miércoles, enero 31, 2007

Blog de vacaciones

Igual, se agradecen las visitas, los comentarios y cualquier pálpito que tengan para la ruleta. Siéntanse como en casa, nos vemos a fines de Febrero.
Muchas gracias.

martes, enero 30, 2007

Grandes mentiras históricas

Pegaso, Rocinante, Bucéfalo, y hasta Tornado. Son casi sinónimos de Zeus, el Quijote, Alejandro y, por supuesto, el Zorro. Son caballos famosos, porque pertenecieron a hombres famosos: Janto a Aquiles, Incitato a Galígula, Babieca al Cid Campeador. Y Plata al Llanero Solitario.

Los héroes, aunque sea “medianamente” ecuestres, siempre han tenido un caballo de batalla, un corcel favorito que terminaba siendo tan símbolo como el amo. A veces eran objeto de una devoción exagerada, como Incitato que fue hasta senador de Roma.
Sin embargo, poco y nada se sabe del caballo del general San Martín. Ni siquiera si era realmente blanco como en las pinturas, aunque es casi seguro que no: el color y la alzada no se corresponden con los del caballo criollo que empleó el Ejército de los Andes; más bien es una convención que tomaron los pintores europeos que después realizaron esas obras.
Se dice que utilizaba varios indistintamente y por eso ninguno se destacó, pero la razón es otra.

La verdad es que San Martín era un pésimo jinete, le daba pavor andar a caballo y se caía demasiado a menudo.
Al mismo tiempo era un estratega fenomenal y un hombre justo, y los soldados lo idolatraban. Pero era imposible concebir un héroe militar que no supiera montar. No sólo a caballo: cualquier animal le resultaba ingobernable, se había caído de media docena de mulas, de un camello mientras combatía a los moros en Africa y de un toro manso en la estancia de Carlos María de Alvear, cofundador de la Logia Lautaro.

En 1812 cae desmañadamente de un burro de paseo en la localidad cordobesa de Ascochinga.

El 3 de febrero de 1813, San Martín y sus hombres aguardan escondidos en el convento de San Carlos, a 26 kilómetros de Rosario, cerca de la Posta de San Lorenzo. El cabo Juan Bautista Cabral relee la angustiada nota que le enviara Remedios de Escalada, esposa del general, y vuelve a jurarse que cumplirá lo que la señora le pide. “Son jornadas decisivas, mi querido Bautista”, dice la señora, y tiene razón.
Cuando los españoles desembarcan se larga la persecución hacia las barrancas y Cabral permanece unos metros detrás de San Martín. Sin sorpresa, advierte que el General va muy ladeado y que ya se le han escapado los pies de los estribos. El tordillo se esfuerza por no tirarlo, pero San Martín bailotea como un muñeco de trapo, hasta que Cabral le dispara al caballo y corre a ayudar al jefe. En la maniobra recibe en su pecho la bayoneta realista y adquiere post mortem el grado de Sargento. El hecho se consigna como "rodada por herida del caballo" y San Martín agiganta su figura. A Cabral se le oye musitar: Muero contento, el General no se ha caído, frase que trascenderá hasta los libros ligeramente modificada.

El Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón lo nombra General en Jefe del Ejército de los Andes, con la condición única de que no monte, y el 12 de enero de 1817 se inicia el cruce.
San Martín, de acuerdo a lo pactado, se declara enfermo y dirige toda la campaña desde la camilla cerrada que le han adaptado a tales fines, aunque se cae de la misma dos veces, inexplicablemente.






Monumento a San Martín y O'higgins en los llanos de Maipú. Nótese el esfuerzo disimulado de O'Higgins por evitar que el caballo de San Martín lo despida de la estatua.

domingo, enero 28, 2007

Sin título

Le sucedió que su mano derecha tocaba el futuro. Se la había pasado al despertar descuidadamente por la cara, y con espanto la había sentido llena de arrugas, de protuberancias, fláccida y como hundida, desagradable al tacto. Había corrido a verse en el espejo del baño y entonces respiró aliviado, porque todo estaba igual. Había probado a tocarse con la mano izquierda y todo había resultado normal. Después, con cautela, había probado otra vez con la derecha, y la retiró enseguida con asco y con miedo: era como tocarle la cara a un viejo, lo cual no le desagradaría tan locamente si no fuera su propia cara de veintidós años, con muy poca sombra de barba que enseguida eliminaría hasta que no quedara ningún rastro. Todavía no se reponía de la sorpresa cuando apoyó la mano derecha por un segundo en la pared y en lugar de azulejos tocó metal helado. Hasta ahí, sabía que algo raro le pasaba al tacto de su mano, pero ni siquiera intuía de qué se trataba. Lo que podía afirmar era que lo que fallaba era solamente el tacto. Por lo demás su mano se veía enteramente normal y respondía como siempre hasta a sus mínimas órdenes. No había rastros de golpes ni coloración distinta, ni recordaba ningún suceso especial con su mano. Orinó cuidadosamente, sosteniéndoselo con la mano izquierda.
Con cautela se preparó el desayuno como si fuera zurdo, con torpeza, sabiendo que llegaría tarde al trabajo en el bar, pero firmemente decidido a no usar la derecha. Después le ocurrieron otras cosas y entendió lo que le pasaba.

