jueves, diciembre 27, 2007

Licencia para matar

Como James Bond, pero no por deber ni por justicia, ni nada de eso: por cuestiones personales.
La presente es una especie de encuesta o juego de rol, aunque no espera ser contestada ni tampoco interpretada, porque ni yo he sido absolutamente sincero.
Lo que se propone es, más o menos:
¿A quién liquidarías si te garantizaran inmunidad absoluta?

De todas formas, y por poner algunas reglas que todo juego debe tener, el asunto tiene una condición sine qua non. Más allá de que el Comité Organizador (?) garantice la inmunidad del matador y la total indefensión de la víctima, es condición imprescindible que el acto sea realizado cabal y únicamente por el asesino.
O sea: nada de hacerlo desaparecer con la mente, ni de matarlo con la indiferencia, ni de mandar a otro, y mucho menos en patota. Hay que hacerse cargo de apretar el gatillo, o de suministrar el veneno, o de hundir la daga, o de empujar al vacío, o de tensar la soga, o lo que sea. Pero solito el victimario, y su alma. Téngase eso muy en cuenta, aunque se juegue sólo mentalmente y no se deje ni un mísero comentario por el divertimento proporcionado.
Nota: no es necesario explicar los motivos, aunque yo voy a hacerlo de puro exhibicionista que soy. Y por darle un poco de razón a la Packy en eso de que soy medio malo, porque algo debe haber influído Packy al recordarme aquel infausto abril…
Bien.

Puede hacerse una lista también, si usted se anima. Pero la condición arriba expresada es bastante limitante, por varios motivos. Primero por la carga psicológica (sólo se garantiza la inmunidad legal, o corporal: no la mental). Y segundo porque el Comité Organizador (???) no se encarga de los traslados, así que si usted quiere reventar a Bush, por ejemplo, averigue primero en los amistosos cielos de American Airlines cuánto le va a salir darse el gusto.

Por eso yo me he buscado una víctima de cabotaje, a la que puedo acercarme con un humilde colectivo.
Yo liquidaría a la pareja actual de mi ex novia (1).

Aunque haya aparecido hace 2 días, ese señor tiene mucho que ver con horas de dolor y de sufrimiento míos y, en contrapartida, con momentos de placer y alegría de mi ex…a mi costa.
Y digo que no importa que no se conocieran cuando ella me dejó: ya existía potencialmente en la loca cabecita de la que fue y ya no es.
Al contrario: sería más pura la venganza y más a mi medida que sea un recién arribado. Lo que quiero es que alguien la pague, ya que mi ex no va a hacerlo.
Y tampoco importa que yo lo haya superado felizmente, señores: estamos hablando de una oportunidad única de matar sin consecuencias. No lo olviden.

Y no solamente quiero que alguien pague con sangre. Quiero dejar de ser el último ex de mi ex. Quiero ponerle distancia a la distancia, no sé si me explico.
Y quiero, ya que estamos, evitarle a ese muchacho seguramente bueno como yo, la posibilidad de que una novia evidentemente abandónica lo perjudique cardíacamente (2).
Pero no quiero dispersarme, que acá lo importante es matar a alguien por motivos egoístas, y no por hacer el bien de ninguna forma.
Así que sólo me falta explicitar el modus operandi, y escuchar a mis amables lectores.

Yo lo esperaría justamente al final de un encuentro en casa de mi ex. Trataría, en lo posible, de ver cuando se despiden amorosamente, pero no lo miraría a él demasiado, no vaya a ser cosa que me resulte simpático o que justo mi ex haya enganchado a Martín Palermo y en lugar de despenarlo le termine pidiendo un autógrafo.
No.
Me concentraría en el rostro alegre de la pérfida, y calcularía a propósito que los besos que anda prodigando son más largos que los que escuetamente me daba a mí.
Acto seguido, quitaría la espoleta de una granada, contaría hasta 10, y el que no se escondió se embroma.

