viernes, febrero 27, 2009

La noche del cantor

Una nota previa: Hasta ahora evité poner los cuentos que pueden considerarse largos para un blog, y creo que estuvo bien hacerlo porque cansan de sólo verlos. Al mismo tiempo van a cumplirse 3 años de la publicación del libro y, como una forma personal de celebración (o de resarcimiento, porque la culpa de que sean un poco largos no es de ellos sino mía), voy ir posteando cada tanto algunos de aquellos de los que hasta ahora sólo hubo un pequeño fragmento hace 3 años.


La noche del Cantor - Cuento

Lastima, bandoneón, mi corazón, tu ronca maldición maleva... Lo que lastima los corazones es la voz de Julio, desafinando parejo como todos los viernes, sábado dos funciones y domingo matinée, en El Palacio del Tango de Caseros. Los parroquianos se consuelan con el vino y con las excelentes achuras del Palacio, porciones abundantes, como está anunciado en los pueriles carteles del salón. Y también lo aguantan a Julio porque después vendrá la orquesta de Mauricio Flores para que se largue la milonga. Ya sé que me hace daño, yo sé que te lastimo, canta Julio y el público se siente identificado. El guitarrista que lo acompaña sufre también, se le nota en los ojos, que a veces cierra con fuerza como debe querer cerrar los oídos.
Pero Julio Carletti, nombre artístico Julio Del Puente, prosigue inmutable su marcha sin querellas por las noches de Pompeya. Dos temas más y el gran final con Los mareados, que la gente aplaude con entusiasmo y agradecimiento, porque sabe que es el último. Julio agradece a su vez conmovido y cuando baja del escenario se va directamente a su camarín sin pasar por la barra, no es cuestión de estropearse la garganta todavía.
Hace dos años que Julio consiguió la concesión del Palacio, que en realidad es un anexo del club Defensores. Lo encontró en franca decadencia y se jugó los últimos pesos en levantarlo. Al final los de SEGBA le hicieron un favor al indemnizarlo antes de tiempo. Se resiste Julio a llamar Edenor a la empresa privatizada, como se resiste a dejar de cantar. Por supuesto que sabe que desafina, y que últimamente hasta se olvida algunas letras. Pero lo que siente cuando sube al escenario es demasiado grande como para abandonarlo. Que la gente lo tome por un caradura, que lo soporte a duras penas, que sienta vergüenza ajena. Cualquier cosa, lo que quieran. Pero dejar de cantar, no. Es un derecho que se ha ganado en estos dos años.
Cuando se hizo cargo, apenas si subsistía una barra con borrachos incondicionales y una tarima desvencijada que había servido alguna vez como escenario. Los bailes se hacían con música grabada y lógicamente no convocaban a nadie. Por lo menos, no a la gente que Julio quería convocar: le apuntaba a los que sentían el Tango de verdad, a los que se emocionaban con aquello de que es un sentimiento que de baila. Julio quería convocar a los que entendían la Magia igual que él.

Debe ser por eso que contrató al mago. Ese día había sido especialmente malo para Julio. Andaba resfriado y con la voz tomada y estaba como desconcentrado. Le había dolido la cabeza todo el día y eso se había notado. Por suerte el espectáculo que había preparado Mauricio era contundente. Trajo un pibe nuevito que había arrancado muy bien con la gente, porque era un vecino de Santos Lugares y eso tenía un plus con el público de Caseros. Julio escuchaba el show desde su camarín, que en la semana le servía de oficina y en todo momento era el depósito del material de fútbol. El pibe lo estaba logrando. Con un repertorio elegido a la perfección y el acompañamiento sin fisuras de la orquesta de Mauricio Flores, el éxito estaba asegurado. Y además tenía una voz impecable, que a Julio le recordaba un poco la suya cuando tenía esa edad.
Lo sacó del ensueño el llamado a la puerta. Cuando abrió se encontró con el viejo, que le sonreía desde su metro cuarenta.
- Señor Carletti, buenas noches...
- Del Puente.
- Del Puente, claro. Me dijeron los muchachos que lo podía encontrar acá. Quería felicitarlo, señor Del Puente.
- Bueno, muchas gracias – dijo Julio, y en ese momento se percató del aliento alcohólico del viejo. Con razón, pensó Julio, taqueloparió.
- Realmente me gustó. Mu... chísimo.
- Le agradezco, señor...
- Pero también quería verlo por otra cosa. No sé si tiene tiempo ahora...
- La verdad es que tengo que volver...
-¿A usted le gusta la magia?
Al final, se había quedado hablando un largo rato. A pesar del etílico, el viejo era agradable y saltaba de un tema a otro con la gracia de un prestidigitador. Hablaron del pibe que estaba cantando (quién pudiera todavía, dijo Julio) y de viejas orquestas famosas, que el petiso conocía a la perfección. Pero lo mío es la magia, señor Del Puente, decía el viejito antes de saltar a otro tema. ¿A usté no le parece que podría gustar?
Finalmente arreglaron para hacer una prueba cuando finalizara el baile. Carletti había propuesto que volviera por la mañana, pero el viejo le dijo que de día su magia no tenía efecto. Lo que debe tener efecto a la mañana, pensaba Julio, es todo lo que chupaste, cretinazo. Sin embargo, el cantor se sentía mucho mejor de la gripe y lo de Mauricio era para disfrutar. Julio se emocionaba con los aplausos que llegaban al final de cada tango. Había gritos de aprobación para el pibe, pedidos de temas y las voces de las mujeres se escuchaban nítidas por sobre las de los hombres. El de Santos Lugares definitivamente lo había logrado. Podía perder un rato con el viejo, después de todo.