No pudo ni siquiera sentir el papel del boleto en el colectivo: hubo como cenizas que se evaporaron inmediatamente entre sus dedos y después nada. Viajó sentado, y durante el trayecto hizo descansar el antebrazo en el muslo, de manera que su mano derecha colgara en el vacío entre sus piernas, sin posibilidad de tocar nada. De vez en cuando la miraba, y entendía lo difícil que le iba a resultar fingirse manco por el resto del día.
Ya en el bar, la primera cosa que le hizo pensar en el futuro fue una caja de hamburguesas. La extrajo de la heladera con la izquierda y sin querer se la pasó a la mano maldita. Sintió inmediatamente el bloque de carne caliente quemándole la mano aún a través del cartón. Lo pensó durante un rato, y después comprobó lo siguiente: las tabletas de chocolate, en la mano derecha eran líquidas y calientes. Las naranjas igual, pero muy frías, como si le hubieran agregado hielo. Había como un adelantamiento en el tiempo de su mano derecha. Pero totalmente arbitrario, porque su cara aparecía como la de un viejo de ochenta años, en tanto que al chocolate y a las naranjas en un rato nomás iba a pasarle lo que su mano ya sentía.
Confundido, pero ahora sabiendo a qué atenerse, siguió trabajando. Era casi divertido notar la transformación de las cosas de una mano a otra, era un antes y después instantáneo: tenía que tener cuidado porque los huevos se freían en el pase mágico de la zurda a la derecha, y alguno se le rompió al soltarlo. Se le ocurrió que si leyera Braille, con la derecha se enteraría inmediatamente del final del escrito y lo absurdo del pensamiento le arrancó la primera y única sonrisa de ese día de locos.

Hacia las once comenzó a renovarse la clientela, el bar se llenó y el trabajo se puso frenético, pero ya casi no preparaba comida. Eran puros cafés, a lo sumo con una medialuna o dos, y notó que con la derecha le era imposible manejar la máquina de café. Los hierros estaban como retorcidos al tacto de su mano rara y lo quemaban invariablemente.
Si no hubiera estado tan atareado, tal vez hubiera previsto que algo funcionaba mal, que la presión se había disparado, y que increíblemente eso podía rajarse como se rajó, casi en su cara de veintidós años, desparramando agua hirviendo y vapor a presión por todos lados, sobre todo en el costado derecho de su cara.

miércoles, enero 24, 2007

Trilogía

La apuesta es así: hacer tres cuentos completos (que todavía no están ni empezados), cerrados y definidos, pero con la misma historia, sólo que con tres narradores distintos. Hay un asesinato, y en cada uno de los dos primeros, un asesino distinto para el mismo difunto. Los cuentos no necesariamente irán a continuación (si hubiera un libro), pero si en orden. Y el tercero vendrá a aclarar la situación, pero el lector debe desconocer la existencia de esos otros cuentos (me viene a la cabeza la palabra aláteres). Claro que podría ser un solo cuento, pero eso es otra cosa.
Como no voy a publicarlos acá, puedo decir tranquilamente que estarán bien escritos y dejar ahora sólo lo esencial de cada historia y algo del mecanismo que todavía ni siquiera sé si funcionará. Entiendo lo amarrete y pretencioso del post, pero uso este lugar también para dejarme señales, cosas sin terminar para ver después, y además tal vez a alguien (ahora o dentro de 10 años) le interese reconstruir parte del proceso y esto pueda ayudarle.

Tema Título: Por supuesto, no es posible nombrarlos como “parte uno”, etc., porque estaría descubriendo el juego. Deben tener títulos individuales y en todo caso anunciar fuera del mismo “viene de” o algo así, pero nunca donde continúa. Y si está bien hecho, lo mejor de todo sería que el lector busque una cuarta parte que no encontrará nunca, pero que tal vez pueda inventar él mismo.

Convenciones: Así, tan temprano, digamos por decir algo que el crimen fue pasional. Que el muerto es hombre y las narradoras son mujeres. Que el primero cuento irá en primera persona, el segundo en segunda, etc. Por joder, nomás.

