, y encima puto.

4. Castigaría con la pena máxima que me autorice el Congreso al que siga diciendo “quinela”, “diarero”, “crosta” y etc. O sea, no son neologismos: es un castigo justo por necedad, aunque mi madre sufra las consecuencias por éstas y otras que no menciono porque la madre es lo primero y si es de madera qué querés que le haga.

5. Prohibiría el curro fácil de agregarle más hojas a las maquinitas de afeitar descartables. Tiene mucha razón la propaganda esa que muestra una “nueva y mejor” afeitada con una máquina de quince hojas. O inventan algo en serio o por lo menos no hacen publicidad como si hubieran descubierto algo piola.

6.Una medida que tal vez exceda al Ministerio, pero que avalaría con ahínco:Prohibiría la escandalosa unión civil entre gays. Y entre heteros también. Bueno: prohibiría el matrimonio, digamos. Establecería el sistema del serviñaco practicado por nuestros ancestros indígenas para que la mujer demuestre qué tal es durante un año, y si no se la devuelve a la familia y aquí no ha pasado nada, pero no te me llevás ni un DVD o cobrás (el plazo puede modificarse; en todo caso me escriben y vemos).

7. Y cosas así. Por ahora no se me ocurre nada más, aunque ya estoy pensando en enmendar el punto 2, y que Riquelme patee siempre contra cualquier selección, y no sólo los córners y tiros libres, sino hasta el saque de arco y la pelota afuera cuando hay uno moribundo.

Coterráneos: Participen y llévenme al Congreso, o por lo menos me acercan hasta Palermo. Muchísimas gracias.

sábado, octubre 13, 2007

Lluvia en Alchagualasto (*)


Una gota. Otra. Ahora un trueno, pero todavía no se decide a llover. Me dicen los paisanos que no me haga muchas ilusiones, de todas formas. En Alchagualasto la lluvia es más bien un deseo permanente, que pocas veces llega a concretarse. Y la tierra partida y reseca les da toda la razón a los que dudan. Los escasos animales son puros huesos pegados a cuero tirante. En los tres meses que llevo aquí, es la primera vez que cae una gota. Me siento culpable por irme en unos días a lo que ya se me representa como el Paraíso. Vuelvo a Tucumán, para una revisión en Los Menhires.
Pero ahora es Alchagualasto y su aridez acobardante. Y los preparativos de una lluvia que acaso nunca se produzca. Si lloviera, sería una despedida ideal. Me iría dejando a Beatriz Montes un poco más contenta. A esa Beatriz un poco inconciente, vendedora de pan casero y flores secas, que me ha querido a su modo silvestre y asombrado.
Vaya uno a saber qué fue lo que pensó cuando le dije que era espeleólogo: Beatriz toda ojos negros y sonrisa por las dudas; Beatriz tímida al principio y después Beatriz estrenando amores furtivos con espeleólogo viejo y cansado.

Reseco sería una adjetivación fácil. Diría que me he dejado absorber por el entorno y entonces no. Viejo y cansado, pero todavía húmedo y permeable. Acechando adolescentes lluvias bienvenidas, pero sin tragarlas con avidez, sino dejándolas hacer su labor vivificante de a poco. Que vayan regando los viejos canales siempre sedientos, pero sin apuro.

Yo soy, entonces, como Alchagualasto, pero no enteramente reseco. Y ella es la lluvia.
Tucumán sería entonces mi esposa, adonde tengo que volver siempre.

Si lloviera, se abrirían otras posibilidades. Significaría que a veces las amenazas se cumplen y que las nubes pueden desviar su camino y hacerle perder la apuesta a Don Sixto, tan porfiado como para jugarme un porrón de ginebra a mano de la sequía.
Si lloviera, yo también podría desviarme del Tucumán, tal vez para salir de nuevo en Alchagualasto, como aquella vez en la Cueva del León: 3 horas de camino a cuatro manos para desembocar en la misma galería imponente. Solo que aquella vez fue una frustración y ahora sería como una fiesta.

Tal vez, ni siquiera haga falta que me vaya.
Tucumán es una vieja caverna conocida. Es cierto que uno anda cómodo por sus túneles, seguro de cada pisada y sin nada de riesgo. Las viejas esperanzas de aventura y descubrimiento se fueron reemplazando por terreno sin fisuras, tranquilo. Uno se siente a gusto haciendo inventario en lugar de descubriendo. Renombrando lugares indefinidamente, con la sensación de sentirse a salvo.

Hasta que uno se topa con Beatriz. Y las ansias de exploración afloran sin estorbos. Y uno se da cuenta de que ha estado engañándose otra vez, demorándose en tareas de bibliotecario. Entonces se ve claro que sentirse a salvo era lo más parecido a estar muerto. Reseco (acá sí) como Alchagualasto en enero.

Ahora veo caer otras gotas. Pero parece que son las últimas. De repente la llovizna cesa por completo. Habrá que ver si mañana se decide, o a la noche.

...

Indiecita linda, cuevita nueva, refugio calentito para una noche lluviosa. Pero sigue sin llover. Nos dedicamos afanosamente a la exploración, Beatriz Montes y yo. A conciencia investigamos pliegues y elevaciones curiosas, sin apurar la vuelta a la superficie.
-¿Y cómo es tu esposa?, pregunta por fin.
Me he quedado un rato mudo, no porque me haya sorprendido sino porque me obligo a contestarle la pura verdad.
- Es mi compañera de viaje. Es distinta a mí, más serena. Nos conocemos y respetamos... Los dos sabemos qué le quedó pendiente al otro, adónde quiso y no pudo llegar. Y no jodemos con eso.
- Ah, ya veo –dice Beatriz -. Parece una buena mujer para vos.
La miro directo a los ojos para ver si hay doble intención o algo por el estilo. Pero por supuesto que no hay. La indiecita pregunta desde su rincón de inocencia y dice lo que le parece.
-¿Pero la amas o qué?, dice después de un rato.
Y entonces decidido que ya estuvo bien de interrogatorio. Y que las cuevitas jóvenes no deberían hacer tantas preguntas, sobre todo a los hombres grandes que no quieren contestar algunas cosas. Así que vuelvo a la exploración un poco bruscamente, y ella se resiste apenas pero quiere saber y es una pregunta insidiosa que hoy no tendrá respuesta.

...

- Si no cambia el viento, difícil que llueva, doctor.
Eso me pasa por preguntarle a Don Sixto. Estoy seguro de que me diría que no va a llover aunque el cielo esté por venirse abajo. Lo miro y él sonríe porque me adivina el pensamiento.
- Pero, a lo mejor... quién sabe – agrega condescendiente.
Se termina el trabajo en Alchagualasto para mí. Apenas una recorrida por las casas de los amigos y ya comenzaré a preparar el equipaje y cargarlo en la camioneta.

Dejo para el final la casa de Beatriz. He preferido que no venga ella a la posada, supongo que para empezar a poner las cosas en su lugar. Ella en el suyo y yo en el mío. Que no es ni puede ser Alchagualasto. Haberlo siquiera pensado es irrisorio. ¿Qué vida haría en un lugar así? Me consumiría indefectiblemente, arrinconado por la aridez de la montaña y de la vida monótona en un pueblo abandonado del mundo. Y mi confort y la seguridad al lado de mi esposa...

Beatriz me espera con su carita arrobada en la que hoy aparecen nubes de tristeza. Iguales las nubes en el cielo y en la cara de mi indiecita.
-¿Sabés? Pensé y pensé, y estoy un poco triste por vos. Porque no pudiste contestar lo que te pregunté. A mí me parece que no vas a estar más contento allá. Acá...

