- Fue tan lindo, Simón.
- ¿Y que soñaste?
Pero ella se rió y arrancó con Aznavour la canción que seguía y él se le unió sin taparla para nada y ella pronunciaba muy bien el francés y era gracioso oírla con su voz menuda y su entonación perfecta.
El sol empezó a calentar temprano y Marta vio por la ventana a un casal de torcazas bañándose en el bebedero del jardín, y se lo mostró a Simón.
- ¿No tenés hambre, piba? – dijo él a su lado.
- Casi nada.
- Yo sí tengo. Anoche no tenía, qué sé yo.
- Estabas preocupado, amor.
- Sí, y estaba solo. No me gusta comer solo.
- Voy a empezar enseguida con el almuerzo.
- Estaría bueno.
Marta dijo que necesitaba hacer unas compras y que iría sola; Simón podía aprovechar para arreglar el buzón en lugar de querer acompañarla como a una nena. Dijo que se sentía bien, en serio, y que quería darle una sorpresa con la comida. Así que Simón tuvo que quedarse y ponerse a trabajar en el buzón desvencijado.
Se conformó pensando que comería algo más temprano que de costumbre, pero cuando pasó media hora larga desde que Marta volviera, Simón empezó a rondar la cocina y no reconoció ni el aroma ni los preparativos que hacía su esposa. Ella lo miraba de vez en cuando y advertía el aire interrogante de Simón, pero había códigos acerca de las sorpresas gastronómicas y los respetaban. En todo caso, luego de probar la comida, Simón podría hacer las preguntas que quisiera. Cuando pasó una hora, supo que en realidad iba a comer más tarde que nunca, pero decidió no hacer ningún reclamo; al fin y al cabo su mujer se veía mejor, y le estaba preparando algo especial. Lo que más le molestaba, en realidad, era no poder dilucidar qué se estaba gestando en su cocina, y la curiosidad lo hacía sentir directamente famélico. Era una mezcla de olores penetrantes, embriagadores por momentos; Simón reconoció el vino blanco y el comino, y le pareció que flotaba el perfume de algo dulce también, batatas o zapallo azucarado. Y no podía descifrar mucho más que eso: una mezcla nueva, algo denso pero que confundía el sentido con toques sutiles de apariencia inocente. Una especie de juego delicioso, sin duda. Sintió la boca llena de saliva y un extraño bienestar del cuerpo, una liviandad no exenta de cierta carga nerviosa, como si se hubiera desperezado largamente.
Por fin, Marta apagó las hornallas y dijo que en quince minutos estaría listo, luego de reposar. Simón dejó el grisín y el libro con los que estaba distrayéndose y fue a sentarse a la mesa como si Marta le hubiera indicado eso. Ella lo acompañó, divertida, y le preguntó si tenía apetito.
- Sí. - dijo él - Lleva su tiempo esa cosa, ¿no?
- Sí – dijo ella, y su sonrisa se amplió –. Querido, fuiste muy dulce con tus cuidados, no quise preocuparte. Pero el médico no era necesario, yo lo sabía.
- No puede saberse, Marta. Hay que hacer esos estudios…
- No me parece. En serio, Simón. Vas a ver que después de comer voy a sentirme muy bien. Y vos también…espero.
- Yo seguro que voy a sentirme bien, estoy muerto de hambre, piba.
- Pero vamos a comer livianito, pá.
- Bueno – dijo él, y se sintió invadido por una gran ternura. Ella volvió a tomarle las manos como en el desayuno y a él le pareció más linda que nunca. Tal vez fuera la luz, o la voz aniñada, o esos olores incitantes que venían envolviéndolo hacía dos horas. - ¿Y qué soñaste?
Pero ella volvió a reír al irse a la cocina, aunque dijo “ahora te cuento” mientras se alejaba.