Primer cuento. Ideas generales: El personaje reconoce de movida que mató a alguien, no hay suspenso con eso. En el segundo cuento, entonces, eso tiene que ir al final, como remate. El tercero, vemos. Es un cuento visceral, en primera, narrado casi al finalizar el homicidio. Va a ser sarcástico. La forma de asesinarlo es con veneno. Andaría por acá:
La tarea de matar a Sergio Muzzio me resultó mucho más fácil de lo que había pensado. Y casi divertida, al final. Es que cuando se actúa con justicia todo se vuelve menos complicado. Y fue justo matar a Sergio, justo para mí y para varios más. Aunque esto de los otros lo pienso ahora; en su momento, hace un rato nomás, en la única que pensaba era en mí. O no pensaba en nadie, pero sentía únicamente por mí, eso es claro.

Segundo cuento. Generales.
Una segunda persona no demasiado cercana, un testigo ocasional, puede ser.
Entonces vi lo que contenía la funda de la raqueta y nos sorprendimos los tres. Él, yo, y vos también. Creo que nunca habías empuñado una pistola antes, porque te miraste la mano dos veces antes de dispararle. Antes de dispararle dos veces, y salir.

Tercero. Éste podría terminar así.
Cuando la mujer terminó de decirle todo, incluso la forma en que el veneno actuaría, dio una media vuelta triunfal y salió del departamento. Bajó lentamente las escaleras, relamiéndose. Si hubiera esperado el ascensor probablemente se hubiera cruzado con la otra, con la rubia de la funda extraña y aspecto de loca.

Sobre el párrafo final se me ocurrió que pueden leerse en cualquier orden. Para algunos serán tres historias distintas y otros las compilarán en la forma correcta, aunque las hayan leído salteadas. Me sigue intrigando si alguno buscará el cuarto cuento, o si algún cuento cualquiera se transformará erróneamente en la cuarta historia. Y otro en la quinta, etc.

domingo, enero 21, 2007

Cómo son largas las semanas

Los asalariados con horario fijo y vacaciones anuales padecemos en carne propia el drama del bolero ese que habla del alargamiento de las semanas. Conforme se acerca la fecha de nuestro descanso periódico vemos cómo el tiempo va perdiendo su consistencia de agenda Citanova subrayada y cafecito de las cuatro en punto para transformarse paulatinamente en un chicle interminable, una sustancia gomosa y aburridora con la horrible capacidad de atraer urgencias y problemas extraños. Gente ordenada y meticulosa como nosotros, que resalta los feriados largos con flúo amarillo y programa sus licencias para aprovechar cada minuto al máximo, se ve entorpecida de pronto por el inexplicable aluvión de cosas que hay que terminar antes de irse.

Un viejo axioma oficinesco recomienda comenzar a desacelerar quince días antes de que se inicie el período vacacional, cosa de llegar lo más desenchufado posible al primer minuto de la libertad condicional. Pero cómo lograrlo, bendito Cronos, como ir relajándose, si todo se vuelve complicado y encima los relojes se declaran en huelga y siempre falta mucho para que sea la hora de irse.

La teoría de la Relatividad podría obviar el espacio-tiempo y concentrarse solamente en estos agujeros negros temporales, estos nefastos espacios oscuros donde caemos cada doce meses. Observar la forma extraña en que se comportan los minutos y el magnetismo de esta época para atraer problemas insolubles debería ocupar a los seguidores de Einstein y al personal de la firma Citizen.

Y que esa misma gente le busque la explicación a la tremenda velocidad con que transcurren, inmediatamente después, nuestros escasos días de solaz esparcimiento.

martes, enero 16, 2007

Lo que viene

Me llegó otra carta de Adulfo Pistarino. Nunca es claro para explicar, pero no voy a discutirle justamente a él.
Parece que me confirman la inscripción en el Primer Campeonato iberoamericano de Discusiones Bizantinas.

Ya mismo me pongo el jogging y empiezo a entrenar.

