
Hace unos años yo estaba casado y pagando un departamento, y Susana Giménez tenía en su programa un juego llamado "El imbatible", donde te podías ganar cerca de 10 lucas.
Como la necesidad tiene cara de hereje, y además el juego no exigía hacer papelones (pensaba yo), sino que era de preguntas y respuestas más o menos normales, me anoté y fui.
Por suerte el programa era grabado, y no se me dio por avisarle a nadie, antes de grabarlo, que iba a estar. Por cómo salió el juego tampoco dije nada después, pero algunos familiares y conocidos lo vieron de todas formas, y fueron testigos involuntarios de mi desastroso debut televisivo.
No quiero poner excusas, pero hay gente para la cámara y hay gente que no. Hay mediáticos que viven de eso, incluso de hacer papelones en la tele, día tras día, y hay otros que evitan ese tipo de exposición. Como sea, yo sabía que iba a estar con una cámara enfrente, y lo había aceptado.
Lo que no sabía era cómo eso podía afectarme hasta convertirme en una suerte de
Karina Jelinek sin pelo
.
El programa se grababa en unos estudios de Telefé en Martínez, y hacían dos por día.
A mi grupo le tocó el segundo lugar, y mientras el primer grupo grababa, a nosotros la producción nos trató muy amablemente, nos dieron de comer, etc. También hubo un ensayo muy distendido (y sin Susana Giménez) y a esa altura, después de horas, ya éramos como amigos entre nosotros y con los productores, y parecíamos casi habituados a los cámaras.
O sea, cero nervios gracias al trabajo de esos chicos.
Solamente faltaban las luces, la música y la Giménez.
Antes de empezar la grabación, cuando nosotros los participantes ya estábamos ubicados, Susana entró, nos habló unos minutos y nos deseó suerte. Muy simpática, Susana, y más delgada de lo que parecía por la tele, pero petrificada de maquillaje.
Me llamó la atención que los ojos de Susana, desde mi posición, parecían estar hundidos en las profundidades del cerebro, y toda la cara sobresalir demasiado, como si efectivamente tuviera varios centímetros de rígido maquillaje.
En fin, tampoco quiero dar a entender que me quedé colgado con el aspecto de Susana. Lo cuento de chusma, nomás.
El problema fueron los reflectores, me parece, y las cámaras apuntado desde las sombras.
Y la conciencia insoslayable de que lo iba a ver muchísima gente.
En cuanto empezó el juego en serio, se me hizo una especie de visión de túnel: no la veía a Susana, medio enceguecido por los reflectores; el volumen en la sala aumentó y se hizo muy alto, y las preguntas no parecían venir de adelante sino de otro lado, de algún lado. La mayor referencia, y al mismo tiempo la mayor causa de angustia, eran las luces rojas sobre las cámaras que, como sabemos todos, significa que están funcionando.
Durante el ensayo nos habían aconsejado no tratar de responder mentalmente a todas las preguntas que se hicieran (incluidas las de los otros participantes) sino concentrarnos cuando nos llegara el turno, y tampoco desmoralizarnos si fallábamos en alguna.
Ambas cosas me fueron imposibles de realizar.
En la primera vuelta juro por Riquelme que sabía todas las respuestas de los otros, pero dije una boludez en la mía . Algo así como:
"- ¿Qué país se encuentra más al norte, Alaska o Chile?"
"- Chile, Susy…"
"- No, animal…"
A partir de ese momento, el caos.
Tuve la impresión de que el ritmo se aceleraba vertiginosamente, y me pareció notar que había una sospechosa disparidad en el nivel de las preguntas. Por supuesto, todo estaba en mi cabeza, pero a mí me sonaba así:
Pregunta a Participante 1: - ¿Cuánto es dos más dos?
Pregunta a Participante 2: - ¿Cuánto es dos más dos?
Pregunta a mí: - Habitantes de Sri Lanka con nombre y número de documento…
En mi favor puedo decir que no perdí inmediatamente. Una señorita que se hallaba justo a mi derecha estaba en la misma situación y entre los dos parecía que competíamos a ver quién decía más boludeces. Fuimos a un desempate temático (Geografía), no pudimos sacarnos ventaja, pasamos a Música, y finalmente ella embocó una respuesta y me ganó.
Porque yo me mantuve firme en mi posición de no pegar una sola respuesta, como para permitir que a partir de ese momento y por mucho tiempo, mi cuñado me llamara "El rebatible".
A mí lo que diga mi cuñado me chupa un huevo, pero tenía la esperanza de que me admiraran mis sobrinitos por lo menos hasta que cumplieran los 10 años, y lamentablemente no fue posible.