Beatriz hace un gesto hermoso en el acá, que incluye al pueblo y a ella misma, y yo le agrego lo que Beatriz no puede saber: cadáveres de sueños que nunca terminaron de inhumarse, mi vida dilapidada por elegir siempre volver a mi caverna conocida.
Pero no es eso. El problema no es mi mujer. El problema es el tiempo que se ha gastado mientras tanto. Los infinitos renunciamientos a lo que me hacía ser en definitiva. El problema es haberse hecho miles de boicots con tal de que los vecinos nos acepten, de que mi mujer me quiera a su manera. Imposible explicarle eso a Beatriz, ahora.
Mejor besarla largamente. Acariciarle el pelo azabache y secarle la única lágrima que derramará Beatriz, porque no se derrochan los líquidos en Alchagualasto.

...

Cómo pude olvidarme de la apuesta de Don Sixto. Demasiado tarde ahora, ya hay treinta kilómetros entre la camioneta y el pueblo. Nunca es tarde, pienso, y me río de la vieja frase absurda mientras tiro la Dodge a la banquina y me preparo a pegar la vuelta. Y además que no me sentiría bien dejando una deuda sin pagar. Demasiadas tengo, como para que una más se haga un peso insoportable.

En cuanto consigo frenar, el primer goterón se hace pedazos contra el parabrisas. Y otro, una docena más. Toda una tormenta entera, que gana fuerza como la Dodge gana velocidad y como gana cuerpo en mí la idea. Un vendaval que se saca las ganas mientras me acerco al pueblo, pasando los cien kilómetros.

Y comprendo que en realidad le gané la apuesta al viejo taimado. Tal vez algún día vuelva a cobrársela, me digo mientras paso de largo el pueblito a ciento cincuenta y sigo, por ahora sin rumbo, pero seguro que no a Tucumán y eso es también como tener un rumbo. O algo como eso, y que se siente muy bien, pienso mientras voy dejando atrás las últimas casitas y me siento feliz por Beatriz, que debe estar mirando como llueve, por fin llueve, sobre Alchagualasto.




(*) No es que estemos refritando ni faltos de ideas. Pero de este cuento ya casi viejo sólo había posteado un pedacito, y volvió
insidiosamente (como dice él mismo) hace unos días, y no me ando autoleyendo cuando hay tantas cosas mejores para leer. Pero volvió y se ganó su espacio completo, si quieren mi opinión.

jueves, octubre 04, 2007

Exclusivamente para el YAYA



"La inspiración es una prostituta que coquetea conmigo, pero se acuesta con Serrat" (Joaquín Sabina)

domingo, septiembre 30, 2007

Los círculos de fuego


Esto no es un cuento.
(‘Esto no es una pipa’ – René Magritte)

El círculo de fuego que me rodea tiene unos seis metros de diámetro, y no es perfecto. Tampoco es uniforme la altura de las llamas: algunas sobrepasan largamente los cuatro metros y otras no llegan a los dos o tres. De todas formas, en cualquier lugar el fuego supera mi estatura. En el centro del círculo es donde reflexiono o desespero; también, es donde me rearmo para intentar otra fuga. Ya lo dije: las llamas son desiguales. Pero no dije: sé que hay huecos entre ellas.
Lo sé porque los he vislumbrado entre el infierno. Hace mucho tiempo hice marcas en el suelo para orientarme, pero los huecos sin fuego (las salidas) nunca permanecen en el mismo lugar. También hice marcas para no ir hacia determinados lugares, pero fueron tan inútiles como las otras: tampoco las llamas permanecen iguales. Todo cambia constantemente. Con desesperación (con miedo, también), intenté borrar todas las señales y ahora el suelo de mi prisión es un caos de huellas sobre huellas. Por suerte, la intensidad de las llamas tampoco me permite ver con claridad esas señales de mis fracasos, que me debilitarían. Así que, en cierta forma, el fuego también me mantiene vivo, y alerta. Debo cuidarme de no caminar enceguecido o me convertiría en una pira humana enseguida. Muchas veces me he acercado demasiado a los lugares nefastos, y las llamas mordieron mi carne y la laceraron malamente, aunque todavía resisto, y quiero salir.

Sólo el centro permanece inalterable. Cuando consigo volver a él, después de un intento especialmente doloroso o cuando no puedo evitar gritarles a las llamas y dejarme arrastrar al desaliento, luego descubro que el centro permanece inalterable. No sin que pase un tiempo, claro está. Pero el centro, que es el punto más alejado de las llamas, tiene propiedades curativas y al cabo vuelven la cordura o la cicatrización. Este centro, con todos sus poderes, tampoco pretende retenerme. Al contrario: él y yo, que somos lo mismo en esencia, sabemos que la misión es atravesar el muro de fuego, descubrir el instante preciso en que las salidas estarán al alcance, y salir.
Ya lo hemos hecho antes, sueño a veces que me dice una voz supuestamente alentadora. Pero al despertar, esos son los días más terribles, cuando no puedo evitar aullar horas enteras ante las llamas más altas, o quemarme tal vez a conciencia, como castigo. Porque si ya he salido, me pregunto, por qué he vuelto. O acaso éste sea otro círculo: me parece recordar otros, pero en esos días no confío demasiado en mi mente.

Pero el centro permanece inalterable, y cuando pretendo resguardarme en él y curarme, y tal vez quedarme en ese preciso lugar para siempre, él y yo, que somos lo mismo en esencia, sabemos que la misión es salir. Y que tal vez sólo pasemos al círculo siguiente, pero confiamos en que haya más salidas o menos fragor en los fuegos. Y entonces abandono el centro, y continúo buscando, y las llamas parecen menos pavorosas por un tiempo.
Y he descubierto lo más importante, aunque todavía no he podido llevarlo a la práctica: el verdadero logro sería llevarme el centro (que es mi esencia) conmigo, colgármelo como un talismán indestructible antes de intentar el pasaje, y profetizo que una vez que lo logre los fuegos se mostrarán sumisos, y me enseñarán las salidas con respeto.