Artistas callejeros

Para Fontanarrosa, humildemente


De los artistas de la calle Florida, pocos han gozado de la popularidad de Juan Carlos Pacheco, “El hombre del pene de acero”, y ninguno ha tenido un final tan trágico.
Artista dotado, Pacheco ejecutaba un acto de alto voltaje erótico realizando pruebas increíbles con su órgano viril. El espectáculo se anunciaba como no apto para menores de 18 años con reservas, aunque era tal el virtuosismo de Juan Carlos que muchos padres llevaban gustosos a sus hijos pequeños, y hasta a sus hijas educadas en colegios como el Sagrado Corazón, a que contemplaran las acrobacias fálicas del artista de San Fernando.
Hijo del cantor de tangos Eusebio Pacheco y de la artista circense Miriam Ayala, Juan Carlos mamó desde chico, además de la lactosa tradicional, el gusto por las pruebas riesgosas y la actuación en vivo. En algún momento del destape fue que decidió experimentar con su pilín, y rápidamente saltó a la fama.
Originalmente intentó realizar su acto totalmente a la vista del público, cubriendo apenas su falo con un delicado tul amarillo. Pero diversas Asociaciones primero, y la policía después, lo convencieron de trabajar detrás de una sábana iluminada, de modo que sólo su sombra era visible para el público que, cada vez en mayor número, se amontonaba para presenciar su show.
Tras un comienzo algo dubitativo, Juan Carlos fue agregando pruebas cada vez más asombrosas, obteniendo lo mejor de su pequeño instrumento, como un músico que extrayera las mejores notas de un violín ordinario. Porque en aquella primera época, y por lo que podía apreciarse al contraluz de la sábana, Pacheco no contaba con un miembro superdotado; en realidad se lo veía concentrarse tenazmente antes de la función, y en ocasiones hojear una revista supuestamente erótica, para que su disoluto partenaire cobrara un tamaño tal que le permitiera ejecutar la rutina.
Con el correr de los meses, sin embargo, fue notorio para los habitués que el miembro de Pacheco había crecido y era capaz de realizar pruebas donde se le exigía una fuerza y destreza muy considerables. Por ejemplo: había comenzando haciendo jueguito con una pelotita de tenis, y ahora ya andaba por una de vóleibol La explicación más aceptada era la que adjudicaba el crecimiento al ejercicio constante a que lo sometía el artista, aunque se comentaba también acerca del uso de cierta pomada china, y de un brebaje correntino con propiedades casi milagrosas.
Es decir, que al público tradicional que iba a ver el acto de Juan Carlos, pronto se le sumó otra especie, conformada por hombres y mujeres que aspiraban sobre todo a descubrirle el secreto del desarrollo peneano. Cada acto empezó a convocar una multitud, y Pacheco redujo las presentaciones a una función diaria más dos de los sábados, y desestimó los pedidos de shows particulares, bar mitzavs y festejos de divorciadas que le llegaban a montones, aunque aceptó el auspicio del Boston Medical Group.

Para la gente de los comercios aledaños al lugar donde actuaba, se hizo notoria la presencia diaria de cierto caballero de edad, un arreglado evidente pero carismático que a veces usaba anteojos y a veces tenía barba o bigotes, pero que siempre llevaba la voz cantante en las expresiones admirativas hacia Juan Carlos, y era el primero en poner plata cuando Pacheco pasaba la gorra. Algunos hablaban también de cierta dama que solía acompañarlo hasta unas cuadras antes del “escenario”, aunque nunca se la veía durante el show. El misterio crecía en torno a la figura del artista, casi en la misma proporción que su pito.

Durante la etapa final de su corta carrera, el acto duraba una media hora, y ya tenía una producción considerable: la humilde linterna original que remarcaba su figura sobre la tela había sido reemplazada por un reflector de cuatro colores; había una máquina de humo y un minicomponente Aiwa que reproducía lo mejor de Vangelis. De una gran caja a sus pies, Pacheco iba extrayendo la pelota de vóleibol, un pequeño hula-hula, ladrillos que luego eran partidos con su miembro, un oso de peluche para hacer equilibrio y un gong bastante considerable.

El 7 de julio de 1986 tuvo una tarde por demás ventosa y marcó el fin del mito de Juan Carlos Pacheco. En un alarde de superación constante, el artista callejero se hallaba haciendo malabares con una Tango número 5, cuando un ventarrón violentísimo voló la sábana que lo cubría y dejó el fraude en evidencia: escondida en la gran caja, Miriam Ayala, la madre de Pacheco, manipulaba entre las piernas de su hijo una especie de títere con inequívoca forma de pene. Resultó evidente que el viejo de la voz melodiosa no era otro que Eusebio el cantor, y la gente arrinconó a los 3 en cuestión de segundos.
La policía consiguió evitar milagrosamente el linchamiento que quisieron hacerle los admiradores estafados, las esposas desencantadas y la gente del Boston Medical Group.

lunes, enero 15, 2007

Tango

Mientras hablo con un compañero de trabajo, otro, de unos veinte años, me observa asombrado y me pregunta si yo iba a esas milongas que menciono, si lo conocí a Virulazo. Le digo que no, y me quedo pensando por qué me pregunta esas cosas, qué clase de despiste tiene este pibe como para suponer que yo, con cuarenta y dos años, pueda haber pertenecido a los habitués del Marabú o del Chantecler. Cómo puede ser que me confunda con alguien que podría ser mi viejo, si en la música que sale de mi pc lo que predomina siempre es el rock, y de pinta tan avejentado no estoy. Me indigno un poco, de verdad, y me prometo dejar de usar esos términos antiguos que tanto me gustan, no sea que los otarios como éste me empiecen a espiar a ver si uso polainas.
Considero también si debiera dejar de pasar algún tanguito de vez en cuando, pero eso está fuera de discusión. Qué le voy a hacer: me gusta, no desde siempre, pero me gusta.

