lunes, septiembre 17, 2007

Conducta en los conciertos

No vamos por el anís, ni porque hay que ir.
(J. Cortázar – “Conducta en los velorios”)




A toda la familia le interesan las expresiones artísticas, pero sobre todo nos encanta asistir a los conciertos musicales. Claro que hay diferencias entre los gustos de, por ejemplo, mi tío Julio y el de mis hermanitas las mellizas. Sin embargo, la brecha generacional no impide que se respeten a rajatabla todos los géneros y es una delicia cuando los domingos, después de los ravioles, las mellis entonan a dúo “Naranjo en flor”. No ocurre lo mismo, hay que decirlo, cuando el abuelo la emprende pastosa y postizamente con una de Chayanne, y encima se olvida la mitad de la letra.
Tamaña afición musical hace que ir a los conciertos nos encante a todos sin excepción. La posibilidad de ver a nuestros ídolos musicales (a los de cualquiera de la familia, porque vamos todos juntos aunque el artista en cuestión le guste sólo a mi prima la del medio que es un poco sorda), es como la Nochebuena o el cumpleaños de la nona. En cuanto se decide la concurrencia y se ponen en venta las entradas, mi tía la menor, que siempre está embarazada, y mi hermano mayor, el Gordo, se llevan a los once más chiquitos de la familia hasta el punto de venta y consiguen que la dejen adquirir los boletos con preferencia, salvo algunas veces en que debe imponerse mi hermano redondamente a los empujones.
La familia, en todo lo concerniente a un espectáculo al que nos interesa concurrir, funciona como una aceitada máquina que se ha ido perfeccionando con los años.
La tía paridera y mi hermano, entonces, son los encargados de las entradas, acompañados de los más chiquitos. Semejante prole es transportada en el colectivo de mi cuñado, y si coincide con el horario de trabajo, el Cholo saca el autotransporte de su recorrido habitual, pasa a buscar a todos por casa y cambia la ruta en dirección al punto de venta de los tickets. Esto trae algunos problemas con los pasajeros, pero en eso también colabora la enorme presencia y la mirada torva de mi hermano mayor, al cual le desautorizamos sistemáticamente cada propuesta que hace de ir a ver al Doctor Cormillot, y él lo acepta obedientemente. Somos una familia unida, nos encantan los conciertos y cada uno respeta su función.

Eso sí: nos molestan soberanamente las expresiones fuera de lugar y los públicos vesánicos.
Somos entusiastas de la música, pero ya he mencionado el respeto que guardamos por los artistas, y por el resto de los melómanos que asisten fundamentalmente a escuchar. Tararear suavemente, hacer palmas en un estribillo o expresarse al final de un tema, es una cosa. Hacer el tonto es otra, y encima un tonto molesto y guarango, que irrita sobremanera especialmente a mi madre, ex soprano y concertista de cello, ahora dedicada más bien al aero-box.

A nosotros, justamente, no pueden hablarnos de las distintas expresiones que pueden generar los diferentes artistas. A nosotros, que fuimos los treinta y cinco de siempre (sin excepción ni de mi tía embarazada) a ver a los Guns, y que nos dejamos literalmente descontrolar con los solos de Slash, hasta el punto de que mi hermano el Gordo la emprendió a los tortazos con los que tenía alrededor, a nosotros, digo, que estamos más que curtidos, no pueden venir a enseñarnos qué está bien hacer y qué no.
Fuimos a la despedida de los Chalchareros (a todas) y mis tíos y tías dieron cátedra de cómo deben bailarse la zamba y la chacarera, y sin embargo mi madre, con toda su sapiencia, jamás soltó un Do de pecho las veces que fuimos al Colón. Somos ubicados, respetuosos y tolerantes; soportamos a duras penas los comportamientos antisociales, y si el desubique es demasiado, nos vamos y listo.
Entendemos, además, lo de la identificación con el artista, pero nos pareció riesgoso, por ejemplo, que la mitad del público fumara marihuana escuchando a Calamaro en el Gran Rex. Por las alfombras, claro está.
El riesgo de incendio espantó a mi abuela, quien ordenó la inmediata retirada, a pesar de que se reía como loca y de que se fue gritando Viva Perón, Carajo.

