viernes, julio 27, 2007

Desembarco

Se daban esas situaciones incómodas de encontrar un nuevo cepillo de dientes o un pulóver grande, esos detalles que alteraban un orden simple como el nuestro con la violencia de una bomba atómica. Yo no quería saber, trabajosamente te ignoraba y hacía de cuenta que no existías en nuestras vidas cuando en realidad existías desde hacía por lo menos varios meses. Lo sabía incluso antes de que empezaras a dejar huellas concretas en casa.
Lo sabía porque mamá estaba distinta, y porque a veces la sorprendía mirándome con preocupación. Cuando la pescaba así yo le sonreía o le decía algo muy dulce, para que volviera a alegrarse, y entonces ella se sacudía como si tuviera frío o como si recién se despertara, y volvía a mirarme con la ternura de siempre. Mamá siempre se preocupaba, y yo también, cuando algo cambiaba y ella sabía que iba a tener que ponerme al tanto; tarde o temprano yo tenía que enterarme, porque así nos manejábamos en casa, no había secretos entre nosotros. Estábamos solos hacía mucho tiempo, ella y yo, y por eso teníamos ciertas complicidades que tal vez iba más allá de un vínculo entre madre viuda joven y su hijo chiquito cada vez más grande.
Porque cuando vos apareciste yo ya no era un nenito, y por eso justamente creí que podía hacerte frente. Justamente lo que después comprobé que no podía.
El término desembarco lo usó un día mamá hablando con la abuela, mientras le contaba que su amiga Mónica había comenzado a convivir con el novio, en casa de ella. A mi se me grabó la frase, porque me imaginaba al pobre hombre llegando con todo su equipaje. Y porque antes de eso seguramente se había producido como un viaje, una travesía durante la cual uno corre el riesgo de equivocar el rumbo o de no saber capear los temporales y naufragar.
Pero estos son conceptos que le fui agregando con el tiempo. En aquel momento me quedé con la imagen del novio de Mónica llegando con todas sus valijas y ese aire un poco desorientado de los recién arribados.
Para la época en que debía producirse tu propio desembarco en nuestra casa, yo ya me había dado cuenta de que antes había esos preavisos extorsivos, un cepillo de dientes distinto o el pulóver como al descuido sobre mi cama, una gigantesca araña negra invadiendo mi cuarto infantil. Yo ya sabía que en realidad se empieza a desembarcar de a poco, que hay preliminares, y me imaginé que podía hacer el papel de Oficial de puerto, que de alguna forma tus anuncios estaban reclamando mi opinión. Así que un día, cuando comprobé que el famoso cepillo de dientes grande había aparecido, me lo llevé a mi cuarto y lo dejé expuesto arriba de mi escritorio. Y puse en su lugar el mío, chiquito. Empezábamos un diálogo que no necesitaba de palabras, y fue el peor momento para mamá. Lo del cepillito pasó sin pena ni gloria, y yo me enojé mucho. Mamá lo devolvió a su lugar sin más trámites y yo me sentí defraudado, como si me hubiera cerrado la puerta en la cara. Imaginé que tal vez mi madre tuviera como una orden de comportarse así, de imponer las cosas sin dar demasiadas explicaciones, con un silencio que en realidad era como un duelo de gritos de guerra.
En ese momento decidí que te odiaba y que no iba a aceptarte nunca. Pensé en mi madre y yo como antes y lo fijé como una meta. Nadie iba a imponerse a la fuerza en mi casa, aunque mamá sufriera.
Entonces empezaron a aparecer pelos, por ejemplo. Era una cosa muy desagradable que se quedaran en el jabón: sentía que tu desafío ya era insultante. Me demostrabas que cada vez te adueñabas más de la situación, pero tus pruebas eran crueles y asquerosas. Me preguntaba llorando si cabía como antes la posibilidad de que fueran casualidades, cosas pasajeras que terminarían de un momento a otro, y me respondía que no, que todo era parte de un proceso que ahora se me antojaba también sucio. Alegué que yo necesitaba otro jabón y durante un tiempo hubo dos en la jabonera del lavatorio y también en la bañera. A mamá la afectó bastante esto, y terminó de complicarla con un jabón exclusivo para ella, y muy de mujer. Al principio me alegré, pero enseguida comprendí que nunca más iba a usar el mío, que ya no habría uno nuestro. Y eso en el fondo me demostraba que ya no me era incondicional, lo que equivalía a decirme que estaba de tu lado. Saber que ya no podía confiar ciegamente en mamá me hizo sentir aún más desvalido.
Creo que sobre todo por eso me enfermé, increíblemente a veces me orinaba en la cama y mamá me llevó al médico. A mí me hicieron esperar afuera después de revisarme y el doctor habló un rato largo con ella. Cuando salió, mamá se esforzó por asegurarme que todo iba a estar bien y yo supe que se había hablado del invasor y que el doctor Mario le había hecho entender por fin cuál era la causa de mis molestias. Era como una compensación que el médico estuviera de mi lado ahora que mamá se comportaba como una enemiga. Volví a casa con el ánimo renovado y hasta le pedí a mamá que me dejara dormir en su cama como antes; hacía mucho tiempo que no dormía ahí. Ella me dijo que no, y estuvo durante toda la cena como contenida, como si quisiera decirme algo y no se animara. Yo suponía que sentía culpa, y estaba listo para perdonarla, pero no sabía cómo planteárselo. Fingí que no me importaba que no me permitiera dormir con ella y estuve bromeando hasta que finalmente me fui a mi cuarto y durante unos días me sentí mejor.
Algunas noches después volviste a aparecer en nuestra casa.
Me indignó que te infiltraras así, como un ladrón, como la rata inmunda que en realidad me parecías. Y esta vez dejaste una marca indeleble, en las sábanas, y más sucia que todas las anteriores. A la mañana pude comprobar con asco que el proceso de desembarco seguía y que parecía estar en su fase final. Decidí acudir a medidas extremas y lo hablé con mamá.
Y ella, sorprendentemente, lo tomó con bastante calma. Y usó términos y frases que seguramente le había sugerido el doctor Mario. Me habló casi poéticamente de la vida y sus fases, y de las necesidades del cuerpo, y de lo mucho que ella desearía que papá todavía viviera, pero que lamentablemente no era así. Y que ella también lo necesitaba.
Sobre toda para que me explicara lo que estaba pasando: para que me hablara casi de hombre a hombre y me ayudara a comprender los cambios que estaban por ocurrir, que ya estaban ocurriendo. Para que me explicara bien cómo era eso de dejar de ser un nene para convertirse en adolescente y para que no me dieran miedo ni vergüenza los cambios que no paraban de producirse en mi cuerpo, y las nuevas pulsiones que sentía, y mientras mamá me decía esas cosas yo retorcía el borde de mis pantalones cortos y veía casi por vez primera cómo se habían ido poblando mis piernas flaquitas de unos pelos largos y oscuros y hasta los sentía escocerme y arder en otras partes de mi cuerpo, en todas partes, y sé me puse colorado y casi tuve que rascarme, y supe que el desembarco se había completado y que un hombre había entrado definitivamente en casa, y me había desalojado para siempre.






Nota 1: Yo quisiera que las etiquetas aparecieran arriba, aunque alerten de antemano al lector. Y hasta estoy tentado de separar los cuentos en "humorísticos" y "serios" o algo así. Pero creo que no vale la pena, y cada uno interpreta lo que lee como le parece, o tal vez prefiere leer sin saber cabalmente y de movida de qué se trata.