Era bueno. Contra todo lo que podía suponerse, el mago era bueno. A eso de las cuatro de la mañana, cuando las parejas que quedaban ya no bailaban sino que permanecían ensimismadas en sus mesas, otra vez apareció el mago. Julio estaba solo en su mesa de siempre, tomando un té muy caliente para terminar de componerse la garganta y fumando un cigarrillo tras otro para compensar el tratamiento. Pensaba rematarlo con un whisky doble, pero sin hielo.
- Estoy listo – dijo una voz atrás de él y Julio soltó el cigarrillo sobre sus pantalones.
- Eh, viejo, no me haga eso...
- Disculpe, señor Carletti.
- Del Puente. Y no se lo digo más. Acá me trata de señor Del Puente, ¿estamos?
- Perfectamente entendido, señor Del Puente.
- Usté mejor que nadie debería saber que la magia tiene que conservarse siempre. Los artistas alimentan la fantasía de la gente, qué joder. Si usté me dice Carletti, ¿adónde va a parar mi imagen? ¿Me comprende?
- Cristalinamente, señor Del Puente. No volverá a ocurrir. ¿Quiere que empiece?
- Dele.
Durante los siguientes quince minutos, Julio se había sorprendido con los trucos del petiso. Le causó gracia que, a falta de música para el acto, el enano silbara entre dientes viejos tangos del ’30.


Debía haberlo supuesto. El otro estaría durmiendo la mona o simplemente se había olvidado. La cuestión es que el sábado no apareció. Por suerte no había habido tiempo para anunciarlo de ninguna forma. Ni carteles, ni un aviso por la FM Apuntes, nada. Mejor así. El maldito enano había desaparecido igual que como había aparecido, sin un rastro.
Era el día del Concurso y eso acaparaba completamente a la gente, así que tal vez fuera lo mejor. Los cantores andaban nerviosos y pendientes del Concurso, demasiado preocupados, por otra parte, como para prestar atención a un viejo ilusionista con debilidad por el trago. La intención de Julio había sido que la actuación del maguito atenuara un poco tensión, pero si no se presentaba, nadie lo extrañaría.
Excepto Julio.
Le había tomado una especie de afecto al viejo, totalmente inexplicable. Era verdad que el mago tenía un aire de abuelo bonachón, una especie de duende tanguero y lenguaraz, con el agregado de que le gustaba la bebida. Mientras charlaron en el camarín de Julio, le había contado algunas historias que valían la pena.
Pero Julio tenía la responsabilidad por el buen funcionamiento del Palacio y no estaba dispuesto a arriesgarse con las informalidades del viejo. Si aparecía alguna otra vez, sería como espectador. Para artistas malos ya estaba él mismo.

El domingo prometía ser memorable. Harían su número los ganadores del Concurso y cerraría el pibe de Santos Lugares, todos acompañados por la orquesta de Mauricio. Cartón lleno, pensaba Julio mientras daba las últimas indicaciones a los mozos antes de retirarse a su camarín. Faltaba más de una hora para el primer compás y el Palacio ya estaba lleno a medias. Julio Carletti había decidido no cantar esa noche. Quería que todo fuera perfecto.
Pero cómo le gustaría, piensa Julio mientras se arregla la corbata. Daría lo que no tiene por ser él el encargado de cerrar la función otra vez. Como le ocurrió en algunas ocasiones en los festivales de SEGBA. Ahí si que lo conocieron en un buen momento. Nunca fue un elegido para la canción, eso hay que admitirlo. Pero tenía algo que le llegaba a los que lo oían. Angel, carisma, presencia. Lo que tiene el pendejo que va a cerrar hoy.
Julio termina de acomodarse y se va a controlar que todo esté en orden en el vestuario de los ganadores del Concurso, en diez minutos los presento, muchachos, salgan tranquilos y rompanlán, que hoy hay algo especial en el ambiente.