El plato en cuestión no le despertaba mucha confianza a Simón, sobre todo cuando Marta le dijo el nombre larguísimo que tenía. Olía en forma extraña, y era una porción raquítica con un nombre pretencioso.
Pero en cuanto lo probó era delicioso, y sintió un calor reconfortante, más en el pecho que en el estómago. Y no se advertían picantes, de modo que el calor era de la pura cocción, de la carne que se le deshacía en la boca como un caramelo recio, de la mezcla de las hierbas amargas y de las dulces y del fondo profundo y rojo que todo eso tenía, una especie de fuego intrínseco que a Simón le hacía arder las orejas. Y al rato notó que tenía los pies calientes y que su porción había disminuido drásticamente. Y que ninguno de los dos había hablado.
- Es muy interesante – dijo Simón-. El nombre ese…
- “La pasión de tu pecho te encenderá los pies para que corras hacia mí”.
- Sí. Bueno, pareciera que el calor se me fue del pecho a los pies.
- ¿En serio? – dijo Marta con interés.
- ¿A vos no?
- A mí no…pero es lo correcto – dijo ella enigmáticamente. – Se supone que con las mujeres tiene un efecto distinto.
- ¿Y que soñaste?
Pero ella se rió y arrancó con Aznavour la canción que seguía y él se le unió sin taparla para nada y ella pronunciaba muy bien el francés y era gracioso oírla con su voz menuda y su entonación perfecta.
El sol empezó a calentar temprano y Marta vio por la ventana a un casal de torcazas bañándose en el bebedero del jardín, y se lo mostró a Simón.
- ¿No tenés hambre, piba? – dijo él a su lado.
- Casi nada.
- Yo sí tengo. Anoche no tenía, qué sé yo.
- Estabas preocupado, amor.
- Sí, y estaba solo. No me gusta comer solo.
- Voy a empezar enseguida con el almuerzo.
- Estaría bueno.
Marta dijo que necesitaba hacer unas compras y que iría sola; Simón podía aprovechar para arreglar el buzón en lugar de querer acompañarla como a una nena. Dijo que se sentía bien, en serio, y que quería darle una sorpresa con la comida. Así que Simón tuvo que quedarse y ponerse a trabajar en el buzón desvencijado.
Se conformó pensando que comería algo más temprano que de costumbre, pero cuando pasó media hora larga desde que Marta volviera, Simón empezó a rondar la cocina y no reconoció ni el aroma ni los preparativos que hacía su esposa. Ella lo miraba de vez en cuando y advertía el aire interrogante de Simón, pero había códigos acerca de las sorpresas gastronómicas y los respetaban. En todo caso, luego de probar la comida, Simón podría hacer las preguntas que quisiera. Cuando pasó una hora, supo que en realidad iba a comer más tarde que nunca, pero decidió no hacer ningún reclamo; al fin y al cabo su mujer se veía mejor, y le estaba preparando algo especial. Lo que más le molestaba, en realidad, era no poder dilucidar qué se estaba gestando en su cocina, y la curiosidad lo hacía sentir directamente famélico. Era una mezcla de olores penetrantes, embriagadores por momentos; Simón reconoció el vino blanco y el comino, y le pareció que flotaba el perfume de algo dulce también, batatas o zapallo azucarado. Y no podía descifrar mucho más que eso: una mezcla nueva, algo denso pero que confundía el sentido con toques sutiles de apariencia inocente. Una especie de juego delicioso, sin duda. Sintió la boca llena de saliva y un extraño bienestar del cuerpo, una liviandad no exenta de cierta carga nerviosa, como si se hubiera desperezado largamente.
Por fin, Marta apagó las hornallas y dijo que en quince minutos estaría listo, luego de reposar. Simón dejó el grisín y el libro con los que estaba distrayéndose y fue a sentarse a la mesa como si Marta le hubiera indicado eso. Ella lo acompañó, divertida, y le preguntó si tenía apetito.
- Sí. - dijo él - Lleva su tiempo esa cosa, ¿no?
