Alguna vez fue parte de un ritual más inocente, apenas música de fondo o el preludio auditivo de otros placeres sensoriales: mi acompañante o yo escogíamos un disco casi al azar, para amenizar la velada o para iniciar cabalmente el ya dicho preludio, para estimular obedientes membranas con el viejísimo argumento de la música.
Alguna vez hubo celebradas coincidencias en la elección, y también hubo desilusiones que pudieron soslayarse, y por supuesto hubo cosas directamente inaceptables, como una nota (justamente) demasiado discordante en una melodía que empezábamos a armar juntos y que requería que no hubiera notas demasiado discordantes.
Digo alguna vez, porque con el tiempo intercambiar canciones dejó de ser, para mí, preludio o fondo o simple decorado, para convertirse en una forma fidedigna de evaluar acompañantes, en un método sutil pero férreo de evitar inversiones destinadas al fracaso.
¿Hubiera tenido sentido insistir, si a mi Gershwin le respondían las Spice Girls?
Alguna vez la canción elegida por alguna determinó que me retirara inmediatamente y sin mayores explicaciones, que dejara a mi acompañante como naufragando sola, a la deriva de una marea musical inaceptable y que la hacía a ella inaceptable, mientras mi proa (digamos) enfilaba inexorablemente hacia la puerta de salida, y el gesto de calzarme los auriculares antes de salir era como desplegar todas mis velas en un gesto definitivo de adiós.
Alguna vez me he quedado, a pesar de todo, y he soportado estoicamente un Luis Miguel, por ejemplo.
Lo he soportado porque mi acompañante ofrecía muy buenas compensaciones, pero al mismo tiempo la colocaba en una categoría distinta, inferior, precisamente la de las apenas soportables por las compensaciones, pero alejada definitivamente de cualquier categoría superior.
Advierto críticas en el ceño de los lectores, o tal vez descreimiento. ¿Abstraen ustedes del gusto musical a la hora de elegir acompañantes? ¿Les parece poco importante?
Pues allá ustedes.
Comprobarán más temprano que tarde que hubieran debido prestar más atención a esas cosas, y se hubieran evitado "inexplicables" desencuentros.
Por mi parte, tal vez he consentido un Luis Miguel, pero nada más allá, y mi vida sentimental no ha cesado de mejorar.
Alguna vez hubo celebradas coincidencias en la elección, y también hubo desilusiones que pudieron soslayarse, y por supuesto hubo cosas directamente inaceptables, como una nota (justamente) demasiado discordante en una melodía que empezábamos a armar juntos y que requería que no hubiera notas demasiado discordantes.
Digo alguna vez, porque con el tiempo intercambiar canciones dejó de ser, para mí, preludio o fondo o simple decorado, para convertirse en una forma fidedigna de evaluar acompañantes, en un método sutil pero férreo de evitar inversiones destinadas al fracaso.
¿Hubiera tenido sentido insistir, si a mi Gershwin le respondían las Spice Girls?
Alguna vez la canción elegida por alguna determinó que me retirara inmediatamente y sin mayores explicaciones, que dejara a mi acompañante como naufragando sola, a la deriva de una marea musical inaceptable y que la hacía a ella inaceptable, mientras mi proa (digamos) enfilaba inexorablemente hacia la puerta de salida, y el gesto de calzarme los auriculares antes de salir era como desplegar todas mis velas en un gesto definitivo de adiós.
Alguna vez me he quedado, a pesar de todo, y he soportado estoicamente un Luis Miguel, por ejemplo.
Lo he soportado porque mi acompañante ofrecía muy buenas compensaciones, pero al mismo tiempo la colocaba en una categoría distinta, inferior, precisamente la de las apenas soportables por las compensaciones, pero alejada definitivamente de cualquier categoría superior.
Advierto críticas en el ceño de los lectores, o tal vez descreimiento. ¿Abstraen ustedes del gusto musical a la hora de elegir acompañantes? ¿Les parece poco importante?
Pues allá ustedes.
Comprobarán más temprano que tarde que hubieran debido prestar más atención a esas cosas, y se hubieran evitado "inexplicables" desencuentros.
Por mi parte, tal vez he consentido un Luis Miguel, pero nada más allá, y mi vida sentimental no ha cesado de mejorar.
6 comentarios:
Sí, sí... yo hago lo mismo desde al época en que me dí cuneta que no disfrutaba escuchar reggaetton(como a los 13) y muchos de mis contemporáneos no soportaban scorpions... entonces me dí cuenta que sólo puedo andar realmente con gente cuya música se me haga soportable.
Una época pensé que era maña mía... Luego leí un artículo que decía que las parejas con gustos musicales parecidos se entendían mejor... Pero bueno estadísticas son estadísticas... Pero tú también me das la razón!
Un abrazo, perdido!
Hay cosas muy mal escritas en el comentario anterior!!! Pero blah, no pienso corregir... Perdóname que venga a afearte el blog!
Ahhhhhhhh sin dudas la música suaviza, entona, canaliza, hace que su velero se detenga al menos un momento . Nos sobran los motivos. Beso
Caracolita
IN: Bueno, me hubiera consultado antes y se ahorraba los regatoneros. Para los próximos pasos en su vida, no deje de preguntarme.
Caracolita: Ah, me acuerdo de algo muy personal que no puedo contarle (pero tiene que ver con intercambiar músicas desde la cama, y con haber abrazado por detrás a la chica, y que después me dijo que había sido un momento muy especial y...Bueno, no puedo contarle)
Sí... tienes toda la razón... te conocí como 3 años después... Me perdí de ti la mitad de mi adolescencia.
Un beso! Y APARECE. ¿TENGO QUE SECUESTRARTE O QUÉ?
Y sí que influyen los gustos musicales, pero también puede haber músicas para cada momento. Yo en un casamiento te bailo Pocho la Pantera re feliz pero no me la voy a poner a escuchar en mi casa. Ahora, Gershwin para un preludio? Para un preludio de qué?
Mirá lo que le pasó a una amiga. En una de sus primeras salidas con un chico winner total el pibe le pone VALERIA LYNCH en el auto y no sólo eso, le contó que cantaba temas de Vale en un barcito. LA parejita no prosperó por supuesto.
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