lunes, febrero 25, 2008

Pasajero en tránsito


Mientras espero casi escondido a que se me pase de a poco el bajón de la vuelta y aprovecho para visitar sólo a aquellos familiares y amigos que, generosamente, me ponen al tanto de sus cosas sin preguntarme demasiado por mis vacaciones (porque no hay nada más amargo que ponerse a contar sobre el pucho todo lo bueno que ya pasó, y para colmó pasó recién, y pobre consuelo es pensar que en 12 meses tal vez, quizás…), me doy cuenta de que tampoco evoco para mí nada de estas vacaciones. Las únicas sensaciones que se imponen casi contra mi voluntad son las de los aviones: en este viaje a Brasil tuve que cambiar varias veces de avión y hacer muchas escalas. Por suerte.

Me encantan los despegues y los aterrizajes, aunque todo lo del medio por mí pueden sacarlo, incluso las azafatas bonitas. Además, eso de comer con cubiertos de plástico y de que te dé vergüenza pedir más Coca Cola no es lo que se llama en mi barrio una comida.
Pero despegar y aterrizar me sigue pareciendo ciencia-ficción.

Me ubico siempre en la ventanilla justo detrás del ala, para poder seguir cada movimiento de “estiramiento”, “repliegue” y “frenado” del aparato. Tampoco sé (ni me interesa) cómo es el nombre correcto de esos procesos, ni cuáles de todas las partecitas que se mueven son los famosos flaps, ni nada de eso. Nunca me interesó conocer el backstage o los efectos especiales usados en las películas. Menos en la vida real.

A la enorme mayoría de los pasajeros pareciera que el vuelo le resulta aburridísimo: leen o hacen cómo que duermen durante las partes (para mí) más interesantes. Ignoro si es que vuelan a cada rato, si es que les da miedo o si es que se sienten estúpidos mirando embelesados por la ventanilla (que es lo que hago yo, y hasta me peleo con mi acompañante ocasional y no le dejo ver nada, nunca)
Solamente parecen interesarse si el avión entra en una turbulencia o hace un viraje exagerado. A mí eso me da miedo, directamente, y entonces le saco charla a mi acompañante o trato de pedirles cosas a las azafatas que, por supuesto, me ignoran hasta que pasa la maroma. Pero la mayoría de las veces el avión, una vez estabilizado, ni se mueve, y eso sí es bastante aburrido.
Aterrizar es lindo: es como ir viendo las cosas con el Goggle Earth, pero en directo, y es mágico atravesar el punto en que las cosas dejan de parecer de juguete y se vuelven reales, aunque con un poco de imaginación eso puede soslayarse, y soñar durante un rato que se aterrizó en un mundo completamente extraño, donde esos seres diminutos que se veían desde el aire estarán esperando asombrados a que bajemos por la escalerilla.

Pero lo mejor es el despegue.
Hasta ahora todos los pilotos han hecho lo mismo: llevan cuidadosamente el avión hasta el lugar de partida y hacen como una pausa dramática, como el torero en puntas de pie con la espada en alto. Recuerdo que la primera vez que volé pensé que durante ese plácido recorrido el aparato iba a levantar vuelo, y me sentí un poco decepcionado.
No sabía que antes de lanzarlo tienen que acomodarlo suavemente, esperar la autorización, hacer las últimas verificaciones…

Y después sí viene el trueno enorme de los motores, todavía sin hacer avanzar al monstruo, como un dragón probando la garganta, regocijándose del propio fuego poderoso en las entrañas, batiendo las alas un poco, estirándolas para comprobar lo enorme que son antes de elevarse a las nubes. Después sí viene la carrera que nos hunde en la butaca y nos inmoviliza con el puro poder de la gran velocidad. Después sí estamos enseguida llegando a los 200 kilómetros por hora y a punto de gritar de alegría o algo parecido, júbilo tal vez o vértigo, hasta que el vacío se abre bajo el vientre del dragón y él ruge más fuerte y se hace inalcanzable para todo lo que camina o se arrastra.

Mientras me acomodo a los horarios y obligaciones terrestres y me vuelve la necesidad de contar cosas, disfruto recordando los últimos dragones voladores que me llevaron y espero que no se extingan, o mejor, espero que se extingan los San Jorges y demás aficionados a los backstages y a que les cuenten cómo se saca el conejo de la galera.
Fuego Eterno para todos ellos.