martes, septiembre 25, 2007

Una consulta telefónica

- …¿Hola…?
- Buenas noches, Doctor Villafañe, disculpe que lo moleste a esta hora…
- Ah, Santiago…¿Qué pasa? Estaba durmiendo…
- Doctor, le ruego me disculpe, pero tengo un caso que quisiera consultar con usted…
- Está bien, Doctor…dígame…
- Es un paciente masculino, Doctor, que recibió cuatro balazos que al parecer no interesaron órganos vitales, pero no sé cómo evaluar las prioridades, Doctor, es decir: por cuál de los balazos empezar. Salud.
- Doctor, ¿es un trabajo hipotético para su tesis o qué? ¿¿Salud...??
- No, Doctor Villafañe…lo tengo acá…
- ¿¿¿Desde dónde me habla, Santiago???
- Desde el quirófano, Doctor…
- ¿Y el jefe de guardia, Santiago? ¿¿Está usted solo??
- Sip…
- Pero usted…disculpe Santiago, pero usted recién…
- El Jefe se fue, Doctor. Acá es así.
- Bueno, no pierda la calma…
- Noooo, Doctor, me tomé unas pastillas con una cervecita y estoy bár-babaro…
- Ah…
- Me estoy tomando otra bien fresquita, já.
- Santiago, escúcheme…¿Está seguro de que el hombre vive, por lo menos?
- Güeno…hace un rato se quejaba...
- ¿Dónde se alojan los impactos?
- ¿Lo qué?
- Los balazos, Santiago, ¿dónde?
- Tiene uno acá…en el brazo…hmm…derecho. Otro en la gamba del mismo planis…ferio…Uno directamente en el metacarpiano ilíaco…Uuuh, feo.
- ¿¿¿Dónde???
- (¡¡¡Aaagh!!!) Bueno, acá. Este le duele, se ve, porque se lo toqué y se quejó. Disculpe, maestro…Sana, sana…
- Por Dios, Santiago. Sí, lo escuché. Por suerte vive todavía. Yo no llego allá ni en una hora, tiene que concentrarse, Santiago.
- Lo recagaron a tiros, Doctor. El cuarto lo tiene en el mate.
- ¿¿¿Tiene un tiro en la cabeza????
- Sí. Un asco…Corra el melón para el otro lado, maestro, que se le están salien…
- ¡¡Ese es el fundamental, Santiago!!! ¡Detenga la hemorragia, controle la presión!
- Ah, usté lo dice muy fácil. Che, quédese un poco quieto, pelotudo.
- Santiago, ¿hay orificio de salida?
- No le voy a mirar el orto, Doctor…
- ¿¿¿De qué está hab…???
- Me niego, ¿y qué?
- El disparo en la cabeza, Santiago, ¿tiene otro agujero por donde salió la bala?
- Aaah, me tendría que fijar, ¿no?
- Haga eso, por favor…
- A ver… Tranquilo, negro. Tengo que verte la cabecita del otro lado. (¡¡¡Aaaggg!!) No, no, sin caprichos porque me voy a la mierda... ¿Doctor?
- ¿Sí, Santiago?
- Tenemos suerte, no hay ningún aujerito. ¡¡¡Salud!!!! Tomá un poquito, negro, estás bárb…
- ¡Peor, Santiago! ¡La bala sigue en la cabeza y eso le está produciendo presión!
- Ah…No tomés más, negro.
- Santiago…
- Se ve que tan mal no está, porque me afanó la botella.
- (Gracias, tordo)
- ¿¿¿¿Lo escuchó??? Habla y todo… Basta, negro, te va a dar acidez…
- ¿El paciente está tomando cerveza?
- Y cómo…
- No me lo explico, pero tal vez tengamos suerte…
- Te dije basta…(¡Uh!) Ah, ¿te duele? Entonces soltá…
- Tal vez el disparo en la cabeza pueda esperar…No está en shock, evidentemente…Pero hay que detener cualquier hemorragia…Me preocupa el…
- (¡Dejá la birra, puto!) ¡Shhh!…Te voy a meter una piña, no me dejás escurrrchar al Doctor Villafañe. Disculpe, Doctor.
- Decía que…
- (¿Te aguantás los chispazos, gil? Dame la…) ¡¡¡Shhh!!!
- …me preocupa la posibilidad…
- Doctor Villafañe, un momento…
- Es que no debemos perder tiempo…
- Ya está. Se durmió…
- ¡No, no, despiértelo, Santiago!
- Negrito, despertate.
- Santiago, es importante mantenerlo despierto.
- ¿Negro? ¿No querés más?
- Santiago…
- Dale, negro… ¿Doctor? Creo que se murió.
- Revise…
- No, Doctor, se murió: si no reacciona con la botella en la boca, está muerto.
- Qué tragedia…
- Qué hijo de puta…se la tomó casi toda…
- Lo dejo, Santiago…Esto es terrible…
- Sí, ya cerró el bar...Un gusto, Doctor. Y gracias.

miércoles, septiembre 19, 2007

Interruptus

Entonces entro con mi cuaderno abierto y le digo que no me interrumpa, porque usted siempre me interrumpe y las ideas se me van, le digo. Sí, buenas noches, pero no me interrumpa ni me pregunte nada, porque lo tengo todo escrito, me parece que logré escribirlo todo y así ganamos tiempo, le digo.
Él medio se sonríe y dice como usted prefiera en voz muy baja y me hace un gesto para indicarme la silla, pero yo continúo de pie y dispuesto a leerle, desde el principio, mis escritos, desde la mitad casi exacta de un cuaderno usado que comencé a rellenar hace una semana, desde que tuve la última sesión con él, que ahora se acomoda como quien se resigna pero sin nada de ganas.
Medio cuaderno de los grandes he llenado en estos siete días, pero creo que está todo. No tuve tiempo de revisarlo porque acabé de escribirlo cuando venía para acá en el 343, me quedaba media página y era como una señal de que me faltaba agregar algo, así que en el colectivo la completé. Y ahora, o desde que apreté con violencia la birome sobre el punto final, tengo la sensación de tenerlo todo acá en el cuaderno, todo lo que vengo queriendo decirle a este joven profesional que me escucha desde hace seis meses, pero que siempre me interrumpe, o se empeña en que haga asociaciones en mitad de una frase y yo no funciono así. Me corta el hilo de lo que venía diciendo y me hace asociar y yo digo siempre cosas como pito, tetas, pero ni sé por qué lo digo, no estoy asociando nada, me parece: lo que quiero es que me deje seguir con lo que estaba diciendo.

Así que busco la página marcada y comienzo con un estimado doctor dos puntos. Y explico a continuación que me veo en la necesidad de volcar en el papel algunas cosas, o todas las cosas, que con sus interrupciones no puedo decirle durante la sesión. Culo.
Por ejemplo, hace unos meses le hablaba de unas vacaciones en Azul que me marcaron, cuando ví a mi prima nadando desnuda en el tanque australiano, y usted me preguntó algo y esa pregunta derivó hacia otro tema y el tiempo corre y usted es sumamente estricto con eso. Concha. Así que he empezado a registrar en este cuaderno las ideas que verdaderamente (teta), me gustaría que trabajáramos. Pija. Concha. Aquella vez en Azul yo me toqué, doctor, viendo a mi prima, pero apareció mi madre, que por suerte no llegó a advertir nada, pero yo me quedé muy mal. Paja. Y después vino el problema que le mencioné (tetas), doctor.

Y mientras estoy leyendo advierto que el psiquiatra se está cagando de risa y decido que ya no es una interrupción (concha), es una falta de respeto (pija) y decido no venir nunca más a ver a este pelotudo, pero él hace como que no escucha mi adiós definitivo y cree que voy a volver pronto, porque me saluda con un Hasta los huevos, Pérez.




Nota del 20/9:

Hay un precioso librito de Ariel Arango (que alguien me afanó) llamado "Las malas palabras - Virtudes de la obscenidad" o algo muy parecido a eso. Lo recomiendo encarecidamente. Pérez no lo leyó y así quedó...

lunes, septiembre 17, 2007

Conducta en los conciertos

No vamos por el anís, ni porque hay que ir.
(J. Cortázar – “Conducta en los velorios”)




A toda la familia le interesan las expresiones artísticas, pero sobre todo nos encanta asistir a los conciertos musicales. Claro que hay diferencias entre los gustos de, por ejemplo, mi tío Julio y el de mis hermanitas las mellizas. Sin embargo, la brecha generacional no impide que se respeten a rajatabla todos los géneros y es una delicia cuando los domingos, después de los ravioles, las mellis entonan a dúo “Naranjo en flor”. No ocurre lo mismo, hay que decirlo, cuando el abuelo la emprende pastosa y postizamente con una de Chayanne, y encima se olvida la mitad de la letra.
Tamaña afición musical hace que ir a los conciertos nos encante a todos sin excepción. La posibilidad de ver a nuestros ídolos musicales (a los de cualquiera de la familia, porque vamos todos juntos aunque el artista en cuestión le guste sólo a mi prima la del medio que es un poco sorda), es como la Nochebuena o el cumpleaños de la nona. En cuanto se decide la concurrencia y se ponen en venta las entradas, mi tía la menor, que siempre está embarazada, y mi hermano mayor, el Gordo, se llevan a los once más chiquitos de la familia hasta el punto de venta y consiguen que la dejen adquirir los boletos con preferencia, salvo algunas veces en que debe imponerse mi hermano redondamente a los empujones.
La familia, en todo lo concerniente a un espectáculo al que nos interesa concurrir, funciona como una aceitada máquina que se ha ido perfeccionando con los años.
La tía paridera y mi hermano, entonces, son los encargados de las entradas, acompañados de los más chiquitos. Semejante prole es transportada en el colectivo de mi cuñado, y si coincide con el horario de trabajo, el Cholo saca el autotransporte de su recorrido habitual, pasa a buscar a todos por casa y cambia la ruta en dirección al punto de venta de los tickets. Esto trae algunos problemas con los pasajeros, pero en eso también colabora la enorme presencia y la mirada torva de mi hermano mayor, al cual le desautorizamos sistemáticamente cada propuesta que hace de ir a ver al Doctor Cormillot, y él lo acepta obedientemente. Somos una familia unida, nos encantan los conciertos y cada uno respeta su función.

