martes, julio 24, 2007

Pastillas

Para Lorena V., que me contó lo de la miguita de pan



Yo desde pibe que tenía problemas para tragar pastillas, fueran del tamaño que fueran. Grandes o chiquitas, no te las podía pasar; sentía que me iba a atragantar, o que me iban a raspar y me iba a dar arcadas, no sé lo que sentía, pero no te podía tragar ni una aspirineta. O sea: después partía las pastillas o las disolvía en una cucharita con agua, o las envolvía en una miga de pan y me las terminaba tomando, no es que estuviera loco y no pudiera tomarme un remedio. Lo que no podía es tragar entera ninguna pastilla.

Probé de todas las formas que se te ocurran, porque quería sacarme ese trauma de la cabeza: mandarlas a lo cowboy de un saque, hacerme como un buche, concentrarme hasta que estuvieran en la posición más apropiada, etc.
Me he pasado hasta 25 minutos con la boca llena de agua y un Estreptocarbocaftiazol que no podía tragar. Eso fue en un cumpleaños de mi sobrina, y mis familiares me decían que no sea tonto, que la mordiera y listo. Y yo con la cabeza les decía que no, y con la mano les hacía que tranquilos, que un rato más, que me dejaran intentar sin joderme. Porque si no podía hacerlo así, rodeado del afecto de mi familia, ¿cuándo iba a poder? Es un papelón que un grandote tenga que andar disolviendo una pastilla para tomarla. Es más: hasta diría que no es muy de macho disolver o partir una pastilla.
Yo lo veía así, y me jodía.

Así que en el cumpleaños que te decía, yo seguí como si nada, me reía de lo que contaban mis cuñados, hacía señas con la cabeza, todo con la boca llena de agua. La verdad es que ya me había olvidado de que tenía la pastilla en la boca. A los diez minutos más o menos ya ni me acordaba, ya participaba de las conversaciones y todo. Con gestos, obvio.
Es increíble como se adapta uno a las circunstancias, hermano: era como si fuera mudo de toda la vida.
O sea que el efecto de distracción estaba completamente logrado: hubiera sido lo más lógico que en cualquier momento tragara sin darme cuenta y resolviera el tema.

Pero no pasó eso. Pasó que a los 25 minutos mi mujer me dijo que me dejara de joder y tragara la puta pastilla de una buena vez, y ahí me acordé y cuando quise hacerlo me atraganté.
Un fracaso y una vergüenza.
Una vergüenza doble, encima. Porque la pastilla de carbón era porque…y con las arcadas y el esfuerzo…

Me tuve que ir a cambiar, me prestó ropa mi cuñado, un desastre. Encima después no querían reírse, pero se tentaban y contaban cualquier boludez para justificar las carcajadas. Decían “¿te acordás de aquella vez en Córdoba?”, y se tiraban al suelo de risa; cualquier cosa decían, lo primero que se les ocurría.
Se retorcían de la risa, y yo de la bronca.
Hasta que me pasó algo que solucionó el tema.

Yo viejo, viejo, no soy. Cincuenta y seis pirulos y bastante bien de salud. Y algo de pinta tengo. Y al negocio, vos viste, vienen mayormente minas. Y minas que están al pedo, o que el marido no les da bola, o capaz que sí pero igual son atorrantas. La cuestión es que de vez en cuando alguna se queda charlando o te sigue preguntando boludeces, y vos sabés que en realidad te está dando calce.
Yo siempre tuve una conducta, siempre me porté como un duque. Por mi señora y porque donde se come no, ¿no? O porque eran feas. Báh, la mayoría eran bagayos.
Así que siempre Lord Cheseline; simpático, pero hasta ahí. Jamás avancé con una clienta. Tuve algún rebusque por otro lado, alguna vez, no te niego, pero en el laburo jamás.
Pero hará cosa de tres meses apareció por la mercería una pendeja, hermano…infernal. Estaba más buena que el dulce de leche, por donde la mires. No sé si llegaba a los veinte. Rubiecita onda Brisni Espir. No ahora, claro: cuando la loca esa estaba buena, ahora se fue a la mierda…Pero una cosita, hermano. Ni me acuerdo lo que compró la primera vez, pero cuando volvió al día siguiente en minifalda yo empecé a transpirar, porque me la veía venir. Ese día justo no entraba nadie y se quedó como media hora. Yo le hablaba giladas, si era una nena. Pero ella me seguía la corriente y se reía encantada como si estuviera hablando con Bras Pit.
No: debe tener más de veinte, che.
O demasiada experiencia, qué sé yo. Los pibes vienen muy acelerados, pero me parece que debe tener más de veinte. Veintidós tiene, por ahí. No le pregunté.
Igual era una pendeja, no me aparto.
Y estuvo mal lo que hice y todo lo que vos quieras. Pero qué hembra, hermano. Al tercer día vino con un chupetín en la boca y justo había gente en el negocio, incluso entró una vieja después de ella. Cuando le tocó el turno me dijo “No, atienda primero a la señora”. Yo estaba idiotizado, la atendía a la viejita y la miraba chupar el coso ese, y ella me sonreía, hermano…de una forma…