Es de suponer que ella ya se ha puesto a cobijo dentro de su casa. Que con mirada soñadora (pero ya dentro de su casa) se queda un instante pensando solamente en él, antes de ir hacia la cocina, por ejemplo. Y que la explosión la altera, pero al principio le suena distante.
Pero…si se demora mucho en entrar, si prefiere seguir besándolo aunque él ya esté dentro del auto en marcha, si no se pueden despegar, y las esquirlas…
Bueno, en ese caso, y por ser el que pone las reglas, digamos que se garantiza la inmunidad también por los daños colaterales, y buenas noches.




(1) No me consta, pero da lo mismo por lo que se aclara luego. Además (y atenti unas cuantas) hablo de cualquier ex que me haya hecho sufrir, no necesariamente la última, aunque es la que más recuerdo, lógicamente.

(2) Suponiendo, también, que mi ex no dejó también a éste. O a varios, qué sé yo…

jueves, diciembre 20, 2007

Sed


Alguna vida anterior en el desierto, o de esclavitud, aunque más seguro de esclavitud en el desierto, han hecho de mí una persona sedienta. No permanentemente, pero con extraordinaria urgencia luego de un viaje, por ejemplo. Mis amigos y mis novias (1) saben que en cuanto llego deben ofrecerme algo de tomar. Aclaro: no hablo de alcoholismo ni mucho menos. Agua es suficiente, aunque me he levantado muchas veces de madrugada para ir a comprar Coca-Cola. Con la Coca tengo, a veces, una necesidad parecida a la adicción, pero ese es otro tema.
Al margen del producto, soy alguien con el temor permanente de no disponer de líquido cuando la sed lo atormente.

El hambre no me preocupa ni remotamente como la sed. Y es curioso, porque he pasado hambre en algunas ocasiones, pero no recuerdo haber desfallecido de sed nunca. El miedo (¿la fobia?) es más bien a nivel genético, ancestral. Por eso, como si de verdad lo creyera, aventuro lo del desierto y la ración de agua siempre escasa.
Dice Borges que Averroes en España (o mejor: algo en la sangre de Averroes) agradecía la presencia cercana del Guadalquivir, y el rumor de un aljibe oculto entre el follaje de un patio casi selvático.
Lo mismo me ocurre cerca de un cauce de agua dulce. Me serena, me alegra, me deja respirar tranquilo. Es algo en la sangre, entonces.

De la misma forma, supongo que al viajero que llega hasta mi casa le pasa algo similar, e inmediatamente le ofrezco bebidas. Algunos dicen “más tarde” y los admiro.
Pero me generan ansiedad y tengo que servirme algo para mí mismo. Más tarde, para mí, puede significar demasiado tarde. Imaginar la muerte por falta de líquido es una tortura recurrente.

Me veo perdido en un desierto infinito, y cuando la locura me alcanza, trago desesperadamente la arena que he juntado en el cuenco de unas manos destrozadas.
Y no es el peor final que se me ocurre: a veces, en el último instante, recupero la razón y ya es demasiado tarde, ya tengo la boca llena de piedras, abrasada más allá de mis límites, y mi garganta abierta de par en par, preparada para un festín que nunca llegará.
No muero por asfixia: ese don no me es otorgado. Todavía estoy plenamente consciente cuando el último estertor de la sed se está preparando. Mi mente, inevitablemente, lanza imágenes de cascadas, de altos cócteles, de jugos de colores; fragancias y perfumes de bebidas que he probado con deleite.
Las imágenes de mi vida, esas que se supone que desfilan ante los ojos en los últimos momentos, tienen que ver con el goce por los líquidos que me salvaron hasta ahora.
Supongo que moriré cuando llegue al último tinto descubierto; es decir, si me tocara hoy, pasaría a mejor vida mirando una copa de Alamos de Catena Zapata.

Realmente no envidio a los que por última visión tienen un juego de Rasti, o una muñeca Pepona.