Nota 2: Yo también quisiera dejar de sentir la necesidad de escribir notas aclaratorias, y ser más coherente con eso de que cada uno interpreta etc.

jueves, julio 26, 2007

Besos y puñales


Durante mi infancia más tierna, y por lo menos en mi familia, los niños varones besábamos en la mejilla a los hombres adultos y en general éramos besados por las señoras, tal vez más de lo que deseábamos: siempre había una tía abuela que ya tenía algunos pelos en la barbilla y que se ensañaba con babosearnos cada vez que nos tenía a tiro.

Pero los hombres adultos, en general, ponían como sin ganas la mejilla para que los saludáramos. No tengo memoria exacta de cómo actuaban con las nenas (hablo de más de 35 años atrás), pero me parece que ellos, los hombres, se permitían un poco más de afectuosidad con las niñas y hasta les daban más de un beso, incluso fuera de la ocasión del saludo.

A los varoncitos no: a nosotros nos dejaban darles un beso, y medio de lejos. Y a veces, sobre todo con algún abuelo, atrás del beso venía un: “¿Cómo anda, m’hijo?”, así, con voz más grave de lo habitual, con tono gauchesco y sin tutearnos, supongo que para reafirmar que lo del beso se concedía a duras penas.

Y entre ellos se saludaban con un apretón de manos entre los de edades parecidas y realmente no me acuerdo cómo se comportaban, por ejemplo, con el mencionado abuelo, es decir el padre de alguno de ellos. Pero supongo que le darían la mano o se repetiría el acto a la inversa: el anciano pondría la mejilla y ellos le aplicarían un respetuoso ósculo.
Y no es que yo viviera en el seno de una familia puritana, o que no nos tuviéramos afecto, o que fuéramos del campo: es lo que realmente recuerdo de mi familia. Y me parece que algo similar pasaba en todos lados.
Lo que no recuerdo es cuándo empezó a modificarse todo eso.

Lo cierto es que en algún momento la onda cambió, y ahora todos los hombres conocidos nos saludamos con un beso, seamos familiares o no. Y los ya viejos hacen lo mismo y se deja el saludo de mano para los que recién se conocen, o para el ámbito laboral (y hablo entre hombres: a veces en el laburo conocés a una mujer, por ejemplo de otra empresa, y ya hay un beso, aunque eso lo deciden ellas, como siempre).
El beso (en la mejilla, digo) entre hombres, abarca desde lo familiar hasta las amistades, algunos compañeros de laburo y por ahí hasta alguno que recién te presentan en una reunión.

Pero eso pasa acá: hace muy pocos años tuve ocasión de trabajar esporádicamente con mejicanos y, cuando entramos un poco en confianza, me contaban del rechazo que les producía ver cómo nos besábamos entre hombres al saludarnos.
- ¿Qué, todos son “puñales” (putos)? – decían con sorna.

De manera que esta forma de saludarnos que hoy por hoy ya no sorprende a nadie acá, no está tan universalmente difundida como pudiéramos pensar.
La verdad es que lo nuestro no es tradición, no está en nuestro acervo cultural (creo que los rusos se daban o se dan un beso en la boca, aunque no sé en qué contexto), ni nada de eso: es más bien una moda que llegó para quedarse y hasta ha tenido la variante del pico ocasional (como los de Maradona y el Cani, o los de Fontova a Guinzburg, etc.)
Y tal vez luego sí se convierta en tradición, con los necesarios toques de aggiornamiento de vez en cuando.

Pero todo formará parte de una evolución, de un largo trecho de salutaciones mutadas, y sobre todo de cómo sepamos aprovecharlo.

Y ahí sí me gustaría ver la cara de mis amigos mejicanos cuando la costumbre sea saludar a las compañeras de trabajo con un buen beso de lengua y un apretón de nalgas…
¿Puñales?: ésta.

martes, julio 24, 2007

Pastillas

Para Lorena V., que me contó lo de la miguita de pan



Yo desde pibe que tenía problemas para tragar pastillas, fueran del tamaño que fueran. Grandes o chiquitas, no te las podía pasar; sentía que me iba a atragantar, o que me iban a raspar y me iba a dar arcadas, no sé lo que sentía, pero no te podía tragar ni una aspirineta. O sea: después partía las pastillas o las disolvía en una cucharita con agua, o las envolvía en una miga de pan y me las terminaba tomando, no es que estuviera loco y no pudiera tomarme un remedio. Lo que no podía es tragar entera ninguna pastilla.

Probé de todas las formas que se te ocurran, porque quería sacarme ese trauma de la cabeza: mandarlas a lo cowboy de un saque, hacerme como un buche, concentrarme hasta que estuvieran en la posición más apropiada, etc.
Me he pasado hasta 25 minutos con la boca llena de agua y un Estreptocarbocaftiazol que no podía tragar. Eso fue en un cumpleaños de mi sobrina, y mis familiares me decían que no sea tonto, que la mordiera y listo. Y yo con la cabeza les decía que no, y con la mano les hacía que tranquilos, que un rato más, que me dejaran intentar sin joderme. Porque si no podía hacerlo así, rodeado del afecto de mi familia, ¿cuándo iba a poder? Es un papelón que un grandote tenga que andar disolviendo una pastilla para tomarla. Es más: hasta diría que no es muy de macho disolver o partir una pastilla.
Yo lo veía así, y me jodía.

Así que en el cumpleaños que te decía, yo seguí como si nada, me reía de lo que contaban mis cuñados, hacía señas con la cabeza, todo con la boca llena de agua. La verdad es que ya me había olvidado de que tenía la pastilla en la boca. A los diez minutos más o menos ya ni me acordaba, ya participaba de las conversaciones y todo. Con gestos, obvio.
Es increíble como se adapta uno a las circunstancias, hermano: era como si fuera mudo de toda la vida.
O sea que el efecto de distracción estaba completamente logrado: hubiera sido lo más lógico que en cualquier momento tragara sin darme cuenta y resolviera el tema.

Pero no pasó eso. Pasó que a los 25 minutos mi mujer me dijo que me dejara de joder y tragara la puta pastilla de una buena vez, y ahí me acordé y cuando quise hacerlo me atraganté.
Un fracaso y una vergüenza.
Una vergüenza doble, encima. Porque la pastilla de carbón era porque…y con las arcadas y el esfuerzo…

Me tuve que ir a cambiar, me prestó ropa mi cuñado, un desastre. Encima después no querían reírse, pero se tentaban y contaban cualquier boludez para justificar las carcajadas. Decían “¿te acordás de aquella vez en Córdoba?”, y se tiraban al suelo de risa; cualquier cosa decían, lo primero que se les ocurría.
Se retorcían de la risa, y yo de la bronca.
Hasta que me pasó algo que solucionó el tema.

