martes, noviembre 18, 2008

Próximas primeras veces

Hay que aclarar que esto se escribe un lunes, casi a las doce de la noche, y que fue un día complicado.
Hay que aclarar, además, que a la densidad habitual de los lunes se suma haber dormido muy poco y una derrota de Boca Juniors que, de haberse resuelto favorablemente, hubiera colocado al equipo en la cima solitaria. En fin, hay que aclarar que el autor tal vez se dejó atrapar por la melancolía, y que quizás mañana vea las cosas un poco distintas, pero que, en definitiva, no le salió algo divertido.
Quedan avisados desde el vamos.




Todo comenzó después del mediodía, cuando la digestión y el solcito en los ojos acaso también contribuyeron al malestar general. Más o menos a esa hora estaba pensando en las próximas vacaciones, y eso me llevó a las últimas, y a los viajes en avión, y recordé que hasta escribí algo sobre eso, y sobre la primera vez que volé.
En realidad, ahí empezó todo: en el recuerdo de la primera vez, y en la certeza de que no habría nunca más una primera vez para volar, ni para otras cosas. Muchísimas cosas.
Alejandro Dolina dice algo así: “Le he dado mucho besos a Laura, pero ninguno será como el primero que le di”. Algo de ese espíritu hay en el artículo.

Yo recuerdo el primer beso en la boca que di. Mejor dicho: recuerdo muchos primeros besos, pero si bien todos tuvieron algo de mágicos, el primero fue mágico. Yo tenía 11 años, y aunque no era demasiada edad, hacía como un año que venía pensando en eso y preguntándome qué se sentiría.
Ella se llamaba Gladys, era una compañera de escuela, y era bastante más alta que yo. Hubo un asalto, hubieron lentos, y recuerdo que primero la besé en la base del cuello (que era hasta donde llegaba, digamos, cómodo), temblando y mareado por el perfume y la tibieza de la piel. Después levanté la cara y ella la bajó. Recuerdo que cerré los ojos en cuanto se tocaron los labios y sentí inmediatamente que se me iba la cabeza.
Recuerdo también que, entre el delirio del momento, me asombró la cercanía de sus dientes. Yo me había imaginado sólo labios, hasta ahí había llegado, algo completamente blando e insípido, y los dientes y la saliva me sirvieron para confirmar que todo era real y que estaba dando mi primer beso de amor.

No lo sabía en ese momento, pero también estaba dando el último beso asombrado de mi vida: nunca más me sorprendería la presencia inminente de dientes y lengua y sabores y seguramente otras sensaciones que ahora son para siempre irrecuperables.

Seguramente también, en una escala del 1 al 10, el beso fue un 1, pero eso no tiene ninguna importancia. Daría un año de mi vida por recuperar la virginidad en todas las sensaciones de ese primer beso.

Recuerdo claramente otras primeras veces en otros rubros, y hasta podría decir que recuerdo parte de las sensaciones. Pero solamente una parte.
La mejor parte, la de la novedad y la magia, se ha perdido casi toda, sobre todo a fuerza de repeticiones. Se puede volver, claro, a la escala del 1 al 10, y es cierto que casi todo (besar, sin in más lejos) ha mejorado con la práctica. Pero hacer mejor las cosas no tiene la misma gracia que hacerlas por primera vez, con la torpeza incluida y todo. La gracia, el misterio, la magia, la expectativa verificada contra la realización, el sueño hecho realidad y en general mejorado.
Como con los aviones: yo soy bastante imaginativo, pero ni en cien años de mis fantasías más elaboradas me hubiera imaginado lo que se siente cuando un boeing despega.
Lo que se siente la primera vez, claro.
Las demás, en comparación, son bien inferiores.

Cabe aclarar en este punto que la belleza intrínseca de la primera vez no es aplicable a todos los rubros. Nadie atesora la primera vez que le sacó punta a un lápiz, digamos, o si lo hace es por algún otro motivo. Por haberlo logrado, por ejemplo, si el que sacaba puntas era un nene muy chico.
Justito acá debe llamarse la atención sobre un hecho obvio: cuanto menos edad se tiene, son mucho mayores las posibilidades de que casi todo se haga por primera vez, y tal vez en ese simple hecho estriba que la niñez esté tan preñada de magia.
Y uno, de chico, a medida que va captando el mundo, cae en la cuenta de que aún le faltan años para ir accediendo a algunas cosas que parecen buenas. Hay impaciencia por llegar a esos momentos, ganas de que los años se apuren.