(1) Cada una en su época, se entiende.

martes, diciembre 04, 2007

Historia con liendres

Algunos, muy pocos, imaginan algo distinto. La mayoría supone lo más lógico: que los pelos se tiran a la basura. Otros pueden, tal vez, llegar a pensar que van a parar a oscuros fabricantes de pelucas o de tapados, o cosas así, ridículas.
Incluso preguntan. Cuando ven sus propios cabellos esparcidos por el suelo, y sobre todo si ha comenzado la deplorable calvicie, a veces se animan y preguntan si una peluca, un tónico, un implante… Lo dicen medio en broma, pero lo dicen.
Entonces actúa, primero, la mirada que hemos desarrollado hace mucho: ante cualquier referencia a los pelos recién cortados (a nuestros pelos), primero los miramos, y sólo después de que la mirada los ha calado íntimamente, les decimos algo.
Les hablamos de tratamientos, de lociones casi milagrosas, de nuevos métodos. Llevamos su atención al cabello que aún les queda, y que nos interesa que conserven en buenas condiciones, y logramos que olviden el que recién les cortamos, que es nuestro.
Hemos observado que una forma de que olviden más fácilmente los mechones del suelo es hacerlos desaparecer lo más pronto posible de sus vistas, y adiestramos a nuestras mujeres para ese menester; de hecho, lo recogen apenas toca el piso: cuatro o más acólitas recorren silenciosamente el amplio salón y mantienen el azulejado casi libre de cabellos. Los clientes aprecian esa pulcritud, esa esmerada atención, y nos recomiendan a sus amigos.
La clientela crece, y con ello nuestro regocijo.
Pero a otros los sorprende el empeño de las hermanitas, y sabemos de alguno que hizo comentarios. La mirada, y la navaja en alto, como ritualmente detenida, hicieron palidecer al indiscreto. Y luego vino la respuesta breve que no admite réplica: reglas de la casa, y la navaja que desciende velozmente, y el ruidoso trago de saliva del cliente que no volverá a preguntar.
Hay pelo que no nos sirve. La pelambre desnutrida de un viejo, o el epitelio maltratado por sucesivas tinturas, son descartados inmediatamente.
Por supuesto, mantenemos las apariencias, y los atendemos disimulando la molestia que nos causan.
Estos pellejos tienen además una útil finalidad, y también son retirados inmediatamente, pero no van al cuarto carmesí.
Pasan directamente a las bolsas de plástico semitransparente, con nuestro logo, que diariamente depositamos para el basurero, y que son nuestra prueba, y así nadie sospecha nada, nunca.
Cada tanto nos envían algún novato, y son épocas de mucha tensión: son jóvenes y hambrientos, y cortan con avidez, provocan clientes indignados y llegan incluso a lastimarlos.
A pesar de las severas recomendaciones que les hacemos en cuanto llegan, a pesar del duro entrenamiento que han recibido, a veces el instinto los traiciona. Tenemos que observarlos constantemente, y sobre todo mantenerlos alejados del cuarto carmesí.
Excepcionalmente hemos expulsado a alguno, previa consulta con los líderes.
No fue agradable lo que le hicimos, pero no podemos exponernos por un hermanito demasiado voraz.
No: los cabellos deben seguir cayendo con gracia, lentamente; deben seguir formando curiosos arabescos negros, amarillos, rojos…sobre el piso invariablemente blanco.
Así ha sido y así será: una ceremonia lenta, convenida, una víctima ilesa, una indolora mutilación cíclica, y las hermanitas guardando lo que nos sirve, clasificándolo, entregándolo con gozosa devoción al que custodia el cuarto carmesí.

lunes, diciembre 03, 2007

Habemus novela


Mi amiga Laura Beilin presenta (¡Por fin!) su novela diciembre-diciembre, y hasta la saca en diciembre y con presentadores de lujo.
Tuve ocasión de leer los borradores y es realmente muy buena.
El primer capítulo puede leerse acá.
Más allá de la novela, dice que habrá buen vino en cantidad ilimitada, y que estamos todos invitados.
Es este jueves en La Boutique del libro, en Thames 1762, Palermo.

Allí estaremos, para hacer ruidos extraños y escatológicos, y hablar en voz altísima cuando no corresponde.
Para eso son los amigos.