Yo viejo, viejo, no soy. Cincuenta y seis pirulos y bastante bien de salud. Y algo de pinta tengo. Y al negocio, vos viste, vienen mayormente minas. Y minas que están al pedo, o que el marido no les da bola, o capaz que sí pero igual son atorrantas. La cuestión es que de vez en cuando alguna se queda charlando o te sigue preguntando boludeces, y vos sabés que en realidad te está dando calce.
Yo siempre tuve una conducta, siempre me porté como un duque. Por mi señora y porque donde se come no, ¿no? O porque eran feas. Báh, la mayoría eran bagayos.
Así que siempre Lord Cheseline; simpático, pero hasta ahí. Jamás avancé con una clienta. Tuve algún rebusque por otro lado, alguna vez, no te niego, pero en el laburo jamás.
Pero hará cosa de tres meses apareció por la mercería una pendeja, hermano…infernal. Estaba más buena que el dulce de leche, por donde la mires. No sé si llegaba a los veinte. Rubiecita onda Brisni Espir. No ahora, claro: cuando la loca esa estaba buena, ahora se fue a la mierda…Pero una cosita, hermano. Ni me acuerdo lo que compró la primera vez, pero cuando volvió al día siguiente en minifalda yo empecé a transpirar, porque me la veía venir. Ese día justo no entraba nadie y se quedó como media hora. Yo le hablaba giladas, si era una nena. Pero ella me seguía la corriente y se reía encantada como si estuviera hablando con Bras Pit.
No: debe tener más de veinte, che.
O demasiada experiencia, qué sé yo. Los pibes vienen muy acelerados, pero me parece que debe tener más de veinte. Veintidós tiene, por ahí. No le pregunté.
Igual era una pendeja, no me aparto.
Y estuvo mal lo que hice y todo lo que vos quieras. Pero qué hembra, hermano. Al tercer día vino con un chupetín en la boca y justo había gente en el negocio, incluso entró una vieja después de ella. Cuando le tocó el turno me dijo “No, atienda primero a la señora”. Yo estaba idiotizado, la atendía a la viejita y la miraba chupar el coso ese, y ella me sonreía, hermano…de una forma…

Pero me di cuenta de algo extraño. Tenía el cerebro a mil, pero el compañero estaba como desatento. Ni un reflejo, un cabezazo. Nada.
Claro, yo estaba atendiendo el negocio y estaba la vieja, pero era raro, ¿o no? Si yo le miraba las gambas y tragaba saliva, y la cabeza se me iba pensando lo que debía ser esa bestia en bolas. Era raro que ahí abajo no pasara nada de nada. Me puse a pensar si los días anteriores había pasado algo y no, tampoco. Me preocupó en serio.
Es más: mientras le buscaba unos botones a la vieja (que no se iba nunca) me concentré un poquito. Y respiré aliviado, hermano, porque hubo como una sacudida, un estiramiento. Lento pero seguro.
Creo que terminé de atender a la vieja medio al palo, pero me importaba un carajo.

Cuando nos quedamos solos, la pendeja me avanzó. Te lo juro por Dios que me avanzó ella: me dijo que hoy estaba más lindo que nunca y qué bien peinado y que sé yo. Entendeme: me lo decía lambetiando el chupetín. No podía echarme atrás, era como un regalo de Dios, así que después de un rato de charla franela le dije si podríamos vernos y, por supuesto, dijo que le encantaría y que hasta tenía el departamento de una amiga. O sea: más claro que eso…
Nada de que íbamos a tomar algo ni nada de eso: a un bulo, directo.
Era sábado y quedamos para el lunes, porque yo, el domingo, imposible, imaginate.

Pero cuando se fue me di cuenta de que otra vez el amiguito se había mantenido dormidísimo. Yo mayormente nunca tuve problemas con eso. Alguna vez sí, como todos. Pero nada grave. ¿Y con semejante mina? Era rarísimo y me entró miedo de que me pasara lo mismo el lunes.
Calculá que para mí iba a ser una única vez, no pensaba que pudiera tener mucho changüí con la pendeja: para mí era una cosa pasajera de ella, como un capricho. Si duraba más de una vez, bárbaro. Pero si no por mí estaba bien; yo podía ir caminando descalzo hasta Luján por una sola vez con ese minón.
Pero ¿y si yo no funcionaba? Olvidate de esa vez y de cualquier otra, me la tenía que cortar con un Tramontina oxidado, por lo menos.
Así que el domingo con la excusa de comprar cigarrillos me fui a ver a Enrique, que una vez me había dicho que él usaba el Ayudín y que le iba fenómeno. No le expliqué mucho, y además el Enrique es discreto y me dijo “Pará un cachito” y al rato volvió con un papelito envuelto y yo me lo metí en el bolsillo y me fui.
Guardé ese pantalón dobladito debajo de la cama, ni quise probar a esconder el paquetito: a ver si se me armaba el gran quilombo. Y el lunes, mientras mi mujer preparaba el mate lo saqué y me lo puse. Medio arrugado, pero lo importante era que no quedara arrugado lo otro…¿no?

Habíamos quedado para vernos al mediodía, así que yo dije en casa que tenía que ir a consultar unos precios, que ni me esperaran a almorzar.
Llegué al edificio, ella me abrió por el portero eléctrico, tercer piso, puerta entreabierta, musiquita suave. …y yo más blando que el algodón, hermano.
Así que, antes de entrar, saqué el paquetito sin dudarlo.
Y recién ahí, cuando abrí el paquete, vi que era una sola pastilla. Yo pensaba que Enrique me había dado un montón…

¿Vos viste el tamaño del Viagra?
Es un yoyó Russell, hermano, un alfajor Fantoche de cinco tapas, y yo estaba a un paso de la puerta entreabierta y ella sabía que yo estaba ahí, así que me lo metí en la boca y entré.

Ella apareció desde la habitación, con un camisón transparente y nada más, entre la música, y ese olorcito a cosita de papi, y una sonrisa de turra…y dos copas llenas de champán.
¿La verdad? Ni necesité el champán, me tragué la pastilla como si no existiera. ¡No sabés lo que era esa mina, hermano!
Yo no sé si fue el Viagra, o la piba esta, o la alegría de haber podido tragarme semejante ladrillo en seco y como si nada, pero la verdad es que anduve hecho un tigre esa tarde, Tarzán y Sandokán juntos, y Darío Grandinetti que decían que…
Y nunca más tuve problemas para tomar una pastilla. Nunca.


Nota 1: Estaba terminando un cuento de hondo contenido humano, con sentimientos desgarradores por doquier y metáforas implacables, pero por suerte apareció éste antes.

Nota 2: El autor alega desconocer el tamaño real del Viagra y se ne frega si el dato es inexacto.

jueves, julio 19, 2007

19 de diciembre de 1971

Cuento de Roberto Fontanarrosa
Con profundo dolor (ese dolor especial de cuando muere alguien que te hizo reír, como pasó con el otro Negro, con Olmedo) y enorme cariño por uno de los personajes más entrañablemente queridos de los muchos Rosarinos que tanto se hicieron y se hacen amar.
Y con la esperanza de que su inagotable imaginación le permitiera vivir los momentos finales tal como los hubiera deseado, y como lo cuenta aquí.