Después uno llega más o menos a mi edad, donde más o menos se ha hecho lo que más o menos han hecho todos los de la misma edad. Con toda certeza, no hay ningunas ganas de que los años aceleren, al contrario. Y es una edad jodida en una época jodida, porque a pesar de no ser tan así, tenemos la sensación de que cualquier misterio es cosa de otra época (otra época del mundo, y otra época nuestra)
Y un día se empieza a pensar que hace mucho que no se hace algo verdaderamente importante o movilizador por primera vez, o se llega a algo verdaderamente misterioso por primera vez. Algo que además sea deseable, digo.

Porque es una edad en la que por algún lado nos ha llegado ya el resplandor sombrío de la muerte, y nos ha hecho volver a pensar en la propia (como cuando éramos chicos, y la muerte era un misterio más sobre el que se podía especular alegremente en los fogones, amparados en una inmortalidad de 40 o 50 años por delante * y ninguna baja ostensible. Pero con la diferencia, ahora, de que ya le hemos visto el gesto ladino y los dientes torcidos, y a la hora de los fogones preferimos otros temas)
Es una edad en la que uno hace rápidamente una lista de próximas primeras veces que parece una lista de ideas de Stephen King para una novela de terror: primera vez de un infarto, primera vez de una bancarrota, primera vez que debe considerarse seriamente la impotencia…
Y al final, cómoda e inexorablemente instalada, la del resplandor sombrío. Primera y última vez con esa señora. Y fin de la lista para siempre.

No es de extrañar que algunos opten por otras primeras veces un poco más simpáticas. Es un momento ideal para experimentar por primera vez con otras religiones, o quizás por primera vez con una religión, cualquiera. Incluso han salido varias religiones nuevas, y bastante fashions además.

O primera vez para cometer un asesinato. Esa es bastante buena para un jubilado, porque si ya se sabe que el final es la muerte y la corrupción, ¿por qué permitir que alguno te haga aún más insoportable el último tramo?
Primera vez para matar.
Primera vez para enloquecer casi del todo.
Suena, por lo menos, tentador.

Pero uno puede inclinar la balanza hacia el Lado Oscuro (sobre todo un lunes después de que Boca perdió la punta de manera increíble) o intentar un tono más pastel y no cerrar este texto tan abajo.
Pareciera surgir de lo escrito que lo deseable no es seguir develando misterios a lo pavote, sino todo lo contrario: agregar un toque de colorido misterio al gris de nuestras vidas, convencernos de que Don Juan Matus tenía razón, y de que este será para siempre un mundo misterioso y fantástico, lleno hasta el borde de cosas increíblemente maravillosas y sobre todo inexplicables (con lo cual, el misterio seguirá sin develarse). Y que es posible transformar en mágico nuestro tiempo ordinario sobre él.
El misterio está ligado a algo de miedo y ansiedad, claro. Sin esas cosas sería un misterio bastante aburrido. Sería como saber de antemano que en un buen beso en la boca va a haber algo más que sólo labios tiernos sin sabor.
Y recordar que a veces el misterio puede estar en cualquier cosa que se haga por primera vez. Al fin y al cabo, volar en un avión no es una fantasía inalcanzable de Tolkien: es un medio de transporte muy común. Menos, claro, para el que lo hace por primera vez.



* Un pedacito de esa frase es de Cortázar, pero no me acuerdo exactamente cuál pedacito.

6 comentarios:

El Profe dijo...

Ciertamente, melancólicas reflexiones...los recuerdos de la niñez son preciosos y preciados; con los años se hacen más valiosos y también más frágiles, por lo tanto los sacamos del arcón de los recuerdos muy de vez en cuando, en alguna especial ocasión, porque de los contrario se deshacen y ya no los podemos tener con su original encanto; muchas veces tenemos solamente recuerdos de los recuerdos, confusos o tan tenues que ya no parecen pertenecernos. Pero con seguridad, nada como ese "primer beso asombrado" en el que parecía que ibamos a dejar la vida y sin embargo sobrevivimos para seguir buscando un beso igual...en fin, meláncolicas y preciosas reflexiones, gracias Sergio por guiarnos a ellas. Sin embargo debo decirte que como "cuervo" y seguidor de tus letras, espero más derrotas de Boca, para confirmar aquello de que "un poeta triste escribe los mejores versos" (ja-ja) Un abrazo.

