Los hombres lo inventaron. Al fútbol, digamos por ahora.
Lo inventaron porque notaron que les faltaban cosas, porque vieron que les servía para varias de esas cosas, porque muchos lo sentían realmente como una necesidad (¡Pero muchos otros no! Que quede claro desde el principio: otros simplemente no sentían esa necesidad. Buscaban cosas distintas, o parecidas, pero en otros lugares, y la mayoría de las veces las encontraban. ¡Razón de más para dudar del invento!)
Entre las cosas para las que el invento servía estaba la sensación inmediata de protección, de pertenencia, estaba la identificación con el club, las fantasías de ser los mejores, los únicos poseedores de verdades secretas e incontrovertibles (porque a los fanáticos no les gustaban para nada los misterios), y vanagloriarse bastante de ello (pero también se hacía un culto de la humildad, y de los orígenes humildes); estaba la adopción por parte de los fieles hinchas de la mística inherente al grupo, y la gran posibilidad, siempre latente, de encontrarle sentido a algunas vidas que, si no fuera por el juego inventado, a algunos les parecían carentes de significado, y eso por supuesto los angustiaba mucho (¡Pero había otros que no! A otros les parecía ridículo que le asignaran tanta importancia a un invento, que se esforzaran tánto en intentar demostrar que no era un invento, que realmente terminaran creyendo que no era un invento)
Estaba el desahogo también, y muy bien organizado: el invento proveía herramientas bastante sofisticadas para la descarga, y se volvía de las reuniones con una sensación de bienestar general, más allá del resultado concreto (en realidad, ése era el resultado concreto esperado, y se lo explicitaba en cánticos donde los hinchas reconocían que no les importaba nada si ganaban o perdían, y mucho menos si jugaban lealmente: lo importante era mantener viva la pasión, el sentimiento, costara lo que costase. Y sobre todo se ne fregaban en las críticas de los “otros”, de los que no consideraban al invento como una gran cosa, sino más bien todo lo contrario)
Y el invento podía servir para explicar todo, o para justificar todo. Trascendía la historia personal, desafiaba incluso a la muerte, se inculcaba de padres a hijos, y mantenía encendida la pasión.
Siempre la pasión, siempre el fanatismo elevado a la categoría de argumento.
El invento servía para explicar, por ejemplo, la simpatía instantánea entre los del mismo club. Se aceptaban entre sí con mucha más facilidad que a alguien de otro equipo (los que pertenecían a otro club eran considerados rivales, aunque a veces el fanatismo los transformara directamente en enemigos, y muchas veces se mataban para demostrar, de esta forma curiosa, quién tenía la razón.
Sin embargo, muchos simpatizantes de cualquier club se mostraban tolerantes con los de cualquier otro, por el simple amor al juego: en el fondo de todos los fanáticos, el odio se dirigía lógicamente contra el llamado “verdadero enemigo”: aquel que consideraba al invento como un juego más bien estúpido, retrógrado, y evidentemente peligroso)
A esta altura del artículo, esperamos que el invento resulte lo suficientemente odioso. Que se sienta algo de bronca por los fanáticos necios. Que se pregunte por qué no hacen simplemente su vida sin joder a los otros.
A esta altura del artículo, resulta evidente que nos interesa fundamentalmente ese “otro”, el que tal vez a pesar de esforzarse no consiguió engancharse con el invento; el que no encontró ahí las respuestas que necesitaba y decidió buscarlas en otra parte, o el que simplemente no necesitaba ninguna respuesta, el que aceptaba que la vida, sin el invento, igual era un maravilloso misterio que valía absolutamente la pena.
A esta altura del artículo, resulta evidente que no estamos hablando de fútbol.
Si desea dejar un comentario, por favor hágalo en el post anterior, que viene siendo más o menos el mismo tema. Muchas gracias.
Lo inventaron porque notaron que les faltaban cosas, porque vieron que les servía para varias de esas cosas, porque muchos lo sentían realmente como una necesidad (¡Pero muchos otros no! Que quede claro desde el principio: otros simplemente no sentían esa necesidad. Buscaban cosas distintas, o parecidas, pero en otros lugares, y la mayoría de las veces las encontraban. ¡Razón de más para dudar del invento!)
Entre las cosas para las que el invento servía estaba la sensación inmediata de protección, de pertenencia, estaba la identificación con el club, las fantasías de ser los mejores, los únicos poseedores de verdades secretas e incontrovertibles (porque a los fanáticos no les gustaban para nada los misterios), y vanagloriarse bastante de ello (pero también se hacía un culto de la humildad, y de los orígenes humildes); estaba la adopción por parte de los fieles hinchas de la mística inherente al grupo, y la gran posibilidad, siempre latente, de encontrarle sentido a algunas vidas que, si no fuera por el juego inventado, a algunos les parecían carentes de significado, y eso por supuesto los angustiaba mucho (¡Pero había otros que no! A otros les parecía ridículo que le asignaran tanta importancia a un invento, que se esforzaran tánto en intentar demostrar que no era un invento, que realmente terminaran creyendo que no era un invento)
Estaba el desahogo también, y muy bien organizado: el invento proveía herramientas bastante sofisticadas para la descarga, y se volvía de las reuniones con una sensación de bienestar general, más allá del resultado concreto (en realidad, ése era el resultado concreto esperado, y se lo explicitaba en cánticos donde los hinchas reconocían que no les importaba nada si ganaban o perdían, y mucho menos si jugaban lealmente: lo importante era mantener viva la pasión, el sentimiento, costara lo que costase. Y sobre todo se ne fregaban en las críticas de los “otros”, de los que no consideraban al invento como una gran cosa, sino más bien todo lo contrario)
Y el invento podía servir para explicar todo, o para justificar todo. Trascendía la historia personal, desafiaba incluso a la muerte, se inculcaba de padres a hijos, y mantenía encendida la pasión.
Siempre la pasión, siempre el fanatismo elevado a la categoría de argumento.
El invento servía para explicar, por ejemplo, la simpatía instantánea entre los del mismo club. Se aceptaban entre sí con mucha más facilidad que a alguien de otro equipo (los que pertenecían a otro club eran considerados rivales, aunque a veces el fanatismo los transformara directamente en enemigos, y muchas veces se mataban para demostrar, de esta forma curiosa, quién tenía la razón.
Sin embargo, muchos simpatizantes de cualquier club se mostraban tolerantes con los de cualquier otro, por el simple amor al juego: en el fondo de todos los fanáticos, el odio se dirigía lógicamente contra el llamado “verdadero enemigo”: aquel que consideraba al invento como un juego más bien estúpido, retrógrado, y evidentemente peligroso)
A esta altura del artículo, esperamos que el invento resulte lo suficientemente odioso. Que se sienta algo de bronca por los fanáticos necios. Que se pregunte por qué no hacen simplemente su vida sin joder a los otros.
A esta altura del artículo, resulta evidente que nos interesa fundamentalmente ese “otro”, el que tal vez a pesar de esforzarse no consiguió engancharse con el invento; el que no encontró ahí las respuestas que necesitaba y decidió buscarlas en otra parte, o el que simplemente no necesitaba ninguna respuesta, el que aceptaba que la vida, sin el invento, igual era un maravilloso misterio que valía absolutamente la pena.
A esta altura del artículo, resulta evidente que no estamos hablando de fútbol.
Si desea dejar un comentario, por favor hágalo en el post anterior, que viene siendo más o menos el mismo tema. Muchas gracias.