Sí, yo sé que ahora hay quienes dicen que fuimos unos hijos de puta por lo que hicimos con el viejo Casale, yo sé. Nunca falta gente así. Pero ahora es fácil decirlo, ahora es fácil. Pero había que estar esos días en Rosario para entender el fato, mi viejo, que hablar al pedo ahora habla cualquiera.Yo no sé si vos te acordás lo que era Rosario en esos días anteriores al partido. ¡Y qué te digo “esos días”! ¡Desde semanas antes ya se venía hablando, del partido y la ciudad era una caldera, porque eso era lo que era la ciudad! Claro, los que ahora hablan son esos turros que después vos los veías por la calle gritando y saltando como unos desgraciados, festejando en pedo a los gritos y después ahora te salen con que son... ¿qué son?... moralistas... ¿De qué se la tiran, hijos de mil putas? Ahora son todos piolas, es muy fácil hablar. Pero si vos vieras lo que era la ciudad en esos días, hermano, prendías un fósforo y volaba todo a la mierda. No se hablaba de otra cosa en los boliches, en la calle, en cualquier parte. Saltaban chispas, te aseguro. Y la cosa arrancó con el fato de las cábalas. O mejor dicho, de los maleficios.—Hay que entender que no era un partido cualquiera, hermano, era una final final. Porque si bien era una semifinal, el que ganaba después venía a jugar a Rosario y le rompía el culo a cualquiera. Fuera Central como Ñul, acá le hacía la fiesta a cualquiera. ¡Y cómo estaban los lepra! ¡Eso, eso tendrían que acordarse ahora los que hablan al reverendo pedo y nos vienen a romper las pelotas con el asunto del viejo Casale! ¿No se acuerdan esos turros cómo estaban los lepra? ¿No se acuerdan ahora, mi viejo? Había que aguantarlos porque se corrían una fija, pero una fija se corrían, hermano, que hasta creo que se pensaban que nos iban a llenar la canasta. No que sólo nos iban a hacer la colita sino que además nos iban a meter cinco, en el Monumental y para latelevisión. ¡Pero por qué no se van a la concha de su madre! ¡Qué mierda nos van a hacer cinco esos culosroto! ¡Así se la comieron doblada! ¡Qué pija que tienen desde ese día y no se la pueden sacar!Pero la verdad, la verdad, hermano, con una mano en el corazón, que tenían un equipazo, pero un equipazo, de padre y señor mío. Hay que reconocerlo. Porque jugaban que daba gusto, el buen toque y te abrochaban bien abrochado.
Estaba Zanabria, el Marito Zanabria; el Mono Obberti ¡Dios querido, el Mono Obberti, qué jugador! Silva el que era de Lanús, el albañil. ¡Montes! Montes de cinco; Santamaría el Cucurucho Santamaría, qué sé yo, era un equipazo, un equipazo hay que reconocer, y la lepra se corría una fija. ¿Sabés cuántos había en la ruta a Buenos Aires, el día del partido? Yo no sé, eran miles, millones, yo no sé de dónde habían salido tantos leprosos. Si son cuatro locos y de golpe, para ese partido, aparecieron como hormigas los desgraciados. Todos fueron. ¡Lo que era esa ruta, papito querido! Entonces, oíme, había que recurrir a cualquier cosa. Hay partidos que no podés perder, tenés que ganar o ganar. No hay tu tía. Entonces si a mí me decían que tenía que matar a mi vieja, que había que hacer cagar al presidente Kennedy, me daba lo mismo, hermano. Hay partidos que no se pueden perder.
¿Y qué? ¿Te vas a dejar basurear por estos soretes para que te refrieguen después la bandera por la jeta toda la vida? No, mi viejo. Entonces, ahí, hay que recurrir a cualquier cosa. Es como cuando tenés un pariente enfermo ¿viste? tu vieja, por ejemplo, que por ahí sos capaz hasta de ir a la iglesia ¿viste? Y te digo, yo esa vez no fui a la iglesia, no fui a la iglesia porque te juro que no se me ocurrió, mirá vos, que si no... te aseguro que me confesaba y todo si servía para algo.
Pero con los muchachos enganchamos con la cuestión de las brujerías, de la ruda macho, de enterrar un sapo detrás del arco de Fenoy, de tirar sal en la puerta de los jugadores de Ñubel y de todas esas cosas que siempre se habla. Por supuesto que todas las brujas del barrio ya estaban laburando en la cosa y había muñecos con camiseta de Ñubel clavados con alfileres, maldiciones pedidas por teléfono y hasta mi vieja que no manya mucho del asunto tenía un pañuelo atado desde hacía como diez días, de ésos de “Pilato, Pilato, si no gana Central en River no te desato”. Después la vieja decía que habíamos ganado por ella, pobre vieja, si hubiera sabido lo del viejo Casale, pero yo le decía que sí para no desilusionarla a la vieja.
Pero todo el fato de la ruda macho y el sapo de atrás del arco eran, qué sé yo, cosas muy generales, ya había tipos que lo estaban haciendo y además, el partido era en el Monumental y no te vas a meter en la pista olímpica a enterrar un sapo porque vas en cana con treinta cadenas y no te saca ni Dios después, hermano. Entonces, me acuerdo que empezamos con la cosa de las cábalas personales. Porque me acuerdo que estábamos en el boliche de Pedro y veníamos hablando de eso. Entonces, por ejemplo, resolvimos que a Buenos Aires íbamos a ir en el auto del Dani porque era el auto con el que habíamos ido una vez a La Plata en un partido contra Estudiantes y que habíamos ganado dos a cero. Yo iba a llevar, por supuesto, el gorrito que venía llevando a la cancha todos los últimos partidos y no me había fallado nunca el gorrito. A ése lo iba a llevar, era un gorrito milagroso ése. El Coqui iba a ir con el reloj cambiando de lugar, o sea en la muñeca derecha y no en la izquierda, porque en un partido contra no sé quién se lo había cambiado en el medio tiempo porque íbamos perdiendo y con eso empatamos. O sea, todo el mundo repasó todas las cábalas posibles como para ir bien de bien y no dejar ningún detalle suelto.
Te digo más, estuvimos parados en la tribuna en el partido contra Atlanta para pararnos de la misma manera en el partido contra la lepra. El boludo de michi decía que él había estado detrás del Valija y el Miguelito porfiaba que el que había estado detrás del Valija era él. Mirá vos, hasta eso estudiamos antes del partido, para que veas cómo venía la mano en esos días.
¿Y sabés qué te lleva a eso, hermano, sabés qué te lleva a eso? El cagazo, hermano, el cagazo, el cagazo te lleva a hacer cualquier cosa, como lo que hicimos con el viejo Casale.
Porque si llegábamos a perder, mamita querida, nos teníamos que ir de la ciudad, mi viejo, nos teníamos que refugiar en el extranjero, te juro, no podíamos volver nunca más acá. Íbamos a perecer esos refugiados camboyanos que se tomaron el piro en una balsa. Te juro que si perdíamos nosotros agarrábamos el “Ciudad de Rosario” y por acá, por el Paraná, nos teníamos que ir todos, millones de canallas, no sé, a Diamante, a Perú, a Cuzco, a la concha de su madre, pero acá no se iba a poder vivir nunca más con la cargada de los leprosos putos, mí viejo. Ya el Miguelito había dicho bien claro que él se la daba, que si perdíamos agarraba un bufo y se volaba la sabiola y te digo que el Miguelito es capaz de eso y mucho más porque es loco el Miguelito, así que había que creerle. O hacerse puto, no sé quién había comentado la posibilidad de hacerse trolo y a otra cosa mariposa, darle a las plumas y salir vestido de loca por Pellegrini y no volver nunca más a la casa. Pero, te digo, nadie quería ni siquiera sentir hablar de esa Posibilidad. Ni se nombraba la palabra “derrota”. Era como cuando se habla del cáncer, hermano. Vos ves que por ahí te dicen “la papa”, o “tiene otra cosa”, “algo malo”, pero el cangrejo, mi viejo, no te lo nombra nadie. Y ahí fue cuando sale a relucir lo del viejo Casale. El viejo Casale era el viejo del Cabezón Casale, un pibe que siempre venía al boliche y que durante años vino a la cancha con nosotros pero que ya para ese entonces se había ido a vivir al norte, a Salta creo, lo vi hace poco por acá, que estaba de paso. Y ahí fue que nos acordamos de que un día, en la casa del Cabezón, el viejo había dicho que él nunca, pero nunca, lo había visto perder a Central contra Ñul. Me acuerdo que nos había impresionado porque ese tipo era un privilegiado del destino. Aunque al principio vos te preguntas, “¿Cómo carajo hizo este tipo pata no verlo perder nunca a Central contra Ñul? ¿Qué mierda hizo? Este coso no va nunca a la cancha”. Porque, oíme alguna vez lo tuviste que ver perder, a menos que no vayás a los clásicos. Y ojo que yo conozco muchos así, que se borran bien borrados de los clásicos. O que van en Arroyito, pero que a la cancha del Parque