Los domingos de mi infancia amanecían con tangos y milongas, y yo los detestaba. Hice cuanto pude por despegarme de ese lastre que, según yo, me querían imponer a la fuerza. Me reía de algunas letras para molestar a mis viejos, que hacían lo propio con las de Sui Generis, y así todo iba perfectamente, cada generación con lo suyo y nada en común.
Prescindí del tango hasta los treinta, más o menos, hasta la Década Infame II. En tiempos del uno a uno me fui a Brasil, y antes del viaje pasé por Florida y me compré una remera con la cara de Gardel. No necesité pensar por qué lo hacía.
En el tiempo que va desde que odiaba el tango hasta el día que compré la remera, habían pasado algunas cosas, aunque en ese momento no me diera cuenta. Había crecido, Baglietto había empezado con tangos y folclore viejo, yo había empezado a pensar y a sentir este país de otra forma, hasta el Diego reconocía que le gustaba esa música, y descubrí a Goyeneche y a otros de esos tremendos corazones, y todo encajaba armoniosamente.

Mi banda es Pink Floyd, me crié con Serrat y con Charly, etcétera; nací cuando ya a la Mireya nadie le formaba rueda pa’ verla bailar, y el lenguaje está cambiando siempre, como el mundo, y ahora le pusimos muchos términos cibernéticos. Sin embargo se me transparentan cada vez más los bandoneones y Homero Manzi, y no me suena para nada mal decir que un soft es berreta, me sale decirle berreta y no otra cosa.
Creo que somos, todos nosotros, inexorablemente tangueros aunque no lo llevemos en ningún iPod. Ni falta que nos hace.

Por eso entiendo que a estos chicos medio se le quemen los papeles cuando digo cosas como si hubiera vivido esa otra época, y sospecho que a ellos les irá pasando lo mismo: un día se sorprenderán silbando una melodía distinta o leerán algo que les entrará por el pecho sin esfuerzo, como por un camino natural, y lo reconocerán como propio aunque a palabras conocidas como “cana” y “reo” le agregue otras no tan conocidas como “shusheta” y “mishiadura”.
Será gracioso para mí (y penoso para ellos pero por un tiempo, nomás) que los inevitables tarambanas que tendrán alrededor les pregunten si iban a las milongas esas, o si lo conocieron al Polaco.




Muchas gracias a todos los que contestaron algunas preguntas sobre el particular. Forman parte de un trabajo más largo sobre la misma idea, y me han sido de gran utilidad.

domingo, enero 14, 2007

Que lo parió


Lo veníamos temiendo desde hace algún tiempo: Fontanarrosa está enfermo y justo le tocó una enfermedad que afecta su inmensa capacidad de ilustrador. Hoy, en la revista Viva, apareció una carta del Negro anunciando que finalmente la mano derecha claudicó, y que van a dibujarlo Crist y otros. Me imagino lo que debe sentir un dibujante cuando le pasa algo así, y no necesito imaginarme lo que sienten los que lo admiran desde hace tanto tiempo.

Conociéndolo, es casi seguro que haya intentado dibujar hasta con las patas, pero se ve que es patadura como todos los Canallas. Así que habrá que resignarse a que ya hemos visto los últimos Inodoros dibujados por su creador, y sumarnos con justicia a la frase del Mendieta.

miércoles, enero 10, 2007

No legalicen la infidelidad

Ahora, que teníamos el proyecto abrochado, que finalmente habíamos redondeado la idea y habíamos podido transmitirla con la claridad necesaria; ahora que por fin lo había aceptado mi pareja actual, justo ahora, ya no sé si quiero que me dejen ser infiel.

Después de años de juntar argumentos en contra de la fidelidad, de hablar hasta por los codos de la utopía de la monogamia, de proclamar que ir en contra de la naturaleza es suicida, después de todo eso me agarran las dudas.
Después de convencer: a los cultos con historias de Grecia, a los formales con la posibilidad de diversión, a los conservadores con la promesa de que no sería obligatorio, y a los creyentes con los ejemplos nefastos de la abstinencia, ahora comprendo que estábamos equivocados.

Desempolvamos esa vieja teoría que se llamó “la nueva fidelidad” y cuyos principios básicos eran Libertad y Sinceridad, y que tenía bastante que ver con lo que nosotros impulsábamos hasta ayer mismo, aunque esa palabra, Sinceridad, expuesta así, en forma tan impúdica, nos hacía imaginar a los integrantes de la pareja contándose qué habían hecho y con quién, y no nos cerraba. Lo nuestro era otra cosa: enaltecíamos el respeto por el otro, pero más bien desde el “ojos que no ven, pero saben”.