Pero me di cuenta de algo extraño. Tenía el cerebro a mil, pero el compañero estaba como desatento. Ni un reflejo, un cabezazo. Nada.
Claro, yo estaba atendiendo el negocio y estaba la vieja, pero era raro, ¿o no? Si yo le miraba las gambas y tragaba saliva, y la cabeza se me iba pensando lo que debía ser esa bestia en bolas. Era raro que ahí abajo no pasara nada de nada. Me puse a pensar si los días anteriores había pasado algo y no, tampoco. Me preocupó en serio.
Es más: mientras le buscaba unos botones a la vieja (que no se iba nunca) me concentré un poquito. Y respiré aliviado, hermano, porque hubo como una sacudida, un estiramiento. Lento pero seguro.
Creo que terminé de atender a la vieja medio al palo, pero me importaba un carajo.

Cuando nos quedamos solos, la pendeja me avanzó. Te lo juro por Dios que me avanzó ella: me dijo que hoy estaba más lindo que nunca y qué bien peinado y que sé yo. Entendeme: me lo decía lambetiando el chupetín. No podía echarme atrás, era como un regalo de Dios, así que después de un rato de charla franela le dije si podríamos vernos y, por supuesto, dijo que le encantaría y que hasta tenía el departamento de una amiga. O sea: más claro que eso…
Nada de que íbamos a tomar algo ni nada de eso: a un bulo, directo.
Era sábado y quedamos para el lunes, porque yo, el domingo, imposible, imaginate.

Pero cuando se fue me di cuenta de que otra vez el amiguito se había mantenido dormidísimo. Yo mayormente nunca tuve problemas con eso. Alguna vez sí, como todos. Pero nada grave. ¿Y con semejante mina? Era rarísimo y me entró miedo de que me pasara lo mismo el lunes.
Calculá que para mí iba a ser una única vez, no pensaba que pudiera tener mucho changüí con la pendeja: para mí era una cosa pasajera de ella, como un capricho. Si duraba más de una vez, bárbaro. Pero si no por mí estaba bien; yo podía ir caminando descalzo hasta Luján por una sola vez con ese minón.
Pero ¿y si yo no funcionaba? Olvidate de esa vez y de cualquier otra, me la tenía que cortar con un Tramontina oxidado, por lo menos.
Así que el domingo con la excusa de comprar cigarrillos me fui a ver a Enrique, que una vez me había dicho que él usaba el Ayudín y que le iba fenómeno. No le expliqué mucho, y además el Enrique es discreto y me dijo “Pará un cachito” y al rato volvió con un papelito envuelto y yo me lo metí en el bolsillo y me fui.
Guardé ese pantalón dobladito debajo de la cama, ni quise probar a esconder el paquetito: a ver si se me armaba el gran quilombo. Y el lunes, mientras mi mujer preparaba el mate lo saqué y me lo puse. Medio arrugado, pero lo importante era que no quedara arrugado lo otro…¿no?