15 comentarios:

DudaDesnuda dijo...

Ay, nene, menos mal que a vos te pasa lo mismo. Ya me sentía la única papafrita que miraba con admiración la tierra que queda debajo cuando el avión levanta vuelo y busca una mirada cómplice y lo único que encuentra son caras de embole, o personas que fingen dormir.

Besos y vuelos

Sergio Muzzio dijo...

Bienvenida a bordo, morocha.
Besos!

Anónimo dijo...

No he tenido el placer de subirme a ningún dragón alado aún, pero me gusto la sensación que me produjo el relato. Casi diría que senti el despegue, lástima que mis havaianas rojas estan pisando suelo laboral en este momento (y eso provoco mi aterrizaje).
Ahhh, me gustó lo de "fuegos eternos", y más si se trata de extinciones merecidas.
Besos
Paula

Sergio Muzzio dijo...

Mire, Paula, si me dice que sin ninguna experiencia previa casi sintió el despegue, ya mismo le cambio las Havaianas por un par de Ricky Zarkany.
Muchas gracias!

Ana dijo...

Cuando dentro de 5 días me suba a un dragón para , finalmente, tomarme mis merecidas vacaciones prometo recordar estas palabras.
A mi tb me gustan más los despegues que los aterrizajes. Es la posibilidad frente a lo inevitable, y me quedo (todavía) con la posibilidad.
Besos

Sergio Muzzio dijo...

ANA PLUS: Que le toque un Dragón brioso pero mansito. Si se acuerda de las palabras, recuerde también las de BUEN VIAJE!

Anónimo dijo...

Buenisimas metaforas!!!

Sergio Muzzio dijo...

Gracias, Martín!!!

Anónimo dijo...

Uh, no coincido para nada, Muzzio.
Le tengo miedo a los despegues, pero más aún a los aterrizajes.
Este relato me puso los pelos de punta!!!
Igual, le mando un beso sin fuego de dragones.
Bienvenido al mundo real.

laura dijo...

Hola nene! volviste!

tás en pedo mal, muy literario, muy lindo el relato, pero aviones, no no no. Imposible disfrutar. Es más, imposible abordar sin pastilletas ayudadoras.

Nos vemos y contá más, daleeeeeee

Sergio Muzzio dijo...

ZOE Y LAURA: Parecen las hermanitas de Mario Barakus...o deben haber viajado con Guido Suller de comisario, si no no se justifica tanta aprensión.
Besos para ambas, gracias por pasar y por la bienvenida, y aclaración para la cubana: beso sin fuego no es beso, es saludo de modelo top.

laura dijo...

Mario Barakus viajaba si le inyectaban morfina!
BESO
ME voy arriba a leer MI POST!

El Profe dijo...

Sí, lo mejor de todo viaje en avión son los mágicos momentos en los que uno puede ver la tierra desde esa perspectiva que en algo se debe parecer a la de las aves, por supuesto sin los beneficios de la total libertad —sujetos con cinturón al asiento— y de la "vista de aguila" —mas si se tiene que usar lentes— que tienen las voladoras criaturas, sin embargo, durante el viaje, a semejante altura sólo pude ver —en una oportunidad— una pradera de nubes iluminada a rabiar por el sol..."Bienretornado" amigo.

Sergio Muzzio dijo...

Las nubes, me parece, se disfrutan cabalmente sólo la primera vez que se las atraviesa y se las ve desde arriba. A mí me tocó en pleno amanecer y mi pradera era una mezcla de rosa y anaranjado...indescriptible.
Después comienzan a ser un obstáculo molesto que no deja ver nada: es uno de esos casos extraños en que la primera vez suele ser la mejor.
Bienvenido usted también, Profesor.

In-prudencia dijo...

Mmmm que rico... Si algún día viajamos juntos si se va armar la de troya en esa ventanilla porque la ventanilla es MÍA... No me importa a cuantos acompañantes más hayas molestado... a mi no me quita mi ventanilla nadie!
Un besote dragonsote :P...
Ve hasta rima.