Julio adivinó que era él antes de abrir la puerta. Ahora se daba cuenta de que lo había estado esperando desde la tarde, cuando acomodaba las cosas en el escenario. Un verdadero caradura, el viejito.
- Usté me debe estar cachando, ¿no?
- Señor Del Puente, lo siento muchísimo, me sentía mal.
- Yo lo sentí muchísimo ayer, señor mío, cuando usté me dejó garpando como un otario. Además que me mintió, viejo. Me dijo que había hablando con los muchachos y era verso.
El petiso ponía cara de aflicción, retorcía las manos nerviosamente y rogaba por otra oportunidad.
- Imposible. Y menos hoy.
Desde el salón llegaban los compases precisos, era el momento del dúo de los ganadores y parecía que se conocieran de toda la vida. Y lo de Mauricio no tenía desperdicios. La orquesta estaba tocando como nunca y la gente lo agradecía. Tal vez fuera una de esas noches que hacen historia, pensaba Julio.
- Entonces... – dijo el viejo.
- Entonces, se queda escuchando por ahí, invitado de la casa. Pero hoy nadie va a arruinar el espectáculo, palabra de Julio Carletti.
- Del Puente.
- Del Puente, gracias.
- Señor Del Puente, yo ya estoy viejo y además soy un flojo. Pero usté fue muy bondadoso conmigo el otro día y yo quisiera hacerle...
- Momento.
Alguien golpeaba la puerta con urgencia.
- Malas noticias, Julio. Estábamos preocupados porque el pibe no llegaba y llamamos a la casa. La mujer dice que chocó y está en el hospital, qué hacemos.
- Qué barbaridá, dijo Julio.


Y por qué no.
A fin de cuentas, un accidente lo tiene cualquiera. Y si no era una noche especial, bueno, el principal desencantado sería el mismo. Julio evalúa la situación mientras los músicos se prestan a los bises. Sabe que en diez minutos debería subir el muchacho de Santos Lugares. Le explicará a la gente lo que ocurrió y para que los que quieran escucharlo, hará él mismo uno o dos temas. Le pedirá a Mauricio que haga un poco del show bailable después, aunque hoy el público ha venido a escuchar. Pero no es tan grave.
O quizás sí. Si la gente no se decide a bailar, el final será mediocre. Y si él tiene una mala noche cantando, el final será malo directamente. En un rato se puede borrar todo lo bueno que han hecho los muchachos antes. Julio se debate entre sus ganas de cantar y la alternativa más lógica, que sería pedirles a los ganadores del Concurso que hagan algunos temas más. Bueno, también podría actuar el mago, aunque se escurrió cuando trajeron la noticia del accidente. Ya andará reclamándoles a los mozos la invitación de la casa con bastante hielo.
Cuando terminan los cantores, la gente comienza a aplaudir por lo que han hecho y por lo que se viene. Julio se aclara la garganta y va para el escenario del Palacio.


Algo le dice que va bien, a Julio.
Lo notó en las primeras notas, la voz le viene profunda y segura, desde alguna parte desconocida del pecho. Y afina sin esfuerzo. Mauricio Flores asiente con la cabeza, mientras alza las cejas y tuerce la boca. Mirá vos, pero qué sorpresa.
Julio prueba a alargar las frases y ponerle más aire. La voz lo obliga a abrir más la boca y Julio siente la vibración portentosa de sus cuerdas vocales. Lanza una nota imposible y comienza el estribillo conmovido con su propia voz, que no es su propia voz. A través de las primeras lágrimas, mira al público por primera vez y nota el asombro y la admiración. Alguno participa del llanto, también.
Julio se deja llevar por la magia del momento y encara el final del tango agregándole una distorsión virtuosa al último verso. Cuando gira la cabeza se encuentra con el viejo duende que le guiña el ojo un momento antes de escabullirse de nuevo y el cantor comprende cual es el regalo que le ha hecho, usté fue bondadoso y yo quisiera hacerle, dijo el enanito antes de desaparecer, pero qué me iba a imaginar que al final convoqué a la magia nomás, piensa Julio cuando empieza a recibir la primera ovación.

jueves, febrero 26, 2009

Uvular Larpa


La Corporación Médica de San Martín es un sanatorio moderno, con buenísimos profesionales y que encima me queda cerca de casa. Además tiene una hotelería confortable, las chicas son todas lindas, y hay televisor de plasma gigante en todas las habitaciones.
En el medio de tanta excelencia, resulta hasta sospechoso el infame método que tienen para dar los turnos, incluidos los turnos para cualquier estudio. La única forma de hacerlo es por teléfono.
Parece que me quejo de hinchabolas nomás, pero no es tan así.

