viernes, julio 27, 2007

Desembarco

Se daban esas situaciones incómodas de encontrar un nuevo cepillo de dientes o un pulóver grande, esos detalles que alteraban un orden simple como el nuestro con la violencia de una bomba atómica. Yo no quería saber, trabajosamente te ignoraba y hacía de cuenta que no existías en nuestras vidas cuando en realidad existías desde hacía por lo menos varios meses. Lo sabía incluso antes de que empezaras a dejar huellas concretas en casa.
Lo sabía porque mamá estaba distinta, y porque a veces la sorprendía mirándome con preocupación. Cuando la pescaba así yo le sonreía o le decía algo muy dulce, para que volviera a alegrarse, y entonces ella se sacudía como si tuviera frío o como si recién se despertara, y volvía a mirarme con la ternura de siempre. Mamá siempre se preocupaba, y yo también, cuando algo cambiaba y ella sabía que iba a tener que ponerme al tanto; tarde o temprano yo tenía que enterarme, porque así nos manejábamos en casa, no había secretos entre nosotros. Estábamos solos hacía mucho tiempo, ella y yo, y por eso teníamos ciertas complicidades que tal vez iba más allá de un vínculo entre madre viuda joven y su hijo chiquito cada vez más grande.
Porque cuando vos apareciste yo ya no era un nenito, y por eso justamente creí que podía hacerte frente. Justamente lo que después comprobé que no podía.
El término desembarco lo usó un día mamá hablando con la abuela, mientras le contaba que su amiga Mónica había comenzado a convivir con el novio, en casa de ella. A mi se me grabó la frase, porque me imaginaba al pobre hombre llegando con todo su equipaje. Y porque antes de eso seguramente se había producido como un viaje, una travesía durante la cual uno corre el riesgo de equivocar el rumbo o de no saber capear los temporales y naufragar.
Pero estos son conceptos que le fui agregando con el tiempo. En aquel momento me quedé con la imagen del novio de Mónica llegando con todas sus valijas y ese aire un poco desorientado de los recién arribados.
Para la época en que debía producirse tu propio desembarco en nuestra casa, yo ya me había dado cuenta de que antes había esos preavisos extorsivos, un cepillo de dientes distinto o el pulóver como al descuido sobre mi cama, una gigantesca araña negra invadiendo mi cuarto infantil. Yo ya sabía que en realidad se empieza a desembarcar de a poco, que hay preliminares, y me imaginé que podía hacer el papel de Oficial de puerto, que de alguna forma tus anuncios estaban reclamando mi opinión. Así que un día, cuando comprobé que el famoso cepillo de dientes grande había aparecido, me lo llevé a mi cuarto y lo dejé expuesto arriba de mi escritorio. Y puse en su lugar el mío, chiquito. Empezábamos un diálogo que no necesitaba de palabras, y fue el peor momento para mamá. Lo del cepillito pasó sin pena ni gloria, y yo me enojé mucho. Mamá lo devolvió a su lugar sin más trámites y yo me sentí defraudado, como si me hubiera cerrado la puerta en la cara. Imaginé que tal vez mi madre tuviera como una orden de comportarse así, de imponer las cosas sin dar demasiadas explicaciones, con un silencio que en realidad era como un duelo de gritos de guerra.
En ese momento decidí que te odiaba y que no iba a aceptarte nunca. Pensé en mi madre y yo como antes y lo fijé como una meta. Nadie iba a imponerse a la fuerza en mi casa, aunque mamá sufriera.
Entonces empezaron a aparecer pelos, por ejemplo. Era una cosa muy desagradable que se quedaran en el jabón: sentía que tu desafío ya era insultante. Me demostrabas que cada vez te adueñabas más de la situación, pero tus pruebas eran crueles y asquerosas. Me preguntaba llorando si cabía como antes la posibilidad de que fueran casualidades, cosas pasajeras que terminarían de un momento a otro, y me respondía que no, que todo era parte de un proceso que ahora se me antojaba también sucio. Alegué que yo necesitaba otro jabón y durante un tiempo hubo dos en la jabonera del lavatorio y también en la bañera. A mamá la afectó bastante esto, y terminó de complicarla con un jabón exclusivo para ella, y muy de mujer. Al principio me alegré, pero enseguida comprendí que nunca más iba a usar el mío, que ya no habría uno nuestro. Y eso en el fondo me demostraba que ya no me era incondicional, lo que equivalía a decirme que estaba de tu lado. Saber que ya no podía confiar ciegamente en mamá me hizo sentir aún más desvalido.
Creo que sobre todo por eso me enfermé, increíblemente a veces me orinaba en la cama y mamá me llevó al médico. A mí me hicieron esperar afuera después de revisarme y el doctor habló un rato largo con ella. Cuando salió, mamá se esforzó por asegurarme que todo iba a estar bien y yo supe que se había hablado del invasor y que el doctor Mario le había hecho entender por fin cuál era la causa de mis molestias. Era como una compensación que el médico estuviera de mi lado ahora que mamá se comportaba como una enemiga. Volví a casa con el ánimo renovado y hasta le pedí a mamá que me dejara dormir en su cama como antes; hacía mucho tiempo que no dormía ahí. Ella me dijo que no, y estuvo durante toda la cena como contenida, como si quisiera decirme algo y no se animara. Yo suponía que sentía culpa, y estaba listo para perdonarla, pero no sabía cómo planteárselo. Fingí que no me importaba que no me permitiera dormir con ella y estuve bromeando hasta que finalmente me fui a mi cuarto y durante unos días me sentí mejor.
Algunas noches después volviste a aparecer en nuestra casa.
Me indignó que te infiltraras así, como un ladrón, como la rata inmunda que en realidad me parecías. Y esta vez dejaste una marca indeleble, en las sábanas, y más sucia que todas las anteriores. A la mañana pude comprobar con asco que el proceso de desembarco seguía y que parecía estar en su fase final. Decidí acudir a medidas extremas y lo hablé con mamá.
Y ella, sorprendentemente, lo tomó con bastante calma. Y usó términos y frases que seguramente le había sugerido el doctor Mario. Me habló casi poéticamente de la vida y sus fases, y de las necesidades del cuerpo, y de lo mucho que ella desearía que papá todavía viviera, pero que lamentablemente no era así. Y que ella también lo necesitaba.
Sobre toda para que me explicara lo que estaba pasando: para que me hablara casi de hombre a hombre y me ayudara a comprender los cambios que estaban por ocurrir, que ya estaban ocurriendo. Para que me explicara bien cómo era eso de dejar de ser un nene para convertirse en adolescente y para que no me dieran miedo ni vergüenza los cambios que no paraban de producirse en mi cuerpo, y las nuevas pulsiones que sentía, y mientras mamá me decía esas cosas yo retorcía el borde de mis pantalones cortos y veía casi por vez primera cómo se habían ido poblando mis piernas flaquitas de unos pelos largos y oscuros y hasta los sentía escocerme y arder en otras partes de mi cuerpo, en todas partes, y sé me puse colorado y casi tuve que rascarme, y supe que el desembarco se había completado y que un hombre había entrado definitivamente en casa, y me había desalojado para siempre.