Habíamos quedado para vernos al mediodía, así que yo dije en casa que tenía que ir a consultar unos precios, que ni me esperaran a almorzar.
Llegué al edificio, ella me abrió por el portero eléctrico, tercer piso, puerta entreabierta, musiquita suave. …y yo más blando que el algodón, hermano.
Así que, antes de entrar, saqué el paquetito sin dudarlo.
Y recién ahí, cuando abrí el paquete, vi que era una sola pastilla. Yo pensaba que Enrique me había dado un montón…

¿Vos viste el tamaño del Viagra?
Es un yoyó Russell, hermano, un alfajor Fantoche de cinco tapas, y yo estaba a un paso de la puerta entreabierta y ella sabía que yo estaba ahí, así que me lo metí en la boca y entré.

Ella apareció desde la habitación, con un camisón transparente y nada más, entre la música, y ese olorcito a cosita de papi, y una sonrisa de turra…y dos copas llenas de champán.
¿La verdad? Ni necesité el champán, me tragué la pastilla como si no existiera. ¡No sabés lo que era esa mina, hermano!
Yo no sé si fue el Viagra, o la piba esta, o la alegría de haber podido tragarme semejante ladrillo en seco y como si nada, pero la verdad es que anduve hecho un tigre esa tarde, Tarzán y Sandokán juntos, y Darío Grandinetti que decían que…
Y nunca más tuve problemas para tomar una pastilla. Nunca.


Nota 1: Estaba terminando un cuento de hondo contenido humano, con sentimientos desgarradores por doquier y metáforas implacables, pero por suerte apareció éste antes.

Nota 2: El autor alega desconocer el tamaño real del Viagra y se ne frega si el dato es inexacto.

12 comentarios:

laura dijo...

Onda Brisni Espir me mató!

Genial, una vez más.

beso

Anónimo dijo...

Tiene un hondo y elevado contenido humano este relato, Muzzio!!!! O no?

Sergio Muzzio dijo...

LAURA: Muchas gracias, y también por la corrección.
Besos!

LO FEO: Bueno, bien mirado puede ser. Hasta podría ser un consejo del Dr. Socolinksy contra las fobias.
Beso!!

pequenia dijo...

buenisimo!!! de cómo solucionar un problema con un placer y otros menjunjes...

Anónimo dijo...

¡Rebueno! Me hiciste reir con esa descripción tan cabal de la "edad madura"...Bueno, el viagra tampoco es un Alka-Seltzer ¿te acordás de ese pastillón? era para disolver, efervescente, pero más de un bestia se ahogó queriendo tragarlo ja-ja y por otra parte, ahora el viagra es masticable y hay que tomarlo solo una hora antes..¿viste la propa de La Boca al Obelisco en sólo una hora? Un abrazo.

Sergio Muzzio dijo...

PEQUENIA: En general es así, ¿no? Un poco de placer ayuda con los problemas.
Saludos!

EL PROFE: Recuerdo el Alka-Seltzer, pero no me imagino a alguien tratando de tragáeselo! Salvo que estuviera en una situación como la del personaje...NO vi la propa, pero suena bien!!!
Un abrazo

Ana dijo...

Muy bueno
Este cuento tiene un hondo contenido humano, como que no?
Es una enseñanza de vida. Así uno ve en esta historia que podemos superar cualquier contratiempo siempre y cuando tengamos un buen incentivo.
Saludos!

Sergio Muzzio dijo...

Ana: Eeeeee...sí. Eso es lo que quería significar.
Un beso!

Anónimo dijo...

Buenisimo Sergio!,como me hiciste reir!!.
Como siempre,un placer leerte.
Un beso

Sergio Muzzio dijo...

Muchas gracias, Luz.
Igualemente.
Besos!

Anónimo dijo...

Sergio: hace bastante que te leo, en silencio y sin comentarios, pero ya no me aguante más!!! Me divierto mucho leyendote y agradezco haber llegado a este Blog.
Un beso desde Mardel
Pau

Sergio Muzzio dijo...

PAU: ¿Tiene problemas de timidez?
Muchas gracias, y espero que siga viniendo.
Un beso desde París (no estoy ahí, pero vale elegir ¿no?)