Lo que prometíamos era vedarnos las aventuras con gente conocida y en lugares conocidos; garantizábamos la prohibición de usar el lecho conyugal para los encuentros, jurábamos inmunidad para los familiares y por sobre todo abolíamos cualquier tipo de interrogatorio.

Queríamos dar rienda suelta a nuestros instintos, pero aspirábamos a la comprensión y aprobación de la sociedad toda, y en nuestro fuero íntimo soñábamos con que el ejemplo cundiera y suponíamos que el incremento de actividad sexual nos beneficiaría a todos. Y, al haber más gente probando nuevas experiencias, sería más fácil evitar los casos que mencionábamos antes: nada de mirar con ganas a la cuñada, para qué, si el río abundaría en peces. Queríamos descriminalizar la infidelidad.
Estábamos tan equivocados.

Ahora, que el Proyecto cuenta con media sanción en la Cámara Baja, que los diarios hablan de esta verdadera revolución cultural, ahora que había ajustado mi agenda para festejar con todas mis amantes, me doy cuenta de que hemos aniquilado el componente principal: el sabor de lo prohibido.

Ya no será peligroso quedarse después de hora con la secretaria nueva, ya será legal que salgamos con otras mujeres, ya no necesitaremos inventar partiditos de fútbol y ellas de paddle. Ya nunca nos provocará vértigo percibir en nuestra ropa un perfume delator.
Habremos por fin reconocido nuestra naturaleza juguetona y sensual, nuestra imperiosa necesidad de seducir y ser seducidos constantemente, nuestras urgencias hormonales y nuestros deseos de probar todo lo que se pueda antes del fin.

Habremos reconocido todo eso, pero también habremos clausurado definitivamente nuestra producción de adrenalina, de sudor frío y de saliva espesa, habremos sepultado nuestra capacidad inventiva y de asombro, habremos perdido el miedo en definitiva, y con él nuestras mejores posibilidades de supervivencia.

sábado, enero 06, 2007

Los potables

(Fragmento)

