Alguna vida anterior en el desierto, o de esclavitud, aunque más seguro de esclavitud en el desierto, han hecho de mí una persona sedienta. No permanentemente, pero con extraordinaria urgencia luego de un viaje, por ejemplo. Mis amigos y mis novias (1) saben que en cuanto llego deben ofrecerme algo de tomar. Aclaro: no hablo de alcoholismo ni mucho menos. Agua es suficiente, aunque me he levantado muchas veces de madrugada para ir a comprar Coca-Cola. Con la Coca tengo, a veces, una necesidad parecida a la adicción, pero ese es otro tema.
Al margen del producto, soy alguien con el temor permanente de no disponer de líquido cuando la sed lo atormente.
El hambre no me preocupa ni remotamente como la sed. Y es curioso, porque he pasado hambre en algunas ocasiones, pero no recuerdo haber desfallecido de sed nunca. El miedo (¿la fobia?) es más bien a nivel genético, ancestral. Por eso, como si de verdad lo creyera, aventuro lo del desierto y la ración de agua siempre escasa.
Dice Borges que Averroes en España (o mejor: algo en la sangre de Averroes) agradecía la presencia cercana del Guadalquivir, y el rumor de un aljibe oculto entre el follaje de un patio casi selvático.
Lo mismo me ocurre cerca de un cauce de agua dulce. Me serena, me alegra, me deja respirar tranquilo. Es algo en la sangre, entonces.
De la misma forma, supongo que al viajero que llega hasta mi casa le pasa algo similar, e inmediatamente le ofrezco bebidas. Algunos dicen “más tarde” y los admiro.
Pero me generan ansiedad y tengo que servirme algo para mí mismo. Más tarde, para mí, puede significar demasiado tarde. Imaginar la muerte por falta de líquido es una tortura recurrente.
Me veo perdido en un desierto infinito, y cuando la locura me alcanza, trago desesperadamente la arena que he juntado en el cuenco de unas manos destrozadas.
Y no es el peor final que se me ocurre: a veces, en el último instante, recupero la razón y ya es demasiado tarde, ya tengo la boca llena de piedras, abrasada más allá de mis límites, y mi garganta abierta de par en par, preparada para un festín que nunca llegará.
No muero por asfixia: ese don no me es otorgado. Todavía estoy plenamente consciente cuando el último estertor de la sed se está preparando. Mi mente, inevitablemente, lanza imágenes de cascadas, de altos cócteles, de jugos de colores; fragancias y perfumes de bebidas que he probado con deleite.
Las imágenes de mi vida, esas que se supone que desfilan ante los ojos en los últimos momentos, tienen que ver con el goce por los líquidos que me salvaron hasta ahora.
Supongo que moriré cuando llegue al último tinto descubierto; es decir, si me tocara hoy, pasaría a mejor vida mirando una copa de Alamos de Catena Zapata.
Realmente no envidio a los que por última visión tienen un juego de Rasti, o una muñeca Pepona.
Al margen del producto, soy alguien con el temor permanente de no disponer de líquido cuando la sed lo atormente.
El hambre no me preocupa ni remotamente como la sed. Y es curioso, porque he pasado hambre en algunas ocasiones, pero no recuerdo haber desfallecido de sed nunca. El miedo (¿la fobia?) es más bien a nivel genético, ancestral. Por eso, como si de verdad lo creyera, aventuro lo del desierto y la ración de agua siempre escasa.
Dice Borges que Averroes en España (o mejor: algo en la sangre de Averroes) agradecía la presencia cercana del Guadalquivir, y el rumor de un aljibe oculto entre el follaje de un patio casi selvático.
Lo mismo me ocurre cerca de un cauce de agua dulce. Me serena, me alegra, me deja respirar tranquilo. Es algo en la sangre, entonces.
De la misma forma, supongo que al viajero que llega hasta mi casa le pasa algo similar, e inmediatamente le ofrezco bebidas. Algunos dicen “más tarde” y los admiro.
Pero me generan ansiedad y tengo que servirme algo para mí mismo. Más tarde, para mí, puede significar demasiado tarde. Imaginar la muerte por falta de líquido es una tortura recurrente.
Me veo perdido en un desierto infinito, y cuando la locura me alcanza, trago desesperadamente la arena que he juntado en el cuenco de unas manos destrozadas.
Y no es el peor final que se me ocurre: a veces, en el último instante, recupero la razón y ya es demasiado tarde, ya tengo la boca llena de piedras, abrasada más allá de mis límites, y mi garganta abierta de par en par, preparada para un festín que nunca llegará.
No muero por asfixia: ese don no me es otorgado. Todavía estoy plenamente consciente cuando el último estertor de la sed se está preparando. Mi mente, inevitablemente, lanza imágenes de cascadas, de altos cócteles, de jugos de colores; fragancias y perfumes de bebidas que he probado con deleite.
Las imágenes de mi vida, esas que se supone que desfilan ante los ojos en los últimos momentos, tienen que ver con el goce por los líquidos que me salvaron hasta ahora.
Supongo que moriré cuando llegue al último tinto descubierto; es decir, si me tocara hoy, pasaría a mejor vida mirando una copa de Alamos de Catena Zapata.
Realmente no envidio a los que por última visión tienen un juego de Rasti, o una muñeca Pepona.
(1) Cada una en su época, se entiende.
8 comentarios:
Paso y encuentro todo mojado, por acá.
Un beso.
Le juro le juro, que tuve que levantarme a buscar, con respiracion ansiosa, una botella de agua.
Manipulable, yo?
Saludetes.-
LO FEO: Y ni se le ocurra secar, por favor!!!
ALABAMA: Manipulable usted? Noooo...: buen escritor yo! (beso!!!!)
¿Catena Zapata??? No, no hablás del alcoholismo... hablás de catador. Buajjjjjjjjjjjajaja
Besos y copas.
wow!!...
Volveré por aquí seguro.
Ahora quisiera que me devuelvas la vista. Te espero en:
todas-y-ninguna.blogspot.com
Sergio, serás bienvenido allí.
Besos
DUDA: Pero por la única que salgo de madrugada es por la Coke, que quede constancia.
Besos!
GABRIELA: Gracias por la invitación (supongo que me pedís que te devuelva la "visita", porque milagros no hago. Por lo menos, no de ese tipo); andaré pronto.
Bienvenida Ud. también.
diga que estoy tomando mate, sino lo hubiera sufrido.
besos
Excelente como siempre!!! Comparto el sentimiento por la Coca (Más en amaneceres de furiosa resaca), y ahora que estoy comenzando a entender el vino no me sorprende tu suposición de muerte.
Un saludo desde Mar del Plata...
Paula
Publicar un comentario