Eso sí: nos molestan soberanamente las expresiones fuera de lugar y los públicos vesánicos.
Somos entusiastas de la música, pero ya he mencionado el respeto que guardamos por los artistas, y por el resto de los melómanos que asisten fundamentalmente a escuchar. Tararear suavemente, hacer palmas en un estribillo o expresarse al final de un tema, es una cosa. Hacer el tonto es otra, y encima un tonto molesto y guarango, que irrita sobremanera especialmente a mi madre, ex soprano y concertista de cello, ahora dedicada más bien al aero-box.

A nosotros, justamente, no pueden hablarnos de las distintas expresiones que pueden generar los diferentes artistas. A nosotros, que fuimos los treinta y cinco de siempre (sin excepción ni de mi tía embarazada) a ver a los Guns, y que nos dejamos literalmente descontrolar con los solos de Slash, hasta el punto de que mi hermano el Gordo la emprendió a los tortazos con los que tenía alrededor, a nosotros, digo, que estamos más que curtidos, no pueden venir a enseñarnos qué está bien hacer y qué no.
Fuimos a la despedida de los Chalchareros (a todas) y mis tíos y tías dieron cátedra de cómo deben bailarse la zamba y la chacarera, y sin embargo mi madre, con toda su sapiencia, jamás soltó un Do de pecho las veces que fuimos al Colón. Somos ubicados, respetuosos y tolerantes; soportamos a duras penas los comportamientos antisociales, y si el desubique es demasiado, nos vamos y listo.
Entendemos, además, lo de la identificación con el artista, pero nos pareció riesgoso, por ejemplo, que la mitad del público fumara marihuana escuchando a Calamaro en el Gran Rex. Por las alfombras, claro está.
El riesgo de incendio espantó a mi abuela, quien ordenó la inmediata retirada, a pesar de que se reía como loca y de que se fue gritando Viva Perón, Carajo.

Cuando nos sucede algo así, cuando nos arruinan un espectáculo (y lamentablemente nos ha ocurrido varias veces), entra a funcionar otra parte de la maquinaria que también hemos desarrollado. No es una parte que nos complazca, pero sentimos casi el deber de borrar una ignominia con otra.
Cuando nos vemos heridos sensiblemente en un concierto, vamos y arruinamos otro.

Es de destacar que en ningún miembro de la familia ha prendido la cumbia villera. Casi diría que la detestamos.
Por ese motivo, cuando un público imbécil nos estropea un concierto de Serrat, por ejemplo, averiguamos la fecha de la próxima presentación de Supermerkados. No es que nos parezcan los peores, pero por votación familiar fue elegido como el nombre más feo de la cumbiamba.
Allá van, entonces, mi tía, los nenes y el Gordo a buscar las entradas.
Allá vamos los treinta y cinco, aunque en pequeños grupos que se ubican estratégicamente por separado.
Allá van, muy temprano, mi primo el técnico electrónico y mi cuñado el cerrajero que te abre hasta las cajas de Fort Knox si quiere.

En el recinto, todos los hombres consumimos la cerveza de rigor, todos vestimos pantalón de gimnasia y gorrita, y fumamos echándole el aliento en la cara al de al lado. Varias de las mujeres han ensayado el paso de la semana y están investidas en minúsculas minifaldas y convenientemente sudorosas, listas para largar la coreografía cuando mi prima la mayor lo ordene. La mimetización es perfecta: mi padre, que en sus años mozos hizo dos semanas de teatro con Juan Carlos Thorry, pasa simplemente por un viejo borrachín, y la nona lleva una melliza de cada mano, las cuales se muestran alborozadas y hablan a los gritos comiéndose religiosamente todas las eses.
Cuando la maroma está en su esplendor, cuando nuestras chicas ya van por el paso de murga y varios las rodean babeando, cuando el grupejo tiende a entonar un tema absolutamente cursi y meloso, que llaman de amor, lleno de “fuistes”, “engañastes” y con apropiada música suave, es nuestra hora.

Ahí sí mi madre, en el momento de mayor silencio del público, da la nota, literalmente, e irónicamente hasta suele brindar el tono exacto del bodrio que están cantando, pero inconmensurablemente más alto. Es un delgadísimo pero sobrecogedor hilo agudo, una cuerda de plata tensa y vibrante que amenaza con cortarse y suspender, en el mismo acto, todos los sonidos del mundo para siempre.
Inútil que el inútil cantante pretenda taparla con su patética vocecita, inútiles los murmullos, y además inaudibles ante la espléndida voz de mi madre. Los de la familia, a pesar de estar esperando el momento, no podemos evitar un instante de estupefacción cuando la oímos, y quedaríamos extasiados oyéndola, si no comenzara a funcionar lo que preparó mi primo el técnico electrónico. Sobre el final del prístino solo de mi madre, por los equipos mismos de la deplorable banda, arrancan atronadores los acordes iniciales de “Confortably numb” de Pink Floyd. Eso dura unos quince segundos y corta abruptamente, y, en el silencio que sigue, mi ahijado entona el Ave María desde el centro mismo de la sala, y mi madre se le une inmediatamente. Nadie se ha atrevido jamás a interrumpir esa oración cantada, y es el momento en que mis primos jóvenes suben al escenario, custodiados por mi hermano el Gordo que además porta dos enormes automáticas de cachas relucientes. Despojan a los músicos de sus instrumentos, a veces con violencia, y maravillosamente hacen una moderna versión del principio de “Lunita tucumana”, que es cantada desde otro punto de la sala por mis tíos mayores.
La calidad del espectáculo que ofrecemos confunde a la muchedumbre, y hasta los que al principio pretendían silenciarnos, se ven censurados por algunos que han sabido escuchar lo que es bueno.
Antes del estribillo, las mellizas y el resto de las nenas, desde otro rincón, hacen un popurrí de María Elena Walsh, y ahí sí, vamos preparando la retirada.
Es el momento en que el abuelo arranca frenéticamente con “Provócame”, de Chayanne y eso ni nosotros lo soportamos.
Mientras nos acercamos a la puerta de salida, el último truco de mi primo el electrotécnico acalla los gritos del abuelo, y la Quinta Sinfonía se impone, sublime, despidiéndonos, hasta que alguno de los plomos logre desbaratar el meticuloso trabajo del primo y los cables pelados que ha dejado ex profeso.

La única nota amarga de esta abyecta conducta es que, salvando lo del abuelo, no nos vamos convencidos de haber arruinado el espectáculo, sino todo lo contrario.

jueves, agosto 30, 2007

Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat


La calidad de imagen y sonido (y el público a destiempo) no son de lo mejor. Pero resistí la tentación de ver otros: prefiero sorprenderme el 14 de diciembre en la Bombonera.