Más allá de lo ilógico de no poder pedir un turno en persona (la mayoría de las veces ya estás ahí, fuiste a ver al clínico y te manda a hacer análisis, es de lo más común), la cosa se complica cuando hay que interpretar la orden del médico. Es de dominio público que la letra de los médicos es un desastre y la verdad es que la mayoría de las veces uno ni se fija en lo que ponen como para sabérselo de memoria después. Para el caso de un remedio es fácil: uno le presenta la receta al farmacéutico y que el farmacéutico se arregle. Para eso es farmacéutico y además tiene el ojo entrenado.

Pero uno no: uno no entiende de esas cosas y además cuando fue a ver al médico porque ronca como un jabalí, pensó que a lo sumo sería 1 (un) estudio el que le harían, no 8 (ocho).
Con uno solo que se llame nasofibrorinolaringoscopía alcanza para quedar trabado en el teléfono llorando de impotencia.

Leí la orden por primera vez cuando ya me había atendido el teléfono la señorita simpática. (1)
Por supuesto, la orden no decía nasofibrorinolaringoscopía en clara letra de imprenta. Ni en pedo:
- Sí, hola. Necesito un turno para un …para una nasun…firto..mmmporcosp…topía…Algo así.
- No…no sé…¿Qué dice el diagnóstico, señor?
- Uh, esperáme…Hiptxr paladar BL más hipxtkx uvular larpa…Te juro que dice eso
- "Hipertrofia de paladar blando"…es lo único que le entiendo
- ¿Qué es uvular larpa?
- Nunca lo escuché…
- ¿Pero no suena a muerte lenta y dolorosa?
- La verdad que sí.
- Bueno, sigo con los otros estudios…
- Sí, mejor…
- Tomografía… demacizo tranco nupcial… Pero qué hijo de puta…
- ¡Tomografía de nariz cráneo-facial! ¡¡La saqué enseguida!!
- ¡¡¡Genia!!!

Y así tres cuartos de hora.
Algunos estudios los dedujo mi hada telefónica y por otros tuve que volver a ir al médico, munido ésta vez de una libretita y un grabador de periodista.
Ignoro el por qué de esta modalidad siniestra de hacerte quedar como un estúpido por teléfono. Salvo que sea para cobrar dos veces (o tres, o cuatro…) la misma consulta al médico, o porque tienen un acuerdo con la telefónica.
En cualquier caso, se merecen un cuadro agudo de Uvular Larpa.

(1) Olvidé mencionar que existe un teléfono dentro del sanatorio especialmente instalado para pedir turnos, por si te amotinás y no querés irte a llamar de otro lado. O sea, podés estar enfrente de la rubiecita que reparte los turnos, pero nunca lograrás que te atienda en persona. A lo sumo te indicará dónde está el teléfono ese. Algunos médicos, contagiados de este espíritu, ya han comenzado a instalar cabinas en la puerta de sus consultorios y atienden a los pacientes por teléfono diciendo "¿Qué le anda pasando, Rodríguez?" Los más expeditivos tienen un contestador con opciones y atienden recién cuando llega el momento de dar el tratamiento, o para decir: "En este momento el doctor House está trincando a la enfermera y no lo puede atender, a menos que usted sea el de los whiskies"

martes, febrero 24, 2009

Cinco por uno (*)


¿Cómo debe interpretarse la desaparición de un seguidor? ¿Adónde se hace la denuncia? Estas preguntas y otras igualmente angustiantes (“¿Saldrá muy caro el rescate?”, por ejemplo) son las que originan este post.
Hasta ayer había 7 (siete) seguidores de este blog, y hoy ya falta uno.

Lo sé porque los tengo permanentemente contados, les sonrío respetuosamente cuando entro al blog, les acomodo el pelito de la foto y les hago promesas de que voy a mejorar sólo por ellos, por su invaluable compañía. Todas mentiras, por supuesto, pero a veces hasta yo me las creo y durante 3 minutos hago algo verdaderamente a conciencia y con el espíritu desbordante de las mejores intenciones. Al minuto 4 me canso un poco y después ya depende de la buena suerte o de la programación de Telefé.

Pero la verdad es que yo no escribo para mí, en eso coincido con Birmajer y su segundo consejo para escritores:
2) Si no escribe para los lectores ni para la crítica, no publique. Envíele sus escritos por mail a su abuela. ¿Para qué molestar a correctores, diseñadores y editores, si a usted no le interesa salir de su casa? En cualquier caso, no repita más que escribe sólo para usted mismo. Ya lo dijo Borges, y tampoco resultó verosímil.