no van en la puta vida. Y me acuerdo que le preguntarlos eso al viejo y el viejo nos dijo que no, y nos explicó. El iba siempre, un fana de Central que ni te cuento, pero se había dado, qué sé yo, una serie de casualidades que hicieron que en un montón de partidos con Ñul él no pudiera ir por un montón de causas que ni me acuerdo. Que estaba de viaje por Misiones —el viejo era comisionista—; que ese día se había torcido un tobillo y no podía caminar, que estaba engripado, que le dolía un huevo, qué sé yo, en fin, la verdad, hermano— que el viejo la posta posta era que nunca le había tocado ver un partido en que la lepra nos hubiera roto el orto. Era un privilegiado el viejo y además, un talismán, querido, porque así como hay tipos mufa que te hacen perder partidos adonde vayan, hay otros que si vos los llevás es número puesto que tu equipo gana. No es joda. Y el viejo Casale era uno de éstos, de los ojetudos. Entonces ahí nos dijimos “Este viejo tiene que estar en el Monumental contra Ñubel. No puede ser de otra forma. Tiene que estar”... Claro, dijimos, seguro que va a estar, si es fana de Central, canalla a muerte. Pero nos agarró como la duda viste? porque nosotros no era que lo veíamos todos los días al viejo, te digo más, desde que el Cabezón se había ido al norte a laburar, al viejo de él no lo habíamos vuelto a ver ni en la cancha, ni en la calle ni en ninguna parte. Además, el viejo ya estaba bastante veterano porque debía tener como ochenta pirulos por ese entonces. Bah, en realidad ochenta no, pero sus sesenta, sesenta y cinco años los tenía por debajo de las patas.Entonces, con el Valija, el Colorado y el Miguelito decimos “vamos a la casa del viejo a asegurarnos que va y si no va lo llevamos atado”.
Porque también podía ser que el viejo no fuera porque no tuviera guita, qué sé yo. Nosotros ya habíamos pensado en hacer una rifa a beneficio, una kermesse, cualquier cosa. El viejo tenía que ir, era una bandera, un cheque al portador.La cuestión es que vamos a la casa y... ¿a qué no sabés con lo que nos sale el viejo? Que andaba mal del bobo y que el médico le había prohibido terminantemente ir a la cancha, mirá vos. Nos sale con eso. Que no. Que había tenido un infarto en no sé qué partido, en un partido de mierda después que una pelota pegó en un palo, que había estado muerto como media hora y lo habían salvado entre los indios con respiración artificial y masajes en el cuore, que no había clavado la guampa de puro pedo y que le había quedado tal cagazo que no había vuelto a ir a la cancha desde hacía ya, mirá lo que te digo, dos años. ¡Hacía dos años que no iba a la cancha el viejo ese! Y no era sólo que él no quería ir sino que el médico y, por supuesto, la familia, le tenían terminantemente prohibido ir, lógicamente. No sé si no le prohibían incluso escuchar los partidos por radio, no sé si no se lo prohibían, para que no le pateara el bobo, porque parece que el viejo escuchaba un pedo demasiado fuerte y se moría, tan jodido andaba. Vos le hacías ¡Uh! en la cara y el viejo partía. ¡Para qué! Te imaginás nosotros, la desesperación, porque eso era como un presagio, un anuncio del infierno, hermano, era un preanuncio de que nos iban a hacer cagar en Buenos Aires, mi viejo. Entonces empezamos a tratar de hacerle la croqueta al viejo, a convencerlo, a decirle “Pero mire, don Casale, usted tiene que estar, es una cita de honor. ¡Qué va a estar mal usted del cuore, si se lo ve cero kilómetro! Vamos, don Casale —me acuerdo que lo jodía Miguelito— ¿cuántos polvos se echa por día? usted está hecho un toro”. Pero el viejo, ni mierda, en la suya. Que no y que no. Le decíamos que el partido iba a ser una joda, que Ñubel tenía un equipo de mierda y que ya a los quince minutos íbamos a estar tres a cero arriba, que el partido era una mera formalidad, que el gobierno ya había decidido que tenía que ganar Central para hacer feliz a mayor cantidad de gente. No sé, no sé la cantidad de boludeces que le dijimos al viejo para convencerlo. Pero el viejo nada, una piedra el hijo de puta. Para colmo ya habían empezado a rondar la mujer del viejo, madre del Cabezón, y una hermana del Cabezón, que querían saber qué carajo queríamos decirle nosotros al vicio en esa reunión, porque medio que ya se sospechaban que nosotros no íbamos para nada bueno. En resumen que el viejo nos dijo que no, que ni loco, que ni siquiera sabía si iba apoder resistir la tensión de saber que se jugaba el partido, aun sin escucharlo. Porque el viejo los diarios los leía, tan boludo no era, y sabía cómo venía la mano, cómo era la cosa, cómo formaban los equipos, suplentes, historial, antecedentes, chaquetillas, color, todo. Nos dijo más. “Ese día —nos dijo— bien temprano, antes de que empiecen a pasar los camiones y los ómnibus con la gente yendo para Buenos Aires, yo me voy a la quinta de un hermano mío que vive en Villa Diego”. No quería escuchar ni los bocinazos el viejo. “Me voy tempranito a lo de mi hermano, que a mi hermano le importa un sorete el fútbol, y me paso el día ahí, sin escuchar radio ni nada”. Porque el viejo decía y tenía razón, que si se quedaba en la casa, por más que se encerrara en un ropero, algo iba a oír, algún grito, algún gol, alguna cosa iba a oír, pobre desgraciado, y se iba a quedar ahí mismo seco en el lugar. Así que se iba a ir a radicar en la quinta de ese hermano que tenía, para borrarse del asunto. Muy bien, muy bien. Te digo que salimos de allí hechos bosta porque veíamos que la cosa venía muy mal. Casi era ya un dato seguro como para decir que éramos boleta. Para colmo, al Valija, el día anterior le había caído una tía del campo y él se acordaba que, en un partido que perdimos con San Lorenzo, esa misma tía le había venido el día antes. Era un presagio funesto el de la tía.Fue cuando decidimos lo del secuestro.
Nos fuimos al boliche y esa noche lo charlamos muy seriamente. El Dani decía que no, que era una barbaridad, que el viejo se nos iba a morir en el viaje, o en la cancha, y después se iba a armar un quilombo que íbamos a terminar todos en cana y que, además, eso sería casi un asesinato. Pero al Dani mucha bola no le dimos porque ha sido siempre un exagerado y más que un exagerado, medio cagón el Dani. Pero nosotros estábamos bien decididos y más que nada por una cosa que dijo el Valija: el viejo estaba diez puntos. Había tenido un infarto, es cierto. Pero hay miles de tipos que han tenido un infarto y vos los ves caminando tranquilamente por la yeca y sin hacer tanto quilombo como este viejo pelotudo, con eso de meterse adentro de un ropero, o no ir a la cancha, o dejar que te rigoree la familia como la esposa y la otra, la hermana del Cabezón. Por otra parte, y vos lo sabés, los médicos son unos turros pero unos turros que se ve que lo querían hacer durar al viejo mil años para sacarle guita, hacerle experimentos y chuparle la sangre. Y además, como decía el Miguelito y eso era cierto, vos lo veías al viejo y estaba fenómeno. Con casi sesenta años no te digo que parecía un pendejo pero andaba lo más bien. Caminaba, hablaba, se sentaba, qué sé yo, se movía. ¡Chupaba! Porque a nosotros nos convidó con Cinzano y el viejo se mandó su medidita, no te digo un vasazo pero su medidita se mandó. La cosa es que el Miguelito elaboró una teoría que te digo, aún hoy, no me parece descabellada. ¡El viejo era un turro, hermano! Un turrazo que especulaba con el fato del bobo para pasarla bien y no laburarla nunca más en la vida de Dios. Con el sover del bobo no ponía el lomo, lo atendían a cuerpo de rey y —la tenía a la vieja y a la hermana del Cabezón pendientes de él —viviendo como un bacan, el viejo. Y... ¿de qué se privaba? De algún faso; que no sé si no fasearía escondido; y de no ir a—la cancha. Fijate vos, eso era todo. Y vivía como Carolina de Mónaco el otario. Bueno, con ese argumento y lo que dijo el Colorado se resolvió todo. El Colorado nos habló de los grandes ideales, de nuestra misión frente a la sociedad, de nuestro deber frente a las generaciones posteriores, los pendejos. Nos dijo que si ese partido se perdía, miles y miles de pendejos iban a sufrir las consecuencias. Que, para nosotros y eso era verdad, iba a ser muy duro, pero que nosotros ya estábamos jugados, que habíamos tenido lo nuestro y que, de últimas, teníamos experiencias en malos ratos y fulerías. Pero los pibes, los pendejitos de Central, ésos, iban a tener de por vida una