Igual, va a ser difícil escuchar en silencio, me parece.

sábado, agosto 25, 2007

Putas


Por pasar el rato o andá a saber por qué, se me ocurrió intentar el recuento de las mujeres de mi vida (sexual), sin contar a las prostitutas.
Sobre la magra cifra de las no profesionales no abundaré en detalles: básteme decir que he ganado y perdido parejamente, y que no está tan mal si se lo mira con cierta esperanza de futuro venturoso.

Pero el revival pasó rápida y astutamente por los amores finiquitados y me dejó, en cambio, regocijarme justamente con algunos efímeros pero intensos contactos con chicas de la vida. Casos un tanto fuera de lo común.

Recordé, por ejemplo, a Betania, una puta que ejercía (y espero que lo siga haciendo) en el barrio Pelourinho de Bahía: hablo de muchos años atrás, cuando no estaba lleno de policías, ni arregladito a expensas del patrimonio de la Humanidad, y a Michael Jackson no se le hubiera ocurrido jamás poner uno de sus delicados pies en esa especie de Babilonia morena. Hablo de cuando había que ser guapos para pernoctar en el hotel Colón y convivir con las ratas de la habitación, y dejar la puerta abierta para que las artesanas francesas o los suecos que hacían música afro (¿en Suecia?) y se drogaban mucho, entraran cuando quisieran. En realidad, creo que nadie cerraba las puertas de las habitaciones: le teníamos mucha más desconfianza al gordo y negro conserje que todo el día cambiaba dinero o compraba oro a personajes más atemorizantes que él, lo cual era decir bastante.
Pero volviendo a Betania: el Peló era en sí un mercado. Apenas pisabas el empedrado te ofrecían artesanías, droga, cambio, amuletos de Iemanjá, acarajés con langostinos…y sexo. Nosotros éramos cuatro, en dos habitaciones, y una noche llevamos a Jacqueline y Betania, con la sana intención de compartir entre amigos. No recuerdo exactamente qué suerte corrió Jacqueline, pero Betania y yo fuimos inseparables. Cuando terminamos mi cajita de tres profilácticos (insisto: hablo de muchos años atrás, y además no hay nada más excitante que una puta excitada), ella sacó otra cajita, y seguimos hasta el amanecer y rehusé la idea de Betania de volver a enrollar alguno de los forros porque estaba exhausto, no porque me faltaran ganas.
Cuando tuve que pagarle ella no tenía cambio, y se ofreció a traérmelo más tarde.

Y esta es realmente la parte interesante del relato: no sólo volvió como a las 10 de la mañana con el vuelto, que yo daba lógicamente por perdido, sino que lo hizo acompañada de varias colegas. Me invitaron a desayunar (recuerdo que aún desconfiaba y que pensé: “Ah…ya sé quién va a pagar el desayuno de todos…”) y fuimos a la Cantina da Lua en alegre grupo, total el cambio me favorecía y las chicas parecían buenas.
Y allí, en el centro mismo de Pelourinho, en la parte exterior de la Cantina da Lua, desayuné con siete u ocho putas, ante la mirada entre atónita y temerosa de turistas y lugareños, porque las chicas resultaron buenas pero un tanto escandalosas.
Y pagaron todo ellas, y no me permitieron que las invitara ni que las tocara ni un poco, aunque creo que esto último era por respeto a Betania, que me tenía dulcemente tomado de la mano.

El otro caso digno de mención es el de Gimena, de la época en que vivía solo en Belgrano y estas chicas, para mi mal, aceptaban Visa y así me sumergí en una deuda con la tarjeta con Veraz incluído de la que salí años después, cuando senté definitivamente cabeza o cuando mi ex esposa directamente me obligó a hacerlo, no recuerdo bien.

Gimena era una muñequita preciosa, bajita, morocha y delgada, de unos 20 años, con los mejores senos que he visto en mi vida, y también el primer tatuaje al final de la espina dorsal que vi, y no usaba bombacha. Lo primero que dijo fue: “¡Qué bueno que sos joven!”, dado que yo no llegaba a los 30 y las chicas eran Nivel Ejecutivo y debían estar acostumbradas a carcamanes adinerados bastante mayores. Claro: después vino el quilombo con Visa, etc., pero Gimena no tenía por qué saberlo.
El primer encuentro fue muy bueno, pero el segundo fue mejor.

Juro que había alegría en la carita de Gimena cuando bajé a abrirle por segunda vez, y que empezamos en el ascensor, y que entramos a mi departamento rodando por el piso, y que es mentira que las putas no dan besos de verdad.
Esa noche Gimena se olvidó del reloj, y hasta aceptó un whisky (ninguna tomó jamás nada que yo le ofreciera, ni agua de la canilla) y tomó un poco, pero terminó tirándoselo encima con hielo y todo, y alguien debiera decir alguna vez que el blend exacto no se obtiene de maltas escocesas, sino de una dura y enhiesta cola veinteañera.

Así que, a juzgar por cómo se manejó mi memoria, me veo en la necesidad de hacer un nuevo recuento y de incluir con alegría algunas verdaderas artistas del viejo oficio, aunque mi corazón vuelva a sangrar copiosamente al acordarme de Visa, otra puta pero de las malas.

martes, agosto 21, 2007

Colectividades

Es cierto que somos un grupo más de acción que de reflexión (1), algo que nos ha valido hasta la artera clasificación de delincuentes, o por lo menos de hinchapelotas. Pero a varios de nosotros nos gusta leer en los colectivos, o por lo menos nos gustaba cuando lo colectivos tenían luces en el interior.
De un tiempo a esta parte, las empresas han optado por encender sólo algunas (o ninguna, como el 430, aunque en este caso es para que no se pueda comprobar el calamitoso estado de las unidades de 1947), en muchos casos mortecinos fanales de color azul o rojo, y tampoco todas las lámparas: más bien una sí, dos no. Lo que confiere al colectivo un aspecto de disco mal iluminada y peor musicalizada: el método que utilizan los micros de larga distancia para que te duermas y, si es posible, ni te pasan la película de Jean Claude Van Damme.
“Dormite, que el viaje se te pasa más rápido”, parece ser la consigna.
A mí se me pasa más rápido si puedo leer, y si me duermo puedo terminar en Claypole, y para los estudiantes puede ser fundamental para un último repaso al examen que van a dar en un rato, pero eso no lo tienen en cuenta.

Ponele que en los micros esté bien, y que seguramente vas a despertarte en la Terminal (en todas las terminales, en realidad) y que a lo mejor ni querías ver la película, y que en las largas distancias puede justificarse o priorizarse el descanso.

Pero hoy por hoy por, a la noche, resulta prácticamente imposible leer en los colectivos. Aficionados a la lectura descartan tenebrosos asientos vacios y se mantienen de pie junto al único asiento sobre el que pende una lamparita de 20 watts cagada por las moscas, lo que genera miradas desconfiadas por parte de la vieja ocupante del mismo, y apresuras agarradas de carteras y otros enseres.
Los aficionados a la lectura colectivesca hemos pasado a ser sospechosos, y además nuestras posibilidades de viajar sentados se han reducido un 75 porciento por esto de buscar los escasos asientos apenas iluminados. Esto afecta también a la vieja si el asiento es doble, porque si se desocupa el de al lado e, inmediatamente al acomodarnos, rebuscamos algo en el portafolios, es probable que la señora se asuste y cambie de asiento o por lo menos contemple con terror nuestros movimientos hasta que vea aparecer un simple libro, por ejemplo Sexus de Henry Miller (bueno, no es el mejor ejemplo: ahí seguro que se muda de asiento a toda velocidad)