De manera que la pérdida de un seguidor es una circunstancia dolorosa para mí, más allá de quien sea el señor o la señora. Porque la verdad es que no sé a ciencia cierta cuál es el lector que se me ha fugado. Sólo sé que eran 7 y ahora son 6.

Ahora que lo pienso, tal vez debería saber exactamente quién es. Tal vez, a pesar de tirarles besos a las fotitos, no me he dedicado en cuerpo y alma a conocer a mis lectores. ¿Debo hacerlo? ¿Comprenderá el marido de Laurita que si la invito a cenar es sólo por mi dedicación de autor?
¿Me dejará Laurita que la apriete un poco, ya que estamos?

Muchas preguntas angustiantes, como decía al principio.


(*) Como muestra de mi atención personalizada a partir de ahora, hago saber especialmente y con cariño a la lectora IN-prudencia (que es colombiana) que la frase del título alude a un cantito peronista que terminaba “…no va a quedar ninguno”, cosa que no nos va a pasar jamás a nosotros, ¿no es cierto, linda?

jueves, febrero 19, 2009

Un blog llamado Juan Carlos

Elegir el nombre de un blog no es cosa fácil.
Esto ustedes ya lo sabían, pero yo no, hasta hoy jueves que me pareció que Latimidezyotrascosas ya no me gustaba, que era demasiado largo, y que era hora de cambiarlo por algo más representativo, más corto y más lindo. Todo eso.
Hace 3 años no tuve ningún problema porque el blog salió al mismo tiempo que el libro y más bien como complemento de éste, así que les puse el mismo nombre a los dos y listo. Y además no tuve problemas porque en Blogger todavía no existía ese nombre.
Porque ahí reside el verdadero problema, en encontrar un nombre que no haya sido registrado previamente, y esa es la razón lógica que hoy le encuentro a los nombres deplorables de algunos blogs (¿Collagedeyo , Laura? ¿Qué carajo es eso?)

En realidad, los nombres que quedarían como anillo al dedo ya están todos usados, y entonces uno tiene que agregar letras, o palabras, o hacer conjugaciones extrañas, o anagramas, o escribir al vesrre para encontrar algo que no haya sido utilizado antes, y cuando finalmente ve el resultado, ya está tan agotado que termina dejándole un nombre que no tiene ni siquiera un parecido remoto con la idea original.
Peor, todavía, en el caso de que uno haya querido mejorar un primer nombre algo defectuoso. Por ejemplo:
- Che, cambié el nombre del blog porque me parecía largo, difícil, poco representativo…
- ¿No es más Latimidezyotrascosas? ¿Ahora cómo se llama?
- Collagedeyo3-2-1alcuadradomellevo3-ole-ole-olé.
- Ah…
- La última "é" es con acento…
- Qué precioso…

Claro está que la mayoría de los iniciados nos manejamos con los links dinámicos, o guardamos el vínculo en algún lado, y con un solo clic llegamos a los sitios que nos interesan. Pero eso es como decirle "Cacho" a un amigo que se llama "Pierce Exequiel ". Es decir, hubo una intención en los padres de Exequiel, no se quedaron con un Juan Carlos, no se lo podés presentar a una mina como Cacho. Tiene que haber un laburo detrás aunque de entrecasa le digamos Cacho.
O tal vez es solamente una cosa mía, no lo sé ni me importa demasiado: lo que sí me importa es que a mí me gustaría que el nombre del blog fuera lindo.
Para mí los nombres son importantes, y los títulos mucho más.

Y además, aunque no fuera importante, me gusta poner títulos, es una de las partes que más me gustan de escribir. Y hablo de escribir cualquier cosa: hasta para un mail me fijo que el Asunto le sea claro, o le llame la atención, o le dé una pauta del contenido al que quiero que lo lea.
Pero la triste realidad es que hay que encontrar un nombre que esté libre, y usar ese aunque sea una porquería.

Exhausto, intenté apelar a la ironía como último recurso.
Pero ya ni siquiera me dejan que le ponga Juan Carlos :
Ya existe juancarlos.blogspot.com, ni siquiera eso me dejaron.
Fui al blog de Juan Carlos a putearlo como se merece, pero encima es un blog abandonado.
Juan Carlos dejó algunas preguntas para que reflexionemos, no se animó a escribir "cagar", y se fue para nunca más volver.