marca en sus vidas que los iba a marcar para siempre, como un fierro caliente. Que las cargadas que iban a recibir esos pibes, esas criaturas, en la escuela, los iban a destrozar, les iban a pudrir el bocho para siempre, iban a ser una o dos generaciones de tipos hechos bolsa, disminuidos ante los leprosos, temerosos de salir a la calle o mostrarse en público. Y eso es verdad, hermano, porque yo me acuerdo lo que eran las cargadas en la escuela primaria, sobre todo.Yo me acuerdo cuándo perdimos cinco a tres con la lepra en el Parque después de ir ganando dos a cero, cuando se vendió el Colorado Bertoldi, que todavía se estará gastando la guita, y te juro que yo por una semana no me pude levantar de la cama porque no me atrevía a ir a la escuela para no bancarme la cargada de los lepra. Los pibes son muy hijos de puta para la cargada, son muy crueles. ¿No viste cómo descuartizan bichos, que agarran una langosta y le sacan todas las patas? Son unos hijos de puta los pibes en ese sentido. Y lo que decía el Colorado era verdad. Ahora todo el mundo habla de la deuda externa, y bueno, hermano, eso era algo así como lo de la deuda externa, que por la cagada de cuatro reverendos hijos de puta que empeñaron el país, la tenemos que pagar todos y los hijos y los hijos de nuestros hijos. Y si estaba en nosotros hacer algo para que eso no pasara, había que hacerlo, mi querido. Además, como decía el Colorado, ya no era el problema de la cargada de los pendejos futbolistas, está también el fato del exitismo. Los pibes ven que gana un equipo y se hacen hinchas de ese equipo, son así, casquivanos. Son hinchas del campeón. Entonces, ponele que hubiese ganado Ñubel y... ¡a la mierda! ... de ahí en más todos los pibes se hacían de Ñubel, ponele la firma. Y no te vale de nada llevarlos a la cancha, conversarlos, hablarles del Gitano Juárez o el Flaco Menotti, ni comprarles la camiseta de Central apenas nacen. No te vale de nada. Los pendejos ven que sale River campeón y son de River. Son así. Y en ese momento no era como ahora que, mal que mal, vos los llevás al Gigante y los pibes se caen de culo. Entonces, cuando van al chiquero del Parque, por mejor equipo que pueda tener Ñul, los pibes piensan “Yo no puedo ser hincha de esta villa miseria” y se hacen de Central. Porque todo entra por los ojos y vos ves que ahora los pibes por ahí ni siquiera han visto jugar a Central o a Ñul y ya se hacen hinchas de Central por el estadio. Es otra época, los pendejos son más materialistas, yo no sé si es la televisión o qué, pero la cosa es que se van de boca con los edificios.Entonces la cosa estaba clara, había que secuestrar al viejo Casale, o sino aguantarse que quince, veinte años depués, hoy por ejemplo, la ciudad estuviese llena de leprosos nacidos después de ese partido, y esto hoy ¿sabés lo que sería? Beirut sería un poroto al lado de esto, hermano te juro. El que organizó la “Operación Eichmann”, como lo llamamos, fue el Colorado. La llamamos así por ese general aleman, el torturador, que se chorearon de acá una vez los judíos ¿viste? y lo nuestro era más o menos lo mismo. El Colorado es un tipo muy cerebral, que le carbura muy bien el bocho y él organizó todo. El Colorado ya no estaba por ese entonces en la O.C.A.L.. La O.C.A.L., no sé si sabés es una organización de acá, de Rosario, que se llama así porque son iniciales, O.C.A.L “Organización Canalla Anti Lepra”. Son un grupo de ñatos como el Ku-Klux-Klan, más o menos, que se reúnen en reuniones secretas y no sé si no van con capucha y todo a las reuniones, o si queman algún leproso vivo en cada reunión. Mirá yo no sé si es requisito indispensable ser hincha de Central, pero seguro seguro, lo que tenés que hacer es odiar a los lepra. Tenés que odiar más a los lepra que lo que querés a Central.Hacen reuniones, escriben el libro de actas, piensar maldades contra los lepra, festejan fechas patrias de partidos que les hemos ganado, tienen himnos, son como esos tipos los masones esos, que nadie sabe quiénes son. Andan con antorchas. Bueno, de la O.C.A.L., de la O.C.A.L. al Colorado lo echaron por fanático, con eso te digo todo pero es un bocho el Colorado y él fue el que organizó todo el operativo.Y te la cuento porque es linda, te la cuento porque es linda, no sé si un día de estos no aparece en el “Selecciones” y todo. Averiguamos qué ómnibus iba para Villa Diego, adonde tenía la quinta el hermano del viejo Casale. Desde donde vivía el viejo, ahí por San Juan al mil cuatro cientos, lo único que lo dejaba en ese entonces, si mal no recuerdo, era el 305 que pasaba por la calle San Luis. O sea que el viejo tenía que tomarlo en San Luis-Paraguay o San Luis-Corrientes, no más allá de eso a menos que fuera muy pelotudo y lo fuera a tomar a Bulevar Oroño que no sé para qué mierda iba a hacer eso. Ahora, la duda era si el viejo se iba a ir en ómnibus o en auto, porque si se iba en auto nos recagaba, pero nos jugábamos a que se iba a ir en ómnibus porque auto no tenía y seguro que el hermano tampoco tenía porque debía ser un muerto de hambre como él, seguramente. Y te digo que la cosa venía perfecta, porque el viejo nos había dicho que iba a salir bien temprano para no infartarse con las bocinas o sea que nosotros podíamos combinarlo con el horario de salida nuestra para el partido. Porque también nos cagaba si salía a la una de la tarde para Villa Diego porque después ¿cómo llegábamos nosotros a Buenos Aires para la hora del partido con el quilombo que era la ruta y en un ómnibus de línea? Lo más probable es que nos hiciéramos pelota en el camino por ir a los pedos. Y por otra parte, hermano, Villa Diego queda saliendo para Buenos Aires o sea que la cosa estaba clavada, era posta posta.Después hubo que hablar con los otros muchachos, porque convencer al Rulo no nos costó nada, a él le daba lo mismo y, además, le contamos los entretelones del asunto. Te digo que el Colorado manejó la cosa como un capo, un maestro.
El asunto era así, el Rulo es un fana amigo de Central que tiene un par de ómnibus, está muy bien el Rulo. Y en esa época tenía un par de coches en la línea 305. Fue un ojete así de grande, porque si no teníamos que conseguir otro coche, cambiarle el color, pintarlo, qué sé yo, ponerle el número, un laburo bárbaro. Pero el Rulo tenía dos 305 y con uno de ésos ya tenía pensado pirarse para el Monumental el día del partido y más bien que se llevaba como mil monos que también iban para allá. Lo sacaba de servicio y que se fueran todos a la reputísima madre que los parió, no iba a perderse el partido ese.Entonces, el Rulo, con los monos arriba Y nosotros, tenía que estar con el ómnibus preparado, el motor en marcha, por España, estacionado. Y el Miguelito se ponía de guardia, tomando un café, justo en un boliche de ahí cerca desde donde veían la puerta de la casa del viejo Casale. Creo que a las cinco, nomás, de la matina, ya estaba el Miguelito apostado en el boliche haciéndose el boludo y junando para la casa del viejo. Te juro que ni los tupamaros hubieran hecho un operativo como ése, hermano. Fue una maravilla. Apenas vio que salía el viejo con una canastita donde seguro se llevaba algún matambre casero, algo de eso, el pobre viejo, el Miguelito cazó una Vespa que tenía en ese entonces, dio la vuelta a la manzana y nos avisó. Cargó la moto en el ómnibus, en la parte de atrás, detrás de los últimos asientos y nos pusimos en marcha.Ya les habíamos dicho a tres o cuatro pendejos, de esos quilomberos de la barra, que se hicieran bien los sotas, que no dijeran ni media palabra y se hicieran los que apoliyaban. Nosotros también, para que no nos reconociera el viejo, estábamos en los asientos traseros, haciéndonos los dormido, incluso con la cara tapada con algún pulover, como si nos jodiera la luz, o con algún piloto.Te digo que el día había amanecido frío y lluvioso, como la otra fecha patria, el 25 de Mayo. Además, el quilombo había sido guardar y esconder todas las banderas, las cornetas, las bolsas con papelitos, los termos, todo eso. Uno de los muchachos llevaba una bandera de la gran puta que medía 52 metros ¡52 metros, loco! Media cuadra de bandera que decía “Empalme Graneros presente” y tuvimos que meterla debajo de un asiento para que el viejardo no la vichara.La cosa es que el viejo subió medio dormido y se sentó en uno de los asientos de adelante que ya habíamos dejado libre a propósito para que no viera mucho del ómnibus. Rulo le cobró boleto y todo. Y nadie se hablaba como si no nos conociéramos. Y como el ómnibus iba haciendo el recorrido normal, el viejo iba lo más piola, mirando por la ventanilla. La cuestión es que llegamos a Villa Diego y el viejo tranquilo. Cada tanto, cuando nos pasaba algún auto con banderas en el techo, tocando bocina, el viejo miraba a los que tenía cerca y movía la cabeza como diciendo “¡Mirá vos!”