En la última reunión del grupo (1), se trató el tema de la falta de luz, y de la casi exclusividad de Ricardo Montaner en un sitio que solía ser como un anexo de biblioteca popular. Estelita la Bomba Formoseña no es de leer mucho, pero se ofreció a darle charla y a convidar con mate dulce al conductor, en tanto el resto de los muchachos subiremos munidos de libros y pequeños faroles de noche, que en época invernal, se ocultan fácilmente bajo los abrigos.
Estelita (estamos seguros) convencerá rápidamente al chofer de que baje la musiquita, cuestión de poder hablarle de cosas más interesantes. En ese momento, casi simbólicamente, el autotransporte se verá invadido de luz, doblemente iluminado por los farolitos y por ejemplares de Borges, de Unamuno, algo de Ray Bradbury a exigencias del Pollo, y sonará brevemente en la voz del Guille una frase de los “Twist” que dice “Estudiantes, estudiantes a estudiar”, con lo que se alentará a los jóvenes a que saquen sus apuntes bajo la radiante iluminación de los 16 farolitos. Convertiremos a ese colectivo en un pozo de luz y sabiduría, incluso se armarán charlas debate en los asientos del medio a cargo de Miguelito Lezama, se analizará “Rayuela” de punta a punta, y los estudiantes deberán dejar sus conclusiones antes de que se les permita bajarse.
Es probable que la movida nos tome varias vueltas del mismo colectivo, pero Estelita ha estado practicando el arte de la oratoria y el baile del caño de colectivo, así que no prevemos un problema con el chofer, que seguirá vendiendo boletos, pero solamente al que porte al menos un diario. De lo contrario, que el despreciable sujeto espere el próximo bondi en tinieblas y no joda.

Sobre el final, entonaremos todos juntos “Dónde iremos a parar si se apaga Valderrama” y bajaremos con los faroles aún encendidos, y tal vez el Guille declame algo de Bécquer mientras el colectivo se aleja, ahora sí con todas las luces encendidas, e inexorablemente ganado para la causa.
Sobre este punto, Estelita ha sido explícita y aclaró que si le va la bocha, ella sigue con el colectivero hasta la terminal y no se baja nada.




(1) Ver otros asuntos candentes sobre el particular cliqueando en la etiqueta pertinente.

viernes, julio 27, 2007

Desembarco

Se daban esas situaciones incómodas de encontrar un nuevo cepillo de dientes o un pulóver grande, esos detalles que alteraban un orden simple como el nuestro con la violencia de una bomba atómica. Yo no quería saber, trabajosamente te ignoraba y hacía de cuenta que no existías en nuestras vidas cuando en realidad existías desde hacía por lo menos varios meses. Lo sabía incluso antes de que empezaras a dejar huellas concretas en casa.
Lo sabía porque mamá estaba distinta, y porque a veces la sorprendía mirándome con preocupación. Cuando la pescaba así yo le sonreía o le decía algo muy dulce, para que volviera a alegrarse, y entonces ella se sacudía como si tuviera frío o como si recién se despertara, y volvía a mirarme con la ternura de siempre. Mamá siempre se preocupaba, y yo también, cuando algo cambiaba y ella sabía que iba a tener que ponerme al tanto; tarde o temprano yo tenía que enterarme, porque así nos manejábamos en casa, no había secretos entre nosotros. Estábamos solos hacía mucho tiempo, ella y yo, y por eso teníamos ciertas complicidades que tal vez iba más allá de un vínculo entre madre viuda joven y su hijo chiquito cada vez más grande.
Porque cuando vos apareciste yo ya no era un nenito, y por eso justamente creí que podía hacerte frente. Justamente lo que después comprobé que no podía.
El término desembarco lo usó un día mamá hablando con la abuela, mientras le contaba que su amiga Mónica había comenzado a convivir con el novio, en casa de ella. A mi se me grabó la frase, porque me imaginaba al pobre hombre llegando con todo su equipaje. Y porque antes de eso seguramente se había producido como un viaje, una travesía durante la cual uno corre el riesgo de equivocar el rumbo o de no saber capear los temporales y naufragar.
Pero estos son conceptos que le fui agregando con el tiempo. En aquel momento me quedé con la imagen del novio de Mónica llegando con todas sus valijas y ese aire un poco desorientado de los recién arribados.
Para la época en que debía producirse tu propio desembarco en nuestra casa, yo ya me había dado cuenta de que antes había esos preavisos extorsivos, un cepillo de dientes distinto o el pulóver como al descuido sobre mi cama, una gigantesca araña negra invadiendo mi cuarto infantil. Yo ya sabía que en realidad se empieza a desembarcar de a poco, que hay preliminares, y me imaginé que podía hacer el papel de Oficial de puerto, que de alguna forma tus anuncios estaban reclamando mi opinión. Así que un día, cuando comprobé que el famoso cepillo de dientes grande había aparecido, me lo llevé a mi cuarto y lo dejé expuesto arriba de mi escritorio. Y puse en su lugar el mío, chiquito. Empezábamos un diálogo que no necesitaba de palabras, y fue el peor momento para mamá. Lo del cepillito pasó sin pena ni gloria, y yo me enojé mucho. Mamá lo devolvió a su lugar sin más trámites y yo me sentí defraudado, como si me hubiera cerrado la puerta en la cara. Imaginé que tal vez mi madre tuviera como una orden de comportarse así, de imponer las cosas sin dar demasiadas explicaciones, con un silencio que en realidad era como un duelo de gritos de guerra.
En ese momento decidí que te odiaba y que no iba a aceptarte nunca. Pensé en mi madre y yo como antes y lo fijé como una meta. Nadie iba a imponerse a la fuerza en mi casa, aunque mamá sufriera.
Entonces empezaron a aparecer pelos, por ejemplo. Era una cosa muy desagradable que se quedaran en el jabón: sentía que tu desafío ya era insultante. Me demostrabas que cada vez te adueñabas más de la situación, pero tus pruebas eran crueles y asquerosas. Me preguntaba llorando si cabía como antes la posibilidad de que fueran casualidades, cosas pasajeras que terminarían de un momento a otro, y me respondía que no, que todo era parte de un proceso que ahora se me antojaba también sucio. Alegué que yo necesitaba otro jabón y durante un tiempo hubo dos en la jabonera del lavatorio y también en la bañera. A mamá la afectó bastante esto, y terminó de complicarla con un jabón exclusivo para ella, y muy de mujer. Al principio me alegré, pero enseguida comprendí que nunca más iba a usar el mío, que ya no habría uno nuestro. Y eso en el fondo me demostraba que ya no me era incondicional, lo que equivalía a decirme que estaba de tu lado. Saber que ya no podía confiar ciegamente en mamá me hizo sentir aún más desvalido.
Creo que sobre todo por eso me enfermé, increíblemente a veces me orinaba en la cama y mamá me llevó al médico. A mí me hicieron esperar afuera después de revisarme y el doctor habló un rato largo con ella. Cuando salió, mamá se esforzó por asegurarme que todo iba a estar bien y yo supe que se había hablado del invasor y que el doctor Mario le había hecho entender por fin cuál era la causa de mis molestias. Era como una compensación que el médico estuviera de mi lado ahora que mamá se comportaba como una enemiga. Volví a casa con el ánimo renovado y hasta le pedí a mamá que me dejara dormir en su cama como antes; hacía mucho tiempo que no dormía ahí. Ella me dijo que no, y estuvo durante toda la cena como contenida, como si quisiera decirme algo y no se animara. Yo suponía que sentía culpa, y estaba listo para perdonarla, pero no sabía cómo planteárselo. Fingí que no me importaba que no me permitiera dormir con ella y estuve bromeando hasta que finalmente me fui a mi cuarto y durante unos días me sentí mejor.
Algunas noches después volviste a aparecer en nuestra casa.
Me indignó que te infiltraras así, como un ladrón, como la rata inmunda que en realidad me parecías. Y esta vez dejaste una marca indeleble, en las sábanas, y más sucia que todas las anteriores. A la mañana pude comprobar con asco que el proceso de desembarco seguía y que parecía estar en su fase final. Decidí acudir a medidas extremas y lo hablé con mamá.
Y ella, sorprendentemente, lo tomó con bastante calma. Y usó términos y frases que seguramente le había sugerido el doctor Mario. Me habló casi poéticamente de la vida y sus fases, y de las necesidades del cuerpo, y de lo mucho que ella desearía que papá todavía viviera, pero que lamentablemente no era así. Y que ella también lo necesitaba.
Sobre toda para que me explicara lo que estaba pasando: para que me hablara casi de hombre a hombre y me ayudara a comprender los cambios que estaban por ocurrir, que ya estaban ocurriendo. Para que me explicara bien cómo era eso de dejar de ser un nene para convertirse en adolescente y para que no me dieran miedo ni vergüenza los cambios que no paraban de producirse en mi cuerpo, y las nuevas pulsiones que sentía, y mientras mamá me decía esas cosas yo retorcía el borde de mis pantalones cortos y veía casi por vez primera cómo se habían ido poblando mis piernas flaquitas de unos pelos largos y oscuros y hasta los sentía escocerme y arder en otras partes de mi cuerpo, en todas partes, y sé me puse colorado y casi tuve que rascarme, y supe que el desembarco se había completado y que un hombre había entrado definitivamente en casa, y me había desalojado para siempre.