Adiós, Juan Carlos, adiós.
Ojalá a tus hijos les digan de por vida Cacho, Pomarola y Cabeza de Poronga.

viernes, febrero 13, 2009

El perico


Cuento

Ah, sí.
Ahora ponen cara de asco o me acusan de cosas varias. Pero ahora: después de lo que pasó. Al principio a ninguno le pareció asqueroso, o degenerado como dice la Susana Tessore ahora que se enteró de todo.
La idea fue de Martín, pero en realidad yo creo que a todos se nos cruzó por la cabeza en cuanto salió el tema, a todos. Pero fue el gordo Martín el que le agregó la parte del proletariado sexual y por qué la falta de recursos debe privarnos hasta de los juguetes eróticos, díganme un poco por qué, señores. Y entre el calor de la arenga y el calor de imaginarnos nuevos placeres antes prohibidos (por la guita, claro; porque entre gastarla en un vibrador o pagar la luz no teníamos opción), decidimos la compra comunitaria del consolador entre varios de los de la oficina. Karina dijo que conocía un lugar donde vendían esas cosas, pero se negó rotundamente a ir sola. Martín se ofreció a acompañarla y a mí se me ocurrió lo del papelito anónimo con las sugerencias para la compra del perico. Porque era obvio que no a todos y todas les iba a gustar lo mismo, y eso sí tenía que ser un poco privado, y después había que comprar algo que fuera lo más cercano al gusto de todos.
Así que primero estudiamos las sugerencias (te juro que había cosas desopilantes, y hasta te puedo decir quién escribió un par de ellas; había hasta descripciones de venas y torceduras apropiadas: fue un momento de desparpajo maravilloso) y después la mandamos a Karina a averiguar por un consolador de entre 20 y 25 centímetros, no muy ancho pero con relieve y textura, no negro pero de preferencia oscuro, con distintas velocidades, preferentemente de acrílico o de un material que fuera resistente a detergentes poderosos (esto era prioritario, por lo menos en los papelitos) Y así vino un martes Karina con un católogo de los 5 o 6 posibles, así hicimos la colecta un viernes y así el lunes siguiente Martín lo trajo.
El jueves yo me había encargado de sortear entre los participantes los turnos para llevárselo: casi como hacen los chicos de jardín con la mascota de la salita.
Un detalle importante: el lunes Martín abrió la caja delante de todos y mostró que el perico continuaba herméticamente envuelto. Es que a esa altura ya todos habíamos tenido tiempo para pensarlo más fríamente, e incluso Valeria la de Contaduría se había borrado olímpicamente, aunque pidió que no dejáramos de contarle las anécdotas. Lo que quiero decir es que ya había recelos, creo que algo de culpa, o vergüenza. En todo caso, ya no era el jolgorio de cuando empezó. Y entonces también se nos ocurrían cosas como que Martín y su mujer podían haber usado el pingüino durante el fin de semana, nuevito, y después traerlo ya como una cosa de segunda mano, sucia, más un instrumento de flagelo y oprobio que de goce. Flagelo y oprobio eran también palabras de Martín cuando se le daba por el discurso político. Carlitos decía que eran los primos del gordo. El primo Flagelo y el primo Oprobio, de Ramos Mejía. Martín decía que Carlitos era un reaccionario, pero no le encontraba ningún parentesco para endosarle, así que Reaccionario cumplía más bien las funciones de apellido de soltero, y de Mierda venía a ser el de casado. En todo caso, Carlitos también participó del Círculo Cerrado de Alegría Genital, y tuvo el primer turno para estrenarlo.
Al perico le pusimos Perico y al nombrarlo casi dejó de ser un objeto inanimado. Algunas incluso le hicieron unas caricias antes de que Carlitos lo metiera en su portafolios, y Andrea le pidió que lo trataran bien. Es sensible Andrea.
Yo creo que ese fin de semana todos garchamos pensando en el perico, imaginándonos a Carlitos y a la esposa dándole vida al muñeco. Yo creo, también, que ese fin de semana nos dimos cuenta de que era como una orgía lo que íbamos a hacer, que sabíamos que el próximo que se llevara el perico (Andreíta) inevitablemente estaría llevando también algo de Carlitos y de la jermu, y el tercero se llevaría algo de Andreíta, y así sucesivamente. A algunos que somos más imaginativos se nos ocurrió que el consolador haría las veces de copa de vino, y que al pasar de labio en labio (sin doble sentido, pero casi) nos enteraríamos de los secretos sexuales de todos. Lo que no podíamos imaginarnos era que estábamos tan cerca de la verdad.