Cuando nos sucede algo así, cuando nos arruinan un espectáculo (y lamentablemente nos ha ocurrido varias veces), entra a funcionar otra parte de la maquinaria que también hemos desarrollado. No es una parte que nos complazca, pero sentimos casi el deber de borrar una ignominia con otra.
Cuando nos vemos heridos sensiblemente en un concierto, vamos y arruinamos otro.

Es de destacar que en ningún miembro de la familia ha prendido la cumbia villera. Casi diría que la detestamos.
Por ese motivo, cuando un público imbécil nos estropea un concierto de Serrat, por ejemplo, averiguamos la fecha de la próxima presentación de Supermerkados. No es que nos parezcan los peores, pero por votación familiar fue elegido como el nombre más feo de la cumbiamba.
Allá van, entonces, mi tía, los nenes y el Gordo a buscar las entradas.
Allá vamos los treinta y cinco, aunque en pequeños grupos que se ubican estratégicamente por separado.
Allá van, muy temprano, mi primo el técnico electrónico y mi cuñado el cerrajero que te abre hasta las cajas de Fort Knox si quiere.

En el recinto, todos los hombres consumimos la cerveza de rigor, todos vestimos pantalón de gimnasia y gorrita, y fumamos echándole el aliento en la cara al de al lado. Varias de las mujeres han ensayado el paso de la semana y están investidas en minúsculas minifaldas y convenientemente sudorosas, listas para largar la coreografía cuando mi prima la mayor lo ordene. La mimetización es perfecta: mi padre, que en sus años mozos hizo dos semanas de teatro con Juan Carlos Thorry, pasa simplemente por un viejo borrachín, y la nona lleva una melliza de cada mano, las cuales se muestran alborozadas y hablan a los gritos comiéndose religiosamente todas las eses.
Cuando la maroma está en su esplendor, cuando nuestras chicas ya van por el paso de murga y varios las rodean babeando, cuando el grupejo tiende a entonar un tema absolutamente cursi y meloso, que llaman de amor, lleno de “fuistes”, “engañastes” y con apropiada música suave, es nuestra hora.

Ahí sí mi madre, en el momento de mayor silencio del público, da la nota, literalmente, e irónicamente hasta suele brindar el tono exacto del bodrio que están cantando, pero inconmensurablemente más alto. Es un delgadísimo pero sobrecogedor hilo agudo, una cuerda de plata tensa y vibrante que amenaza con cortarse y suspender, en el mismo acto, todos los sonidos del mundo para siempre.
Inútil que el inútil cantante pretenda taparla con su patética vocecita, inútiles los murmullos, y además inaudibles ante la espléndida voz de mi madre. Los de la familia, a pesar de estar esperando el momento, no podemos evitar un instante de estupefacción cuando la oímos, y quedaríamos extasiados oyéndola, si no comenzara a funcionar lo que preparó mi primo el técnico electrónico. Sobre el final del prístino solo de mi madre, por los equipos mismos de la deplorable banda, arrancan atronadores los acordes iniciales de “Confortably numb” de Pink Floyd. Eso dura unos quince segundos y corta abruptamente, y, en el silencio que sigue, mi ahijado entona el Ave María desde el centro mismo de la sala, y mi madre se le une inmediatamente. Nadie se ha atrevido jamás a interrumpir esa oración cantada, y es el momento en que mis primos jóvenes suben al escenario, custodiados por mi hermano el Gordo que además porta dos enormes automáticas de cachas relucientes. Despojan a los músicos de sus instrumentos, a veces con violencia, y maravillosamente hacen una moderna versión del principio de “Lunita tucumana”, que es cantada desde otro punto de la sala por mis tíos mayores.
La calidad del espectáculo que ofrecemos confunde a la muchedumbre, y hasta los que al principio pretendían silenciarnos, se ven censurados por algunos que han sabido escuchar lo que es bueno.
Antes del estribillo, las mellizas y el resto de las nenas, desde otro rincón, hacen un popurrí de María Elena Walsh, y ahí sí, vamos preparando la retirada.
Es el momento en que el abuelo arranca frenéticamente con “Provócame”, de Chayanne y eso ni nosotros lo soportamos.
Mientras nos acercamos a la puerta de salida, el último truco de mi primo el electrotécnico acalla los gritos del abuelo, y la Quinta Sinfonía se impone, sublime, despidiéndonos, hasta que alguno de los plomos logre desbaratar el meticuloso trabajo del primo y los cables pelados que ha dejado ex profeso.