Nota 1: Yo quisiera que las etiquetas aparecieran arriba, aunque alerten de antemano al lector. Y hasta estoy tentado de separar los cuentos en "humorísticos" y "serios" o algo así. Pero creo que no vale la pena, y cada uno interpreta lo que lee como le parece, o tal vez prefiere leer sin saber cabalmente y de movida de qué se trata.


Nota 2: Yo también quisiera dejar de sentir la necesidad de escribir notas aclaratorias, y ser más coherente con eso de que cada uno interpreta etc.

jueves, julio 26, 2007

Besos y puñales


Durante mi infancia más tierna, y por lo menos en mi familia, los niños varones besábamos en la mejilla a los hombres adultos y en general éramos besados por las señoras, tal vez más de lo que deseábamos: siempre había una tía abuela que ya tenía algunos pelos en la barbilla y que se ensañaba con babosearnos cada vez que nos tenía a tiro.

Pero los hombres adultos, en general, ponían como sin ganas la mejilla para que los saludáramos. No tengo memoria exacta de cómo actuaban con las nenas (hablo de más de 35 años atrás), pero me parece que ellos, los hombres, se permitían un poco más de afectuosidad con las niñas y hasta les daban más de un beso, incluso fuera de la ocasión del saludo.

A los varoncitos no: a nosotros nos dejaban darles un beso, y medio de lejos. Y a veces, sobre todo con algún abuelo, atrás del beso venía un: “¿Cómo anda, m’hijo?”, así, con voz más grave de lo habitual, con tono gauchesco y sin tutearnos, supongo que para reafirmar que lo del beso se concedía a duras penas.

Y entre ellos se saludaban con un apretón de manos entre los de edades parecidas y realmente no me acuerdo cómo se comportaban, por ejemplo, con el mencionado abuelo, es decir el padre de alguno de ellos. Pero supongo que le darían la mano o se repetiría el acto a la inversa: el anciano pondría la mejilla y ellos le aplicarían un respetuoso ósculo.
Y no es que yo viviera en el seno de una familia puritana, o que no nos tuviéramos afecto, o que fuéramos del campo: es lo que realmente recuerdo de mi familia. Y me parece que algo similar pasaba en todos lados.
Lo que no recuerdo es cuándo empezó a modificarse todo eso.

Lo cierto es que en algún momento la onda cambió, y ahora todos los hombres conocidos nos saludamos con un beso, seamos familiares o no. Y los ya viejos hacen lo mismo y se deja el saludo de mano para los que recién se conocen, o para el ámbito laboral (y hablo entre hombres: a veces en el laburo conocés a una mujer, por ejemplo de otra empresa, y ya hay un beso, aunque eso lo deciden ellas, como siempre).
El beso (en la mejilla, digo) entre hombres, abarca desde lo familiar hasta las amistades, algunos compañeros de laburo y por ahí hasta alguno que recién te presentan en una reunión.

Pero eso pasa acá: hace muy pocos años tuve ocasión de trabajar esporádicamente con mejicanos y, cuando entramos un poco en confianza, me contaban del rechazo que les producía ver cómo nos besábamos entre hombres al saludarnos.
- ¿Qué, todos son “puñales” (putos)? – decían con sorna.

De manera que esta forma de saludarnos que hoy por hoy ya no sorprende a nadie acá, no está tan universalmente difundida como pudiéramos pensar.
La verdad es que lo nuestro no es tradición, no está en nuestro acervo cultural (creo que los rusos se daban o se dan un beso en la boca, aunque no sé en qué contexto), ni nada de eso: es más bien una moda que llegó para quedarse y hasta ha tenido la variante del pico ocasional (como los de Maradona y el Cani, o los de Fontova a Guinzburg, etc.)
Y tal vez luego sí se convierta en tradición, con los necesarios toques de aggiornamiento de vez en cuando.

Pero todo formará parte de una evolución, de un largo trecho de salutaciones mutadas, y sobre todo de cómo sepamos aprovecharlo.

Y ahí sí me gustaría ver la cara de mis amigos mejicanos cuando la costumbre sea saludar a las compañeras de trabajo con un buen beso de lengua y un apretón de nalgas…
¿Puñales?: ésta.

martes, julio 24, 2007

Pastillas

Para Lorena V., que me contó lo de la miguita de pan



Yo desde pibe que tenía problemas para tragar pastillas, fueran del tamaño que fueran. Grandes o chiquitas, no te las podía pasar; sentía que me iba a atragantar, o que me iban a raspar y me iba a dar arcadas, no sé lo que sentía, pero no te podía tragar ni una aspirineta. O sea: después partía las pastillas o las disolvía en una cucharita con agua, o las envolvía en una miga de pan y me las terminaba tomando, no es que estuviera loco y no pudiera tomarme un remedio. Lo que no podía es tragar entera ninguna pastilla.

Probé de todas las formas que se te ocurran, porque quería sacarme ese trauma de la cabeza: mandarlas a lo cowboy de un saque, hacerme como un buche, concentrarme hasta que estuvieran en la posición más apropiada, etc.
Me he pasado hasta 25 minutos con la boca llena de agua y un Estreptocarbocaftiazol que no podía tragar. Eso fue en un cumpleaños de mi sobrina, y mis familiares me decían que no sea tonto, que la mordiera y listo. Y yo con la cabeza les decía que no, y con la mano les hacía que tranquilos, que un rato más, que me dejaran intentar sin joderme. Porque si no podía hacerlo así, rodeado del afecto de mi familia, ¿cuándo iba a poder? Es un papelón que un grandote tenga que andar disolviendo una pastilla para tomarla. Es más: hasta diría que no es muy de macho disolver o partir una pastilla.
Yo lo veía así, y me jodía.

Así que en el cumpleaños que te decía, yo seguí como si nada, me reía de lo que contaban mis cuñados, hacía señas con la cabeza, todo con la boca llena de agua. La verdad es que ya me había olvidado de que tenía la pastilla en la boca. A los diez minutos más o menos ya ni me acordaba, ya participaba de las conversaciones y todo. Con gestos, obvio.
Es increíble como se adapta uno a las circunstancias, hermano: era como si fuera mudo de toda la vida.
O sea que el efecto de distracción estaba completamente logrado: hubiera sido lo más lógico que en cualquier momento tragara sin darme cuenta y resolviera el tema.