- Sí – dijo ella, y su sonrisa se amplió –. Querido, fuiste muy dulce con tus cuidados, no quise preocuparte. Pero el médico no era necesario, yo lo sabía.
- No puede saberse, Marta. Hay que hacer esos estudios…
- No me parece. En serio, Simón. Vas a ver que después de comer voy a sentirme muy bien. Y vos también…espero.
- Yo seguro que voy a sentirme bien, estoy muerto de hambre, piba.
- Pero vamos a comer livianito, pá.
- Bueno – dijo él, y se sintió invadido por una gran ternura. Ella volvió a tomarle las manos como en el desayuno y a él le pareció más linda que nunca. Tal vez fuera la luz, o la voz aniñada, o esos olores incitantes que venían envolviéndolo hacía dos horas. - ¿Y qué soñaste?
Pero ella volvió a reír al irse a la cocina, aunque dijo “ahora te cuento” mientras se alejaba.
El plato en cuestión no le despertaba mucha confianza a Simón, sobre todo cuando Marta le dijo el nombre larguísimo que tenía. Olía en forma extraña, y era una porción raquítica con un nombre pretencioso.
Pero en cuanto lo probó era delicioso, y sintió un calor reconfortante, más en el pecho que en el estómago. Y no se advertían picantes, de modo que el calor era de la pura cocción, de la carne que se le deshacía en la boca como un caramelo recio, de la mezcla de las hierbas amargas y de las dulces y del fondo profundo y rojo que todo eso tenía, una especie de fuego intrínseco que a Simón le hacía arder las orejas. Y al rato notó que tenía los pies calientes y que su porción había disminuido drásticamente. Y que ninguno de los dos había hablado.
- Es muy interesante – dijo Simón-. El nombre ese…
- “La pasión de tu pecho te encenderá los pies para que corras hacia mí”.
- Sí. Bueno, pareciera que el calor se me fue del pecho a los pies.
- ¿En serio? – dijo Marta con interés.
- ¿A vos no?
- A mí no…pero es lo correcto – dijo ella enigmáticamente. – Se supone que con las mujeres tiene un efecto distinto.
- Pero te sentís bien…
- Muy bien. El sueño de anoche… - Y antes de contarle el sueño le dijo que al principio no sabía por qué se había sentido triste y desganada, y sin apetito. Pero que la sensación era de pérdida, como acordarse de una fogata cuando se tiene frío, o mejor, como si se añorara la fogata desde una sala entibiada a gas, pero a la que le faltaran el crepitar de los leños y el perfume de las resinas. Simón iba comiendo muy lentamente lo que quedaba en su plato, y Marta le contaba cómo había recordado cosas, y no olvidó mencionar esa frase venenosa que habla de la comida y el sexo de los viejos, y luego sin dolor ni transición le hablaba de cosas de la juventud y él sentía que algunos de sus músculos vibraban. Ella probaba un bocado de vez en cuando, pero parecía que lo hacía más para incitarlo a que él comiera que por su propio apetito. Y finalmente ella le habló del sueño, y de cómo se habían amado en él después de comer muy poco, porque habían reemplazado las delicias de los platos por besos amarillos y después naranjas, y además el amor de ellos estaba intacto, sólo había que saber soplar el rescoldo para que se transformara otra vez en brasas. Y le contó de recetas que guardaba, como ésta del nombre larguísimo que era más largo aún de lo que ella le había dicho.