El plan era bastante simple, según el Rengo. Y así no le hinchaban las bolas con que los funcionarios son simplemente un producto de la sociedad, y como la sociedad está enferma etcétera, porque así no vamos a ningún lado. Eso lo apoyó el tano Citracca y le agregó que también los que empezaban quejándose de la pesada herencia recibida, mejor se iban a la casa: si no tiene idea de cómo resolver los quilombos, señor, mejor se queda mirando la televisión y Anita dijo eso, eso, y no viene a seguir postergándonos a los que queremos etcétera, que del potencial ya estamos hasta acá, a ver si hacemos algo, che, dijo la Cordobesa.
El Rengo explicó que a la población de funcionarios (entendiendo por funcionarios a todos los que de alguna forma trabajaran para el estado; quien más quien menos, toda la caterva de aspirantes a puestos intermedios no necesariamente políticos, tipos llenos de buenas intenciones y con un potencial pero cuando dijo un potencial la Cordobesa abrió la boca y entonces dijo ideas, ganas, che, lo que en definitiva hace falta para que empecemos a cambiar en serio. Bueno, todos esos y los políticos, claro, aunque el plan del Rengo prescindía de los últimos: los políticos de carrera iban a decantar solos un poco más adelante, siempre según el Rengo, que tenía la palabra por un rato, antes de que Citracca se aburriera y empezara a joder con la revolución), a la población de funcionarios sin aspiraciones a diputados y por ende potables para el Plan no le hacía ni fu ni fa lo que pasaba en la sociedad, porque los tipos entraban para quedarse, duraban un montón de años, toda la vida a veces. El problema era que, si bien se desintoxicaban de los vicios que pudieran traer de la sociedad y mantenían las ganas de hacer, empezaban a caer en las redes de los políticos más o menos de la siguiente manera (Citracca bostezó, y el Rengo supo que tenía que apurarse): se convencían unos a otros de que “para hacer” era necesario el aparato político, que incluía a los sindicatos y los gremios, y (entiéndase) al peronismo sí o sí porque de esos no zafás. Anita la peronista amagó a decir algo, pero Julio el carnicero puteó a Perón como hacía siempre que podía y entonces Anita se quedó en el molde, y el Rengo pudo seguir.
Por la ventana rota de la verdulería empezaba a colarse un viento frío y entonces el chico de Citracca se trepó a dos cajones de manzanas para acomodar una tabla.
- Porque si no caemos siempre en la misma trampa, la “huella mental” como dice Sábato: hay que pensarlo distinto porque esta sociedad así no va a cambiar ni en tres siglos, ya lo sabemos, no somos de participar, nos gusta un papá para después quejarnos, o nos adaptamos al “Roba, pero hace”, en fin… Y los políticos que ya están adentro, menos. Yo ni contaría con esos, por lo menos por ahora. Ese pibe se va a matar, Tano…
- Bajate de ahí, pelotudo – le dijo Citracca al hijo, que se descolgó en el acto dejando la tablita más o menos funcional pero torcida.
- Entonces – siguió el Rengo – olvidate de los políticos de cartón y de la sociedad indiferente: lo que te quedan son los potables, los que por ahora no saben cómo canalizar las inquietudes sin que los chupe el aparato.
- ¿Hago mate? – dijo la Cordobesa en voz baja y Anita dijo sí con la cabeza y le pasó todos los elementos.
- Y por supuesto que trabajaríamos sin presupuesto, lo que importa es que no se apague esa llamita y que no se la fagociten los piolas de siempre. Hablo de las ciento de Secretarías y botonerías intermedias, de las Direcciones llenas de pibes profesionales o no, pero con la cabecita bien puesta por un tiempo, y pensando en la sociedad, pensando tanto en la sociedad que al rato la tienen que poner en una hojita cuadriculada para los políticos parásitos y ahí dejan de entenderla, y entonces tienen que recurrir a los políticos hijos de mil putas para que se la expliquen. Hay que agarrarlos antes de que les pase eso, los que hacemos política desde afuera, desde esta verdulería, desde cualquier lado, tenemos que juntarnos de alguna forma con los potables, porque nosotros somos la otra pata de los potables.
- Tomá el mate, Rengo -dijo el pibe de Citracca.
- ¿Cómo “Rengo”, che?
- Dejalo, este pibe me encanta – el Rengo le acarició la cabeza a Carlitos – Hablo, ustedes saben, de los que entendemos que todo acto del hombre es político, y entonces que se metan los Ateneos y las Marchitas en el orto, que no me vengan a afiliar para salvarse en esta vida cortita, si yo ya entendí que al país hay que pensarlo a la larga, ni siquiera para Carlitos, para los nietos de Carlitos puede ser…
- Eh, che, a mí me gustaría verlo también.
- Nosotros apenas si vamos a ver el comienzo. Tenemos que juntarnos con gente como Silvana, que está fresca, tenemos que juntarnos y sacarle la hojita cuadriculada antes de que vaya a preguntarle a un diputado. Tenemos que darle aire y que ella nos dé aire también, que lleve las cosas que pensamos y se las plante en los escritorios de los que laburan con ella. Que los pibes que están dudando entre aceptar lo que les ofrece el mafia del Sindicato o seguir en el llano, se queden en el llano. Que se queden porque vean que puede haber otro camino, que le muestren los dientes a los mafiosos, que se salgan de la huella mental.
- Bueno, ahora sí largá el mate.
- Yo creo – dijo la Cordobesa – que lo más probable es que te digan que entres a un partido político o que hagas una oenegé, o que a gatas nos tomen alguna idea si les parece buena y se la terminen presentando a una diput…
- No, pero no lo pienses así. No te olvides que el objet…
- ¿Y no será – dijo Anita – que vos lo que querés es salvar a la tal Silvana del escarnio a que la someteremos cuando final e inexorablemente se termine postulando a senadora?
- Acá las chicas – intervino el Tano – ya lo están haciendo muy personal. Yo entiendo la idea del Rengo, que tiene que ver con la grandeza, con Nietzsche, con…
- Con la pija, tiene que ver – dijo la Cordobesa y la abrazó a Anita y hasta Julio se rió, aunque enseguida miraron a Carlitos - . Vos no escuches, nene.
- Esto no es nada definitivo, apenas son ideas sueltas, pero la gente no participa porque invariablemente le meten el dedo en el orto.
- Che, está Carlitos…
- Pero si yo te entiendo – dijo Anita – : vos querés usar la fuerza y los recursos de los potables de adentro como disparador social, para que los potables de afuera se enganchen y entre todos le hagan pito catalán al aparato político inmundo y a la sociedad inerte.
- Qué claridad, linda – dijo Julio
- Gracias, mi amor.
- Mejor que siga exponiendo Ana, ¿no? – dijo la Cordobesa.
- Che, qué frío está haciendo.
- Lo verdaderamente complicado – dijo el Rengo – es armar el nexo, el canal que nos permita llegar a los potables sin interferencias. Y eso no es fácil, porque nadie sabe quiénes son en definitiva.
- Los políticos sí saben…
- Claro que lo saben. Ellos sí, y andan a la pesca de los mejores.
- Yo me acuerdo – dijo Julio – cuando andaba en las marchas de los Deudores, por el quilombo del 2001. Andábamos por el Congreso, por el Anexo, todos los miércoles durante dos meses. Apenas dos meses y apareció entre nosotros el secretario de no sé qué diputado por Tucumán, y enseguida nos metió en el Anexo. Hacíamos las reuniones en el despacho del diputado, y el secretario éste nos conseguía al toque reuniones con Gioja, con Zamora. Un llamado telefónico y estábamos con los tipos. Y enseguida aprendimos el chamuyo que nos convenía…
- ¿Qué tiene que ver…?
- Perá: les decíamos a los políticos que teníamos 7000, 10000 tipos atrás, que se los estábamos conteniendo para que no los caguen a trompadas. Y nos daban bola, Rengo, nos atendían, fuimos a la tele. Yo entraba con uno que se llamaba Alcides y otro Pettinaro. Empezamos a ir casi todos los días, no sólo los miércoles. A la semana ya nos saludaban en el Anexo, algunos.
- Mate.
- Dale con el mate.
- Lo que quiero decir es que nos gustaba eso de ir y decir “Nos espera el diputado”, y esas cosas. Alcides enseguida se la creyó, empezó a hablar en la jerga, “la mesa chica” y todo eso. Y Pettinaro se enganchó con el diputado de Tucumán. Nos deglutieron en un mes.
- Sí, y a la salida del Congreso ya te sentías un poco más que tus compañeros de marcha, ¿no?
- Exacto. Los miraba y pensaba “es que no entienden cómo son las cosas”. Lo que quiero decir en definitiva es que puedo entender la cornisa por la que caminan los potables. Y no se dan cuenta, van mimetizándose tan sutilmente que no se dan cuenta. Y cuando se quieren acordar, o cuando en la propia familia los putean, se encuentran pensando también que los otros son los que no entienden.
- Que claridad, mi amor.
- Gracias, Anita, cosita peronista.
- ¿Quieren pasar al reservado, che?
- Yo tengo una idea muchísimo mejor – dijo el tano Citracca.
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lunes, enero 01, 2007