Nota 1: Yo quisiera que las etiquetas aparecieran arriba, aunque alerten de antemano al lector. Y hasta estoy tentado de separar los cuentos en "humorísticos" y "serios" o algo así. Pero creo que no vale la pena, y cada uno interpreta lo que lee como le parece, o tal vez prefiere leer sin saber cabalmente y de movida de qué se trata.


Nota 2: Yo también quisiera dejar de sentir la necesidad de escribir notas aclaratorias, y ser más coherente con eso de que cada uno interpreta etc.

28 comentarios:

laura dijo...

Muzzio
Yo esto ya lo lei.
¿Cómo puede ser?

Muy, muy bueno. Ya se lo habré dicho también.

Y relajá de aclarar.O seguí aclarando si te relaja.

Sergio Muzzio dijo...

LAU: Puedo haberte mostrado la primera parte, que estaba hecha hace bastante. Pero también debo haberte dicho que dudaba entre dos finales: el de la historia tal como venía y la vuelta de tuerca de que el hombre fuera él mismo. Hoy me decidí por la última opción y hoy lo terminé...en el laburo, para ser más precisos. Pero no aclaro más. Lo prometo.
Besos!!! Y gracias!

Anónimo dijo...

La verdad que es una alegría leerte, Sergio.
Muy bueno esto de volver, a pesar de todo.
Buenos días.
Un beso.

Sergio Muzzio dijo...

LO FEO: Bueno, lo dije en otro comentario reciente: ayudan mucho los amigos y amigas (¡hasta extranjeras!).
Pero quiero la crítica del cuento, che, por mail y despiadada. Que no sea todo "Ay, besos, que suerte que volviste, etc, etc"
(¡¡¡Muchos besos!!!)

Anónimo dijo...

Excelente Sergio!, no me imaginaba ese desenlace, me encanta como escribe... ya se lo había dicho verdad?.
Besos

Sergio Muzzio dijo...

Muchas Gracias, Luz...
Sin embargo, ese tipo de finales me valen dolores de cabeza (por los golpes) de parte de mi amigo JMSlayer, que me acusa de efectista y de jugar a Night Shyamalan. Algo de razón tiene, y además se genera en los (fieles) lectores como una tendencia a adivinar por dónde vendrá la trampa. Coincido un poco con eso, y además la búsqueda de la sorpresa puede condicionar la calidad del texto, así que a veces puede hacerse y a veces no. El problema es darse cuenta de eso.
(Y Shyamalan viene bastante mal últimamente, y además no creo que me compre ningún argumento, entre paréntesis)

Ana dijo...

Aclare todo lo que quiera, después de todo los que leemos hacemos lo que se nos canta con lo que ud escribe.

A mí, me gustó. Pero más que nada, la manera de contar esa relacion de amor odio que uno tiene con los padres. Esas pequeñas guerras internas, que nos moldean e inevitablemente nos empujan hacia el fututo.
Gracias! y vio que hago lo que se me canta! jaja

Sergio Muzzio dijo...