Ahora yo te lo cuento y suena mal o suena a verso. Ahora parece increíble que las esposas y esposos también hayan estado de acuerdo, por ejemplo. Yo tengo la teoría de que lo vendimos bien. Teníamos (en el ratito que nos duró) un entusiasmo y una alegría contagiosa, incluso subimos las ventas en la semana previa, mientras duraban los preparativos. Hubo felicitaciones para dos sectores y todo. Después se lo llevó Carlitos, y empezó la ronda del perico, y la historia que te tengo que contar.
No pudimos sacarle demasiada información a Carlitos, ni el lunes ni el martes. El miércoles directamente nos dijo que se lo había prometido a la esposa, que había estado todo bien pero que la esposa le había hecho jurar por los hijos que no iba a contar nada de nada. En realidad le correspondía tener el perico hasta el viernes siguiente, pero el jueves lo trajo y anunció que además se retiraba de la ronda. Y no lo veíamos nada bien, pero podía ser por tántos motivos…
La cuestión es que Andreíta era de las que todavía mantenía el entusiasmo intacto, como yo, y aceptó gustosa llevárselo un día antes de lo previsto y ese jueves fue una fiesta entre los mails con sugerencias que le mandaban a ella (con copia a todos, por supuesto) y las contestaciones de Andrea pidiendo disculpas por anticipado si lo devolvía gastado y mordido. El viernes Andrea llegó tarde, lo que generó expectativas más bien envidiosas. Pero cuando vino se la notaba como triste, y tampoco quiso contar nada.
Fuimos a almorzar los tres, Andrea, Carlitos y yo, y casi no comimos porque a Andrea le vino un ataque de llanto que no podía parar, y solamente se fue calmando cuando Carlitos la abrazó y le dijo que ya estaba, que se olvidara de todo, que hiciera de cuenta que fue una pesadilla y que no se preocupara que el marido iba a estar bien. Yo supuse que Andrea le había contado algo en secreto, que tal vez el marido estuviera enfermo y yo no me había enterado. La cuestión es que entre ellos parecía que se entendían y yo pude comer algo, y sin saber muy bien cómo al término del almuerzo yo me había agenciado del perico.
Obviamente, Andrea no estaba para andar jodiendo, con el marido enfermo y esa angustia, y Carlos ya había dicho que no lo quería más y además Andrea podía tenerlo hasta el viernes siguiente. En realidad le hubiera correspondido al gordo Martín, que era el siguiente de la lista, pero el que estaba en el almuerzo era yo, y en cuanto sugerí que podía hacerme cargo del muñeco, Andrea aceptó. Dudó un poco, y hasta lo consultó a Carlos con la mirada, pero de eso me di cuenta mucho después.
Llamé a mi novia en cuanto volvimos al laburo y le dije que se viniera esa noche a casa, con una botella de champán o algo. O nada, pero que se viniera sin falta. La verdad es que yo nunca había usado esas cosas y estaba como intrigado, por sobre todo sentía curiosidad, pero la curiosidad aumenta la excitación o por lo menos a mí me la aumentaba, y ese viernes a la tarde no podía concentrarme en el laburo, estaba disperso, contentísimo. Caliente, si querés. Lo que quiero decir es que podés estar seguro de que estaba diez puntos, en todo sentido.
O sea, lo que te cuento no es para justificar nada, no son excusas ni inventos. Ya sabés, ya te dije que soy imaginativo, pero eso no tuvo nada que ver.
Te ahorro la previa y te cuento lo que me pasó, una cosa espantosa.
Al principio casi bien, cuando todavía ni había sacado el perico. Pero después me agarró como un dolor de cabeza, y todavía no había hecho nada. Me dolía la cabeza, mucho vino tal vez, y la cuestión es que empecé a imaginarme o a ver a Carlos intentando meterle el aparato a la mujer y a ella negándose, pero negándose con alma y vida, con todo. Era como una película, una cosa extrañísima y que me sacaba de clima como la puta madre, era una porquería. Y después la vi a Andrea, clarito. Y vi cómo Andrea también había visto a Carlos, la vi a Andrea confundida y después excitadísima.
La vi a Andrea muy pasada, metiéndole el consolador al marido casi con rabia, metiéndoselo para lastimarlo como finalmente lo lastimó y a él casi aceptando que se merecía todo eso. La vi después llorando en un rincón de la cama, sola, como había llorado en el almuerzo o peor, y hasta sentí la angustia de ella y el dolor de él.
Suena a invento, ya lo sé.
Mi novia debe pensar que me drogo, algo de eso me dijo cuando tiré el perico por la ventana y me quedé como vacío por un rato largo, y ese fin de semana ni la toqué.
El lunes tuve que explicar en el laburo que al perico me lo había llevado yo y que además lo había perdido, y nadie me creyó y se armó tal lío que se enteró hasta Susana Tessore, pero Carlos y Andrea me dijeron que había hecho muy bien, y Martín me trató de cipayo y yo lo mandé a cagar sin remordimientos.