Cuarenta y cuatro

Trastornado, empapado, sofocado, malhumorado, picado por los mosquitos, sediento, dudando del desodorante, embotado, mal dormido, con ganas de irse a la mierda, Gómez llegó a su trabajo en “TonyTur”.
Le encargaron el texto para un folleto sobre el Perito Moreno. Las fotos ya estaban.



Del aire acondicionado salía un airecito tibio y Gómez tuvo que ir a comprobar que estaba al máximo para indignarse de veras, adónde carajo estamos, en Buenos Aires o en el Sahara, a la final. Fue a lavarse la cara por tercera vez, sacó una Coca casi congelada de la heladera y se puso a mirar las fotos del glaciar.
Empezó a escribir el texto. Un gota de sudor cayó sobre el teclado.

Esta excursión es una de las más impactantes de toda la Patagonia. Al comenzar el trayecto usted irá bordeando la Bahía Redonda del Lago Argentino y tendrá la oportunidad de ver la Isla Solitaria. Recorrerá la estepa patagónica con su hábitat natural de especies tales como guanacos, ñandúes, zorros, etc.

Vio que la Coca se le había calentado y quiso apurarse a tomarla, pero como no hay nada más feo que una Coca caliente la dejó con una mueca. El aire acondicionado hizo un ruido cómico (Ka-krunk-krip-krip) y dejó de funcionar. Gómez lo miró con la boca abierta hasta que una gota salada le cayó de la ceja al ojo.
Volvió al teclado con resignación, pero un poco sacado.

El glaciar Perito Moreno es una hermosura, señora, pero sobre todo está muy lejos. Y es una suerte porque en esta puta ciudad duraría lo que una billetera en la Isla Maciel. Usted puede ir hasta el Parque Nacional y disfrutarlo, y yo me iría con usted con todo gusto a ver si deja de traspirarme por un rato la entrepierna. Vivo en Villa Crespo, señora, y el sábado 31 de diciembre (¡31 de diciembre!) me tuvieron 11 horas (¡¡once horas!!) sin luz, me sudaban las uñas, señora, me insolé en el living, mi hija se bañó con el agua mineral que teníamos en la heladera y la tuve que fajar, señora, le pegué como quien ajusticia a un asesino serial. El Perito Moreno es apto para caminatas, le sale unos 150 mangos y usted se sube y va. Lo que no le recomiendo es que se haga la caminata de 8 cuadras con 44 de sensación térmica que me hice yo hasta la YPF, señora, porque le puede pasar que no tengan más bebidas frías ni Rolitos y usted puede venirse loca. El hotel tiene calefacción, claro, y usted va a estar lo más chota. Yo espero sinceramente que se le descomponga y se congele el culo, vieja de mierda, qué me viene a hablar de glaciares con esta calor.

Gómez sintió que algo se hinchaba de pronto y reventaba (¡Klump!) como había reventado el aire acondicionado, pero adentro de su cabeza y su último pensamiento fue que era muy injusto, era grotesco que le diera un ataque por el calor y la rabieta, y que se muriera estrujando la foto del Perito Moreno con la mano transpirada.