- Muy bien. El sueño de anoche… - Y antes de contarle el sueño le dijo que al principio no sabía por qué se había sentido triste y desganada, y sin apetito. Pero que la sensación era de pérdida, como acordarse de una fogata cuando se tiene frío, o mejor, como si se añorara la fogata desde una sala entibiada a gas, pero a la que le faltaran el crepitar de los leños y el perfume de las resinas. Simón iba comiendo muy lentamente lo que quedaba en su plato, y Marta le contaba cómo había recordado cosas, y no olvidó mencionar esa frase venenosa que habla de la comida y el sexo de los viejos, y luego sin dolor ni transición le hablaba de cosas de la juventud y él sentía que algunos de sus músculos vibraban. Ella probaba un bocado de vez en cuando, pero parecía que lo hacía más para incitarlo a que él comiera que por su propio apetito. Y finalmente ella le habló del sueño, y de cómo se habían amado en él después de comer muy poco, porque habían reemplazado las delicias de los platos por besos amarillos y después naranjas, y además el amor de ellos estaba intacto, sólo había que saber soplar el rescoldo para que se transformara otra vez en brasas. Y le contó de recetas que guardaba, como ésta del nombre larguísimo que era más largo aún de lo que ella le había dicho.
Y cuando a Simón finalmente el calor lo abrasó donde debía la hizo levantar de la silla dulcemente, pero con urgencia y el calor de él llegó hasta ella y casi completaron a dúo el nombre de la comida, que incluía la palabra sexo y no olvidaba la palabra amor.
Fin
15 comentarios:
Rica esa comida, no?
Sergio, hermoso cuento.
Me voy a cenar.
Creo que es una receta cubana, Lu. Que cenes rico,
Besos!!
Ahhh, ya lo decía yo que se parece a esta receta http://www.erecetas.com.ar/recetas/rabo-encendido/.
Buenas noches.
Muy Bueno!
De verdad me gustó mucho, el que los personajes sean personas grandes me generó una ternura extra.
Ya sabe algo del jurado?
Besos
LUNA: Buen dato!
ANA: Muchas gracias. Del jurado estamos averiguando los domicilios, cosa de amenazarlos fehacientemente.
Besos!
no hubo cambios?
margaritas: no hubo tiempo! (no se me ocurrió otra cosa!)
está bien, igual estuvo muy bueno! pero qué le pasó que se tiró a vago?
Me gustó el final del cuento. Suena a sobroso.
Saludos
caracolita.com
margaritas: no, no fue vagancia. a veces lo que aparece después es peor que lo que ya está escrito, así que no se puede cambiar.
caracolita: suena bien, ¿no? ahora vamos a hacer una consulta popular acerca de cuál era el nombre completo del plato.
saludossss!
Bellísimo! (y delicioso)
:)
ALABAMA: Muchas gracias! Una amiga acaba de decirme que le dio cosa imaginar a los viejitos "haciéndolo"... Pero el cuento termina antes de eso! A usted le pareció bello y delicioso, y mi amiga no pudo contenerse de verlos fornicar... Creo que la casa no se responsabiliza por etcétera , ¿no?
FER: ¿Por qué quedarse sólo con el pingüino del Dandy (con perdón de la expresión) o con la tortuguita de Anto?
Alta perra, usted lo ha dicho.
Sergio, lo primero que se me ocurre escribir es que se nota lo más elaborado del texto (no sé si esto puede tomarse como cumplido)es practicamente irreprochable, bien estructurado y...(aunque, quizá por la entrega en dos partes, parece prolongarse demasiado el suspenso que con tanta calidad logras en la primera parte)me hubiera gustado que la resolución no se hubiese precipitado a ese tan previsible fin...en todo caso, yo diría que se te percibe mejor cuando escribes sin tanto compromiso, un abrazo.
Profe: es cierto, y además quería que les gustara a los del jurado...un grave error que no volveré a cometer.
Sin embargo es un halago que el final te resultara previsible (aunque no te guste), porque eso sí fue calculado y, como tengo tendencia a los finales sorprendentes, acá quería que "cayera de maduro".
No estoy en contra de los finales inesperados, siempre y cuando encajen perfectamente con la historia, pero a veces le doy demasiada importancia a eso y me disperso en el relato, que es en definitiva lo que importa.
Gracias por tus aportes, en serio que me ayudan mucho.
Saludos!
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