miércoles, febrero 11, 2009

Pause y después Play


(Imagen que apareció en "Orsai" el 17 de febrero)


Esto es así.
A veces se escribe mucho, y a veces no tanto. A fin de cuentas este blog no es un diario (Dios me libre), y uno también es de la opinión de no apurar nunca la escritura, de dejar decantar bien las ideas y mientras tanto ir juntando material casi sin darse cuenta, de ir apuntando en la libretita, de tentarse a veces con empezar algo y después tentarse con dejarlo en reposo un rato más, y todo eso sin que le dé angustia.
Pero uno también sabe de la inercia, y sabe que los cuerpos en reposo tenderán a permanecer en ese estado y los que se muevan harán otro tanto, y ya entregados al lanzamiento de frases hechas es muy fácil decir que para escribir hay que escribir, justamente; diez porciento de inspiración y noventa porciento de transpiración, y si las musas vienen a visitarme que me encuentren trabajando; y doble cabezazo en el área es gol, además. Eso significa que para justificar la larga ausencia es posible decir vacaciones (un cabezazo) y después acopio de material (golazo).
Y para vencer la inercia, o para cambiarle el sentido, bien puede escribirse sobre el particular. Hay novelas de 600 páginas y manuales de autoayuda con menos argumento que ese.

Una anécdota: en el último post de Hernán Casciari en Orsai (blog que leo con invariable placer) hablaba de algo parecido, y el de él es del 20 de diciembre y todavía no lo actualizó, y como el último mío es del 22 de diciembre hasta ahora yo sentía que Casciari me estaba justificando ampliamente, que hasta que él no actualizara yo todavía tenía tiempo. Al fin y al cabo él es un profesional, cada post tiene como 400 comentarios y seguramente hay gente esperándolo ansiosamente.
Excusas, en definitiva. O pautas que uno se pone como jugando, y que llegado el caso pueden pasar abruptamente de justificación a acicate, de tiempo extra a ultimatum.
Por ejemplo, hoy me desperté casi asustado de que Hernán ya hubiera actualizado y me hubiera puesto en vergonzosa evidencia (ante todos los que conocieran la pauta, o sea: nadie), y decidido a escribir lo que saliera, y a postearlo cuanto antes.
Es más: estoy escribiendo muy rápido, no sea cosa que actualice Orsai antes de que yo termine esto...

Por lo pronto, bloqueo, lo que se dice bloqueo, no hay. Ideas tengo, y algunas me gustan bastante. Por lo menos lo bastante como para intentar desarrollarlas y ver hasta dónde pueden llegar, que es lo que hago habitualmente. Hay una que me gusta particularmente, y que tiene que ver con las frases hechas del fútbol, como la del doble cabezazo, técnico que debuta no pierde, etc.
Hay una que reza “Equipo que gana no se toca”. Basado en esta última, imaginé un equipo que no perdiera nunca, y por lo tanto no fuera cambiado. Así, hasta que los jugadores son ya prácticamente ancianos, aburridos de jugar siempre con los mismos compañeros, con achaques de la edad, y hasta asustados del estigma de no poder perder ni a propósito e intentando como locos quebrar la maldición.
Otra, de un tipo que se pelea con su propio perro por la demarcación del territorio. Y claro, lo hace con el mismo método que (dicen) usan los perros: esparciendo orina sobre la zona reclamada. El problema básico es que el perro incluye en el territorio demarcado, siempre, a la mujer del tipo. Y ella parece que se siente halagada, la muy idiota.
Otra, que no sería un cuento sino más bien un artículo y por qué no una denuncia, acerca de una tendencia notoria y alarmante de que los hombres, cuando se deciden a convivir, se están mudando siempre para el barrio de la novia y no a la inversa, cuando antes sucedía exactamente lo contrario. Para mí tiene que ver con los metrosexuales y esas modas raras de depilarse, etc.
Y tengo una joyita basada en una historia real de una amiga cubana, acerca de cómo velaron a su padre mientras asolaba la isla el huracán Charley en agosto de 2004.
Y una idea (aunque bastante verde) para una novela al revés del “Diario de la guerra del cerdo” de Bioy: en este caso, los viejos atacan a los jóvenes. Y razones no le faltan, según yo…

Así que, por lo expuesto y por varias cosas más, el problema es sobre todo de decisión.
Yo ya tomé la mía de volver a escribir y a postear.
Decídanse ustedes a leer y comentar (pueden poner: “¡Pri!”, “¡Segundo!”, y esas boludeces), y robémosle el espacio al puto de Casciari de una vez por todas.