Pero no pasó eso. Pasó que a los 25 minutos mi mujer me dijo que me dejara de joder y tragara la puta pastilla de una buena vez, y ahí me acordé y cuando quise hacerlo me atraganté.
Un fracaso y una vergüenza.
Una vergüenza doble, encima. Porque la pastilla de carbón era porque…y con las arcadas y el esfuerzo…

Me tuve que ir a cambiar, me prestó ropa mi cuñado, un desastre. Encima después no querían reírse, pero se tentaban y contaban cualquier boludez para justificar las carcajadas. Decían “¿te acordás de aquella vez en Córdoba?”, y se tiraban al suelo de risa; cualquier cosa decían, lo primero que se les ocurría.
Se retorcían de la risa, y yo de la bronca.
Hasta que me pasó algo que solucionó el tema.

Yo viejo, viejo, no soy. Cincuenta y seis pirulos y bastante bien de salud. Y algo de pinta tengo. Y al negocio, vos viste, vienen mayormente minas. Y minas que están al pedo, o que el marido no les da bola, o capaz que sí pero igual son atorrantas. La cuestión es que de vez en cuando alguna se queda charlando o te sigue preguntando boludeces, y vos sabés que en realidad te está dando calce.
Yo siempre tuve una conducta, siempre me porté como un duque. Por mi señora y porque donde se come no, ¿no? O porque eran feas. Báh, la mayoría eran bagayos.
Así que siempre Lord Cheseline; simpático, pero hasta ahí. Jamás avancé con una clienta. Tuve algún rebusque por otro lado, alguna vez, no te niego, pero en el laburo jamás.
Pero hará cosa de tres meses apareció por la mercería una pendeja, hermano…infernal. Estaba más buena que el dulce de leche, por donde la mires. No sé si llegaba a los veinte. Rubiecita onda Brisni Espir. No ahora, claro: cuando la loca esa estaba buena, ahora se fue a la mierda…Pero una cosita, hermano. Ni me acuerdo lo que compró la primera vez, pero cuando volvió al día siguiente en minifalda yo empecé a transpirar, porque me la veía venir. Ese día justo no entraba nadie y se quedó como media hora. Yo le hablaba giladas, si era una nena. Pero ella me seguía la corriente y se reía encantada como si estuviera hablando con Bras Pit.
No: debe tener más de veinte, che.
O demasiada experiencia, qué sé yo. Los pibes vienen muy acelerados, pero me parece que debe tener más de veinte. Veintidós tiene, por ahí. No le pregunté.
Igual era una pendeja, no me aparto.
Y estuvo mal lo que hice y todo lo que vos quieras. Pero qué hembra, hermano. Al tercer día vino con un chupetín en la boca y justo había gente en el negocio, incluso entró una vieja después de ella. Cuando le tocó el turno me dijo “No, atienda primero a la señora”. Yo estaba idiotizado, la atendía a la viejita y la miraba chupar el coso ese, y ella me sonreía, hermano…de una forma…

Pero me di cuenta de algo extraño. Tenía el cerebro a mil, pero el compañero estaba como desatento. Ni un reflejo, un cabezazo. Nada.
Claro, yo estaba atendiendo el negocio y estaba la vieja, pero era raro, ¿o no? Si yo le miraba las gambas y tragaba saliva, y la cabeza se me iba pensando lo que debía ser esa bestia en bolas. Era raro que ahí abajo no pasara nada de nada. Me puse a pensar si los días anteriores había pasado algo y no, tampoco. Me preocupó en serio.
Es más: mientras le buscaba unos botones a la vieja (que no se iba nunca) me concentré un poquito. Y respiré aliviado, hermano, porque hubo como una sacudida, un estiramiento. Lento pero seguro.
Creo que terminé de atender a la vieja medio al palo, pero me importaba un carajo.

Cuando nos quedamos solos, la pendeja me avanzó. Te lo juro por Dios que me avanzó ella: me dijo que hoy estaba más lindo que nunca y qué bien peinado y que sé yo. Entendeme: me lo decía lambetiando el chupetín. No podía echarme atrás, era como un regalo de Dios, así que después de un rato de charla franela le dije si podríamos vernos y, por supuesto, dijo que le encantaría y que hasta tenía el departamento de una amiga. O sea: más claro que eso…
Nada de que íbamos a tomar algo ni nada de eso: a un bulo, directo.
Era sábado y quedamos para el lunes, porque yo, el domingo, imposible, imaginate.

Pero cuando se fue me di cuenta de que otra vez el amiguito se había mantenido dormidísimo. Yo mayormente nunca tuve problemas con eso. Alguna vez sí, como todos. Pero nada grave. ¿Y con semejante mina? Era rarísimo y me entró miedo de que me pasara lo mismo el lunes.
Calculá que para mí iba a ser una única vez, no pensaba que pudiera tener mucho changüí con la pendeja: para mí era una cosa pasajera de ella, como un capricho. Si duraba más de una vez, bárbaro. Pero si no por mí estaba bien; yo podía ir caminando descalzo hasta Luján por una sola vez con ese minón.
Pero ¿y si yo no funcionaba? Olvidate de esa vez y de cualquier otra, me la tenía que cortar con un Tramontina oxidado, por lo menos.
Así que el domingo con la excusa de comprar cigarrillos me fui a ver a Enrique, que una vez me había dicho que él usaba el Ayudín y que le iba fenómeno. No le expliqué mucho, y además el Enrique es discreto y me dijo “Pará un cachito” y al rato volvió con un papelito envuelto y yo me lo metí en el bolsillo y me fui.
Guardé ese pantalón dobladito debajo de la cama, ni quise probar a esconder el paquetito: a ver si se me armaba el gran quilombo. Y el lunes, mientras mi mujer preparaba el mate lo saqué y me lo puse. Medio arrugado, pero lo importante era que no quedara arrugado lo otro…¿no?

Habíamos quedado para vernos al mediodía, así que yo dije en casa que tenía que ir a consultar unos precios, que ni me esperaran a almorzar.
Llegué al edificio, ella me abrió por el portero eléctrico, tercer piso, puerta entreabierta, musiquita suave. …y yo más blando que el algodón, hermano.
Así que, antes de entrar, saqué el paquetito sin dudarlo.
Y recién ahí, cuando abrí el paquete, vi que era una sola pastilla. Yo pensaba que Enrique me había dado un montón…

¿Vos viste el tamaño del Viagra?
Es un yoyó Russell, hermano, un alfajor Fantoche de cinco tapas, y yo estaba a un paso de la puerta entreabierta y ella sabía que yo estaba ahí, así que me lo metí en la boca y entré.

Ella apareció desde la habitación, con un camisón transparente y nada más, entre la música, y ese olorcito a cosita de papi, y una sonrisa de turra…y dos copas llenas de champán.
¿La verdad? Ni necesité el champán, me tragué la pastilla como si no existiera. ¡No sabés lo que era esa mina, hermano!
Yo no sé si fue el Viagra, o la piba esta, o la alegría de haber podido tragarme semejante ladrillo en seco y como si nada, pero la verdad es que anduve hecho un tigre esa tarde, Tarzán y Sandokán juntos, y Darío Grandinetti que decían que…
Y nunca más tuve problemas para tomar una pastilla. Nunca.


Nota 1: Estaba terminando un cuento de hondo contenido humano, con sentimientos desgarradores por doquier y metáforas implacables, pero por suerte apareció éste antes.

Nota 2: El autor alega desconocer el tamaño real del Viagra y se ne frega si el dato es inexacto.