La única nota amarga de esta abyecta conducta es que, salvando lo del abuelo, no nos vamos convencidos de haber arruinado el espectáculo, sino todo lo contrario.

16 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Sublime! Una familia totalmente melómana, mucho mejor que la que llegó a integrar la "novicia rebelde" ya que tiene un espectro más amplio...además, con una santa cruzada contra el bodrierismo musical encarnado en la villana cumbia, dan ganas de ser adoptado por tan singular familia. Un abrazo.

Sergio Muzzio dijo...

Muchísimas gracias, Profe. Pero mire que si lo adoptan tiene que aguantarse al abuelo...

Anónimo dijo...

¡Vale! Me aguanto al abuelo si no cambia su repertorio al de Arjona...

Anónimo dijo...

La migración de la señora de ex soprano y concertista de cello al aero box, es imperdible.
Delicioso, Muzzio.
Un beso.

Sergio Muzzio dijo...

EL PROFE: Vale, pero entonces escóndale el Fernet.

LO FEO: Muchísimas gracias. Que duerma bien. Otros besos.

Anónimo dijo...

Estupendo relato Sergio!,como me hizo reír ese ataque que dieron!!...
Su familia es de armas tomar eh!!.
Tener una familia unida, no tiene precio.
Besos

Sergio Muzzio dijo...

Muchas gracias, Luz. No digo que no me costara cierto trabajo, pero en el relato de Cortázar que menciono estaba clarísimo, para mí, el hilo conductor de cómo contar ésto,
Besos para usted también.

La Colo dijo...

¿Que lindo escribís!

Anónimo dijo...

.....me mató Madre ex soprano ...dedicada ahora al aero box....
me gustó muchiiiiiiiiioooooooo
saludos
caracolita.com

Sergio Muzzio dijo...

KOLO: ¡Qué lindo comentás! Debo 180 visitas, pero ya te caeré. Muchas gracias!

CARACOLA ANONIMA: ¡Caramba!Rescata la misma frase que la chica LoFeo... o tienen fijación con madre artista o la quieren aeroboxear, según Sigmund.

Anónimo dijo...

upsssssssssssss.
lo segundo Sergio....lo segundo...!!!!!!!
caracolitapreprimavera.com

Sergio Muzzio dijo...

Y bueno...que parezca un accidente.
Besos, y por las dudas todavía no prepare el picnic...

Anónimo dijo...

a no??? y que hago con la cantimplora plástica , los sanguchitos de salchichón primavera y las cremocoa...???
y que no decaiga el picnic lo hacemos si o si. Tendió???
caracolitapreprimaveraymelabanco.com

Sergio Muzzio dijo...

Cremocoa desconozco.
Con el resto puedo darle algunas sugerencias...
venídenocheaballestersisosguapa.com.ar.mada

Anónimo dijo...

Me hizo acordar a familia rodante del gran Trapero!!!

Ana dijo...

Estaba por hacer una mencion al tema del aero-box, pero tengo miedo del diagnóstico.
Muy bueno!
Besos