. Se ve que tenía unas ganas de hablar pero nadie quería darle mucha bola para no pisarse en una de ésas. Así que nos hacíamos todos los dormidos. Parecía que habían tirado un gas adentro de ese ómnibus hermano. Como cuando se muere algún ñato ¿viste? que se queda a apoliyar en el auto con el motor prendido y lo hace cagar el monóxido de carbono, creo. Bueno, así parecía que a nosotros nos había agarrado el monóxido de carbono. Pero, cuando llegamos a Villa Diego, por ahí el viejo se levanta y le dice al Rulo “En la esquina, jefe.”. Y yo no sé qué le dijo el Rulo, algo de que ahí no se podía parar, que estaba cerrado el tráfico, que había que seguir un poco más adelante y el viejo se la comió, pero se quedó paradito al lado de la puerta. Al rato, por supuesto, de nuevo el viejo, “En la esquina”. Ahí ya el Rulo nos miró, porque se le habían acabado los versos. Y ahí, hermano... ¡vos no sabés lo que fue eso! Fue como si nos hubiésemos puesto todos de acuerdo y te juro que ni siquiera lo habíamos hablado. Empezaron los muchachos a desplegar las banderas, a sacar las cornetas y las banderas por la ventana, y a los gritos, hermano, “¡Soy canalla, soy canalla!” por las ventanas. Pero no para el lado del viejo, el pobre viejo, que la cara que puso no te la puedo describir con palabras, sino para afuera, porque los grones, con lo quilomberos que son, se habían ido aguantando hasta ahí sin gritar ni armar quilombo para no deschavarse con el viejo, pero cuando llegó el momento agarraron las banderas, empezaron a sacar los brazos y golpear las chapas del costado del ómnibus y también el Rulo empezó a seguir el ritmo con la bocina.¿Viste esas películas de cowboy, cuando los choros van a asaltar una carreta donde parece que no hay nadie, o que la maneja nada más que un par de jovatos y de golpe se abren los costados y aparecen 17.000 soldados que los cagan a tiros? ¿Que levantan la lona y estaban todos adentro haciéndose los sotas? Bueno, ese ómnibus debió ser algo así. De golpe se transfonnó en un quilombo, un escándalo, una de gritos, de bocinazos, cornetas, una joda. ¡Y la gente al lado de la ruta! Porque desde la madrugada ya había gente a los costados de la ruta esperando que pasaran las caravanas de hinchas. Era para llorar, eso, conmovedor, te saludaban, gritaban, levantaban los puños, por ahí algún lepra, a las perdidas, te tiraba un cascotazo... Pero vuelvo al viejo, el viejo, no sabés la caripela que puso. Porque nosotros lo estábamos mirando porque decíamos: éste es el momento crucial. Ahí el viejo o cagaba la fruta, el corazón se le hacía bosta, o salía adelante. El viejo miraba para atrás, a todos los monos que saltaban y cantaban y no lo podía creer. Se volvió a sentar y creo que hasta San Nicolás no volvió a articular palabra. Te digo que el Rábano, el hijo de la Nancy ya se había ofrecido a hacerle respiración boca a boca llegado el caso, que era algo a lo que todos, mal que mal, le habíamos esquivado el bulto porque, qué sé yo, te da un poco de asco, además con un viejo.Pero mirá, te la hago corta. Mirá, cuando el viejo ya vio que no había arreglo, que no había posibilidad de que lo dejáramos bajar del ómnibus, se entregó, pero se entregó entregó. Porque, al principio, nosotros nos acercamos y nos reputeó, nos dijo que éramos unos irresponsables, unos asesinos, que no teníamos conciencia, que era una,verguenza, qué sé yo todo lo que nos dijo. Pero después, cuando nosotros le dijimos que él estaba perfecto, que estaba hecho un toro, que si se había bancado la sorpresa del ómnibus quería decir que ese cuore se podía bancar cualquier cosa, empezó a tranquilizarse. El Colorado llegó a decirle que todo era una maniobra nuestra para demostrarle que él estaba perfectamente sano y que incluso el médico estaba implicado en la cosa. Mirá hermano, y creéme porque es la pura verdad ¿qué intención puedo tener en mentirte, hoy por hoy? mucho antes ya de entrar en Buenos Aires ese viejo era el más feliz de los mortales, te lo digo yo y te lo juro por la salud de mis viejos. El viejo cantaba, puteaba, chupaba mate, comía facturas, gritaba por la ventana y a la cancha se bajó envuelto en una bandera. No había, en la hinchada, un tipo más feliz que él. Vino con nosotros a la popu y se bancó toda la espera del partido, que fue más larga que la puta que lo parió y después se bancó el partido. Estaba verde, eso si, y había momentos en que parecía que vos lo pinchabas con un alfiler y reventaba como un sapo, porque yo lo relojeaba a cada momento. Y después del gol del Aldo, yo lo busqué, lo busqué porque fue tal el quilombo y el desparramo cuando el Aldo la mandó adentro que yo ni sé por dónde fuimos a caer entre las avalanchas y los abrazos y los desmayos y esas cosas. Pero después miré para el lado del viejo y lo vi abrazado a un grandote en musculoso casi trepado arriba del grandote, llorando. Y ahí me dije: si éste no se murió aquí, no se muere más. Es inmortal. Y después ni me acordé más del viejo, que lo que alambramos, lo que cortamos clavos, los fierros que cortamos con el upite, hermano, ni te la cuento. Eso no se puede relatar, hermano, porque rezábamos, nos dábamos vueltas, había gente que se sentaba entre todo ese quilombo porque no quería ni mirar. Porque nos cagaron a pelotazos, ya el segundo tiempo era una cosa que la tenían siempre ellos y ¿sabés qué era lo fulero, lo terrible? ¡Qué si nos empataban nos ganaban, hermano, porque ésa es la justa! ¡Nos ganaban esos hijos de puta! ¡Nos empataban, íbamos a un suplementario y ahí nos iban a hacer refocilar el orto porque estaban más enteros y se venían como un malón los guachos! ¡Qué manera de alambrar! Decí que ese día, Dios querido, yo no sé que tenía el flaco Menutti que sacó cualquier cosa, sacó todo, vos no quieras creer lo que sacó ese día ese flaco enclenque que parecía que se rompía a pedazos en cada centro. Le sacó un cabezazo de pique al suelo a Silva que lo vimos todos adentro, hermano, que era para ir todos en procesión y besarle el culo al flaco ése ¡qué pelota le sacó a Silva! Ahí nos infartamos todos, faltaban cinco minutos y si nos empataban, te repito, éramos boleta en el suplementario.Me acuerdo que miro para atrás y lo veo al viejo, blanco, pálido, con los ojos desencajados, pobrecito, pero vivo. Y ahora yo te digo, te digo y me gustaría que me contesten todos esos que ahora dicen que fue una hijaputez lo que hicimos con el viejo Casale ese día. Me gustaría que alguno de esos turritos me contestara si alguno de ellos lo vio como lo vi yo al viejo Casale cuando el referí dio por terminado el partido, hermano. Que alguno me diga si, de puta casualidad, lo vio al viejo Casale como lo vi yo cuando el referí dio por terminado el partido y la cancha era un infierno que no se puede describir en palabras. Te digo que me, gustaría que alguien me diga si alguien lo vio como lo vi yo. ¡La cara de felicidad de ese viejo, hermano, la locura de alegría en la cara de ese viejo! ¡Que alguien me diga si lo vio llorar abrazado a todos como lo vi llorar yo a ese viejo, que te puedo asegurar que ese día fue para ese viejo el día más feliz de su vida, pero lejos lejos el día más feliz de su vida, porque te juro que la alegría que tenía ese viejo era algo impresionante! Y cuando lo vi caerse al suelo como fulminado por un rayo, porque quedó seco el pobre viejo, un poco que todos pensamos; “¡qué importa!” ¡Qué más quería que morir así ese hombre! ¡Esa es la manera de morir para un canalla! ¿Iba a seguir viviendo? ¿Para qué? ¿Para vivir dos o tres años rasposos más, así como estaba viviendo, adentro de un ropero, basureado por la esposa y toda la familia? ¡Más vale morirse así, hermano! Se murió saltando, feliz, abrazado a los muchachos, al aire libre, con la alegría de haberle roto el orto a la lepra por el resto de los siglos! ¡Así se tenía que morir, que hasta lo envidio, hermano, te juro, lo envidio! ¡Porque si uno pudiera elegir la manera de morir, yo elijo ésa, hermano! Yo elijo ésa.