Ana: Bueno, por lo menos no se cagó de risa...
Besos!

Anónimo dijo...

Ese final abierto (aparentemente dialoga con el "invasor", tal vez ya amigablemente o tal vez no)me induce a reflexionar cuan conflictivo es no discernir algo implícito y básico (que por esas cosas de la vida no siempre se cumple)los hijos son un poderoso motivo en la vida de los padres, a veces el único motivo; sin embargo, para los hijos es sólo una etapa, una circunstancia que puede dejar distintas huellas; para muchos la casa nunca llega a ser un hogar, y es una especie de prisión de la cual es primordial evadirse, cuando debiera ser un puerto en el que uno se preparó para partir a la aventura de vivir... Un abrazo.

Sergio Muzzio dijo...

EL PROFE: Bueno, se me ocurrió lo de la madre viuda como una forma de fortalecer un vínculo más jodido, por lo menos en eso de quemar etapas. La idea del puerto es casi ideal, como la del arco y la flecha.
Sin embargo, la idea de un nuevo hombre para la madre (o una mujer para un padre) sigue dándome vueltas y seguramente volverá a aparecer con el tiempo. En ese caso, es tentador jugar también con otras connotaciones, como pintaba uno que se llamaba "Después de la cena" y que hasta ahora no retomé (en realidad, primero tendría que "traducirlo" al argentino).
Un abrazo, Profe.

Anónimo dijo...

....ya se lo dije.....de una y mil formas....no se aparte del blog... esto es lo suyo....genere, imagine, haganos volar o simplemente enojar...todo construye.
Particularmente me gustó esta historia, me conmovio, me movió,quizás por lo minucioso, sencillo y a la vez cruel muestra de la vida diaria.
y...............VAMOS POR MAS!!!!!!!!! Carajo.....perdón....no encajaba otra palabra y como dice el negro "Fontanarrosa" solo esa dice todo lo que tengo que decir. TENDIO???
besossssssss
caracolitaauditoraenejercicio.com

Sergio Muzzio dijo...

Ups! La auditora!
Muchas gracias, y le queda bien el "carajo", no se preocupe.
Siga auditando, se ve que sabe lo que hace.
Beso!

Anónimo dijo...

Podría hacer una disección de su cuento, Sergio.
Pero no quiero, porque me invade la ternura al releerlo.
Un beso.

Sergio Muzzio dijo...

LO FEO: Bueno, nos quedamos con la ternura por ahora y me debe la disección más un café. Si no hay ron, no importa.
Besos!

Lulet (Julia Mar) dijo...

Me encantó Sergio.
Somo siempre.

Abrazos!

Sergio Muzzio dijo...

LULET!!! Debo tantas visitas, che... En cuanto me autoricen los psiquiatras, salgo...o me escapo.
p.d.: Ese "somo siempre" es un fallido o qué?
Besos!!!

El Dandy dijo...

Y si al final no importa si es humorístico o serio, y lo único que importa es que es bueno o malo? En este caso, lo inscribo dentro de los primeros.

Sergio Muzzio dijo...

Dandy Black Etiqueta: A lo mejor hay que poner un cartelito "Caveat Emptor" y listo.
Me alegra volver a verlo, joven.
Un abrazo.

AnTo.- dijo...

resulta un tanto difícil criticarlo objetivamente, debo caer como siempre en el: me encantó, excelente!
beso

Sergio Muzzio dijo...

Muchas gracias, y a su hermanita también.
Besos!

laura dijo...

Dale Sergio, paso a visitarte todos los días y siempre me convidás el mismo mate. Ya se enfrío.

daaaaaaale

Sergio Muzzio dijo...

¿Pero qué se cree que es ésto, Crónica TV?

laura dijo...

Ah ¿no era? sorry...

BESO

Flσr dijo...

lo del jabón fue increíble jaj
saludos

Anónimo dijo...

Me encanto sobretodo esos puntos destacados como son el cepillo de dientes, el jabon y la cama, que son muy intimos y son algunas de esas cosas donde quedan las marcas de los cambios, siga asi Don Sergio, vuela a sorprendernos pronto!!!

Sergio Muzzio dijo...

FLOR: ¿Primera visita, no? Bienvenida! Lo del jabón es memoria pura: a uno le gusta que empiece a crecerle la barba (para usar otro ejemplo de pelos), pero al mismo tiempo deja esas marcar enruladas y bastante vergonzantes en el jabón de la ducha y trata incluso de sacarlos. Eso hasta que se casa y entonces ya los deja casi a propósito.

MARTIN: Me decía el Yaya hace poco algo sobre los detalles, que realmente no agrego ex profeso, pero que gracias a ustedes veo que son tan importantes como la historia misma, o por lo menos la acercan de manera más sutil y creíble al que la lee.
Muchas gracias, Martín sus comentarios siempre traen algo para aprehender.

Anónimo dijo...

Amigo, espero que la derrota de tu "boquita" no alargue más esta ya prolongada y silenciosa ausencia,ja-ja-ja. Un abrazo.

laura dijo...

muzzio
acá estamos esperando...

beso!