Sergio Muzzio dijo...

Me pasa algo así: sé que tengo algunos momentos en los que sé que sentí cosas muy fuertes (no hablemos ya de "primeras veces"), pero no me es posible evocar esas sensaciones, incluso aunque pudiera haberlas "grabado" de alguna forma. Y no las puedo evocar porque mi archivo de sensaciones se fue actualizando, incluso ampliando, y entonces no es posible ya sentir sino con las herramientas actuales (incluso aquellas sensaciones deben haberse modificado por la interacción con las nuevas). Así que, además de la pérdida evidente, también desconfío de las evocaciones sensitivas demasiado antiguas, porque qué sé yo si era ésto lo que sentí aquella vez.
En fin, es increíble lo mal que me pone que Boca pierda...
Un abrazo, Profe.

In-prudencia dijo...

Yo no sé si tiene algo que ver con que ni siquiera he pisado el segundo piso, pero lo melancólico aún no me sabe a viejo y lo misterioso aún no me sabe a imposible... Creo que así tenga 40, 50 o 60 años, siempre quedará un librito fascinante que aún no haya leído, alguna flor de algún país lejano que se me hace inconcebible, algún paisaje impactante sin ver...
Creo que su amigo "Don Juan Matus"(aún desconocido para mi) tiene razón en lo que dice...
Y tampoco creo que haya que ir taaaan lejos a buscar lo novedoso.. creo ciertamente, que una de las cosas más fascinantes en la vida es empezar a conocer a una persona en cada uno de sus detalles, que siempre traen algo nuevo... Esa sensación de maravilla y horror que nos invade cuando descubrimos un "defecto" desastroso que nos parecía imposible, o esa "virtud" fascinante que nos hipnotiza...

El Boca perdió esta vez, no es la primera vez que los ves perder, es la primera vez que escribes esto... ¿Qué más?

Te mando un besito.
Te extraño y me dan ganas de contarte de mi vida =P
Conéctate algún día ¬¬
Y me sigues debiendo un libro!

Sergio Muzzio dijo...

Así como me resisto a hablar de fútbol con seres que nunca han intentado una chilena, me niego a hablar de lejanas primeras veces con una mocosa como usted...por lo menos, no sin insultarla merecidamente.

Vea el link a Don Juan y a la obra de Carlos Castaneda, no digo que lo tome como paradigma de nada, pero es lectura obligatoria para colombianas jóvenes y cultas como Usted.

Ultimamente me da mucha fiaca conectarme, pero mande mail con día y hora, y me cuenta todas las tonterías de adolescente que quiera...

Besos! El libro...ya irá.

DudaDesnuda dijo...

Que querés que te diga, a mí me sigue dando vueltas la última vez que besé a "esa" persona sin saber que era la última. La última vez que me abrazó mi viejo sin sospechar que era el último abrazo. La última vez que escuché la voz de mi mamá sin vislumbrar que ya nunca más volvería a oír su voz. La última vez que saqué a pasear a mi perrito ignorando que era la última salida...
Que querés que te diga, a mí me siguen dando vueltas las últimas veces, no las primeras.

Besos y tristezas

Sergio Muzzio dijo...

Dudita: Bueno, es que primera y última tienen el mismo rango, la misma categoría de experiencia única. El mismo señor que menciono ("Don Juan") dice también que es terrible que no tengamos presente esa condición de fragilidad. El lo llama la forma de vida del guerrero, y dice que un guerrero sabe que cualquier cosa que haga puede ser su última batalla sobre la tierra.
Supongo que puede y debe aplicarse a que también el resto está expuesto al mismo riesgo.

Besos, pero no tristes: a la luz de lo que hablamos, sería de tontos encarar la última batalla moqueando. Más mejor es darse un baño de "por cuatro días locos..."