domingo, julio 08, 2007

Dos o tres grados



Él le hizo un último llamado, supuestamente de confirmación de horarios y de sala, pero en el fondo de su corazón y de su piecita tibia (imposible describirla como “cálida”), esperaba que a ella le sucediera algo, un contratiempo u otro corte de luz de los que venía padeciendo, pobrecita, y tenía que bancarse, encima, el frío polar y los monzones nocturnos entre velas tétricas.

Ella lo atendió con alegría (con una fría alegría, podría decirse) y hablaron de lo feo que estaba el día, de lo horrible que había estado todo el día, gris y helado, sin un mísero reflejo de sol que justificara medianamente a Marilina Ross.
Ella le confesó que ni había averiguado los horarios de la película, pero como él ya lo había hecho, después de un rato se pusieron de acuerdo: tempranito, eso sí, porque con este frío, claro, y además que vivimos tan lejos uno del otro y sin auto y vos con esa tos, bueno yo también ando como con gripe, pero está okey, el centro es como un punto intermedio y me voy con una petaca de whisky, que se lleva muy mal con el pochoclo acaramelado pero levanta la temperatura y mejora cualquier película.

Abrigate bien, dijo ella con acento maternal y como para que quedara claro, mirá que hace mucho frío. Y él dijo que sí y cortó.

Afuera debían hacer dos o tres grados, pero la sensación térmica de viajar una hora hasta el centro y después tener que volver… Volver era para alpinistas, para gente muy preparada y muy loca, que arriesgaba la vida y pasaba frío porque seguramente de chiquitos los habían tratado muy mal y les había dicho que debían llegar a lo más alto cueste lo que cueste o porquerías de ese estilo. La cuestión es que la sensación térmica de él con ese panorama le aseguraba que, vieran la película que vieran, para él sería “El milagro de los andes” y hasta le daría por la antropofagia con su amiga, pero no por hambre ni deseo sexual, sino de bronca, sobre todo cuando la petaquita estuviera por terminarse.

Antes de que se decidiera a entrar en el baño helado, sonó el teléfono.
Era ella:
- Che, negro, está horrible…
- ¿Sabés que ando con gorro de lana acá adentro?
- Sí…no sabía cómo decirte, pero…
- No, si a mí me pasa igual. ¿Querés que lo suspendamos?
- Síííí…
- ¡Me parece bárbaro! ¡Lo dejamos para diciembre!
- Nooo, a lo mejor ma-ma-ña-na…
- ¿Te castañetean los dientes?
- Es que vengo de afuera…

Al final hablaron un rato largo, contentos de poder hacerlo cada uno en su casita y se contaron cosas mientras se tomaban algo caliente (él un whisky, ella juró que un Latitud 33 y putearon a dúo por vivir tan lejos uno del otro), hablaron de cosas que por otra parte, a lo mejor no se hubieran dicho durante la película o la probable huída después del cine.
Y la sensación térmica personal se hizo mucho más agradable, y probablemente terminaron la noche leyendo e imaginando la salida de los cines del centro como una suelta de espectros congelados que seguramente pensarían por qué no se habían quedado en casa viendo la CNN en húngaro o algo así.

Él le prometió que igual, antes de irse a dormir, le haría otro llamado a ver si se le había cortado la luz o le había pegado mal el Latitud.
Pero prefirió no llamar, y escribirlo, y dedicárselo.


Para Sarita C.


Nota: Esto puede ser perfectamente el complemento de ésto, y terminar de convencer a los que quieren irse del país.